30 de abril de 2011

HOMENAJE A 29 AÑOS DEL HUNDIMIENTO DEL CRUCERO ARA "GENERAL BELGRANO"



Jóvenes Revisionistas (JR) tiene el agrado de invitarlos al homenaje que se hará el próximo día martes 3 de Mayo, al cumplirse el 29° aniversario del hundimiento del Crucero ARA "General Belgrano" en las acciones de la Guerra de Malvinas, episodio que costó la vida a 323 marinos argentinos, eternos custodios de nuestros mares australes.

Este emotivo acto, contará con la presencia de los compañeros trabajadores de ASIMM (Asociación Sindical de Motocilistas Mensajeros y Servicios), que es con quienes venimos rindiendo sucesivos homenajes patrióticos.



DIA: Martes 3 de Mayo de 2011.


HORARIO: 8 AM.


LUGAR: Cenotafio a los Caídos en la Guerra del Atlántico Sur, Plaza San Martín, Buenos Aires.


ORGANIZAN Y CONVOCAN: Jóvenes Revisionistas y ASIMM.



¡Venga a rendir tributo a los uniformados que dieron la vida por la soberanía nacional en la Gesta de Malvinas!

28 de abril de 2011

LOS TIGRES CAPIANGOS, UNA LEYENDA QUIROGUISTA

'Tigre Capiango' o yaguareté-abá. Esta creencia causó temor en los soldados de Camilo Isleño, previo al combate de La Tablada.



Muy difundida en el interior de nuestro país, es la leyenda de los ‘tigres capiangos’ o yaguareté-abá, cuya característica más sobresaliente consistía en la conversión de esas alimañas en formas humanas que mantenían intactas todas las destrezas e instintos salvajes.

La historia patria ha rescatado esta creencia, ubicándola en las primeras décadas del siglo XIX, más precisamente entre los hombres que formaban la tropa gaucha e india del caudillo federal Juan Facundo Quiroga. Su fervoroso enemigo, el general José María Paz, dejó algunas líneas en sus famosas “Memorias” sobre la posible existencia de los ‘tigres capiangos’ de Facundo. Es un testimonio más que interesante, referido a una temática que mezcla lo tradicional y supersticioso con la variable histórica:

“Conversando un día con un paisano de la campaña y queriendo disuadirlo de su error, me dijo:

-Señor, piense usted lo que quiera; pero la experiencia nos enseña que el señor Quiroga es invencible en la guerra, en el juego –y bajando la voz añadió- y en el amor. Así es como no hay ejemplo de batalla que no haya ganado; partida que haya perdido –y volviendo a bajar la voz-, ni mujer que haya solicitado que no haya vencido.

Como era consiguiente, me eché a reír con muy buenas ganas, pero el paisano, ni perdió su serenidad ni cedió un punto de su creencia.

Cuando me preparaba para esperar a Quiroga, antes de La Tablada, ordené al comandante don Camilo Isleño… que trajese un escuadrón a reunirse al ejército, que se hallaba a la sazón en el Ojo de Agua, porque por esa parte amagaba el enemigo. A muy corta distancia, y la noche antes de incorporárseme, se desertaron ciento veinte hombres de él, quedando solamente treinta, con los que se me incorporó al otro día. Cuando le pregunté la causa de su proceder tan extraño, lo atribuyó al miedo de los milicianos a las tropas de Quiroga. Habiéndole dicho que de qué provenía ese miedo, siendo así, que los cordobeses tenían dos brazos y un corazón como los riojanos, balbuceó algunas expresiones cuya explicación quería absolutamente saber. Me contestó que habían hecho concebir a los paisanos que Quiroga traía, entre sus tropas, cuatrocientos capiangos, lo que no podía menos que hacer temblar a aquéllos. Nuevo asombro por mi parte, nuevo embarazo por la suya… Los capiangos, según él o según lo entendían los milicianos, eran unos hombres que tenían la sobrehumana facultad de convertirse, cuando lo querían, en ferocísimos tigres.

-Y ya ve usted –añadía el candoroso comandante- que cuatrocientas fieras lanzadas de noche a un campamento, acabarán con él irremediablemente.”


EL REVISIONISMO Y LOS 'CAPIANGOS'

Esta leyenda de la ferocidad de los paisanos que combatían a la par del “Tigre de los Llanos” seguramente fue divulgada por la errada imagen de “bárbaros” a que fueron expuestos los hombres federales a partir de la diatriba del masón Domingo Faustino Sarmiento, por lo que el revisionismo histórico poco crédito ha dado a esto de los ‘tigres capiangos’ y los hombres del caudillo riojano. Es decir, no lo ha tomado como algo folklórico sino como una mera ofensa que la historiografía liberal empleó para ensuciar la nobleza, el coraje y la imagen de los federales. Viene a colación la impresión que causaban, en los señores de frac y galera, las barbas tupidas y los rasgos enjutos de los caudillos del interior, a quienes tomaban por poco menos que “animales” o seres provenientes, directamente, de los montes y las selvas perdidas. Por eso tampoco, al día de hoy, se puede creer que el “Chacho” Peñaloza tuvo ojos más bien celestes, y que Rosas era un esbelto hombre de cabellos rubios y ojos igualmente celestes, gaucho y estanciero al mismo tiempo.

Pedro de Paoli, estudioso consumado de Juan Facundo Quiroga, nos da una precisa interpretación de lo que para él quería significar eso de que los milicianos del riojano podían llegar a convertirse en ‘tigres capiangos’. En “Facundo”, la mejor obra dedicada al personaje del noroeste, dice:

“Paz dice en sus Memorias que, según un oficial de Quiroga que quedó prisionero en Córdoba, el Moro no se dejó montar el día de la batalla de La Tablada, con lo que quería dar a entender que sería un día aciago para Facundo y que por lo mismo no debía haber dado la batalla. Que Facundo consultaba a su Moro, etc. Todo ello son fábulas de Paz que forman el plan de presentar a Facundo como muy bárbaro. También hace decir Paz a ese oficial prisionero, un sin fin de historias de “copiangos” (sic) y otras cosas por el estilo. Todo ello son invenciones del famoso y hábil general Paz.”

CAMILO ISLEÑO EXISTIO

De todas formas, no hay que restarle crédito a lo escrito por el “manco” Paz en sus memorias cuando dice que el comandante Camilo Isleño tuvo 120 deserciones entre sus filas por el temor que les infundaban las apariciones, en medio de la lucha, de los ‘tigres capiangos’ de Quiroga.

No sabemos con precisión el año de nacimiento de Camilo Isleño, el cual era oriundo de la provincia de Córdoba, lugar donde dio sus primeros pasos en el camino de las armas al lado del general José María Paz.

En 1829, año en que el “manco” invade dicha provincia para derrocar al general federal Juan Bautista Bustos, Isleño se presenta para luchar del lado de los unitarios al frente de sus milicias. En esta fuerza había alcanzado el título de comandante, a que refiere Paz en sus Memorias.

El capitán de Fragata, Jacinto Yaben, autor de una obra de consulta valiosa (“Biografías Argentinas y Sudamericanas”), escribió en la biografía de Camilo Isleño, sin nombrar directamente a los ‘tigres capiangos’, el episodio en que ocurre la deserción de los 120 soldados suyos antes de La Tablada:

“Incorporado al ejército de Paz muy poco antes de la batalla de La Tablada, se halló en esta acción de guerra (se había reunido a Paz en Ojo de Agua, con 150 milicianos de los que desertaron 120 antes de la batalla por temor a Quiroga). Intervino en las demás operaciones que tuvieron por escenario la provincia de Córdoba bajo el mando del general Paz…”.

Es decir, el episodio fue cierto, real.

Aunque empezó luchando para el bando unitario, Camilo Isleño poco antes de la captura de José María Paz por el gaucho Francisco Zeballos, ya se había pasado a los federales. Pero esta novedad recién tomó notoriedad una vez que su jefe fue boleado el 10 de mayo de 1831 en el paraje El Tío, provincia de Córdoba. Sin embargo, Juan Manuel de Rosas ya estaba enterado de esta conversión desde que recibió una correspondencia del coronel José Nazario Sosa el 10 de febrero de ese año, la cual contenía esta importante noticia.

El 30 de junio de 1833, el comandante Isleño derrotó en el combate de Yacanto al comandante Manuel Arredondo y a otros jefes rebeldes, esto en el marco de una ofensiva tendiente a frenar el alzamiento subversivo de Esteban del Castillo contra el gobierno cordobés de Francisco Reinafé, quien entonces se sabía federal. Éste morirá ahogado en las aguas del río Paraná, tras fugar del campo de honor en Cayastá, hacia 1840. En esos momentos se hallaba en el bando unitario.

Las vueltas de la guerra civil encontraron a Camilo Isleño luchando contra Francisco Reinafé –su ayer protegido- en agosto de 1835, en las desconocidas acciones de Balde de Moreyra. La guardia personal de Reinafé quedó desarmada y capturada por el buen desempeño de Isleño. Hasta donde se sabe, quien en el pasado había visto en carne propia los efectos psicológicos que producía la leyenda de los ‘trigres capiangos’ quiroguistas, por 1841 continuó peleando por la Confederación Argentina, ultimando partidas y jefes del general Juan Galo de Lavalle, otrora oficial sanmartiniano que iba directo a la muerte. Pero esto pertenece a otro relato, a otro episodio de nuestro devenir.


Por Gabriel O. Turone

Bibliografía

- De Paoli, Pedro. “Facundo”, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1973.
- Paz, José María. “Memorias Póstumas. Guerras Civiles”, Tomo II, Ediciones Anaconda, Buenos Aires, 1950.
- Yaben, Jacinto R. “Biografías Argentinas y Sudamericanas”, Tomo III, Editorial Metrópolis, Buenos Aires, 1939.

11 de abril de 2011

UNA PULPERIA DE 1850 EN LA LLANURA BONAERENSE...



En Campodónico, provincia de Buenos Aires, encontramos una antigua posta-pulpería que recibió, primeramente, el nombre de “Estancia de La Libertad”, y que en nuestros días se denomina “Estancia San Gervasio”. El dato siguiente puede sorprendernos y emocionarnos: es de 1850. Así es, nació en los últimos años de la Santa Federación rosista, bajo las reglas del coraje y la honradez de una patria esencialmente argentina.


Según nos han dicho, esta formidable posta-pulpería fue la más importante de su tipo en la zona de Tapalqué y alrededores. Está rodeada por la inmensidad de la pampa, con vegetación seca, teros, vacas y caballos siempre serviciales.


En la “Estancia San Gervasio” hay también un aljibe de la misma etapa, y varias construcciones desteñidas y con tejas sucias que, no obstante, resisten el avance de la globalización y las acechanzas del clima bonaerense.




Allí se respira federalismo, y la plenitud, el ocaso y la muerte del gauchaje que antaño galopeaba aquellas tierras con la misma libertad con que hoy vuelan las bandadas de pájaros. Esta reliquia tiene las barras de hierro originales que separaban a la clientela del dueño de la pulpería, al igual que el estaño gastado de su mostrador, donde seguramente miles de paisanos de a caballo tomaban ginebra y hablaban, esperanzados, de algún posible regreso a la patria del Restaurador, o de Adolfo Alsina, o del nuevo orden de cosas que, con el alambrado, el ferrocarril y el predominio financiero inglés, terminó con el oasis argentino para siempre.


Sus actuales dueños son Aníbal y Edgar Toso, quienes nos han recibido con la cordialidad digna de los pulperos de aquel pasado glorioso y campestre. A decir verdad, no es que ellos sean los propietarios, dado que la posta-pulpería hoy está administrada por los Monjes Salesianos de Don Bosco, los cuales tienen en Campodónico una escuela, lo mismo que en la localidad cercana de Azul. Los hermanos Toso se encargan de atender el lugar desde el año 1955, aproximadamente. Más atrás en el tiempo, la "Estancia San Gervasio" había pertenecido a la familia Casares.


Jóvenes Revisionistas –y aquí queríamos llegar- estuvo en este lugar recientemente. Retrató el mojón con algunas imágenes y le regaló al actual pulpero varios ejemplares del último número del boletín “La Reconquista” (está próximo a salir el del mes de abril-junio de 2011). Porque son estos lugares lejanos y cercanos, al mismo tiempo, en los que debemos estar. Porque si los intelectuales y pensadores nacionales nos ayudaron a dilucidar las ideas que erigieron la magnificencia de la Confederación Argentina, han sido las pulperías y los pueblos perdidos de la campaña los espacios físicos en donde aquella realidad fue vívida, concreta y real. Son los lugares que todavía siguen en pie y de los que un Manuel Gálvez o un José María Rosa nos hablaban en sus páginas.

Un ejemplar de nuestra publicación gráfica, "La Reconquista", en estos parajes de la patria gaucha.

Y mientras recorramos la pampa argentina en busca de sitios que rememoren la etapa rosista, allí habrá un joven revisionista para darlos a conocer, para describirlos y para que sepamos, de una buena vez, cuáles han sido sus ‘instituciones’ camperas, el origen de nuestros valores hispano-criollos. Para que el espíritu de los gauchos federales que pelearon por la liberad y la soberanía nunca termine entreverado en el bardo del pensamiento único y los fantoches universales.

8 de abril de 2011

SOBRE "ROSAS EN LOS ALTARES", DE ALBERTO EZCURRA MEDRANO (1959)





Hace un cuarto de siglo era un lugar común la afirmación de que en la época de Rosas, el retrato del Restaurador había sido colocado en los altares. Después de un detenido estudio del asunto, basado en la tradición, gravado y crónicas de la época, publiqué en "Crisol" el 1° de enero de 1935 un artículo titulado "Rosas en los altares", donde documentaba concluyentemente lo contrario. En ese artículo, reproducido en el número 4 de la Revista del Instituto Juan Manuel de Rosas, llegaba a la conclusión de que "el retrato de Rosas no se colocaba en el altar, sino, por lo general, en un asiento, en el prebisterio, cerca del altar, del lado del Evangelio", y que ello "no constituyó profanación ni sacrilegio".




El impacto fue tan profundo que el antirrevisionismo ha tardado 25 años en reaccionar. Y lo ha hecho en "La Prensa" del 1° de noviembre del corriente año, mediante el artículo de Enrique J. Fitte titulado "Acotaciones sobre la efigie de Rosas en las funciones religiosas".




Demás está decir que el autor no refuta ni lo pretende siquiera, la afirmación de que el retrato se colocó en el prebisterio y no en el altar. Por el contrario, manifiesta no hacer cuestión de lugar, a pesar de que esta cuestión es de fundamental importancia. Sus "acotaciones" se reducen a argumentos, que creo poder sintetizar bien en la siguiente forma: 1) No fue sólo en las funciones parroquiales de 1839 cuando el retrato aparece en los templos, sino también antes y después; 2) No es valedera la explicación de la imposibilidad en que se encontraba Rosas de concurrir personalmente a todas las ceremonias, sino que había en ello un móvil político.




Respecto del primer punto debo manifestar que si me concerté especialmente a las funciones parroquiales de 1839, fue porque precisamente a ellas se refieren las acusaciones más estridentes de idolatría. No obstante mencioné también el óleo de Boneo -el mismo que reproduce el señor Fitte- aclarando que "representa una ceremonia religiosa en la iglesia de la Piedad", y sin identificarlo, por consiguiente, con las "funciones parroquiales". En realidad la fecha y la oportunidad en que aparece el retrato en el templo es de muy relativa importancia con relación al hecho en sí.




En cuanto a la explicación del hecho, me atuve a la versión tradicional, de fuente eclesiástica, a que aludí en mi artículo. Posteriormente fue rectificado por un historiador revisionista, Julio Irazusta, quien consideró una falla de mi hermenéutica al haber atribuído exclusivamente a esa causa el origen de la ceremonia, creyendo por su parte en la concurrencia de un móvil de mística política. No hay inconveniente en aceptar esa rectificación. Pero no creo que pueda rechazarse en absoluta la hipótesis de la asistencia simbólica de Rosas. No se trata de que haya mediado invitación previa ni de imposibilidad de concurrir por inconveniente de último momento, como dice el señor Fitte. Se deseaba contar con la presencia de Rosas y cada una de las ceremonias, se le representaba con el retrato. Luego esto se hizo costumbre y así se explica que haya ocurrido hasta en la misma casa de Rosas, aunque tampoco con su presencia física, según parece deducirse del relato del almirante Ferragut, ya que después de nombrar varias vees a Rosas como "el gobernador", no lo incluye entre los concurrentes.




En el mencionado relato hay algo que puede dar lugar a confusiones. Ve Ferragut "un altar para el servicio divino" y a la izquierda "otro más pequeño", destinado al retrato. Altar, para los católicos, es el "ara consagrado sobre la cual celebra el sacerdote el santo sacrificio de la misa" y por extensión, "el hogar levantado y en forma de mesa, más largo que ancho, donde se coloca dicha ara" (Espasa). Lo que al almirante pareció altar, no lo era, porque no tenía ara ni en él se celebraba misa. Por mucha forma de altar que haya tenido, si es que la tuvo, fue simplemente el asiento bajo docel preparado para el retrato.




En lo que decididamente no estoy de acuerdo con el señor Fitte es en la conclusión a que llega: "Esto es incurrir en pecado de idolatría y en delito de profanación". El privilegio de ocupar un lugar prominente en el presbiterio o sea en las proximidades del altar, había sido concedido a las autoridades seglares por la Iglesia, y en especial a los reyes de España. Que se haya colocado en su lugar un retrato, cualquiera sean los motivos de ello, podrá parecer inconveniente, de mal gusto, pero no encuadra dentro de la idolatría ni de la profanación, porque dicho retrato no estaba allí para recibir culto, sino más bien para tributarlo a Dios, custodiando su altar. Hoy, en tiempos menos personalistas, se coloca junto al altar mayor la bandera nacional y nadie ve en ello profanación ni idolatría a pesar de que desde el punto de vista estrictamente religioso, nada tiene que hacer en ese lugar.




La acusación de idolatría; por parte, más que a Rosas, afecta al ilustre clero argentino de esa época, presidida por el obispo Mariano Medrano, enérgico defensor de la ortodoxia católica frente a la reforam rivadaviana, y compuesta de sacerdotes de la virtud e ilustración de los canónigos Zavaleta, García, Segurola, Pereda Zavaleta, Elortondo y Palacio, Argerich y otros. Es absurdo suponer que la iglesia argentina prevaricó en masa, incurriendo en el grosero pecado de idolatría.




La verdad, no rebatida hasta ahora, e imposible de rebatir, porque la verdad es que el retrato de Rosas nunca se colocó en los altares y por consiguiente, jamás fue objeto de adoración ni de culto, por lo que no pudo haber profanación ni sacrilegio.






Fuente: Revista de Cultura "Revisión", Año 1, N° 4, Buenos Aires, diciembre de 1959, página 8.