24 de febrero de 2011

DE LA BATALLA DE ITUZAINGO A CASEROS: DEL TRIUNFO A LA DERROTA HUMILLANTE

Pintura alegórica a la batalla de Ituzaingó (1827)

Librada el 20 de febrero de 1827, se dice que Ituzaingó fue la última gran batalla que libró nuestro ejército nacional antes del largo período de guerras civiles que le aguardaba a nuestra patria, y que incluso alcanza el status de último combate por la consolidación de nuestra independencia. Nosotros, sin embargo, como revisionistas también sostenemos que las batallas ganadas por los ejércitos patrios de la Santa Federación rosista continuaron con ese legado de Ituzaingó.

Como quiera que sea, en las acciones se lucieron los nombres de varios militares que, unos pocos años más tarde, se alistarían en el bando federal o en el unitario. Veamos el siguiente listado:

Futuros salvajes unitarios: José María Paz, Juan Galo de Lavalle, Félix de Olazábal (federal ‘lomonegro’, luego abiertamente unitario exiliado), Manuel Correa, Tomás de Iriarte, etc.

Futuros federales: Martiniano Chilavert, Manuel Oribe, Lucio Norberto Mansilla, Ángel Pacheco, Juan Antonio Lavalleja, etc.

Tal vez pocos conozcan el Parte de Guerra del combate, el cual fue suscrito por el brigadier general Carlos Alvear en el cuartel del poblado de Saõ Gabriel poco más de una semana más tarde de ocurridos los acontecimientos. Vale la pena su trascripción, pues revela el documento uno de los momentos más importantes y brillantes de las fuerzas armadas criollas después de la Guerra de la Independencia. Hay detalles de la heroica muerte del coronel Carlos Luis Federico Brandesn. Dice así:


“Cuartel General en San Gabriel, Feb°. 28-827.

El General en Jefe del Ejército Republicano se dirige al Exmo. Sor. Min° de la Guerra para poner en su conocimiento el detal de la jornada del 20 en que fue batido todo el ejército Imperial.

El Sol asomaba sobre el horizonte cuando se encontraron los dos ejércitos contendientes. El Imperial que ignoraba la contramarcha del Republicano fue sorprendido a su vista, y tomado en infraganti delito; marchando por su flanco izquierdo al paso del Rosario en Santa María, donde creía encontrarlo campado. Entonces el General que suscribe proclamó a los cuerpos del Ejército con la vehemencia de sus sentimientos, animado por la gran solemnidad de aquel día, y destinó al General Lavalleja, para que con los valientes del primer cuerpo cargase sable en mano sobre la izquierda del enemigo para envolverla y desbaratarla. La división Zufriategui, compuesta por los regimientos 8 y 16, lanceros mandados por el bizarro Coronel Olavarría, y del Escuadrón de coraceros con su bravo Comandante Medina, iba en segunda línea para sostener el ataque del primer cuerpo. El tercero a las órdenes del General Soler, se formó sobre unas alturas que se ligaban a la posición del primero: las divisiones Brandsen y Paz, quedaron en reserva un poco a retaguardia entre el primero y 3er. cuerpo, y la división Lavalle fue destinada a la izquierda de éste.

En tal disposición, y a pesar del vivo ataque del primer cuerpo, el enemigo se dirigió de un modo formidable sobre el 3°: tres batallones de infantería sostenidos por dos mil caballos y seis piezas, eran los que iban sobre él. Un fuerte cañoneo se hizo sentir en toda la línea y el combate se empeñó por ambas partes, con tenacidad y viveza, a la derecha y a la izquierda. Las cargas de caballería fueron rápidas, bien sostenidas y con alternados sucesos. Entretanto el Coronel Lavalle con su división había arrollado toda la caballería que estaba a su frente sableándola y arrojándola a legua y media del campo de batalla.

A pesar de este suceso brillante la acción no estaba decidida: las fuerzas principales del enemigo cargaban sobre nuestra derecha y el centro, y en tales circunstancias, fue necesario dejar sólo en reserva el tres de caballería y echar mano de las divisiones Paz y Brandsen. Esta fuerza en acción, ya el todo de ambos ejércitos estaba empeñado en el combate: entonces el intrépido Coronel Brandsen, destinado a romper una masa de infantería, quedó gloriosamente en el campo de batalla.

El batallón 5°, al mando del Coronel Olazábal, había roto sus fuegos sobre el enemigo: el 2, del Coronel Alegre, atacado por una fuerza de caballería, que traía a su frente los lanceros alemanes, los abrazó y la obligó a abandonar el campo. El Coronel Olivera con la división de Maldonado y el primero de caballería acuchillaron esta fuerza en su retirada, y fue dispersa y puesta fuera de combate.

En la derecha se disputaban la victoria los comandantes Gómez y Medina –cargaron una columna fuerte de caballería, la acuchillaron y obligaron a refugiarse bajo los fuegos de un batallón que estaba parapetado en unos árboles: el ardor de los Jefes llevó hasta allí la tropa que un fuego abrazador hizo retroceder algún tanto: la masa de caballería se lanzó entonces sobre ellos: en el instante, el regimiento 16, recibió orden de sostener a sus compañeros de armas: los coraceros y dragones se corrieron por derecha e izquierda poniéndose a sus flancos; y los bravos lanceros maniobrando como en un día de parada sobre un campo cubierto ya de cadáveres, cargaron, rompieron al enemigo; lo lancearon y persiguieron hasta una batería de tres piezas que también tomaron. El regimiento ocho sostenía esta carga: fue decisiva. El Coronel Olavarría sostuvo en ella la reputación que adquirió en Junín y Ayacucho.

La caballería enemiga, por el centro, había sido obligada a ceder terreno, siguiéndola su infantería perseguida por nuestros cuatro batallones. Tres posiciones intentó tomar, y fue arrojado al instante de todas.

Los Generales Soler, Lavalleja y Laguna, por el acierto de sus disposiciones y su bravura en esta jornada se han cubierto de una gloria inmortal. El General Mansilla ha llenado noblemente el cargo que desempeñaba: el Coronel Paz a la cabeza de su división, después de haber prestado servicios distinguidos desde el principio de la batalla, dio la última carga a la caballería del enemigo que se presentaba sobre el campo y obligó al Ejército Imperial a precipitar su retirada.

El Coronel Iriarte, con su regimiento de artillería ligera, ha merecido los elogios, no sólo del General en Jefe, sino de todo el ejército republicano: la serenidad de los artilleros y el acierto de sus punterías ha sido el terror del enemigo-Todos los Jefes de este cuerpo y los capitanes Chilavert, Atigren y Pirán se han distinguidos de un modo especial.

Los Coroneles Olazábal, Oribe, Garzón y Correa, y los Comandantes Oribe, Arenas y Medina del 4, han sostenido la reputación bien adquirida en otras batallas, igualmente que el 2° Jefe del E. M. Coronel Deheza. Los Ayudantes de campo del Gral. en Jefe han respondido satisfactoriamente a la confianza que se depositó en ellos: el cuerpo de ingenieros, con su Comandante Trolle, se ha desempeñado de igual modo.



Viñeta del coronel Federico Brandsen, de 1827, el mismo año de su muerte en la batalla de Ituzaingó. En la imagen se observa la misma vestimenta que tenía puesta al momento de caer por la munición brasileña: uniforme de gala, con sus condecoraciones e insignias.

Por último, el ejército enemigo abandonó el campo de batalla, dejando sobre él mil y doscientos cadáveres, entre ellos varios Jefes, oficiales y el Gral. Abreu. Un gran número de prisioneros y armamentos; todo su parque y bagajes, dos banderas, diez piezas de artillería y la Imprenta son los trofeos que ofrece a la República el ejército. Su pérdida alcanza a cerca de quinientos hombres entre heridos y muertos, siendo de estos el Comandante Besares del 2° regimiento.

Todos los Jefes, oficiales y tropa se han desempeñado con el valor que siempre ha distinguido a los soldados argentinos: el General se complace en ponerlo en conocimiento del Exmo. Sor. Min°. de la Guerra.


Carlos de Alvear.”



LA VENGANZA DE CASEROS

El revisionista José María Rosa dirá que en la guerra internacional de Caseros, ejecutada contra el Restaurador de las Leyes Juan Manuel de Rosas, el general Urquiza le devolverá las banderas que los argentinos les habíamos arrebatado a los brasileños en la batalla de Ituzaingó de 1827, dos de ellas, según el Parte de Carlos de Alvear. Además, les dejó “el pleno dominio económico, comercial, financiero, político y militar sobre la República Oriental”, de acuerdo a los cinco tratados pactados el 12 de octubre de 1851 entre el Imperio del Brasil y Urquiza.

Un diplomático del entrerriano, Luis José de la Peña, reconoce en nombre de nuestro vencido país, el 15 de mayo de 1852, los “derechos adquiridos” por Brasil a las Misiones Orientales Argentinas.

El cancionero recuerda la vergüenza de la traición que acababa de consumar Justo José de Urquiza y sus capitanejos unitarios cuando se pronunciaron contra la soberanía de la Confederación Argentina el 1° de mayo de 1851:

“¡Al arma, argentinos!/ cartucho al cañón;/ que el Brasil regenta/ la negra traición./ Por la callejuela,/ por el callejón,/ que a Urquiza compraron/ por un patacón.

¡El sable a la mano/ al brazo el fusil!/ Sangre quiere Urquiza/ balas el Brasil./ Por la callejuela,/ por el callejón,/ que a Urquiza compraron/ por un patacón.”


El soborno era cierto. ¡Si hasta el masón Domingo Faustino Sarmiento así lo reconoció! En la famosa y lamentable carta de la Quinta de Yungay, fechada el 13 de octubre de 1852, aquél le escribía al general Justo José de Urquiza la verdad de su proceder, o sea, que se había vendido por dinero al Imperio del Brasil y, más en el fondo, a los designios del Imperio Británico:

“Tanta aberración he visto en estos años, como si dijeran que el emperador ha sentado plaza en el ejército de S. E. para corresponderle el servicio que le hizo S. E. conservándole la corona que lleva en la cabeza, como tuvo S. E. la petulancia de decirlo en las barbas del Sr. Carneiro Leaõ, Enviado Extraordinario del emperador.

Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado referir la irritante escena y los comentarios: ¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo (a Urquiza) para derrocar a Rosas! Todavía, después de entrar en Buenos Aires, quería que le diese cien mil duros mensuales.”


Así se perdió el honor de Ituzaingó un cuarto de siglo más tarde…por un patacón.


Autor

Gabriel O. Turone


Bibliografía

- Correa Luna, Carlos. “La campaña del Brasil y la batalla de Ituzaingó”, Comisión de Homenaje a la batalla de Ituzaingó en su primer centenario. 1827 – 20 de Febrero – 1927, Talleres Gráficos del Instituto Geográfico Militar, Buenos Aires 1927.

- Rosa, José María. “El Pronunciamiento de Urquiza”, Editorial Peña Lillo, Buenos Aires, Diciembre de 1977.

17 de febrero de 2011

ACTO DE JOVENES REVISIONISTAS Y ASIMM A 176 AÑOS DEL CRIMEN DE JUAN FACUNDO QUIROGA, EN EL CEMENTERIO DE LA RECOLETA

Toda la juventud que ayer rindió tributo al Tigre de los Llanos. Todavía existen sectores que no dejan perecer el recuerdo de los grandes que hicieron la Patria.

En el día de ayer, al cumplirse el 176 aniversario del cobarde crimen perpetrado contra la vida del brigadier general Juan Facundo Quiroga, dos entidades amigas, Jóvenes Revisionistas (que representó al Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”) y los compañeros trabajadores de ASIMM (Asociación Sindical de Motociclistas Mensajeros y Servicios), rindieron un homenaje frente a la bóveda que contiene sus despojos en el cementerio de La Recoleta. Se hizo con todo el colorido y la parafernalia a cuestas: cintillos federales, remeras alusivas, cascos y chalecos de motoqueros a la vista de todo el mundo.

La cita de honor tuvo lugar en horas de la mañana, de acuerdo a lo estipulado previamente, y se desarrolló del modo siguiente: en primer lugar, se entonaron las estrofas del Himno Nacional Argentino, para luego acercar una ofrenda floral que fue depositada por un miembro de cada una de las entidades, representándonos a nosotros el compañero Sebastián Okada. Acto seguido, vinieron los discursos y palabras alusivas.

Quien primero habló a los compañeros agolpados fue Marcelo Sarli, en representación de ASIMM, el cual hilvanó algunas coincidencias ideológicas y fácticas entre Quiroga, José de San Martín, Juan Manuel de Rosas y, ya en el siglo XX, Juan Domingo Perón, quienes, en mayor o menor medida, apostaron a engrandecer la patria y sus valores autóctonos ante las agresiones y soberbias foráneas.

Luego, esbozó algunas palabras el secretario adjunto de ASIMM, Maximiliano Arranz, quien hizo hincapié en la importancia no solamente de la figura de Juan Facundo, sino también en su ejemplo como hombre que luchó del único bando existente para nuestros próceres: el de la patria.

Marcelo Sarli, de ASIMM, dirigiéndose al público presente.

Enfatizó también que las categorías izquierdas y derechas son terminologías extranjeras, y que la única dicotomía existente es la que puja entre los que están con la Patria y en contra de ella.

Por último, habló el presidente de Jóvenes Revisionistas, Gabriel O. Turone; este fue su discurso:


“Camaradas, compañeros, señoras y señores:

Pudo haber sido Juan Facundo Quiroga el gran protagonista de la historia argentina, de no haberse cruzado la infausta jornada en que el capitán Santos Pérez junto a una partida de forajidos truncó su vida en los parajes de Barranca Yaco, un día como hoy pero de 1835.

Sirvió este valiente con temple de acero en el Regimiento de Granaderos a Caballo del general San Martín, siendo muy joven, en épocas en que ya tenía amplios conocimientos sobre el manejo de las tropas de su provincia, herencia guerrera y varonil que le dejó su padre, el capitán de Milicias don José Prudencio Quiroga.

Después, las vicisitudes argentinas lo llevaron a enrolarse en luchas ya no solamente militares sino también políticas, y así se vio envuelto en difíciles “malambos” contra los poderosos ejércitos unitarios de Lamadrid y de José María Paz. Mientras que al primero lo venció en las acciones de El Tala y el Rincón, provocando la caída de Bernardino Rivadavia como presidente, al general Paz nunca pudo derrotarlo en el campo del honor, debido, fundamentalmente, por el tiro de boleadoras que le propinó el soldado gaucho Zeballos en 1831 en la provincia de Córdoba. En la victoria o en la derrota, Juan Facundo Quiroga fue un valiente sin par, dispuesto siempre a jugarse por la sagrada causa de la Federación.

Durante su andariega vida militar, que alternó momentos triunfales y derrotas estruendosas, Quiroga se comportó con un grado tal de caballerosidad que en nada se le parecen a las siniestras versiones escritas por los historiadores de signo liberal. Al “Tigre de los Llanos” le disgustaba el cruel derramamiento de sangre que manchaba el suelo patrio, y por eso, con agudo raciocinio le mandó decir a su enemigo “el manco” Paz, en carta del 10 de enero de 1830, que la sangre “se verterá acaso infinito, pero el mundo imparcial y la severa historia dará la justicia al que la tenga entre los que intentan dominar, y los que pelean por no ser esclavos”. También en la misma nota señalaba Quiroga en que solamente la sanción de una Constitución para el país podía ofrecer “una paz segura”, lo cual, al término de las refriegas, obliguen “al desgraciado a enterrar sus armas para siempre”. Estas sentencias, que fueron pronunciadas hace ya 180 años, son tan actuales que conmueven, al tiempo que nos permiten la licencia de pensar en un Quiroga con visión de estadista y como apóstol de la paz.

Bajo estas características, y en momentos en que había sido enviado al norte para pacificar un conflicto fogoneado por el mariscal Andrés Santa Cruz, presidente de la Confederación Perú-Boliviana, es que el caudillo riojano Juan Facundo Quiroga encuentra la muerte el 16 de febrero de 1835.


Otro momento de las alocuciones en la mañana de ayer. En la imagen, Gabriel Turone, presidente de Jóvenes Revisionistas.

Queda en el recuerdo permanente su figura mítica y popular, el de ser el dueño del caballo “Moro”, del cual dijo Quiroga que “pasarán muchos siglos de años para que salga en la República otro igual”, y que le costará, dicho sea de paso, una pelea insalvable contra el gobernador santafecino y federal Estanislao López. A su vez, se le adjudicó a sus milicianos el convertirse sobrehumanamente en ‘tigres capiangos’, ferocísimas alimañas capaces de ganar por sí solas una batalla, mito profundo que motivó la deserción de 120 soldados del comandante unitario Camilo Isleño, horas antes de la batalla de La Tablada, según lo rememora el general Paz en sus Memorias.

Inclusive, su descanso eterno tiene reminiscencias míticas y gloriosas: su ataúd, que yace en la humilde bóveda que está detrás de nosotros, y que está coronada con la estatua de la Virgen La Dolorosa, está puesto de forma vertical, pues, como último deseo, Quiroga muere de pie, mirando de frente a Nuestro Señor Jesucristo, a quien le teme y respeta.

Jóvenes Revisionistas y quienes aquí se agolpan quieren rescatar no solamente las luchas del Tigre de los Llanos en pos del olvidado federalismo del interior, sino, también, las leyendas que sobre su persona aún hoy se cuentan, leyendas que nos hablan de un “hombre de la tierra”, de un hombre del pueblo, de un hombre que todavía sigue causando respeto, emoción y admiración.

Es cierto que no aparecen muy seguido los valientes como él, que muere pidiendo explicaciones a los criminales que alcanzan su galera en Barranca Yaco y que, sin mediar palabra alguna, le descerrajan un tiro en el ojo para darle muerte. Es cierto que no aparecen los amigos de los derrotados, como cuando Quiroga le brindó asilo al cordobés Juan Bautista Bustos luego que a éste lo venciera “el manco” Paz, en Córdoba, en 1829. Y tampoco aparecen seguido los hombres que ayudan desinteresadamente a sus futuros enemigos, como lo hiciera el Tigre de los Llanos cuando le dio un cheque en blanco al joven Juan Bautista Alberdi, recomendado por el gobernador tucumano Heredia, para que vaya a profundizar sus estudios a los Estados Unidos.

De Quiroga debemos tomar todo esto. Solamente así, un día las plazas, las calles, los monumentos y los edificios públicos lucirán su postergado nombre. Mientras tanto, es el pueblo, somos nosotros, argentinos comunes y corrientes, los que sostenemos su recuerdo y reivindicamos el aporte que hizo para la Argentina de la primera mitad del siglo XIX.

Para finalizar, vale decir que fue un hijo suyo, el teniente de Caballería don Facundo Quiroga, quien, honrando la herencia de su padre, luchó por la soberanía nacional y Juan Manuel de Rosas en la batalla de Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845, contra los ingleses y los franceses.

Muchas gracias.”


Estatua de la Virgen La Dolorosa en la bóveda de Juan Facundo Quiroga. Su ataúd está en posición vertical, para ver de frente a Nuestro Señor Jesucristo. En primer plano, la corona de laureles depositada por Jóvenes Revisionistas y ASIMM.

A viva voz, se gritaron tres loas para Juan Facundo Quiroga, dando por concluido el emotivo acto en su memoria. Una tranquila caminata por diferentes bóvedas y monumentos dispersó a todos los presentes. Seguramente, otros relatos y otros tiempos verían a cada paso que daban por los pasillos estrechos de aquel museo de la historia argentina que es el cementerio de La Recoleta.

8 de febrero de 2011

HOMENAJE AL BRIGADIER GENERAL JUAN FACUNDO QUIROGA, A 176 AÑOS DE SU ASESINATO


Jóvenes Revisionistas (JR) tiene el agrado de invitarlos al homenaje que haremos el próximo Miércoles 16 de Febrero de 2011 en honor del brigadier general Juan Facundo Quiroga, en el Cementerio de La Recoleta.

En esta grata oportunidad, JR realizará la reivindicación junto a los compañeros trabajadores del sindicato de ASIMM (Sindicato de Motociclistas Mensajeros y Servicios), por lo que pensamos que el acto será emotivo y vistoso.

DIA: Miércoles 16 de Febrero de 2011.

HORARIO: 8 AM.

LUGAR: Bóveda de Juan Facundo Quiroga, Cementerio de La Recoleta, Buenos Aires.

ORGANIZAN Y CONVOCAN: Jóvenes Revisionistas y ASIMM.


¡Los esperamos!

¡Por la memoria invicta del Tigre de los Llanos y caudillo federal Juan Facundo Quiroga, Prohombre de la Argentina Gaucha, Hispánica y Religiosa!

3 de febrero de 2011

BARBARIE DESPUES DE CASEROS

Buenos Aires hacia 1852.





Existe en una estación de subterráneos de la ciudad de Buenos Aires, un inmenso mural compuesto por mayólicas que muestra la caravana infame de las tropas entrerrianas con rumbo al antiguo Fuerte, tras las acciones de la batalla de Caseros. Avanzan ante un público que lo celebra y lo escolta hasta el frontón de aquél. No hay rostros tristes; el autor de esa obra tampoco permitió que los hubiera. Esa estación, no por nada, recibe el nombre de “Urquiza”. Estos detalles, por cierto, no se condicen con la verdad histórica, pues finalizada la batalla en cuestión, y en los días subsiguientes a la misma, lo que primó en Buenos Aires fue una atroz carnicería y todo tipo de prohibiciones, acaso dignos rasgos de los que venían a “civilizar”. En vez de felicidad y encanto, sobraban en el pueblo las muestras de miedo y de terror.

El 3 de febrero de 1852 supuestamente se derrotaba al “tirano” Juan Manuel de Rosas, y se aclamaba a los cuatro vientos el triunfo de la “civilización”, pero la realidad de los acontecimientos desencadenados más tarde, por las calles y lugares públicos de la ciudad portuaria y alrededores, distaron mucho de tal predicamento.

Federales asesinados y cadáveres colgados

Justo José de Urquiza, proclamado por el triunfo de las armas brasileñas, alemanas, uruguayas y “federales” como nueva autoridad suprema de la Confederación Argentina, renovaría en Caseros la misma práctica del degüello demostrada en viejos y olvidados triunfos federales como los de Pago Largo, India Muerta o la batalla de Vences. Una orden suya fue suficiente para que asesinaran a Claudio Mamerto Cuenca, el médico que atendía en Santos Lugares a los soldados rosistas heridos en el campo de batalla. Allí, en su lugar de trabajo, fue muerto por las hordas urquicistas. Más adelante, y también por una orden personal de Urquiza, el coronel Martiniano Chilavert fue asesinado salvajemente de un certero sablazo en la cabeza, “como a un traidor” según le proferían sus verdugos mientras Chilavert los contrariaba con furia. Otro caído en desgracia resultó ser el coronel Martín de Santa Coloma. Su muerte fue a lanzazos limpios y ocurrió afuera de la capilla de Santos Lugares. Le sujetaron los cabellos y, enseguida nomás, lo lancearon sin mediar palabras. El “civilizado” Domingo Faustino Sarmiento, años más tarde, declarará haber sentido “placer” al contemplar este último asesinato.

El general César Díaz, que había luchado a favor de Urquiza en Caseros, dejó impresionantes muestras de aquella barbarie que sus ojos contemplaban. Dice así en un párrafo: “Un bando del general en jefe [Urquiza] había condenado a muerte al regimiento del coronel Aquino, y todos los individuos de ese cuerpo que cayeron prisioneros fueron pasados por las armas. Se ejecutaban todos los días de a diez, de a veinte y más hombres juntos… Los cuerpos de las víctimas quedaban insepultos, cuando no eran colgados de algunos de los árboles de la alameda que conducía a Palermo”. Y en otro párrafo, sostenía que “las gentes del pueblo que venían al cuartel general se veían obligadas a cada paso a cerrar los ojos para evitar la contemplación de los cadáveres desnudos y sangrientos que por todos lados se ofrecían a sus miradas; y la impresión de horror que experimentaban a la vista de tan repugnante espectáculo trocaba en tristes las halagüeñas esperanzas que el triunfo de las armas aliadas hacía nacer”. Sugiere el general Díaz que, entre los que pendían de los árboles adyacentes al usurpado Palacio de San Benito de Palermo, se encontraban también los dos hermanos oficiales que comandaban la división Galán, “cuyos cadáveres vi yo mismo”, nos dice.

La gente no podía creer las horrendas escenas que observaba, donde las descargas de los pelotones de fusilamiento tronaban a cada instante. “Hablaba una mañana con una persona que había venido de la ciudad a visitarme –señala el general César Díaz-, cuando empezaron a sentirse muchas descargas sucesivas. La persona que me hablaba, sospechando la verdad del caso, me preguntó: -¿Qué fuego es ése? –Debe ser ejercicio- respondí yo sencillamente, que tal me había parecido; pero otra persona, que sobrevino en ese instante y que oyó mis últimas palabras: -¡Qué ejercicio ni qué broma –dijo-; si es que están fusilando gente!”.

600 fusilados en el acto

Se estima que los fusilamientos, los degüellos y la anarquía en Buenos Aires continuaron durante 15 o 20 días, contabilizando desde el 3 de febrero de 1852. Así, por ejemplo, el 4 de febrero fueron prácticamente saqueadas todas las casas de comercio, a saber: tiendas, pulperías, casas de platería, zapaterías, etc. Como la situación pareció írsele de las manos, el gobierno urquicista “mandó a los ciudadanos que armados en partidas de diez o más hombres, salieran a contener los ladrones, y a los que agarrasen robando, en el acto los fusilaran, como lo efectuaron habiendo muerto a más de seiscientos ladrones”, narra en sus famosas Memorias Curiosas, Juan Manuel Beruti. Esta auténtica carnicería, fue llevada a cabo por numerosos ciudadanos y por tropas de línea de infantería y de caballería, las cuales “rondaban de día y de noche la ciudad, incluso los extranjeros, quienes también se unieron con nuestras patrullas”, afirma Beruti.

En verdad, la jornada del 4 de febrero con el lastre de 600 fusilados tuvo como uno de sus máximos responsables al cuñado del depuesto Rosas, el general Lucio Norberto Mansilla, quien, según lo consigna Juan Manuel Beruti en sus Memorias Curiosas, “cuando vio [Mansilla] la ruina del ejército de su hermano (sic) y dispersión de sus tropas, les dijo a los soldados que se fueran e hicieran lo que quisieran, y se ocultó, que fue a decirles, vayan a robar y saquear”. De esta manera, no hay exactas comprobaciones de que los “ladrones” fueran tales sino, más bien, antiguos soldados federales que fueron instigados, adrede, para que roben y asalten los negocios y tiendas de Buenos Aires.

Sobre la cobarde actitud de Lucio N. Mansilla en aquellos sangrientos días posteriores a la batalla de Caseros, relata Beruti lo que sigue: “El pícaro de Lucio Mansilla, fue tan bajo e indecente, que el día 4 proclamó públicamente en la plaza Mayor; viva el general don Justo Urquiza, y muera don Juan Manuel de Rosas, ¡mire qué cuñado y beneficiado! y después mandó su soldadesca saquear y robar las casas de la ciudad”.

También ese mismo 4 de febrero, se mandaron quitar las consignas “¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los salvajes asquerosos unitarios! ¡Muera el loco traidor salvaje unitario Urquiza!” de las divisas punzó. Idéntica suerte corrieron, a su vez, el empleo de la cinta punzó de cintillo en la copa del sombrero y el uso del chaleco federal. En la misma postura “liberadora” y “civilizada”, fue prohibida la exhibición de banderas bicolores punzó y blancas, y en su lugar fueron permitidas únicamente banderas de paño blanco. Así, plena de blancas banderas, habría de amanecer Buenos Aires el 5 de febrero de 1852.

El día 5 de febrero depusieron a quien había sido el jefe de policía del régimen depuesto, don Juan Moreno, y en su reemplazo se ubicó al coronel Blas Pico. Dos días más tarde, el 7 del mismo mes, fueron suprimidos los moños punzó que llevaban las mujeres en sus cabezas como prenda de vestir. Es decir, se intentó suprimir todo vestigio del federalismo argentino.

Lucio V. Mansilla, hijo del cuñado de Rosas, al intentar explicar el carácter de Justo José de Urquiza luego de ejecutadas sus órdenes de degüellos y fusilamientos indiscriminados tras Caseros, escribió: “Urquiza, el nuevo dictador por la espada, había proclamado perdón y olvido, ni vencedores ni vencidos; pero cruelmente negaba con los hechos el significado de tan bellas palabras. Comenzó torpemente en Buenos Aires. No se hizo simpático. Su vida toda de aventuras y de luchas, hasta llegar a las puertas de Buenos Aires, no había sido más que una carnicería; y, su parte, la del león”.

Una versión sueca de los desmanes

Presa del miedo que inundaba al vecindario de Buenos Aires, el teniente Axel Adlersparre, de nacionalidad sueca, dejó plasmadas interesantes noticias e impresiones sobre los acontecimientos ocurridos durante y después de la batalla de Caseros. Cabe agregar que Adlersparre revistaba como oficial de la corbeta sueca “Lagerbjelke”, la cual permaneció amarrada en el antiguo puerto de la ciudad capital. Las impresiones están en un documento fechado en Buenos Aires el 15 de febrero de 1852, y el mismo describe la desesperación de un tal Smitt, compatriota suyo, que tenía una “casa de comercio, que él mismo custodió con sus trabajadores armados con armas de nuestra corbeta [la “Lagerbjelke”]. Durante la noche llegaron varias personas pidiendo protección sueca”.

Sugiere el teniente Adlersparre, que el Consulado de Suecia también brindó refugio a los ciudadanos suecos que vivían en Buenos Aires. “Entre los que se refugiaron en el Consulado sueco había 3 suecos –dice el militar-, además de algunos nativos, de los cuales uno representaba al Gobierno Nacional”. Agrega Adlersparre que de todas las fuerzas desplegadas por Juan Manuel de Rosas en la lucha, la artillería fue el arma más fiel que tuvo, seguido de la caballería, y habla de la dudosa actitud que tuvo en las acciones el general Ángel Pacheco, a la sazón, general en jefe del ejército rosista.

Respecto a la lúgubre cacería que hubo la noche del 4 de febrero de 1852, en la que fueron masacrados 600 individuos por las calles de Buenos Aires, el teniente Axel Adlersparre difiere en algunos pormenores de la versión dada por Beruti: “(…) A la mañana siguiente grupos de soldados que con pocas excepciones eran restos de las fuerzas armadas de Rosas, empezaron a robar en las mejores tiendas, principalmente en las joyerías. Para engañar a los habitantes de la ciudad estos malhechores se habían puesto un pedacito de tela blanca a manera de coraza, que era el símbolo de las fuerzas de Urquiza, mientras que las tropas de Rosas utilizaban un pedacito de tela roja que de una manera rara había sido puesta alrededor del abdomen”. Luego de haber sido anoticiado por los saqueos, el general Urquiza mandó colocar ordenanzas en las calles, a quienes les dio como única orden “tirar contra los que trataban de robar”.

Dentro de esas medidas sanguinolentas, Urquiza dictó una proclama “por la que durante ocho días todos los que habían sido encontrados robando o fueran encontrados robando, serían fusilados a los 15 minutos en el mismo lugar donde habían robado”, expresa el oficial de Suecia. Además, asegura que hubo al menos 6 marinos norteamericanos que colaboraron en la persecución de los saqueadores, y que el cónsul de Estados Unidos, al ver que unas 16 o 18 personas, con lanzas en mano, intentaban derribar la puerta de una tienda, les sugirió que se retiren, “pero en lugar de irse dispararon un tiro contra él, que no le alcanzó, y entonces el Cónsul ordenó a los marineros que tiraran. Dos hombres y sus caballos cayeron y los demás huyeron”, añade el teniente Adlersparre.

Miembros del brazo armado de la Sociedad Popular Restauradora, esto es, la Mazorca, eran buscados en sus casas para ser arrastrados fuera de ellas. Después, casi en el acto, eran degollados o fusilados. Axel Adlersparre dirá que “muchas escenas salvajes he visto, pero nunca vi hombres sacrificados con tanta ligereza y tan sin piedad, como en esos días”. Las mujeres porteñas tampoco se salvaron, pues eran pasadas por las armas si las tropas entrerrianas les encontraban en sus hogares joyas robadas de las tiendas. Aquello era dantesco.

Urquiza, que nunca pudo ganarse ni alcanzar la popularidad entre la gente de Buenos Aires, hizo su entrada triunfal el 20 de febrero de 1852. Algunos lo aplaudieron, pero otros se mostraron indiferentes. A pesar de que había prohibido el uso del cintillo punzó, en esa pasada Urquiza lo lució en su uniforme, tal vez como una muestra de que algo de federal le quedaba. Sin embargo, la situación no era propicia, y menos aún cuando al paso de las tropas del Brasil el público despidió una silbatina más que sugerente. El 21 de febrero, restablece el uso del cintillo federal mediante un bando. Ya tenía algunos enemigos internos, Urquiza, incluso desde antes de la firma del Acuerdo de San Nicolás (31 de mayo de 1852), donde el entrerriano fue nombrado Director Provisional de la República.

En esos días, Urquiza reconocerá su infame traición al usurpar el gobierno que dirigía honorablemente Juan Manuel de Rosas. En carta al ministro inglés Roberto Gore, expresará lo que sigue: “Tentado estoy de llamar a Rosas, pues sólo él es capaz de gobernar aquí… Decían que era detestable la tiranía, pero ahora resulta insoportable la demagogia… Toda la vida me atormentará constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometí al cooperar, en el modo en que lo hice, a la caída del general Rosas. Temo siempre ser medido con la misma vara, y muerto con el mismo cuchillo, por los mismos que por mis esfuerzos y gravísimos errores he colocado en el poder”.

Los desórdenes continuaron, los muertos se apilaban en las calles, y Urquiza, horrorizado por sentirse constructor de tamaña realidad, empezaba a desconfiar de los salvajes unitarios que, tarde o temprano, lo sacarían del poder hasta confinarlo en su Palacio de San José, en Entre Ríos. En ese mismo sitio hallará la muerte, una tarde de abril de 1870.

Autor
Gabriel Oscar Turone



Bibliografía


Ezcurra Medrano, Alberto. “Las Otras Tablas de Sangre”, Editorial Haz, Septiembre de 1952.


Honorable Senado de la Nación. Biblioteca Mayo, Tomo IV, Parte 2°, Imprenta del Congreso de la Nación, Buenos Aires, 12 de abril 1960.


Revista de la Academia Nacional de la Historia. “La caída de Rosas. Versión de dos cronistas suecos”, Buenos Aires.


Röttjer, Aníbal Atilio. “Rosas. Prócer Argentino”, Ediciones Theoría, Buenos Aires, Septiembre 1972.