13 de junio de 2011

CABALLOS Y POSTILLONES EN LA VIEJA POSTA DE LUJAN (DOCUMENTO)



Que las postas fronterizas han cumplido un extraordinario rol para las comunicaciones y el comercio entre la metrópolis y los pueblos de campaña de la provincia de Buenos Aires, sea durante la etapa colonial como en la época de Rosas, nadie puede cuestionarlo a esta altura de los hechos.

Las tropillas de nuestros caudillos y peones surcaron aquellos mojones de la patria que parecían perdidos en la inmensidad de lo desconocido. Las postas han sido otra de nuestras instituciones predilectas, olvidadas por el arrasamiento de la modernidad gris que todo lo homogeneiza. Todavía se conservan postas-pulperías donde la paisanada degustaba una “giniebra” para luego seguir por las huellas de la llanura bonaerense, santafecina o del sur de la provincia de Córdoba.

El trazado donde con posterioridad se erigieron las postas más antiguas, data del año 1585, por obra y gracia de los generales Alonso de la Cámara y Juan de Mitre. Sobre ese trayecto futurista se levantaron aquellos lugares fantásticos que unirían, hacia 1748, las ciudades de Buenos Aires con los territorios del Tucumán. Las fronteras –y las postas- se extendieron hacia el sur argentino hasta la conclusión de la Campaña del Desierto del general Julio Argentino Roca, promediando 1882/1883.

DIGNIDAD Y RENUNCIA DE UN MAESTRO DE POSTA





Un documento encontrado en el Archivo General de la Nación, nos da una estupenda visión de los gastos que insumían las postas bonaerenses durante el primer gobierno de Juan Manuel de Rosas. Don Agustín Gamboa no ceja en brindar un servicio lo más digno posible a costa de su penuria material, lo cual motiva la renuncia indeclinable. La posta continúa brindando una función primordial, pero Gamboa queda en la miseria, y no se queja porque las instituciones camperas debían primar por sobre los hombres. La carta es de 1830, está llena de gauchesca sinceridad y dice así:


“Señor Administrador General de Correos

Don Agustín Gamboa, Maestro de la Posta de la villa de Luján con el debido respeto, y como haya lugar, me presento ante su justificación, y digo: Que a pesar de los más grandes esfuerzos, que he puesto en ejecución, para poder conservarme en el servicio de la Posta; no he conseguido otra cosa que irme arruinando a la par de los esfuerzos que hacía. Cuanto he adquirido por otros medios, lo he invertido en compras de caballadas para el mejor desempeño de las atenciones de la Posta y de una manera que el público estuviese bien servido. Con notable perjuicio de mis intereses he procurado siempre con preferencias, el más puntual servicio de la Posta, y solamente con este sacrificio, habría podido conservarla.

Los cuarenta y nueve caballos que se me dieron casi inútiles, y más de 30 que compré, con el continuo (…) que hay de esta especie, sin que valga a contenerlo la más exquisita vigilancia y con el mucho y asiduo trabajo de la Posta, han quedado reducidos como al número de Veinte, e inservibles.

A esto se agrega lo subido de los salarios de los Peones que cuidan los caballos, de los Postillones y la manutención de ellos. En estas fuertes, convincentes y poderosísimas razones, es que fundo la renuncia que hago de la referida Posta, sin tener y a como servirla ni ocho días. En esta virtud

A Usted pido y suplico se sirva admitirme la renuncia que hago de la mencionada posta por las razones expresadas.=

Agustín Gamboa.


Está conforme

Eduardo Lahitte (firma).”



Fuente: Archivo General de la Nación, Sala X, 23.9.1., Legajo 1768, Documento 304. Secretaría de Rosas.

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