29 de agosto de 2009

BOLETIN "LA RECONQUISTA", AÑO 2, Nº 12

JOVENES REVISIONISTAS.

“LA RECONQUISTA”. Año 2. N. 12.

En el Año de Homenaje a Raúl Scalabrini Ortiz.



EL PORNO CIPAYISMO DE FEDERICO

I.-Agravio absurdo a Juan Manuel de Rosas
Cuando parecía agotado el repertorio de embustes y de maledicencias contra Juan Manuel de Rosas, elaborados por los cultores de una historia falsa, ya liberal o roja, pero contestes todos en el tributo a la mentira oficialmente subsidiada. Cuando el paso largo y arduo de casi un siglo y medio después de la muerte del Caudillo, permitía abrigar la esperanza de que recayeran sobre él juicios más acordes con el decoro de las pasiones sofrenadas que con el oportunismo audaz de los iletrados. Cuando se preveía, al fin, que las obscenidades rentadas de Rivera Indarte no hallarían discípulos sino tajantes críticos y racionales objetores, emerge de la nada, continuando a aquel unitario ladino y procaz, un sujeto indocto que lleva por nombre Federico Andahazi. El figurón, siguiendo una línea escatológica que le ha dado buenos dividendos y mundanal prestigio, acaba de editar el volumen segundo de una “Historia sexual de los argentinos”, titulada impiadosamente “Argentina con pecado concebida”, para poner en evidencia, ab initio, que su pluma meteca conserva intacta la capacidad sacrílega. Promoviendo aquí y acullá su novísimo panfleto, merced al beneplácito de los medios masivos con la lucrativa hojarasca de esta catadura, el Andahazi ha comparado a Juan Manuel de Rosas con el execrable Josef Fritzl, aquel degenerado incestuoso y homicida de Austria, condenado recientemente tras conocerse los pormenores de sus inenarrables perversiones. “Nos espantamos al conocer la noticia de este austríaco que tenía secuestrada a su hija” –dice el bestsellerista- “y nosotros tuvimos uno igual pero en el poder, en el gobierno” (Cfr. Alejandra Rey, Entrevista a Federico Andahazi, ADN Cultura, La Nación , 25-4-09, p. 20). “Un tipo mantiene cautiva a una hija adoptiva, la viola y tiene seis hijos. Uno inmediatamente piensa en este personaje austríaco, pero estamos hablando de Juan Manuel de Rosas" (Cfr. Juan Manuel Bordón, Entrevista a Federico Andahazi, Clarin, 29-3-09). La causa de tan inicua comparanza cree poder fundarla el antojadizo escriba en el mentado caso de Eugenia Castro, a quien describe como “hija adoptiva” de Rosas, “recluida y violada sistemáticamente”, sometida a destratos y humillaciones, y mantenida en la pobreza y sin educación. (Cfr. Alejandra Rey, Entrevista…etc, ibidem).

II.-La verdad sobre Eugenia Castro
La verdad histórica guarda austera distancia de este culebrón hediondo, y será bueno recordarla en prietas líneas. Eugenia Castro y su hermano Vicente fueron dados en tutoría a Rosas tras la muerte de su padre, el Coronel Juan Gregorio Castro, y la orfandad de madre en que ambos se hallaban. Ningún vínculo sanguíneo, familiar o parental unía al Restaurador con la joven. Los hermanos vivieron libremente alojados en el enorme predio de San Benito de Palermo, y con posterioridad a la muerte de Encarnación Ezcurra, hacia 1839, todo indica que el dueño de casa la tuvo a Eugenia por “querida”, engendrándole seis hijos según una versión, y siete según otras. El ilegítimo amorío era un secreto a voces –desparramado adrede por la propaganda opositora- de modo que de oculto y prisionero tenía muy poco. Eugenia y sus hijos naturales eran vistos por los innúmeros y calificados visitantes del predio palermitano, compartía mesa, eventuales paseos y festejos, y así como fue consciente, voluntaria y consentida su relación con Rosas, podrá calificársela con todo derecho de pecaminosa, pero no de macabra, incestuosa, sanguinaria y sepulta bajo la tierra. Manuel Gálvez, por ejemplo, menciona la carta de salutación dirigida a Eugenia por un canónigo porteño. Algo difícil de llevar a cabo si la mujer hubiese estado sometida a un hermético y ruin cautiverio, como la desdichada hija de Fritzl. Hay otros detalles de esta relación que impiden cualquier analogía indecente como la que ha trazado Andahazi con afán denigratorio. Rosas se ocupó de mantener, mejorar, administrar y ampliar la casa de Eugenia en el barrio de Concepción –operaciones todas de pública realización- y hasta cinco días después de la derrota de Caseros, con la meticulosidad ordenancista que le era proverbial, le entregó a Juan Nepomuceno Terrero los títulos de propiedad de la vivienda de la muchacha, 41.000$ que le correspondían de los alquileres cobrados y 20.000$ más pertenecientes a su hermano Vicente. La tragedia irrevocable se cernía sobre su futuro y sobre la patria entera, pero este hombre de singular capacidad reguladora se hizo de un tiempo para que todo aquello que le correspondiera a los Castro llegara a sus manos. Nada de cierto hay entonces en aquella calumnia –ahora remozada- que urdiera Antonio Dellepiane en 1955, cuando desde los antros de la Editorial Claridad pergeñara un suelto negando todo sentimiento paternal y protector en la conducta de Juan Manuel de Rosas. Unas pocas cartas se intercambiaron Eugenia y Don Juan Manuel tras la caída de 1852. Rafael Calzada, en el tomo IV, capítulo XXVII de sus Cincuenta años de América. Notas Autobiográficas, de 1926, nos permite informarnos sobre su contendido. Obras posteriores, como la de María Sáenz Quesada, Las mujeres de Rosas, han sido más explícitas al respecto, aún sin tener intenciones laudatorias hacia el Dictador. Sabemos así que Eugenia le manifiesta su lealtad, recuerdo y afecto al antiguo amante, la desazón en que se encontraba, las graves penurias por las que atravesaba, el destrato que padecía de parte de algunos, y “lo siempre bien recibida” que era “en la casa de la señora Ezcurra”. Sabemos asimismo que le obsequia al Restaurador con pañuelos bordados por alguna de las hijas naturales y un escapulario de la Virgen de las Mercedes. Sabemos, al fin, que se interesa “por su importante salud” y le desea “mil felicidades”, a la par que le solicita no ser olvidada y que le remita un retrato. El único regaño que le formula es por unos comentarios “quejosos” que le llegaron de parte de Doña Ignacia Cáneva. Qué relación guarda todo esto con una mujer presuntamente esclavizada y violada incestuosamente, como quiere Andahazi, nunca se sabrá. Eugenia amaba a Rosas, y no se ha dicho nunca que éste fuera mujeriego, por lo que en la órbita inmoral del concubinato cabe deducir que él le guardó una excluyente correspondencia afectiva. Susana Bilbao, en su novela Amadísimo Patrón, que tampoco es una apología del Jefe de la Confederación, hace bien en sospechar que Eugenia no fue “una hembra destinada a parir, obedecer y servir”, porque no hubiera podido “alguien tan insignificante mantener durante doce años la atención de un hombre que por su riqueza, prestigio y belleza física hubiese podido elegir entre las mujeres más encumbradas de la nación sobre la cual ejercía un dominio absoluto”. Si no fue la Castro –ni debía serlo- la varona paradigmática de Encarnación Ezcurra, tampoco admite la lógica reducirla al papel de un lampazo, como la presenta Andahazi para acentuar la crueldad de su amante. Rosas, por su parte, durante el doliente destierro, le remitió a Eugenia un puñado de cartas “muy expresivas y tiernas”, según él mismo las calificara. Le pide que lo acompañe en el exilio, junto con su prole, para mitigar entre ambos las comunes peripecias. Se disculpa por no haberle podido responder con antelación, “obligado por las circunstancias”, le aclara que dada la pobreza no puede remitirle dinero alguno, pero que si “la justicia del gobierno” le restituyera sus bienes, “entonces podría disponer tu venida con todos tus hijos”, como se lo solicitó después de aquel aciago 3 de febrero. También hay cartas cariñosas y unos menguados pesos para la hija Ángela, a la par que una lamentación por no poder remitir “algo bueno porque sigo pobre”.. Entre “bendiciones”, “abrazos”, palabras cordiales y la aclaración de que “no me he casado”, las epístolas de Rosas cesan un día. Eugenia muere en 1876, y Ángela, su hija natural, apodada “El Soldadito”, recibe una larga misiva de pésame. En el Testamento, Don Juan Manuel dispone el dinero que ha de acordarse a todos los Castro, si alguna vez se le restituyera los bienes que injustamente le fueron despojados. La pregunta retórica es la misma que nos hacíamos antes. Qué tiene que ver todo esto con un depravado incestuoso, criminal y esclavista como Josef Fritzl , es algo que únicamente puede pasar por la calenturienta testa de Andahazi, probando una vez más el acierto de Croce: “en materia de historia cada uno prefiere lo que lleva adentro”. Acertaba Fermín Chávez cuando a propósito de este delicado tema denunciaba las “misturas que confunden al lector; misturas que pueden llegar a la infamia […] aprovechadas por apícaras y picarones”, devenidos en “nuevos José Mármol, quien después de todo se está quedando cortito y pusilánime” (Cfr. Fermín Chávez, Los hijos naturales de Rosas, en Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, n. 35, Buenos Aires, 1994, p. 82).

III.-Héroe pero no santo
Digamos las cosas como son. No hay dos morales, con una de las cuales habría que juzgar a los hombres corrientes y con otra a los próceres. En todo caso, más obligado está el egregio a dar constante ejemplo virtuoso ante la grey confiada. El sexto mandamiento nos alcanza a todos, y Rosas pecó grave y persistentemente contra él. Ni justificaciones ni atenuantes nos importa hilvanar aquí. Mucho menos retruécanos ingeniosos, como aquel de Anzoátegui, según el cual, “el héroe es el que puede sacarse cien hombres de encima; el santo, el que puede sacarse una mujer de abajo”. Si esto es cierto, y puede serlo, lamentamos que Rosas no haya sido santo, y en nada nos alegra su reiterada incontinencia. Tampoco es encomiable que aquellos hijos naturales no hayan sido reconocidos por su padre. Casi como una parábola trágica de la patria misma, hundida tras la derrota de Caseros, la tradición oral que se ha colado en el tema cuenta que de los varones que le dio Eugenia, uno murió en la Guerra del Paraguay, otro acabó pocero en Lomas de Zamora, y otro peón de estancia por los pagos de Tres Arroyos. La herencia de uno de nuestros mayores y mejores patricios, concluyó tumbada sobre la tierra, entre el anonimato y la orfandad. Con pena inmensa lo pensamos y lo escribimos. Pero Rosas, el pecador, el de la carne débil y el instinto irrefragable, el de la falta sempiterna contra la castidad que asoló por igual en la historia a príncipes y mendigos, pontífices y súbditos, no es el monstruo incestuoso y homicida que irresponsablemente ha retratado Andahazi, propinándole un agravio cobarde, impropio de un caballero, y antes bien semejante en sustancia al que Don Quijote –en el capítulo LXVIII de la Segunda Parte- describe como connatural en “la extendida y gruñidora piara”. Tampoco es Rosas un hombre que pueda ser acusado de mantener cautiva a esta mujer, que a su modo amó y fue amado por ella. Si Eugenia pasaba el grueso de las jornadas en las verdes extensiones de San Benito, no era ello señal de que el predio fuera su cárcel, o de que el sigilo del romance espurio la obligaba al encierro.. Es que el mismo Rosas, después de la muerte de su esposa –esto es, cuando comienza su relación con Eugenia- se aisló totalmente en Palermo, apareciendo muy rara vez en público, y abandonando hasta esa costumbre de recorrer de madrugada la ciudad para tomarle el pulso. Así nos lo narra Lucio V. Mansilla en el capítulo XI de su difundido Rozas. Ensayo histórico-psicológico. Distinto hubiera sido si el Restaurador, no por hábitos de misantropía sino por principios ideológicos, hubiera sostenido, como lo hace Alberdi en el capítulo XIII de Las Bases, que la mujer no debe tener una instrucción destacada sino “hermosear la soledad fecunda del hogar…desde su rincón”. O si hubiera justificado, como lo hace Sarmiento en el Diario del Merrimac, que las mujeres que conoció estaban para que él se aprovechara de ellas.

IV.- El libertador de cautivas
A Rosas no le debe la patria el reproche de haber tenido en cautiverio a una mujer, ultrajándola, sino la gratitud por haber liberado del cautiverio a centenares de mujeres que habían sido raptadas por los malones y que llevaban la vida miserable que conoce cualquier argentino que haya leído los cantos octavo y noveno de la segunda parte del Martín Fierro. Amplísima es la bibliografía al respecto, precisas y detalladas las informaciones que se conservan, abultadas las fuentes documentales y pormenorizados los registros de casos concretos, múltiples y desoladores, de explotadas mujeres, que merced a la Conquista al Desierto encabezada por Don Juan Manuel , recuperaron su libertad y su dignidad, y la posibilidad de reinsertarse, junto con sus hijos, a la tierra de la que habían sido arrancadas furiosamente. Hasta la misma Academia Nacional de Historia, en un trabajo editado en 1979, con la firma de Ernesto Fitte y Julio Benencia, titulado Juan Manuel de Rosas y la redención de cautivos en su campaña al desierto.1833-1834, ante la calidad y cantidad de evidencias, tuvo que elogiar “la labor humanitaria y misericordiosa” de Rosas, agregando, casi premonitoriamente, que muchas veces “los historiadores pasan por alto”. Otrosí podría agregarse si nos refiriéramos no ya a la liberación de cautivas blancas, sino a la legislación antiesclavista de la época de la Confederación, que permitió disfrutar a enormes grupos de mujeres negras de una libertad que hasta entonces no habían conocido. Está el testimonio vivo del Cancionero Popular de la Federación si Andahazi no quiere recorrer las fatigosas páginas del Registro Oficial. Le leímos una vez a Octavio Paz que todos tenemos en nuestras casas un tacho de basura, pero que sólo el enfermo mental y moral lo pone como centro de mesa. Esto es lo que ha hecho Federico Andahazi, fiel a las predilecciones que manifiesta en toda su literatura. Como lo igual busca lo igual, según enseñanza platónica, podría haber demorado su vista en el caso de La cautiva o Rayhuemy, aquella mujer objeto de las atrocidades indígenas, que rescatada un día –junto a tantísimas otras- por las tropas de Rosas, le agradeció al Jefe la patriada y recibió de su persona y de su política el sostén necesario para recomponer su existencia. Para eso tendría que haber tenido la magnanimidad del Padre Lino Carbajal, que investigó documentalmente el suceso, o la fina percepción de María Elena Ginobilli de Tumminello que trazó un acertado ensayo al respecto (cfr. su La política de Rosas y las mujeres cautivas, en Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, n.64, Buenos Aires, 2002, p. 120-133). Podría, claro, Andahazi, con un alma semejante a la grandeza, haber contemplado este tipo de episodios en la biografía del Restaurador, y comunicárnoslos con elevadas miras pedagógicas, sin mengua de señalar y de reprobar, por contraste, cuantas miserias fueran apareciendo. Que para eso Aristóteles acuñó el género epidíctico. En lugar de este camino, eligió buscar el tacho de basura, preñarlo de escorias nuevas y ponerlo como centro de mesa. Buen catador de bahorrinas, tal vez tenga junto a los inspectores municipales del macrismo su próximo futuro asegurado.

V.-Entre mentiras y vampiros
Hasta aquí la objetiva refutación del inverosímil argumento de Federico Andahazi, con el que ha decidido sumarse a las ingloriosas bandas del antirrosismo, que tanto daño han hecho a la memoria nacional. Pero se nos permitirá entonces un argumento ad hominem. Porque el hombre que dice escandalizarse del amancebamiento de Rosas, gusta presentarse con atributos éticos que no lo convierten precisamente en un dechado. Si la sordidez, la promiscuidad, el sadismo, la sexolatría y la blasfemia campean en su obra, monotemáticamente preñada de un odio al Catolicismo, el porte jactancioso, narcisista, frívolo y hedonista campea en su talante. Por consiguiente, no se sobresalta su supuesta defensa de la dignidad humana –ésa que Rosas habría vulnerado- cuando confiesa su admiración por Drácula y por el vampirismo, ”porque el género gótico en general tiene esa relación carnal” (Cfr. Cfr. Alejandra Rey, Entrevista…etc, ibidem). Está clarísimo. Quedarse viudo y tener una amante en el siglo XIX, convierten a Rosas “en un personaje deleznable” (ibidem). Admirar las relaciones carnales de Drácula, en el siglo XXI, convierten a quien así se expresa en un respetable hombre de letras. Es en el sitio oficial de internet autoconsagrado a su apoteosis (http://www.andahazi.com/fotos.html), no en algún suelto contra su persona, que transcribe orondo una respuesta dada a Rodrigo Arias en una entrevista aparecida en Uolsinectis. Leámosla: “No soy un escritor al que le interese la historia en relación con la verdad. Mis novelas no son históricas. Trato de apuntalar mi literatura en la ficción y si tengo que deformar la historia para apuntalar mi literatura, lo hago. Tanto "El Anatomista" como "Las Piadosas" están plagadas de inexactitudes deliberadas. Las construcciones de mis novelas son ficticias.. Por otro lado, es curioso porque la literatura no tiene ningún nexo en relación con la verdad. La literatura está fundada por la ficción. No es más que una mentira más o menos bien contada”. Lo grave e imperdonable de esta patética confesión no es el divorcio intencional entre los trascendentales del ser, segregando la belleza de la verdad y del bien, sino que esa historia que deliberadamente deforma y falsifica para apuntalar su literatura tiene a la Fe Católica y a la Cristiandad como objetos centrales de sus “inexactitudes deliberadas”. Tales, verbigracia, los espantosos casos de “La ciudad de los herejes” y “El Conquistador”, dos de sus engendros oportunamente festejados por la intelligentzia. Lo grave, asimismo, es que ese criterio que lo guía, y según el cual es legítimo confundir y engañar al lector desprevenido con una novelística histórica sin verdad alguna, no lo circunscribe Andahazi exclusivamente al ámbito de la hipotética literatura de ficción, sino que lo lleva ahora al terreno de la historia propiamente dicha, en el que pretende ubicar sus dos tomos sobre La historia sexual de los argentinos. Extraño destino el de nuestra historiografía, y aún el de “nuestro mayor varón”, como lo llamara Borges a Rosas. Ha tenido que soportar los embates del mitrismo, del academicismo masónico, de las izquierdas apátridas, de los periodistas ramplones, de los psicoanalistas advenedizos y de los egresados de la UBA. Ahora parece ser el turno de los pornógrafos. Del pornocipayismo de los mercaderes de morbo y de lujuria. “Me siento libre”, escribía Don Juan Manuel de Rosas en su destierro. Y explicaba por qué. Porque “la justicia de Dios está más alta que la soberbia de los hombres”. Esa justicia divina, en el más allá, ya habrá medido y pesado, con misericordia y rigor, el alma de aquel hombre singular por quien la Argentina conoció los días de su mayor honor y señorío. Pero aquí, en esta desangelada tierra que habitamos, la honra de los héroes genuinos, precisamente por ser tales, también les da a su memoria una libertad que está más alta que la soberbia humana. Más alta que las páginas lúbricas de un patán, que las bajaduras de un inspector de bragas, está la verdadera historia que inclina su respeto y presenta sus armas y sus banderas invictas ante los gloriosos custodios de la soberanía material y espiritual de la patria, como lo fuera en vida Don Juan Manuel de Rosas.
Antonio Caponnetto.
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Halperín y su Visión decadentista de la historia nacional. (Parte I)

Luego de haber digerido con esfuerzo los tres artículos de Tulio Halperín Donghi reunidos bajo el título El revisionismo histórico como visión decadentista de la historia nacional (cuyo primer artículo data del año 1970, y al cual le siguen otros dos: uno del año 1976 y el otro de 1997), decidimos encarar esta crítica debido a las inconsistencias observadas, el carácter “profesional” del mismo y la vigencia de esta obra en nuestra educación universitaria.
Ya que no creemos, como sí lo hace Halperín, que una obra caiga necesariamente en “un curioso arcaísmo metodológico” como lo sostiene acerca de Vida Política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia de Julio Irazusta y de la Historia de la Argentina de Ernesto Palacio.
Sobre la primer objeta que “toma por modelo la que Carlyle dedicó a Cromwell, vieja ya entonces de un siglo y que aún en su momento había estado lejos de ser un modelo de método histórico”, y sobre la segunda “se inspira casi abiertamente en la Histoire de France de Jacques Bainville, obra cuya sobria elegancia emula con éxito, y menos distante en el tiempo que la de Carlyle, pero escrita en feliz ignorancia de los avances más significativos de la historiografía francesa del siglo XX”. Y esto no es todo, para Halperín “ese arcaísmo metodológico se acompaña de un creciente arcaísmo ideológico” para dejar de lado toda veracidad que pueda encontrarse en dichas obras y juzgarlas según su gusto respecto a las modas. Y en ningún momento elabora alguna objeción o corrección puntual de las mismas, por lo que comienza condenándolas irrisoriamente por su condición de arcaicas. Pero el revisionismo histórico fundacional no se guió por metodologías en boga, se guió en todo caso por el afán de demostrar la verdad histórica, desenmascarar las mentiras y ocultamientos de la historia oficial y proyectarse en el futuro. Esto se comprueba en el prólogo de la mencionada obra de Irazusta donde él mismo declara que “Ceder a la menor tentación de una emulación imposible habría sido locura; pero no aprovechar los argumentos editoriales del maestro del género (refiriéndose a Carlyle), habría sido tontería”.
Damos por sentado que Halperín, para mantener esta postura, leyó ambas obras, las analizó y comparó entre sí con las de los pensadores europeos Carlyle y Bainville. Ahora bien, si Halperín leyó en su totalidad la obra de Irazusta, no puede sostener como así lo hace, que Juan Manuel de Rosas no nos haya dejado ningún texto exponiendo su pensamiento político. Entonces, ¿Qué hacer con la sumamente conocida carta de la Hacienda de Figueroa, dirigida Juan Facundo Quiroga el 20 de Diciembre de 1834, donde Rosas no expuso su pensamiento político con suma claridad? Esta carta tan esclarecedora se encuentra analizada en la obra de Irazusta que Halperín condena por “arcaica”. Quizás por eso, no la leyó. Pero sigamos.
En cuanto a lo que Halperín llama “arcaísmo ideológico”, simplemente transcribiremos unas palabras harto esclarecedoras de Antonio Caponnetto, quien ha tratado este “caso” con altura y ha minimizado a este “profesional” de tanto reconocimiento: “En la interpretación de Halperín - y aquí viene el nuevo apriorismo – lo ideológico esconde o disminuye lo social reducido a su vez a un puro clasicismo, y por lo tanto, aunque nunca se sabrá porqué, está mal que los revisionistas crean que “las ideas gobiernan la historia”, o que rechacen a la oligarquía en tanto condición mental y moral antes que como “capa social” o “grupo de intereses”. La apodíctica de cuño marxista se hace sentir nuevamente. Lucha de clases, sí; explicaciones económicas también; enfrentamientos de ideas o de ethos contrapuestos, ya no. Y como se ve, no se requieren explicaciones para estas preferencias tan humanas, porque todo indica que pertenecen categóricamente al mensaje revelado del sociologismo de la izquierda”.
Una constante en estos autores integrantes de la inteligentzia es el factor materialista encarnado, por ejemplo, en la visión clasista. En este “caso” que estamos tratando, se asoma entre la maleza de su pluma pseudo-proustiana, y de suave manera, la confusión entre los orígenes de algunos exponentes del revisionismo y la postura de los mismos ante la indagación histórica. Para nuestro Profesor que ha practicado la docencia en las universidades de Berkeley y San Andrés (Estados Unidos), también Juan Manuel de Rosas se impuso en nombre del “grupo terrateniente”.
Es que, a veces, el odio clasista hace confundir hasta a los mejor intencionados. Pero una cosa es Oligarquía y otra es Aristocracia. Y cuando Halperín se sumerge en la historia de nuestro país en los años treinta se confunde, nuevamente, al declarar: p.19 “(…) es perdonable que hayan creído por un momento que los enérgicos toques de trompeta de su prédica periodística habían derrumbado por sí solos los muros de esa Jericó plebeya y corrupta que era para ellos la Argentina radical, y que su tarea iba a ser desde entonces constituirse en guías de la nueva etapa histórica abierta con el fracaso de la democracia.”
Andrés Mac Lean.

Bibliografía:
- Halperín Donghi, Tulio: El Revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional, Siglo XXI Editores Argentina, Buenos Aires, 2006.
- Caponnetto, Antonio: “Los críticos del revisionismo histórico”, tomo I, Buenos Aires, 1998

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FRANCISCO HIPOLITO UZAL, REVISIONISTA DE OBLIGADO Y DEL CORONEL MARTINIANO CHILAVERT


Casi centenario murió el historiador revisionista Francisco Hipólito Uzal, el pasado 23 de mayo de 2009. Sin embargo, la información masiva ha estado en deuda con él, pues quisimos encontrar alguna imagen del ilustre finado en Internet...y no hemos hallado ni una sola. ¿Obedecerá esto a una prueba más de la tan dudosa "democracia" informativa que despliega el sistema digital que se maneja a través de cables, modems, routers y demás artefactos?
Uzal es, junto a otros grandes esclarecidos, uno de los mayores ausentes en la aldea global de Internet, y al no haber información o datos sobre el mismo, nos volvemos a preguntar: ¿Ahora entendemos un poco más y mejor por qué desconocemos los argentinos nuestra propia historia, o por qué se continúa asociando a un Sarmiento como "padre del aula"?
Queremos rememorar, aunque sea resumidamente, al Francisco Hipólito Uzal historiador más que al político, pues hay que decir que él fue diputado nacional por Buenos Aires en los años de la administración de Arturo Frondizi (1958-1962), de quien, lógicamente, fue su seguidor. Y aunque para los que escriben en este espacio y que pertenecen a esta agrupación tal vez no resulte muy simpático, el revisionista Uzal fue antiperonista. De todas maneras, tomamos su invalorable aporte para sacar a la luz hechos que tienen que ver con la etapa federal y, dentro de ella, con la batalla de Vuelta de Obligado.
Escribió numerosos libros, entre ellos "Hombre, Cultura y Nación", "Los enemigos de San Martín", "El fusilado de Caseros", "Los asesinos de Florencio Varela" y su muy respetable "Obligado, la batalla de la soberanía". En 1980, y a través de la editorial El Corregidor, escribió otra obra que se llamó "Nación, Sionismo y Masonería. Rectificaciones a Ernesto Sábato". ¿Se entiende por qué casi no fue noticia su fallecimiento?
El abuelo paterno de Francisco Uzal había colaborado con el paria Domingo Faustino Sarmiento, quien lo puso al frente del periódico liberal "El Nacional" durante su presidencia (1868-1874), de allí el mérito que tuvo su nieto por haber desempolvado episodios tocantes al gobierno de Juan Manuel de Rosas y a los hombres que lo conformaron, como ya veremos.
La obra "Obligado, la batalla de la soberanía", está llena de documentos que atestiguan de modo inobjetable la patriada del 20 de noviembre de 1845, y muestra particular interés en rescatar la participación en aquélla del teniente de Milicias de Caballería don Facundo Quiroga, hijo del legendario caudillo riojano Juan Facundo Quiroga. En el capítulo "Partes y Comunicados sobre la Batalla Heroica", señalaba Uzal: (...) "¡Hijo 'e tigre...!" ¡Nunca más cierto el refrán! Porque como para rubricar dignamente la presencia nacional, en Obligado estuvo nada menos que el hijo del "Tigre de los Llanos", de nombre Facundo como su padre. Veamos este parte firmado por él, que dice así: “¡Viva la Santa Federación! ¡Mueran los Salvajes Unitarios! Estancia de Castro, diciembre 8 de 1845. Año 36 de la Libertad, 30 de la Independencia y 16 de la Confederación Argentina. Al Señor Comandante D. Ramón Rodríguez, jefe accidental [sic] del Tonelero. Son las siete de la tarde y aún permanecen las dos corbetas y la lancha de los enemigos fondeadas al frente de las baterías. Es cuanto tengo que comunicar a V. S. Dios guarde a V. S. muchos años. Facundo Quiroga".
Este humilde documento -parte de Guerra-, al parecer es el único escrito que lleva la firma del teniente Quiroga en lo que concierne a la batalla de Vuelta de Obligado, y Francisco Hipólito Uzal logró rescatarlo del olvido. El destinatario del parte de Quiroga, Ramón Rodríguez, no es otro que el entonces jefe del Batallón del Regimiento 'Patricios' de Buenos Aires, de descollante actuación en la refriega.
Incluso en "Obligado, la batalla...", Uzal también reivindica al coronel Martiniano Chilavert, quien luego de las acciones de noviembre de 1845 no dudó en presentarse a Rosas y formar parte del ejército criollo y federal en vez de continuar sirviendo a las tropas traidoras del unitarismo masónico. "Otro patriota, que hasta poco antes había combatido contra Rosas desde las filas del partido unitario, y en los ejércitos de Lavalle y de Rivera, pero que se irguió soberbio de indignación en la "asamblea de notables" convocada por el Pardejón [Rivera] en 1843, cuando oye que se trata del plan de segregarnos la Mesopotamia; y los apostrofa a todos, con la autoridad de su patriotismo ofendido, llamándolos "notables traidores"; ese otro patriota es el coronel Martiniano Chilavert, cuyo espíritu conmovió hasta sus últimas fibras el cañón de Obligado", escribe Uzal.
Igualmente, Francisco Hipólito Uzal le dedicará un libro entero a ese honrado argentino llamado Chilavert, quien en la batalla de Caseros (1852) no cesó en disparar su cañón contra las tropas imperiales del Brasil hasta caer prisionero por las tropas cobardes de Justo José de Urquiza, para morir lanceado y fusilado como un perro.
El título completo del libro es "El fusilado de Caseros. La gloria trágica de Martiniano Chilavert", y es uno de los que mejor refleja la existencia del valiente coronel. Salió en 1974 bajo la editorial La Bastilla, y consta de rebosantes 505 páginas. Cuando en su obra intenta hablar sobre el general unitario Juan Lavalle, antigüo colaborador de su biografiado Martiniano Chilavert, expresa Uzal con toda justicia y razón (página 240 y 241): "Lo cierto es que el Olimpo histórico argentino, la injusta distribución de honores que hoy aparece notoria, se debe en parte a estos intermediarios apócrifos, que han confundido a varias generaciones con omisiones, exageraciones y falsedades. Lavalle es una figura digna de todo respeto: el oficial distinguido del ejército de San Martín, como Suárez, como Olavarría, como otros; el coronel de la batalla de Ituzaingó contra el Imperio. Y basta. Ahí termina Lavalle. El otro, el que sacrifica a Dorrego, el que pide dos millones de pesos fuertes a los franceses, y que destruyan a cañonazos una batería argentina sobre el Paraná, ése es otro personaje. Mejor es no juzgarlo, para no herir al primero". Y continúa diciendo más adelante: "Pero en nuestra constelación de próceres ocurre algo irregular, que hay que denunciar, para ser aclarado: tenemos dos o tres grandes figuras, protagonistas de la Revolución de Mayo; después -cronológicamente hablando-, Belgrano (...) y culmina con nuestra máxima figura, el de la epopeya libertadora, San Martín. Ahora bien: inmediatamente después, por lo que nos han enseñado en la escuela, en todos los grados de la educación oficial, sobreviene mentalmente la imagen del general Lavalle. Esto significa una desmesurada sobrestimación de la figura de Juan Lavalle, dicho sea en homenaje a la más estricta justicia histórica".
Para finalizar, en esa grandiosa obra de 505 páginas, Francisco Hipólito Uzal deja un testimonio en el que se descubre un lejano parentesco entre el fundador del revisionismo histórico, Adolfo Saldías, y el coronel Martiniano Chilavert. Curiosidades de la historia: "El doctor Adolfo Saldías, al margen de esa intuición orientadora propia del historiador de raza, era descendiente de los Castellote, nieto del suegro de Martiniano Chilavert. Y él -además de muchos otros historiadores- nos suministra el nombre de Francisco como padre del Coronel, y el de María Antonia Castellote y Palacios, como esposa".

Gabriel Turone.

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Juan Francisco Borges el caudillo santiagueño precursor del Federalismo.

Nació este hidalgo santiagueño en Santiago del Estero, madre de ciudades y cuna de la hispanidad argentina el 24 de junio de 1766 y fue fusilado por el Directorio centralista y logista en el Convento de Santo Domingo, Provincia de Santiago del Estero, el 1° de enero de 1817. Fue militar y político argentino, primer líder federalista de Santiago del Estero, fusilado por orden de Manuel Belgrano en cumplimiento de un decreto del Congreso de Tucumán. Fue hijo de doña María Josefa Urrejola y Peñaloza y de Manuel Pedro Borges, un oficial de linajuda familia española del ejército real. Su esposa era Catalina de Medina y Montalvo, con la que tuvo un hijo: Juan Francisco Segundo Borges, que años más tarde llegaría a ser gobernador de su tierra. En el año 1781, siendo era Ayudante Mayor de Infantería de los ejércitos del Rey, estaba a las órdenes de su padre en la ciudad de La Paz (Alto Perú) cuando fue asaltada dos veces por las fuerzas rebeldes de Túpac Catari, como parte de la revolución del Inca Túpac Amaru II. Herido al tratar de romper el sitio a La Paz y tomado prisionero, logró evadirse, pero su padre murió en combate contra los insurgentes. El 15 de febrero de 1783 fue ascendido a Capitán de los Ejércitos del Rey. En 1790 se asoció en La Paz con José María de Iriondo y Benito Blas de Abarlega para exportar la cascarilla o quina que curaba las fiebres. Debido a un problema con el intendente de La Paz, fue procesado y enviado a Buenos Aires en 1796. Por intervención del virrey marqués Rafael de Sobremonte fue absuelto y dejado en libertad en 1798. Pero al año siguiente tuvo un conflicto con Domingo A. Achával, por lo que nuevamente fue arrestado y luego liberado regresando a Santiago del Estero. En 1801 hizo una campaña al Chaco, buscando el casi mítico "mesón de fierro", un enorme meteorito muy conocido por los indígenas, pero cuya ubicación se había perdido. Viajó en 1802 a España, donde fue seleccionado como miembro de la “guardia de corps” del rey Carlos IV y le fue conferido el título de Caballero Cruzado de la Orden de Santiago, mérito singular para un hijo que tuvo el honor de nacer en la provincia cuyo santo patrono fue el apóstol Santiago, símbolo de la Reconquista por los hijos de la España imperial y católica. En 1807 el rey le otorgó un privilegio económico por sus servicios a la Corona. En España conoció a otro futuro revolucionario argentino, el salteño José Moldes.[] Retornó al Virreinato del Río de la Plata en 1808 y se dirigió a Santiago del Estero. Al año siguiente apoyó las conspiraciones independentistas de Moldes. El gobernador de la Gobernación Intendencia de Salta del Tucumán le dio el mando militar de la ciudad de Santiago del Estero en 1810, aún cuando sabía que formaba parte de los independentistas. Producida la Revolución de Mayo, la noticia de la misma llegó a Santiago del Estero el 10 de junio de 1810. Adhirió inmediatamente a ella y, junto con Cumulat y Lorenzo Lugones, presionó al Cabildo local para que reconociera la autoridad de la Primera Junta, lo que recién se ocurriría el día 29 de junio. Esto impidió que Santiago de Liniers tuviera el apoyo de Santiago a la contrarrevolución y que fracasara su plan contra la Junta de Buenos Aires, cayendo fusilado el héroe de la Reconquista junto a sus compañeros, cumpliendo su fidelidad de caballeros para con el Rey.
Borges ascendido a teniente coronel, se le encargó la formación de un regimiento de Patricios Santiagueños, integrado por tres compañías, al frente del cual se incorporó al Ejército del Norte. A causa de un incidente que tuvo en Jujuy con Francisco Ortiz de Ocampo, Juan José Castelli lo despidió del ejército el 28 de noviembre en Potosí, retornando a Santiago del Estero. Se enfrentó al cabildo de Santiago del Estero por la elección del diputado a la Junta Grande hecha el 2 de julio, que no se había hecho por un cabildo abierto, resultando electo Juan José Lami. El 15 de julio se dirigió a la Junta, pidiendo la anulación de la elección y solicitando armas. Fue el primer reclamo de representatividad de los cuerpos colegiados que se conoce en la historia de la Revolución; la Primera Junta ordenó practicar una nueva elección. No obstante, el 20 de diciembre, Castelli y Ortiz de Ocampo lograron imponer sus candidatos en la elección de capitulares. El Cabildo protestó y nombró a Borges el 4 de febrero de 1811 su apoderado ante la Junta para reclamar sus derechos electivos. Una nueva elección fue realizada el 15 de marzo de 1811, resultando elegido Pedro Francisco de Uriarte, a lo cual Borges nuevamente presentó una protesta. Ante estos gestos, al caer la Junta y ser elegido el Primer Triunvirato, su secretario Bernardino Rivadavia lo hizo arrestar y procesar en Buenos Aires. Durante su prisión, fue elegido miembro del Cabildo de Santiago del Estero en 1812; recuperó su libertad y regresó a su provincia tras la caída de Rivadavia. Estaba de vuelta en su ciudad natal el 8 de diciembre de ese año. Fue elegido diputado a la Asamblea del año XIII, pero la Logia Lautaro vetó su nombramiento tal cual hizo con los diputados orientales; el diputado por Santiago fue electo por el cabildo de Buenos Aires. Nada de esto podía dejar contento a un autonomista como Borges, que rápidamente se fue definiendo como federal y que enfrentó a la logia que por una parte negociaba con los portugueses y por otra claudicaba con el poder realista. En 1815 era gobernador de la Gobernación Intendencia de Tucumán, de la que dependía Santiago del Estero, el coronel Bernabé Aráoz. Borges dirigió una carta al Director Supremo Sustituto Ignacio Álvarez Thomas, reclamando la separación de su provincia de la del Tucumán. El Director le contestó que sus conflictos serían solucionados por el Congreso que se reuniría próximamente en San Miguel de Tucumán. El 4 de septiembre de 1815, Borges arrestó al teniente de gobernador y se hizo nombrar gobernador independiente del de Tucumán, declarando a Santiago del Estero como Pueblo Libre, en sintonía con José Gervasio de Artigas. Contaba con el apoyo de la milicia provincial y de buena parte del pueblo. Pero Aráoz reaccionó rápidamente: sólo cuatro días después, un contingente de milicias tucumanas tomaba la ciudad por asalto y Borges fue herido. Lo dieron por muerto y sus hombres se dispersaron. Cuando volvió en sí fue arrestado y enviado preso a Tucumán. Fue perdonado por el Congreso y poco después escapó de la prisión domiciliaria en que se hallaba y se asiló en Salta, bajo la protección del gobernador Martín Miguel de Güemes. Participó en los desórdenes que llevaron a la autonomía salteña, y firmó el tratado por el que el Director Supremo José Rondeau reconocía la autoridad de Güemes. El 10 de diciembre de 1816 regresó a Santiago del Estero y volvió a deponer al gobierno. Proclamó la autonomía absoluta de su provincia y se autoproclamó gobernador en rechazo a medidas anti-autonomistas tomadas por el Congreso de Tucumán. Por orden del Congreso, en que la influencia de los locales era decisiva (al menos en asuntos domésticos), el general Manuel Belgrano envió tres regimientos a reprimir la revolución. El coronel Lamadrid derrotó al coronel Borges en el Combate de Pitambalá. Se refugió en Guaype, en casa de los Taboada (abuelos de los futuros caudillos unitarios de Santiago), pero éstos lo entregaron a La Madrid. Fue fusilado con la frente alta y mirando al pelotón como buen santiagueño y criollo hidalgo en el cementerio del Convento de Santo Domingo, cerca de Santiago del Estero, a donde había sido llevado para confesarse, el primero de enero de 1817, por orden de Belgrano, cumplida por Lamadrid. Se dijo que media hora después le llegó un indulto decretado por Belgrano, ordenando no ejecutarlo. La Provincia de Santiago del Estero se separaría de la de Tucumán en 1820. Muchos años más tarde, sus habitantes lo reconocieron como el precursor de su autonomía, y lo consideraron uno de sus héroes. Dijo José María Paz en sus Memorias: “Murió con entereza al pie de un frondoso algarrobo y atado a una silla de baqueta, protestando contra la injusticia de su sentencia y la inobservancia de las formas, pero con sentimientos religiosos y cristianos”. La logia integrada por los tenderos fenicios sin sangre de conquistadores e hidalgos no toleró a Borges ni a Artigas, Güemes, San Martín, Dorrego ni a nadie que se interpusiera en sus planes e impusiera un sistema federal, popular y sin privilegios. Borges quería independencia y república federal en oposición a las tendencias racionalistas de la logia porteña. La logia no perdonó al caudillo y eran las directivas del racionalismo liberal y regalista inspirado por la tendencia de Moreno, Castelli, Rivadavia, Alvear y Monteagudo. El triunfo de éstos fue una verdadera traición a nuestro ser nacional, que provocó la guerra civil. Tal victoria de la línea liberal y extranjerizante motivó la reacción de Borges en defensa de los principios populares, nacionales y católicos que nos legó la España de Santiago Apóstol, el Cid inmortal, del Gran Capitán, de los Reyes Católicos, Carlos V, Felipe II, de los evangelizadores y mártires del cristianismo. Las heroicas montoneras federales de Borges seguirán después a otro hijo valiente de Santiago y fiel defensor del Federalismo: Don Juan Felipe Ibarra y Paz de Figueroa.
Sandro Olaza Pallero.

Bibliografía:

- Alén Lascano, Luis C., Juan F. Ibarra y el Federalismo del Norte, Buenos Aires, Ed. Peña Lillo, 1968.
- Alén Lascano, Luis C., Historia de Santiago del Estero, Buenos Aires, Ed. Plus Ultra, 1991.
- Udaondo, Enrique, Diccionario biográfico colonial argentino, Ed. Huarpes, 1945.

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DICOTOMIA.
¿NACION O ANTINACION?


Intentaremos en este breve ensayo enfocar un tema de asombrosa y triste actualidad: las dicotomías en la historia argentina.
Primeramente, para entrar en materia conviene hacer una primera definición. Al hablar de nuestra historia argentina, tenemos que hacerlo caracterizándola como pendular. ¿Y por qué decimos que la historia argentina es pendular? Bueno es muy sencillo, básicamente porque a cada gobierno popular y nacional que hemos tenido le ha sucedido en el tiempo un gobierno de signo totalmente contrario. Esta pendularidad proviene del fondo de nuestra historia política, de nuestros orígenes, y denota una crisis aun no resuelta. O somos un país libre y soberano o somos una colonia sujeta a los dictámenes de una metrópoli. Entendemos que esta dicotomía sigue sin definirse y hace imposible cualquier intento serio por construir una Nación libre y soberana.
Y es aquí donde se hace necesario una segunda aclaración. Corresponde la misma a la definición de “patria”. Porque como venimos diciendo; dos concepciones antagónicas se enfrentaron desde los comienzos de nuestra historia. “Dos concepciones de la argentinidad que naturalmente tendían a excluirse la una de la otra: para unos la patria nacía consubstanciada con el sistema político burgués y el patriotismo consistía en traer la europea, por lo menos en su exterioridad más evidente, que era el régimen constitucional, y en su realidad económica que era el régimen capitalista [...] esto era llamado civilización [...] Pero para otros argentinos, para la inmensa mayoría de los argentinos, la patria era algo real y vivo, que no estaba en las formas, ni en las cortes extranjeras ni en las mercaderías foráneas. Era una nacionalidad con sus modalidades propias, su manera de sentir y de pensar que le daban individualidad. No estaba en los digestos legales sino en los hombres y las cosas de la tierra [...] Hubo una Argentina formal y una Argentina nacional: aquella se manifestó en la parte , y ésta en el pueblo todo sin distinción de clases”. (ROSA, José María, Estudios Revisionistas, Bs As, Sudestada, 1967, pp. 23 y 23).
Por lo citado, comienza a verse más claramente el problema. Aparentemente, la divergencia surge de dos ideas distintas de “patria”. Pero he de aquí que “patria” tiene un único significado, que según el Diccionario de la Real Academia Española: “Proviene del latín que significa ; es el lugar, población o país donde se ha nacido.” Por consiguiente y como lo indica la etimología, la patria es, ante todo, un suelo, un territorio, pero no sólo eso, sino que como “tierra de los padres” se comprende que la patria es por esencia una tierra humana, una tierra mía y de mis compatriotas, que a su vez posee una herencia que es irrenunciable y que le da una identidad. Por lo expuesto, patriotas eran quienes habían defendido el suelo, el territorio, la soberanía, al pueblo, y no quienes dictaron leyes, instauraron instituciones o establecieron constituciones.
Ya con la conquista misma de América en 1492 comienzan a vislumbrarse estas visiones antagónicas; estas líneas históricas que a lo largo de nuestro devenir político siempre estuvieron separadas. Y no es caprichosa la mención del año 1492 ya que es con el descubrimiento de América, donde se comienza a dar el mestizaje entre el español que vino conquistando y el aborigen, cuyo fruto será en nuestra tierra el gaucho-criollo, reflejo vivo de nuestra identidad nacional.
Pero en los albores mismos de nuestra independencia, antes del cabildo abierto del 22 de mayo de 1810 se veían bien reflejadas la dos líneas. Una claramente hispánica, tradicionalista, católica; que respondía a nuestras raíces, y la otra claramente europeizante, afrancesada y liberal. Y estas posturas fueron las que dividieron a nuestra Primera Junta de gobierno; encarnadas la primera de ellas en la persona de Cornelio Saavedra, y la segunda en Mariano Moreno, quien reflejaba el país liberal. Ante lo cual ya tenemos nuestra primera dicotomía: saavedristas o morenistas. O dicho de otro modo criollos o liberales.
Zanjada esta cuestión en favor de los criollos y constituida la primera Junta de gobierno con Saavedra como presidente, poco tiempo duró la felicidad de nuestro pueblo hasta que la Junta cayó en manos de Moreno y sus ideales jacobinos. De una Primera Junta nacional se dio paso a una segunda, y de allí se tuvo que esperar hasta que se constituyó la Junta Grande que volvió a encarnar los valores criollos y nacionales. Es muy importante destacar La Junta Grande ya que por primera vez tomó real importancia el interior de lo que en aquel momento era el interior del Virreinato del Río de la Plata, más tarde las provincias argentinas. Con la primera Junta no había tal representación, en cambio con la Junta Grande aparecieron los representantes del interior del país y con José Gervasio de Artigas empezó a vislumbrarse el federalismo.
Con el surgimiento de Artigas y mientras se libraba la lucha por la independencia se profundizaron las diferencias entre el interior y Buenos Aires. Se agudizaron los distintos criterios políticos que se tenían tanto en la América profunda del interior como en Buenos Aires. Empezaba a vislumbrarse la guerra civil entre los unitarios y los federales.
Mientras tanto pasaban los gobiernos sin pena ni gloria: así pasó el Primer y Segundo Triunvirato, el Directorio, y se siguieron sucediendo otros sin poder organizar políticamente el país ni pacificarlo.
Por esta razón creemos que todos los gobiernos fueron de neto corte liberal, europeizante y que gobernaban de espaldas al país salvo en los casos mencionados anteriormente, que constituyen honrosas excepciones. Pero tuvo revancha la Patria morena, aunque hubo de esperar hasta el año 1829 en que Rosas tomó el poder hasta 1832 para que el verdadero país hispano, criollo, federal, tradicionalista, y católico ascendió al poder.
Por supuesto que colocamos en la línea nacional aquella épica jornada de 1820 que la historiografía liberal calificó como “Anarquía del año 20”; fecha en la que Pancho Ramírez y Don Estanislao López ataron sus caballos en la pirámide de mayo exigiendo las reivindicaciones del interior federal.
Desde ya que también incluimos en la línea nacional la independencia de 1816 dictada por el Congreso de Tucumán, pero queremos aclarar que no nos estamos refiriendo a hechos políticos puntuales sino a acciones de gobierno en general.
Hemos dejado aparte, ya que por trascendente y criminal merece destacarse, que antes de la llegada al poder de Juan Manuel de Rosas, tuvo lugar el fusilamiento de Manuel Dorrego por parte de Lavalle. La llegada al poder de Manuel Dorrego en 1828 no era otra cosa que la llegada al poder de la línea nacional-hispánica que sostenemos. Sin embargo en las logias unitarias complotaron, conspiraron, y llenaron de intrigas los oídos de Lavalle, instándole a que fusilara a Dorrego. Manuel Dorrego era el gobernador legítimo de la provincia de Buenos Aires constituyendo su derrocamiento y asesinato lo que podríamos denominar como el primer golpe de estado en la historia argentina y el primer fusilamiento político de la historia contra una autoridad legal y legítimamente constituida.
Retomando la exposición decíamos entonces que el gobierno nacional y popular estuvo presente mientras gobernó Rosas entre 1829 y 1832. Terminado su mandato tuvimos que pasar por el gobierno de Balcarce, de Viamonte y Maza mientras, Don Juan Manuel hacía su recordada expedición al desierto y con ella integraba kilómetros y kilómetros de soberanía para nuestro país hasta que tuvo lugar el asesinato de Facundo Quiroga a manos de los mismos que asesinaron a Dorrego. Este nuevo acto criminal hizo que Juan Manuel de Rosas retomara el poder con la suma del poder público y las facultades extraordinarias en el año 1835. Y fue así entonces, como entre 1835 y 1852 los nacionales volvimos a estar en el poder.
De la época de Rosas debemos señalar dos o tres aspectos muy importantes. El primero fue que la lucha entre unitarios y federales tomó su forma más encarnizada en este período. El segundo, fueron las constantes agresiones extranjeras –con la perfidia y felonía de los traidores de adentro- que tuvo que sufrir la Confederación Argentina y que Rosas libró en defensa de la soberanía nacional. Y la tercera tuvo que ver con un factor económico y es lo que hizo viable el gobierno de Rosas durante tantos años. Esto fue el desarrollo que tuvieron las provincias del interior a través de la aplicación de la ley de aduanas que favorecía las economías regionales.
En 1845 tuvo lugar la Guerra del Paraná, conocida en la historia oficial como la Batalla de la Vuelta de Obligado donde la Argentina se dio el gusto de derrotar a las dos Armadas más importantes y más poderosas de aquella época, estas eran Inglaterra y Francia. Ambas tuvieron que capitular ante la Confederación Argentina, y todo sin ceder un tranco de la soberanía nacional.
Podemos definir a los unitarios como a aquellos hombres de ideas afrancesadas, iluministas, partidarios del libre cambio y del libre comercio; esencialmente liberales en lo ideológico, enemigos del proteccionismo y partidarios de la concentración de poder en Buenos Aires. Eran contrarios a las autonomías provinciales; consideraban a la Patria como sinónimo de las instituciones, y creían que el hombre nativo era inferior al europeo.
Por oposición los federales eran aquellos hombres partidarios de la tierra nativa; hombres amantes de la Patria, partidarios de la autonomía provincial, del proteccionismo económico y del desarrollo de la Nación libre de toda atadura extranjera y fiel a su cultura y tradición.
Estas corrientes, de unitarios y federales sobrevivieron en toda la historia argentina, pudiendo cambiar los nombres pero no las ideas de aquellos grupos que representaban los intereses de uno u otro sector político.
Los federales representaron lo popular y lo nacional; la Argentina profunda. Los unitarios simbolizaban lo elitista, antipopular y antinacional.
Sin embargo en 1852, un golpe cobarde y traicionero ejecutado por Urquiza, los unitarios, los franceses y uruguayos derrocaron del poder a Rosas.
En 1853 sancionaron la Constitución Nacional y Urquiza fue presidente. Estalló la rebelión porteña que duró hasta la secesión que sólo se pudo zanjar luego de Pavón, asumiendo la presidencia la antipatria, con Mitre a la cabeza. Lo sucedió Sarmiento y Avellaneda, mientras el interior se levantaba una y otra vez en montoneras pidiendo por sus derechos avasallados.
Más tarde llegó la Generación del 80, la matanza de los indios, la entrega de tierras a la oligarquía, el ferrocarril inglés, etc.
Nuevamente, el país cayó en la postración, y tuvo que esperar desde 1853 hasta 1916 para ser redimido al encontrar quien acaudillara el movimiento nacional. Y fue Don Hipólito Irigoyen en el citado año, quien resultó elegido presidente y devolvió al pueblo el poder. Fue derrocado luego de ser reelecto en 1930 por un golpe que inauguró lo que ese pensador nacional llamado José Luis Torres denominó, "Década Infame".
Pasaron largos años hasta que el proyecto nacional volvió al poder; esto ocurrió con la revolución del 4 de junio de 1943 que dio lugar en 1946 a las elecciones en las que resultó elegido como presidente el general Perón.
El pueblo encontraba nuevamente a su caudillo. Y esos fueron sus años más felices. Pero sobrevino la reacción, y en 1955, tras haber ejercido el cargo de presidente de la nación en dos oportunidades fue derrocado el Gral Perón antes de terminar su mandato.
Fueron tiempos aciagos. Época de persecución, prohibiciones, tortura, cárcel y muerte. Todo debió soportar el pueblo peronista. Hasta la ausencia de su líder que forzosamente debió marchar al exilio. Ni nombrarlo se podía por el infame decreto 4161.
Finalmente, después de 17 años de lucha y resistencia, el líder volvió al país, y retomó el timón de la Argentina. Corría el año 1974, y sin embargo fue el destino el que esta vez jugó la mala pasada, llevándose la vida del General Perón, y dejando de ese modo, acéfalo y sin jefe al movimiento nacional hasta el día de hoy.
Queda claro con esta pequeña síntesis de nuestra historia, las antinomias que en ella campean y también el hecho de que a cada actuación del pueblo sobrevino la reacción de la antipatria: Hispanistas o antihipanistas, saavedristas o morenistas, federales o unitarios, civilización o barbarie, radicales o antiradicales, peronistas o antiperonistas. Estas fueron y son las dicotomías que en el fondo expresan una misma cosa:
Nación o antinación, liberación o dependencia.

Federico Addisi.

Bibliografía:
- ROSA, José María, Estudios Revisionistas, Bs As, Sudestada, 1967.

BOLETIN "LA RECONQUISTA", AÑO 2, N° 12

JOVENES REVISIONISTAS

“LA RECONQUISTA”. Año 2. N. 12.

En el Año de Homenaje a Raúl Scalabrini Ortiz.





EL PORNO CIPAYISMO DE FEDERICO


I.-Agravio absurdo a Juan Manuel de Rosas
Cuando parecía agotado el repertorio de embustes y de maledicencias contra Juan Manuel de Rosas, elaborados por los cultores de una historia falsa, ya liberal o roja, pero contestes todos en el tributo a la mentira oficialmente subsidiada. Cuando el paso largo y arduo de casi un siglo y medio después de la muerte del Caudillo, permitía abrigar la esperanza de que recayeran sobre él juicios más acordes con el decoro de las pasiones sofrenadas que con el oportunismo audaz de los iletrados. Cuando se preveía, al fin, que las obscenidades rentadas de Rivera Indarte no hallarían discípulos sino tajantes críticos y racionales objetores, emerge de la nada, continuando a aquel unitario ladino y procaz, un sujeto indocto que lleva por nombre Federico Andahazi. El figurón, siguiendo una línea escatológica que le ha dado buenos dividendos y mundanal prestigio, acaba de editar el volumen segundo de una “Historia sexual de los argentinos”, titulada impiadosamente “Argentina con pecado concebida”, para poner en evidencia, ab initio, que su pluma meteca conserva intacta la capacidad sacrílega. Promoviendo aquí y acullá su novísimo panfleto, merced al beneplácito de los medios masivos con la lucrativa hojarasca de esta catadura, el Andahazi ha comparado a Juan Manuel de Rosas con el execrable Josef Fritzl, aquel degenerado incestuoso y homicida de Austria, condenado recientemente tras conocerse los pormenores de sus inenarrables perversiones. “Nos espantamos al conocer la noticia de este austríaco que tenía secuestrada a su hija” –dice el bestsellerista- “y nosotros tuvimos uno igual pero en el poder, en el gobierno” (Cfr. Alejandra Rey, Entrevista a Federico Andahazi, ADN Cultura, La Nación , 25-4-09, p. 20). “Un tipo mantiene cautiva a una hija adoptiva, la viola y tiene seis hijos. Uno inmediatamente piensa en este personaje austríaco, pero estamos hablando de Juan Manuel de Rosas" (Cfr. Juan Manuel Bordón, Entrevista a Federico Andahazi, Clarin, 29-3-09). La causa de tan inicua comparanza cree poder fundarla el antojadizo escriba en el mentado caso de Eugenia Castro, a quien describe como “hija adoptiva” de Rosas, “recluida y violada sistemáticamente”, sometida a destratos y humillaciones, y mantenida en la pobreza y sin educación. (Cfr. Alejandra Rey, Entrevista…etc, ibidem).


II.-La verdad sobre Eugenia Castro
La verdad histórica guarda austera distancia de este culebrón hediondo, y será bueno recordarla en prietas líneas. Eugenia Castro y su hermano Vicente fueron dados en tutoría a Rosas tras la muerte de su padre, el Coronel Juan Gregorio Castro, y la orfandad de madre en que ambos se hallaban. Ningún vínculo sanguíneo, familiar o parental unía al Restaurador con la joven. Los hermanos vivieron libremente alojados en el enorme predio de San Benito de Palermo, y con posterioridad a la muerte de Encarnación Ezcurra, hacia 1839, todo indica que el dueño de casa la tuvo a Eugenia por “querida”, engendrándole seis hijos según una versión, y siete según otras. El ilegítimo amorío era un secreto a voces –desparramado adrede por la propaganda opositora- de modo que de oculto y prisionero tenía muy poco. Eugenia y sus hijos naturales eran vistos por los innúmeros y calificados visitantes del predio palermitano, compartía mesa, eventuales paseos y festejos, y así como fue consciente, voluntaria y consentida su relación con Rosas, podrá calificársela con todo derecho de pecaminosa, pero no de macabra, incestuosa, sanguinaria y sepulta bajo la tierra. Manuel Gálvez, por ejemplo, menciona la carta de salutación dirigida a Eugenia por un canónigo porteño. Algo difícil de llevar a cabo si la mujer hubiese estado sometida a un hermético y ruin cautiverio, como la desdichada hija de Fritzl. Hay otros detalles de esta relación que impiden cualquier analogía indecente como la que ha trazado Andahazi con afán denigratorio. Rosas se ocupó de mantener, mejorar, administrar y ampliar la casa de Eugenia en el barrio de Concepción –operaciones todas de pública realización- y hasta cinco días después de la derrota de Caseros, con la meticulosidad ordenancista que le era proverbial, le entregó a Juan Nepomuceno Terrero los títulos de propiedad de la vivienda de la muchacha, 41.000$ que le correspondían de los alquileres cobrados y 20.000$ más pertenecientes a su hermano Vicente. La tragedia irrevocable se cernía sobre su futuro y sobre la patria entera, pero este hombre de singular capacidad reguladora se hizo de un tiempo para que todo aquello que le correspondiera a los Castro llegara a sus manos. Nada de cierto hay entonces en aquella calumnia –ahora remozada- que urdiera Antonio Dellepiane en 1955, cuando desde los antros de la Editorial Claridad pergeñara un suelto negando todo sentimiento paternal y protector en la conducta de Juan Manuel de Rosas. Unas pocas cartas se intercambiaron Eugenia y Don Juan Manuel tras la caída de 1852. Rafael Calzada, en el tomo IV, capítulo XXVII de sus Cincuenta años de América. Notas Autobiográficas, de 1926, nos permite informarnos sobre su contendido. Obras posteriores, como la de María Sáenz Quesada, Las mujeres de Rosas, han sido más explícitas al respecto, aún sin tener intenciones laudatorias hacia el Dictador. Sabemos así que Eugenia le manifiesta su lealtad, recuerdo y afecto al antiguo amante, la desazón en que se encontraba, las graves penurias por las que atravesaba, el destrato que padecía de parte de algunos, y “lo siempre bien recibida” que era “en la casa de la señora Ezcurra”. Sabemos asimismo que le obsequia al Restaurador con pañuelos bordados por alguna de las hijas naturales y un escapulario de la Virgen de las Mercedes. Sabemos, al fin, que se interesa “por su importante salud” y le desea “mil felicidades”, a la par que le solicita no ser olvidada y que le remita un retrato. El único regaño que le formula es por unos comentarios “quejosos” que le llegaron de parte de Doña Ignacia Cáneva. Qué relación guarda todo esto con una mujer presuntamente esclavizada y violada incestuosamente, como quiere Andahazi, nunca se sabrá. Eugenia amaba a Rosas, y no se ha dicho nunca que éste fuera mujeriego, por lo que en la órbita inmoral del concubinato cabe deducir que él le guardó una excluyente correspondencia afectiva. Susana Bilbao, en su novela Amadísimo Patrón, que tampoco es una apología del Jefe de la Confederación, hace bien en sospechar que Eugenia no fue “una hembra destinada a parir, obedecer y servir”, porque no hubiera podido “alguien tan insignificante mantener durante doce años la atención de un hombre que por su riqueza, prestigio y belleza física hubiese podido elegir entre las mujeres más encumbradas de la nación sobre la cual ejercía un dominio absoluto”. Si no fue la Castro –ni debía serlo- la varona paradigmática de Encarnación Ezcurra, tampoco admite la lógica reducirla al papel de un lampazo, como la presenta Andahazi para acentuar la crueldad de su amante. Rosas, por su parte, durante el doliente destierro, le remitió a Eugenia un puñado de cartas “muy expresivas y tiernas”, según él mismo las calificara. Le pide que lo acompañe en el exilio, junto con su prole, para mitigar entre ambos las comunes peripecias. Se disculpa por no haberle podido responder con antelación, “obligado por las circunstancias”, le aclara que dada la pobreza no puede remitirle dinero alguno, pero que si “la justicia del gobierno” le restituyera sus bienes, “entonces podría disponer tu venida con todos tus hijos”, como se lo solicitó después de aquel aciago 3 de febrero. También hay cartas cariñosas y unos menguados pesos para la hija Ángela, a la par que una lamentación por no poder remitir “algo bueno porque sigo pobre”.. Entre “bendiciones”, “abrazos”, palabras cordiales y la aclaración de que “no me he casado”, las epístolas de Rosas cesan un día. Eugenia muere en 1876, y Ángela, su hija natural, apodada “El Soldadito”, recibe una larga misiva de pésame. En el Testamento, Don Juan Manuel dispone el dinero que ha de acordarse a todos los Castro, si alguna vez se le restituyera los bienes que injustamente le fueron despojados. La pregunta retórica es la misma que nos hacíamos antes. Qué tiene que ver todo esto con un depravado incestuoso, criminal y esclavista como Josef Fritzl , es algo que únicamente puede pasar por la calenturienta testa de Andahazi, probando una vez más el acierto de Croce: “en materia de historia cada uno prefiere lo que lleva adentro”. Acertaba Fermín Chávez cuando a propósito de este delicado tema denunciaba las “misturas que confunden al lector; misturas que pueden llegar a la infamia […] aprovechadas por apícaras y picarones”, devenidos en “nuevos José Mármol, quien después de todo se está quedando cortito y pusilánime” (Cfr. Fermín Chávez, Los hijos naturales de Rosas, en Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, n. 35, Buenos Aires, 1994, p. 82).


III.-Héroe pero no santo
Digamos las cosas como son. No hay dos morales, con una de las cuales habría que juzgar a los hombres corrientes y con otra a los próceres. En todo caso, más obligado está el egregio a dar constante ejemplo virtuoso ante la grey confiada. El sexto mandamiento nos alcanza a todos, y Rosas pecó grave y persistentemente contra él. Ni justificaciones ni atenuantes nos importa hilvanar aquí. Mucho menos retruécanos ingeniosos, como aquel de Anzoátegui, según el cual, “el héroe es el que puede sacarse cien hombres de encima; el santo, el que puede sacarse una mujer de abajo”. Si esto es cierto, y puede serlo, lamentamos que Rosas no haya sido santo, y en nada nos alegra su reiterada incontinencia. Tampoco es encomiable que aquellos hijos naturales no hayan sido reconocidos por su padre. Casi como una parábola trágica de la patria misma, hundida tras la derrota de Caseros, la tradición oral que se ha colado en el tema cuenta que de los varones que le dio Eugenia, uno murió en la Guerra del Paraguay, otro acabó pocero en Lomas de Zamora, y otro peón de estancia por los pagos de Tres Arroyos. La herencia de uno de nuestros mayores y mejores patricios, concluyó tumbada sobre la tierra, entre el anonimato y la orfandad. Con pena inmensa lo pensamos y lo escribimos. Pero Rosas, el pecador, el de la carne débil y el instinto irrefragable, el de la falta sempiterna contra la castidad que asoló por igual en la historia a príncipes y mendigos, pontífices y súbditos, no es el monstruo incestuoso y homicida que irresponsablemente ha retratado Andahazi, propinándole un agravio cobarde, impropio de un caballero, y antes bien semejante en sustancia al que Don Quijote –en el capítulo LXVIII de la Segunda Parte- describe como connatural en “la extendida y gruñidora piara”. Tampoco es Rosas un hombre que pueda ser acusado de mantener cautiva a esta mujer, que a su modo amó y fue amado por ella. Si Eugenia pasaba el grueso de las jornadas en las verdes extensiones de San Benito, no era ello señal de que el predio fuera su cárcel, o de que el sigilo del romance espurio la obligaba al encierro.. Es que el mismo Rosas, después de la muerte de su esposa –esto es, cuando comienza su relación con Eugenia- se aisló totalmente en Palermo, apareciendo muy rara vez en público, y abandonando hasta esa costumbre de recorrer de madrugada la ciudad para tomarle el pulso. Así nos lo narra Lucio V. Mansilla en el capítulo XI de su difundido Rozas. Ensayo histórico-psicológico. Distinto hubiera sido si el Restaurador, no por hábitos de misantropía sino por principios ideológicos, hubiera sostenido, como lo hace Alberdi en el capítulo XIII de Las Bases, que la mujer no debe tener una instrucción destacada sino “hermosear la soledad fecunda del hogar…desde su rincón”. O si hubiera justificado, como lo hace Sarmiento en el Diario del Merrimac, que las mujeres que conoció estaban para que él se aprovechara de ellas.


IV.- El libertador de cautivas
A Rosas no le debe la patria el reproche de haber tenido en cautiverio a una mujer, ultrajándola, sino la gratitud por haber liberado del cautiverio a centenares de mujeres que habían sido raptadas por los malones y que llevaban la vida miserable que conoce cualquier argentino que haya leído los cantos octavo y noveno de la segunda parte del Martín Fierro. Amplísima es la bibliografía al respecto, precisas y detalladas las informaciones que se conservan, abultadas las fuentes documentales y pormenorizados los registros de casos concretos, múltiples y desoladores, de explotadas mujeres, que merced a la Conquista al Desierto encabezada por Don Juan Manuel , recuperaron su libertad y su dignidad, y la posibilidad de reinsertarse, junto con sus hijos, a la tierra de la que habían sido arrancadas furiosamente. Hasta la misma Academia Nacional de Historia, en un trabajo editado en 1979, con la firma de Ernesto Fitte y Julio Benencia, titulado Juan Manuel de Rosas y la redención de cautivos en su campaña al desierto.1833-1834, ante la calidad y cantidad de evidencias, tuvo que elogiar “la labor humanitaria y misericordiosa” de Rosas, agregando, casi premonitoriamente, que muchas veces “los historiadores pasan por alto”. Otrosí podría agregarse si nos refiriéramos no ya a la liberación de cautivas blancas, sino a la legislación antiesclavista de la época de la Confederación, que permitió disfrutar a enormes grupos de mujeres negras de una libertad que hasta entonces no habían conocido. Está el testimonio vivo del Cancionero Popular de la Federación si Andahazi no quiere recorrer las fatigosas páginas del Registro Oficial. Le leímos una vez a Octavio Paz que todos tenemos en nuestras casas un tacho de basura, pero que sólo el enfermo mental y moral lo pone como centro de mesa. Esto es lo que ha hecho Federico Andahazi, fiel a las predilecciones que manifiesta en toda su literatura. Como lo igual busca lo igual, según enseñanza platónica, podría haber demorado su vista en el caso de La cautiva o Rayhuemy, aquella mujer objeto de las atrocidades indígenas, que rescatada un día –junto a tantísimas otras- por las tropas de Rosas, le agradeció al Jefe la patriada y recibió de su persona y de su política el sostén necesario para recomponer su existencia. Para eso tendría que haber tenido la magnanimidad del Padre Lino Carbajal, que investigó documentalmente el suceso, o la fina percepción de María Elena Ginobilli de Tumminello que trazó un acertado ensayo al respecto (cfr. su La política de Rosas y las mujeres cautivas, en Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, n.64, Buenos Aires, 2002, p. 120-133). Podría, claro, Andahazi, con un alma semejante a la grandeza, haber contemplado este tipo de episodios en la biografía del Restaurador, y comunicárnoslos con elevadas miras pedagógicas, sin mengua de señalar y de reprobar, por contraste, cuantas miserias fueran apareciendo. Que para eso Aristóteles acuñó el género epidíctico. En lugar de este camino, eligió buscar el tacho de basura, preñarlo de escorias nuevas y ponerlo como centro de mesa. Buen catador de bahorrinas, tal vez tenga junto a los inspectores municipales del macrismo su próximo futuro asegurado.


V.-Entre mentiras y vampiros
Hasta aquí la objetiva refutación del inverosímil argumento de Federico Andahazi, con el que ha decidido sumarse a las ingloriosas bandas del antirrosismo, que tanto daño han hecho a la memoria nacional. Pero se nos permitirá entonces un argumento ad hominem. Porque el hombre que dice escandalizarse del amancebamiento de Rosas, gusta presentarse con atributos éticos que no lo convierten precisamente en un dechado. Si la sordidez, la promiscuidad, el sadismo, la sexolatría y la blasfemia campean en su obra, monotemáticamente preñada de un odio al Catolicismo, el porte jactancioso, narcisista, frívolo y hedonista campea en su talante. Por consiguiente, no se sobresalta su supuesta defensa de la dignidad humana –ésa que Rosas habría vulnerado- cuando confiesa su admiración por Drácula y por el vampirismo, ”porque el género gótico en general tiene esa relación carnal” (Cfr. Cfr. Alejandra Rey, Entrevista…etc, ibidem). Está clarísimo. Quedarse viudo y tener una amante en el siglo XIX, convierten a Rosas “en un personaje deleznable” (ibidem). Admirar las relaciones carnales de Drácula, en el siglo XXI, convierten a quien así se expresa en un respetable hombre de letras. Es en el sitio oficial de internet autoconsagrado a su apoteosis (http://www..andahazi.com/fotos.html), no en algún suelto contra su persona, que transcribe orondo una respuesta dada a Rodrigo Arias en una entrevista aparecida en Uolsinectis. Leámosla: “No soy un escritor al que le interese la historia en relación con la verdad. Mis novelas no son históricas. Trato de apuntalar mi literatura en la ficción y si tengo que deformar la historia para apuntalar mi literatura, lo hago. Tanto "El Anatomista" como "Las Piadosas" están plagadas de inexactitudes deliberadas. Las construcciones de mis novelas son ficticias.. Por otro lado, es curioso porque la literatura no tiene ningún nexo en relación con la verdad. La literatura está fundada por la ficción. No es más que una mentira más o menos bien contada”. Lo grave e imperdonable de esta patética confesión no es el divorcio intencional entre los trascendentales del ser, segregando la belleza de la verdad y del bien, sino que esa historia que deliberadamente deforma y falsifica para apuntalar su literatura tiene a la Fe Católica y a la Cristiandad como objetos centrales de sus “inexactitudes deliberadas”. Tales, verbigracia, los espantosos casos de “La ciudad de los herejes” y “El Conquistador”, dos de sus engendros oportunamente festejados por la intelligentzia. Lo grave, asimismo, es que ese criterio que lo guía, y según el cual es legítimo confundir y engañar al lector desprevenido con una novelística histórica sin verdad alguna, no lo circunscribe Andahazi exclusivamente al ámbito de la hipotética literatura de ficción, sino que lo lleva ahora al terreno de la historia propiamente dicha, en el que pretende ubicar sus dos tomos sobre La historia sexual de los argentinos. Extraño destino el de nuestra historiografía, y aún el de “nuestro mayor varón”, como lo llamara Borges a Rosas. Ha tenido que soportar los embates del mitrismo, del academicismo masónico, de las izquierdas apátridas, de los periodistas ramplones, de los psicoanalistas advenedizos y de los egresados de la UBA. Ahora parece ser el turno de los pornógrafos. Del pornocipayismo de los mercaderes de morbo y de lujuria. “Me siento libre”, escribía Don Juan Manuel de Rosas en su destierro. Y explicaba por qué. Porque “la justicia de Dios está más alta que la soberbia de los hombres”. Esa justicia divina, en el más allá, ya habrá medido y pesado, con misericordia y rigor, el alma de aquel hombre singular por quien la Argentina conoció los días de su mayor honor y señorío. Pero aquí, en esta desangelada tierra que habitamos, la honra de los héroes genuinos, precisamente por ser tales, también les da a su memoria una libertad que está más alta que la soberbia humana. Más alta que las páginas lúbricas de un patán, que las bajaduras de un inspector de bragas, está la verdadera historia que inclina su respeto y presenta sus armas y sus banderas invictas ante los gloriosos custodios de la soberanía material y espiritual de la patria, como lo fuera en vida Don Juan Manuel de Rosas.

Antonio Caponnetto.

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Halperín y su Visión decadentista de la historia nacional. (Parte I)

Luego de haber digerido con esfuerzo los tres artículos de Tulio Halperín Donghi reunidos bajo el título El revisionismo histórico como visión decadentista de la historia nacional (cuyo primer artículo data del año 1970, y al cual le siguen otros dos: uno del año 1976 y el otro de 1997), decidimos encarar esta crítica debido a las inconsistencias observadas, el carácter “profesional” del mismo y la vigencia de esta obra en nuestra educación universitaria.
Ya que no creemos, como sí lo hace Halperín, que una obra caiga necesariamente en “un curioso arcaísmo metodológico” como lo sostiene acerca de Vida Política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia de Julio Irazusta y de la Historia de la Argentina de Ernesto Palacio.
Sobre la primer objeta que “toma por modelo la que Carlyle dedicó a Cromwell, vieja ya entonces de un siglo y que aún en su momento había estado lejos de ser un modelo de método histórico”, y sobre la segunda “se inspira casi abiertamente en la Histoire de France de Jacques Bainville, obra cuya sobria elegancia emula con éxito, y menos distante en el tiempo que la de Carlyle, pero escrita en feliz ignorancia de los avances más significativos de la historiografía francesa del siglo XX”. Y esto no es todo, para Halperín “ese arcaísmo metodológico se acompaña de un creciente arcaísmo ideológico” para dejar de lado toda veracidad que pueda encontrarse en dichas obras y juzgarlas según su gusto respecto a las modas. Y en ningún momento elabora alguna objeción o corrección puntual de las mismas, por lo que comienza condenándolas irrisoriamente por su condición de arcaicas. Pero el revisionismo histórico fundacional no se guió por metodologías en boga, se guió en todo caso por el afán de demostrar la verdad histórica, desenmascarar las mentiras y ocultamientos de la historia oficial y proyectarse en el futuro. Esto se comprueba en el prólogo de la mencionada obra de Irazusta donde él mismo declara que “Ceder a la menor tentación de una emulación imposible habría sido locura; pero no aprovechar los argumentos editoriales del maestro del género (refiriéndose a Carlyle), habría sido tontería”.
Damos por sentado que Halperín, para mantener esta postura, leyó ambas obras, las analizó y comparó entre sí con las de los pensadores europeos Carlyle y Bainville. Ahora bien, si Halperín leyó en su totalidad la obra de Irazusta, no puede sostener como así lo hace, que Juan Manuel de Rosas no nos haya dejado ningún texto exponiendo su pensamiento político. Entonces, ¿Qué hacer con la sumamente conocida carta de la Hacienda de Figueroa, dirigida Juan Facundo Quiroga el 20 de Diciembre de 1834, donde Rosas no expuso su pensamiento político con suma claridad? Esta carta tan esclarecedora se encuentra analizada en la obra de Irazusta que Halperín condena por “arcaica”. Quizás por eso, no la leyó. Pero sigamos.
En cuanto a lo que Halperín llama “arcaísmo ideológico”, simplemente transcribiremos unas palabras harto esclarecedoras de Antonio Caponnetto, quien ha tratado este “caso” con altura y ha minimizado a este “profesional” de tanto reconocimiento: “En la interpretación de Halperín - y aquí viene el nuevo apriorismo – lo ideológico esconde o disminuye lo social reducido a su vez a un puro clasicismo, y por lo tanto, aunque nunca se sabrá porqué, está mal que los revisionistas crean que “las ideas gobiernan la historia”, o que rechacen a la oligarquía en tanto condición mental y moral antes que como “capa social” o “grupo de intereses”. La apodíctica de cuño marxista se hace sentir nuevamente. Lucha de clases, sí; explicaciones económicas también; enfrentamientos de ideas o de ethos contrapuestos, ya no. Y como se ve, no se requieren explicaciones para estas preferencias tan humanas, porque todo indica que pertenecen categóricamente al mensaje revelado del sociologismo de la izquierda”.
Una constante en estos autores integrantes de la inteligentzia es el factor materialista encarnado, por ejemplo, en la visión clasista. En este “caso” que estamos tratando, se asoma entre la maleza de su pluma pseudo-proustiana, y de suave manera, la confusión entre los orígenes de algunos exponentes del revisionismo y la postura de los mismos ante la indagación histórica. Para nuestro Profesor que ha practicado la docencia en las universidades de Berkeley y San Andrés (Estados Unidos), también Juan Manuel de Rosas se impuso en nombre del “grupo terrateniente”.
Es que, a veces, el odio clasista hace confundir hasta a los mejor intencionados. Pero una cosa es Oligarquía y otra es Aristocracia. Y cuando Halperín se sumerge en la historia de nuestro país en los años treinta se confunde, nuevamente, al declarar: p.19 “(…) es perdonable que hayan creído por un momento que los enérgicos toques de trompeta de su prédica periodística habían derrumbado por sí solos los muros de esa Jericó plebeya y corrupta que era para ellos la Argentina radical, y que su tarea iba a ser desde entonces constituirse en guías de la nueva etapa histórica abierta con el fracaso de la democracia.”

Andrés Mac Lean.

Bibliografía:
- Halperín Donghi, Tulio: El Revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional, Siglo XXI Editores Argentina, Buenos Aires, 2006.
- Caponnetto, Antonio: “Los críticos del revisionismo histórico”, tomo I, Buenos Aires, 1998


FRANCISCO HIPOLITO UZAL, REVISIONISTA DE OBLIGADO Y DEL CORONEL MARTINIANO CHILAVERT


Casi centenario murió el historiador revisionista Francisco Hipólito Uzal, el pasado 23 de mayo de 2009. Sin embargo, la información masiva ha estado en deuda con él, pues quisimos encontrar alguna imagen del ilustre finado en Internet...y no hemos hallado ni una sola. ¿Obedecerá esto a una prueba más de la tan dudosa "democracia" informativa que despliega el sistema digital que se maneja a través de cables, modems, routers y demás artefactos?
Uzal es, junto a otros grandes esclarecidos, uno de los mayores ausentes en la aldea global de Internet, y al no haber información o datos sobre el mismo, nos volvemos a preguntar: ¿Ahora entendemos un poco más y mejor por qué desconocemos los argentinos nuestra propia historia, o por qué se continúa asociando a un Sarmiento como "padre del aula"?
Queremos rememorar, aunque sea resumidamente, al Francisco Hipólito Uzal historiador más que al político, pues hay que decir que él fue diputado nacional por Buenos Aires en los años de la administración de Arturo Frondizi (1958-1962), de quien, lógicamente, fue su seguidor. Y aunque para los que escriben en este espacio y que pertenecen a esta agrupación tal vez no resulte muy simpático, el revisionista Uzal fue antiperonista. De todas maneras, tomamos su invalorable aporte para sacar a la luz hechos que tienen que ver con la etapa federal y, dentro de ella, con la batalla de Vuelta de Obligado.
Escribió numerosos libros, entre ellos "Hombre, Cultura y Nación", "Los enemigos de San Martín", "El fusilado de Caseros", "Los asesinos de Florencio Varela" y su muy respetable "Obligado, la batalla de la soberanía". En 1980, y a través de la editorial El Corregidor, escribió otra obra que se llamó "Nación, Sionismo y Masonería. Rectificaciones a Ernesto Sábato". ¿Se entiende por qué casi no fue noticia su fallecimiento?
El abuelo paterno de Francisco Uzal había colaborado con el paria Domingo Faustino Sarmiento, quien lo puso al frente del periódico liberal "El Nacional" durante su presidencia (1868-1874), de allí el mérito que tuvo su nieto por haber desempolvado episodios tocantes al gobierno de Juan Manuel de Rosas y a los hombres que lo conformaron, como ya veremos.
La obra "Obligado, la batalla de la soberanía", está llena de documentos que atestiguan de modo inobjetable la patriada del 20 de noviembre de 1845, y muestra particular interés en rescatar la participación en aquélla del teniente de Milicias de Caballería don Facundo Quiroga, hijo del legendario caudillo riojano Juan Facundo Quiroga. En el capítulo "Partes y Comunicados sobre la Batalla Heroica", señalaba Uzal: (...) "¡Hijo 'e tigre...!" ¡Nunca más cierto el refrán! Porque como para rubricar dignamente la presencia nacional, en Obligado estuvo nada menos que el hijo del "Tigre de los Llanos", de nombre Facundo como su padre. Veamos este parte firmado por él, que dice así: “¡Viva la Santa Federación! ¡Mueran los Salvajes Unitarios! Estancia de Castro, diciembre 8 de 1845. Año 36 de la Libertad, 30 de la Independencia y 16 de la Confederación Argentina. Al Señor Comandante D. Ramón Rodríguez, jefe accidental [sic] del Tonelero. Son las siete de la tarde y aún permanecen las dos corbetas y la lancha de los enemigos fondeadas al frente de las baterías. Es cuanto tengo que comunicar a V. S. Dios guarde a V. S. muchos años. Facundo Quiroga".
Este humilde documento -parte de Guerra-, al parecer es el único escrito que lleva la firma del teniente Quiroga en lo que concierne a la batalla de Vuelta de Obligado, y Francisco Hipólito Uzal logró rescatarlo del olvido. El destinatario del parte de Quiroga, Ramón Rodríguez, no es otro que el entonces jefe del Batallón del Regimiento 'Patricios' de Buenos Aires, de descollante actuación en la refriega.
Incluso en "Obligado, la batalla...", Uzal también reivindica al coronel Martiniano Chilavert, quien luego de las acciones de noviembre de 1845 no dudó en presentarse a Rosas y formar parte del ejército criollo y federal en vez de continuar sirviendo a las tropas traidoras del unitarismo masónico. "Otro patriota, que hasta poco antes había combatido contra Rosas desde las filas del partido unitario, y en los ejércitos de Lavalle y de Rivera, pero que se irguió soberbio de indignación en la "asamblea de notables" convocada por el Pardejón [Rivera] en 1843, cuando oye que se trata del plan de segregarnos la Mesopotamia; y los apostrofa a todos, con la autoridad de su patriotismo ofendido, llamándolos "notables traidores"; ese otro patriota es el coronel Martiniano Chilavert, cuyo espíritu conmovió hasta sus últimas fibras el cañón de Obligado", escribe Uzal.
Igualmente, Francisco Hipólito Uzal le dedicará un libro entero a ese honrado argentino llamado Chilavert, quien en la batalla de Caseros (1852) no cesó en disparar su cañón contra las tropas imperiales del Brasil hasta caer prisionero por las tropas cobardes de Justo José de Urquiza, para morir lanceado y fusilado como un perro.
El título completo del libro es "El fusilado de Caseros. La gloria trágica de Martiniano Chilavert", y es uno de los que mejor refleja la existencia del valiente coronel. Salió en 1974 bajo la editorial La Bastilla, y consta de rebosantes 505 páginas. Cuando en su obra intenta hablar sobre el general unitario Juan Lavalle, antigüo colaborador de su biografiado Martiniano Chilavert, expresa Uzal con toda justicia y razón (página 240 y 241): "Lo cierto es que el Olimpo histórico argentino, la injusta distribución de honores que hoy aparece notoria, se debe en parte a estos intermediarios apócrifos, que han confundido a varias generaciones con omisiones, exageraciones y falsedades. Lavalle es una figura digna de todo respeto: el oficial distinguido del ejército de San Martín, como Suárez, como Olavarría, como otros; el coronel de la batalla de Ituzaingó contra el Imperio. Y basta. Ahí termina Lavalle. El otro, el que sacrifica a Dorrego, el que pide dos millones de pesos fuertes a los franceses, y que destruyan a cañonazos una batería argentina sobre el Paraná, ése es otro personaje. Mejor es no juzgarlo, para no herir al primero". Y continúa diciendo más adelante: "Pero en nuestra constelación de próceres ocurre algo irregular, que hay que denunciar, para ser aclarado: tenemos dos o tres grandes figuras, protagonistas de la Revolución de Mayo; después -cronológicamente hablando-, Belgrano (...) y culmina con nuestra máxima figura, el de la epopeya libertadora, San Martín. Ahora bien: inmediatamente después, por lo que nos han enseñado en la escuela, en todos los grados de la educación oficial, sobreviene mentalmente la imagen del general Lavalle. Esto significa una desmesurada sobrestimación de la figura de Juan Lavalle, dicho sea en homenaje a la más estricta justicia histórica".
Para finalizar, en esa grandiosa obra de 505 páginas, Francisco Hipólito Uzal deja un testimonio en el que se descubre un lejano parentesco entre el fundador del revisionismo histórico, Adolfo Saldías, y el coronel Martiniano Chilavert. Curiosidades de la historia: "El doctor Adolfo Saldías, al margen de esa intuición orientadora propia del historiador de raza, era descendiente de los Castellote, nieto del suegro de Martiniano Chilavert. Y él -además de muchos otros historiadores- nos suministra el nombre de Francisco como padre del Coronel, y el de María Antonia Castellote y Palacios, como esposa".

Gabriel Turone.


Juan Francisco Borges el caudillo santiagueño precursor del Federalismo.
Nació este hidalgo santiagueño en Santiago del Estero, madre de ciudades y cuna de la hispanidad argentina el 24 de junio de 1766 y fue fusilado por el Directorio centralista y logista en el Convento de Santo Domingo, Provincia de Santiago del Estero, el 1° de enero de 1817. Fue militar y político argentino, primer líder federalista de Santiago del Estero, fusilado por orden de Manuel Belgrano en cumplimiento de un decreto del Congreso de Tucumán. Fue hijo de doña María Josefa Urrejola y Peñaloza y de Manuel Pedro Borges, un oficial de linajuda familia española del ejército real. Su esposa era Catalina de Medina y Montalvo, con la que tuvo un hijo: Juan Francisco Segundo Borges, que años más tarde llegaría a ser gobernador de su tierra. En el año 1781, siendo era Ayudante Mayor de Infantería de los ejércitos del Rey, estaba a las órdenes de su padre en la ciudad de La Paz (Alto Perú) cuando fue asaltada dos veces por las fuerzas rebeldes de Túpac Catari, como parte de la revolución del Inca Túpac Amaru II. Herido al tratar de romper el sitio a La Paz y tomado prisionero, logró evadirse, pero su padre murió en combate contra los insurgentes. El 15 de febrero de 1783 fue ascendido a Capitán de los Ejércitos del Rey. En 1790 se asoció en La Paz con José María de Iriondo y Benito Blas de Abarlega para exportar la cascarilla o quina que curaba las fiebres. Debido a un problema con el intendente de La Paz, fue procesado y enviado a Buenos Aires en 1796. Por intervención del virrey marqués Rafael de Sobremonte fue absuelto y dejado en libertad en 1798. Pero al año siguiente tuvo un conflicto con Domingo A. Achával, por lo que nuevamente fue arrestado y luego liberado regresando a Santiago del Estero. En 1801 hizo una campaña al Chaco, buscando el casi mítico "mesón de fierro", un enorme meteorito muy conocido por los indígenas, pero cuya ubicación se había perdido. Viajó en 1802 a España, donde fue seleccionado como miembro de la “guardia de corps” del rey Carlos IV y le fue conferido el título de Caballero Cruzado de la Orden de Santiago, mérito singular para un hijo que tuvo el honor de nacer en la provincia cuyo santo patrono fue el apóstol Santiago, símbolo de la Reconquista por los hijos de la España imperial y católica. En 1807 el rey le otorgó un privilegio económico por sus servicios a la Corona. En España conoció a otro futuro revolucionario argentino, el salteño José Moldes.[] Retornó al Virreinato del Río de la Plata en 1808 y se dirigió a Santiago del Estero. Al año siguiente apoyó las conspiraciones independentistas de Moldes. El gobernador de la Gobernación Intendencia de Salta del Tucumán le dio el mando militar de la ciudad de Santiago del Estero en 1810, aún cuando sabía que formaba parte de los independentistas. Producida la Revolución de Mayo, la noticia de la misma llegó a Santiago del Estero el 10 de junio de 1810. Adhirió inmediatamente a ella y, junto con Cumulat y Lorenzo Lugones, presionó al Cabildo local para que reconociera la autoridad de la Primera Junta, lo que recién se ocurriría el día 29 de junio. Esto impidió que Santiago de Liniers tuviera el apoyo de Santiago a la contrarrevolución y que fracasara su plan contra la Junta de Buenos Aires, cayendo fusilado el héroe de la Reconquista junto a sus compañeros, cumpliendo su fidelidad de caballeros para con el Rey.
Borges ascendido a teniente coronel, se le encargó la formación de un regimiento de Patricios Santiagueños, integrado por tres compañías, al frente del cual se incorporó al Ejército del Norte. A causa de un incidente que tuvo en Jujuy con Francisco Ortiz de Ocampo, Juan José Castelli lo despidió del ejército el 28 de noviembre en Potosí, retornando a Santiago del Estero. Se enfrentó al cabildo de Santiago del Estero por la elección del diputado a la Junta Grande hecha el 2 de julio, que no se había hecho por un cabildo abierto, resultando electo Juan José Lami. El 15 de julio se dirigió a la Junta, pidiendo la anulación de la elección y solicitando armas. Fue el primer reclamo de representatividad de los cuerpos colegiados que se conoce en la historia de la Revolución; la Primera Junta ordenó practicar una nueva elección. No obstante, el 20 de diciembre, Castelli y Ortiz de Ocampo lograron imponer sus candidatos en la elección de capitulares. El Cabildo protestó y nombró a Borges el 4 de febrero de 1811 su apoderado ante la Junta para reclamar sus derechos electivos. Una nueva elección fue realizada el 15 de marzo de 1811, resultando elegido Pedro Francisco de Uriarte, a lo cual Borges nuevamente presentó una protesta. Ante estos gestos, al caer la Junta y ser elegido el Primer Triunvirato, su secretario Bernardino Rivadavia lo hizo arrestar y procesar en Buenos Aires. Durante su prisión, fue elegido miembro del Cabildo de Santiago del Estero en 1812; recuperó su libertad y regresó a su provincia tras la caída de Rivadavia. Estaba de vuelta en su ciudad natal el 8 de diciembre de ese año. Fue elegido diputado a la Asamblea del año XIII, pero la Logia Lautaro vetó su nombramiento tal cual hizo con los diputados orientales; el diputado por Santiago fue electo por el cabildo de Buenos Aires. Nada de esto podía dejar contento a un autonomista como Borges, que rápidamente se fue definiendo como federal y que enfrentó a la logia que por una parte negociaba con los portugueses y por otra claudicaba con el poder realista. En 1815 era gobernador de la Gobernación Intendencia de Tucumán, de la que dependía Santiago del Estero, el coronel Bernabé Aráoz. Borges dirigió una carta al Director Supremo Sustituto Ignacio Álvarez Thomas, reclamando la separación de su provincia de la del Tucumán. El Director le contestó que sus conflictos serían solucionados por el Congreso que se reuniría próximamente en San Miguel de Tucumán. El 4 de septiembre de 1815, Borges arrestó al teniente de gobernador y se hizo nombrar gobernador independiente del de Tucumán, declarando a Santiago del Estero como Pueblo Libre, en sintonía con José Gervasio de Artigas. Contaba con el apoyo de la milicia provincial y de buena parte del pueblo. Pero Aráoz reaccionó rápidamente: sólo cuatro días después, un contingente de milicias tucumanas tomaba la ciudad por asalto y Borges fue herido. Lo dieron por muerto y sus hombres se dispersaron. Cuando volvió en sí fue arrestado y enviado preso a Tucumán. Fue perdonado por el Congreso y poco después escapó de la prisión domiciliaria en que se hallaba y se asiló en Salta, bajo la protección del gobernador Martín Miguel de Güemes. Participó en los desórdenes que llevaron a la autonomía salteña, y firmó el tratado por el que el Director Supremo José Rondeau reconocía la autoridad de Güemes. El 10 de diciembre de 1816 regresó a Santiago del Estero y volvió a deponer al gobierno. Proclamó la autonomía absoluta de su provincia y se autoproclamó gobernador en rechazo a medidas anti-autonomistas tomadas por el Congreso de Tucumán. Por orden del Congreso, en que la influencia de los locales era decisiva (al menos en asuntos domésticos), el general Manuel Belgrano envió tres regimientos a reprimir la revolución. El coronel Lamadrid derrotó al coronel Borges en el Combate de Pitambalá. Se refugió en Guaype, en casa de los Taboada (abuelos de los futuros caudillos unitarios de Santiago), pero éstos lo entregaron a La Madrid. Fue fusilado con la frente alta y mirando al pelotón como buen santiagueño y criollo hidalgo en el cementerio del Convento de Santo Domingo, cerca de Santiago del Estero, a donde había sido llevado para confesarse, el primero de enero de 1817, por orden de Belgrano, cumplida por Lamadrid. Se dijo que media hora después le llegó un indulto decretado por Belgrano, ordenando no ejecutarlo. La Provincia de Santiago del Estero se separaría de la de Tucumán en 1820. Muchos años más tarde, sus habitantes lo reconocieron como el precursor de su autonomía, y lo consideraron uno de sus héroes. Dijo José María Paz en sus Memorias: “Murió con entereza al pie de un frondoso algarrobo y atado a una silla de baqueta, protestando contra la injusticia de su sentencia y la inobservancia de las formas, pero con sentimientos religiosos y cristianos”. La logia integrada por los tenderos fenicios sin sangre de conquistadores e hidalgos no toleró a Borges ni a Artigas, Güemes, San Martín, Dorrego ni a nadie que se interpusiera en sus planes e impusiera un sistema federal, popular y sin privilegios. Borges quería independencia y república federal en oposición a las tendencias racionalistas de la logia porteña. La logia no perdonó al caudillo y eran las directivas del racionalismo liberal y regalista inspirado por la tendencia de Moreno, Castelli, Rivadavia, Alvear y Monteagudo. El triunfo de éstos fue una verdadera traición a nuestro ser nacional, que provocó la guerra civil. Tal victoria de la línea liberal y extranjerizante motivó la reacción de Borges en defensa de los principios populares, nacionales y católicos que nos legó la España de Santiago Apóstol, el Cid inmortal, del Gran Capitán, de los Reyes Católicos, Carlos V, Felipe II, de los evangelizadores y mártires del cristianismo. Las heroicas montoneras federales de Borges seguirán después a otro hijo valiente de Santiago y fiel defensor del Federalismo: Don Juan Felipe Ibarra y Paz de Figueroa.
Sandro Olaza Pallero.

Bibliografía:

- Alén Lascano, Luis C., Juan F. Ibarra y el Federalismo del Norte, Buenos Aires, Ed. Peña Lillo, 1968.
- Alén Lascano, Luis C., Historia de Santiago del Estero, Buenos Aires, Ed. Plus Ultra, 1991.
- Udaondo, Enrique, Diccionario biográfico colonial argentino, Ed. Huarpes, 1945.


DICOTOMIA.
¿NACION O ANTINACION?


Intentaremos en este breve ensayo enfocar un tema de asombrosa y triste actualidad: las dicotomías en la historia argentina.
Primeramente, para entrar en materia conviene hacer una primera definición. Al hablar de nuestra historia argentina, tenemos que hacerlo caracterizándola como pendular. ¿Y por qué decimos que la historia argentina es pendular? Bueno es muy sencillo, básicamente porque a cada gobierno popular y nacional que hemos tenido le ha sucedido en el tiempo un gobierno de signo totalmente contrario. Esta pendularidad proviene del fondo de nuestra historia política, de nuestros orígenes, y denota una crisis aun no resuelta. O somos un país libre y soberano o somos una colonia sujeta a los dictámenes de una metrópoli. Entendemos que esta dicotomía sigue sin definirse y hace imposible cualquier intento serio por construir una Nación libre y soberana.
Y es aquí donde se hace necesario una segunda aclaración. Corresponde la misma a la definición de “patria”. Porque como venimos diciendo; dos concepciones antagónicas se enfrentaron desde los comienzos de nuestra historia. “Dos concepciones de la argentinidad que naturalmente tendían a excluirse la una de la otra: para unos la patria nacía consubstanciada con el sistema político burgués y el patriotismo consistía en traer la europea, por lo menos en su exterioridad más evidente, que era el régimen constitucional, y en su realidad económica que era el régimen capitalista [...] esto era llamado civilización [...] Pero para otros argentinos, para la inmensa mayoría de los argentinos, la patria era algo real y vivo, que no estaba en las formas, ni en las cortes extranjeras ni en las mercaderías foráneas. Era una nacionalidad con sus modalidades propias, su manera de sentir y de pensar que le daban individualidad. No estaba en los digestos legales sino en los hombres y las cosas de la tierra [...] Hubo una Argentina formal y una Argentina nacional: aquella se manifestó en la parte , y ésta en el pueblo todo sin distinción de clases”. (ROSA, José María, Estudios Revisionistas, Bs As, Sudestada, 1967, pp. 23 y 23).
Por lo citado, comienza a verse más claramente el problema. Aparentemente, la divergencia surge de dos ideas distintas de “patria”. Pero he de aquí que “patria” tiene un único significado, que según el Diccionario de la Real Academia Española: “Proviene del latín que significa ; es el lugar, población o país donde se ha nacido.” Por consiguiente y como lo indica la etimología, la patria es, ante todo, un suelo, un territorio, pero no sólo eso, sino que como “tierra de los padres” se comprende que la patria es por esencia una tierra humana, una tierra mía y de mis compatriotas, que a su vez posee una herencia que es irrenunciable y que le da una identidad. Por lo expuesto, patriotas eran quienes habían defendido el suelo, el territorio, la soberanía, al pueblo, y no quienes dictaron leyes, instauraron instituciones o establecieron constituciones.
Ya con la conquista misma de América en 1492 comienzan a vislumbrarse estas visiones antagónicas; estas líneas históricas que a lo largo de nuestro devenir político siempre estuvieron separadas. Y no es caprichosa la mención del año 1492 ya que es con el descubrimiento de América, donde se comienza a dar el mestizaje entre el español que vino conquistando y el aborigen, cuyo fruto será en nuestra tierra el gaucho-criollo, reflejo vivo de nuestra identidad nacional.
Pero en los albores mismos de nuestra independencia, antes del cabildo abierto del 22 de mayo de 1810 se veían bien reflejadas la dos líneas. Una claramente hispánica, tradicionalista, católica; que respondía a nuestras raíces, y la otra claramente europeizante, afrancesada y liberal. Y estas posturas fueron las que dividieron a nuestra Primera Junta de gobierno; encarnadas la primera de ellas en la persona de Cornelio Saavedra, y la segunda en Mariano Moreno, quien reflejaba el país liberal. Ante lo cual ya tenemos nuestra primera dicotomía: saavedristas o morenistas. O dicho de otro modo criollos o liberales.
Zanjada esta cuestión en favor de los criollos y constituida la primera Junta de gobierno con Saavedra como presidente, poco tiempo duró la felicidad de nuestro pueblo hasta que la Junta cayó en manos de Moreno y sus ideales jacobinos. De una Primera Junta nacional se dio paso a una segunda, y de allí se tuvo que esperar hasta que se constituyó la Junta Grande que volvió a encarnar los valores criollos y nacionales. Es muy importante destacar La Junta Grande ya que por primera vez tomó real importancia el interior de lo que en aquel momento era el interior del Virreinato del Río de la Plata, más tarde las provincias argentinas. Con la primera Junta no había tal representación, en cambio con la Junta Grande aparecieron los representantes del interior del país y con José Gervasio de Artigas empezó a vislumbrarse el federalismo.
Con el surgimiento de Artigas y mientras se libraba la lucha por la independencia se profundizaron las diferencias entre el interior y Buenos Aires. Se agudizaron los distintos criterios políticos que se tenían tanto en la América profunda del interior como en Buenos Aires. Empezaba a vislumbrarse la guerra civil entre los unitarios y los federales.
Mientras tanto pasaban los gobiernos sin pena ni gloria: así pasó el Primer y Segundo Triunvirato, el Directorio, y se siguieron sucediendo otros sin poder organizar políticamente el país ni pacificarlo.
Por esta razón creemos que todos los gobiernos fueron de neto corte liberal, europeizante y que gobernaban de espaldas al país salvo en los casos mencionados anteriormente, que constituyen honrosas excepciones. Pero tuvo revancha la Patria morena, aunque hubo de esperar hasta el año 1829 en que Rosas tomó el poder hasta 1832 para que el verdadero país hispano, criollo, federal, tradicionalista, y católico ascendió al poder.
Por supuesto que colocamos en la línea nacional aquella épica jornada de 1820 que la historiografía liberal calificó como “Anarquía del año 20”; fecha en la que Pancho Ramírez y Don Estanislao López ataron sus caballos en la pirámide de mayo exigiendo las reivindicaciones del interior federal.
Desde ya que también incluimos en la línea nacional la independencia de 1816 dictada por el Congreso de Tucumán, pero queremos aclarar que no nos estamos refiriendo a hechos políticos puntuales sino a acciones de gobierno en general.
Hemos dejado aparte, ya que por trascendente y criminal merece destacarse, que antes de la llegada al poder de Juan Manuel de Rosas, tuvo lugar el fusilamiento de Manuel Dorrego por parte de Lavalle. La llegada al poder de Manuel Dorrego en 1828 no era otra cosa que la llegada al poder de la línea nacional-hispánica que sostenemos. Sin embargo en las logias unitarias complotaron, conspiraron, y llenaron de intrigas los oídos de Lavalle, instándole a que fusilara a Dorrego. Manuel Dorrego era el gobernador legítimo de la provincia de Buenos Aires constituyendo su derrocamiento y asesinato lo que podríamos denominar como el primer golpe de estado en la historia argentina y el primer fusilamiento político de la historia contra una autoridad legal y legítimamente constituida.
Retomando la exposición decíamos entonces que el gobierno nacional y popular estuvo presente mientras gobernó Rosas entre 1829 y 1832. Terminado su mandato tuvimos que pasar por el gobierno de Balcarce, de Viamonte y Maza mientras, Don Juan Manuel hacía su recordada expedición al desierto y con ella integraba kilómetros y kilómetros de soberanía para nuestro país hasta que tuvo lugar el asesinato de Facundo Quiroga a manos de los mismos que asesinaron a Dorrego. Este nuevo acto criminal hizo que Juan Manuel de Rosas retomara el poder con la suma del poder público y las facultades extraordinarias en el año 1835. Y fue así entonces, como entre 1835 y 1852 los nacionales volvimos a estar en el poder.
De la época de Rosas debemos señalar dos o tres aspectos muy importantes. El primero fue que la lucha entre unitarios y federales tomó su forma más encarnizada en este período. El segundo, fueron las constantes agresiones extranjeras –con la perfidia y felonía de los traidores de adentro- que tuvo que sufrir la Confederación Argentina y que Rosas libró en defensa de la soberanía nacional. Y la tercera tuvo que ver con un factor económico y es lo que hizo viable el gobierno de Rosas durante tantos años. Esto fue el desarrollo que tuvieron las provincias del interior a través de la aplicación de la ley de aduanas que favorecía las economías regionales.
En 1845 tuvo lugar la Guerra del Paraná, conocida en la historia oficial como la Batalla de la Vuelta de Obligado donde la Argentina se dio el gusto de derrotar a las dos Armadas más importantes y más poderosas de aquella época, estas eran Inglaterra y Francia. Ambas tuvieron que capitular ante la Confederación Argentina, y todo sin ceder un tranco de la soberanía nacional.
Podemos definir a los unitarios como a aquellos hombres de ideas afrancesadas, iluministas, partidarios del libre cambio y del libre comercio; esencialmente liberales en lo ideológico, enemigos del proteccionismo y partidarios de la concentración de poder en Buenos Aires. Eran contrarios a las autonomías provinciales; consideraban a la Patria como sinónimo de las instituciones, y creían que el hombre nativo era inferior al europeo.
Por oposición los federales eran aquellos hombres partidarios de la tierra nativa; hombres amantes de la Patria, partidarios de la autonomía provincial, del proteccionismo económico y del desarrollo de la Nación libre de toda atadura extranjera y fiel a su cultura y tradición.
Estas corrientes, de unitarios y federales sobrevivieron en toda la historia argentina, pudiendo cambiar los nombres pero no las ideas de aquellos grupos que representaban los intereses de uno u otro sector político.
Los federales representaron lo popular y lo nacional; la Argentina profunda. Los unitarios simbolizaban lo elitista, antipopular y antinacional.
Sin embargo en 1852, un golpe cobarde y traicionero ejecutado por Urquiza, los unitarios, los franceses y uruguayos derrocaron del poder a Rosas.
En 1853 sancionaron la Constitución Nacional y Urquiza fue presidente. Estalló la rebelión porteña que duró hasta la secesión que sólo se pudo zanjar luego de Pavón, asumiendo la presidencia la antipatria, con Mitre a la cabeza. Lo sucedió Sarmiento y Avellaneda, mientras el interior se levantaba una y otra vez en montoneras pidiendo por sus derechos avasallados.
Más tarde llegó la Generación del 80, la matanza de los indios, la entrega de tierras a la oligarquía, el ferrocarril inglés, etc.
Nuevamente, el país cayó en la postración, y tuvo que esperar desde 1853 hasta 1916 para ser redimido al encontrar quien acaudillara el movimiento nacional. Y fue Don Hipólito Irigoyen en el citado año, quien resultó elegido presidente y devolvió al pueblo el poder. Fue derrocado luego de ser reelecto en 1930 por un golpe que inauguró lo que ese pensador nacional llamado José Luis Torres denominó, "Década Infame".
Pasaron largos años hasta que el proyecto nacional volvió al poder; esto ocurrió con la revolución del 4 de junio de 1943 que dio lugar en 1946 a las elecciones en las que resultó elegido como presidente el general Perón.
El pueblo encontraba nuevamente a su caudillo. Y esos fueron sus años más felices. Pero sobrevino la reacción, y en 1955, tras haber ejercido el cargo de presidente de la nación en dos oportunidades fue derrocado el Gral Perón antes de terminar su mandato.
Fueron tiempos aciagos. Época de persecución, prohibiciones, tortura, cárcel y muerte. Todo debió soportar el pueblo peronista. Hasta la ausencia de su líder que forzosamente debió marchar al exilio. Ni nombrarlo se podía por el infame decreto 4161.
Finalmente, después de 17 años de lucha y resistencia, el líder volvió al país, y retomó el timón de la Argentina. Corría el año 1974, y sin embargo fue el destino el que esta vez jugó la mala pasada, llevándose la vida del General Perón, y dejando de ese modo, acéfalo y sin jefe al movimiento nacional hasta el día de hoy.
Queda claro con esta pequeña síntesis de nuestra historia, las antinomias que en ella campean y también el hecho de que a cada actuación del pueblo sobrevino la reacción de la antipatria: Hispanistas o antihipanistas, saavedristas o morenistas, federales o unitarios, civilización o barbarie, radicales o antiradicales, peronistas o antiperonistas. Estas fueron y son las dicotomías que en el fondo expresan una misma cosa:
Nación o antinación, liberación o dependencia.

Federico Addisi.

Bibliografía:
- ROSA, José María, Estudios Revisionistas, Bs As, Sudestada, 1967.