25 de julio de 2011

LA INFLUENCIA DEL ALAMBRADO EN LOS HOMBRES DE TIERRA ADENTRO

Ilustración de la famosa Estancia "Santa María", cuya huerta estuvo alambrada en 1845 por iniciativa de Richard Blake Newton.


Cuando apareció el alambrado en los campos argentinos, se dice que el gaucho perdió mucho más que su innata libertad para desplazarse por los confines de la extensión. De acuerdo con Elbio Bernárdez Jacques (Fisonomías Gauchescas), el gauchaje tenía en la pampa “todos los sonidos, todas las vibraciones de la tierra. Rumor de pamperos, relinchos de baguales, aleteos de pájaros, silbido de perdices, toda esa música, en ocasiones elegíaca, en otras ruda y sonora, toma parte en el concierto de su gran armonía”. El autor no quiere imponer al lector lo negativo que resultó para el hombre de campo la aparición del alambrado. Así, nos señala: “Los alambrados, tendidos en cuadro, sobre su dilatada superficie, no han logrado pialar su libertad: sirven también de pentagrama en el concierto armonioso del llano. En sus hilos tirantes, como en una inmensa lira, vibra la música del desierto”.

El gaucho, hasta que la campaña fue encerrada por el alambrado, fue bagual sin jinete y ave con sueños de libertad. Recorrió todos los fogones que, de tanto en tanto, se le presentaban en la oscuridad de la naturaleza, y muy cerca de ellos cantó las realidades de su patria, en todas las guitarreadas habidas y por haber. Y si los gauchos no plantaron ningún árbol en esos terrenos ilimitados, fue porque “la pampa no es una zona arbórea y son pocos los árboles que originariamente arraigan en ella”, señala Bernárdez Jacques. Además, otra realidad se hacía patente. El criollo no iba a colocar frutales o leguminosas sabiendo que, por falta de alguna protección o alambrado, podía llegarse hasta el lugar otra persona que le quitara lo que aquél, con tanto esfuerzo, había plantado y sembrado. Suena lógico, por cierto. La agricultura y la ganadería sistematizadas vinieron más tarde, con la imposición del alambre en el campo: aquí, ya nadie podía robar lo ajeno con tanta facilidad.

José Pedroni nos habla de un antes y un después en la vida del criollo desde que hizo su aparición el alambrado. Uno de los versos de su poema “Gaucho”, dice: “Quisiera haber vivido en tu primer instante/ antes de la entrega de la pampa/ antes del encierro de los árboles./ Haber vivido en el alto mediodía de tu lance”. Y nos deleita con esta otra observación, la del gaucho que ha sido despojado de sus más valientes virtudes y prácticas: “Quisiera haber estado (…) antes del encierro de la aguada/ donde entre junco y ave/ alguna vez te proyectó el ocaso montado y con amante./ Antes del alambre con uñas,/ desgarrador de carnes./ Yo no tendría, ahora, este dolor cobarde/ dormiríamos juntos bajo la Tierra Madre”.

Haciendo una respetable crítica a las sociedades modernas que se erigieron, como tales, desde la clausura de los campos por acción de los alambrados, el poeta Pedroni compara la personalidad del hombre urbano con respecto a la que tenían los gauchos de antaño: “Las piernas entre ramas,/ los ojos anhelantes,/ desmontados andamos de tu coraje/ sin cuchillo, sin lazo,/ por amarillas calles./ Viento ladrón de libertad y honra/ metido en los trigales”.

RICHARD NEWTON, ¿EL PRIMER ALAMBRADOR?

En nuestro país, de acuerdo al escritor Noel H. Sbarra, existen dos puntos de partida que dieron origen al alambrado. El primero se remontaría al año 1845, época en que un inglés llamado Richard Blake Newton lo introdujo para cercar la estancia “Santa María”, la cual se situaba a 10 leguas de Chascomús, en la provincia de Buenos Aires.

Así pudo corroborarlo el cronista británico William Mac Cann, autor de un libro formidable titulado Viaje a caballo por las provincias argentinas, quien visitó en 1845 dicha estancia. Una característica de este supuesto primer alambrado en el país, es que su grosor era como el de un dedo, y que fue colocado por un carpintero escocés, Mr. Alejandro Codwell.

Newton provenía de una familia londinense de comerciantes, rubro que lo llevó a afincarse en el Plata por 1819, ante un llamado que le hizo, desde estas costas, su padre. Unos compatriotas de los Newton, los hermanos Juan y Jorge Gibson, pusieron a trabajar a aquéllos en su casa de importación y exportación de cueros de nutrias, los cuales provenían de la provincia de Entre Ríos, principalmente. Tan bueno era este negocio, que los hermanos Gibson logran adquirir 5 estancias en la provincia de Buenos Aires. En la estancia “Los Ingleses”, erigen uno de los mejores criaderos de ovejas.

A todo esto, Richard Newton también va creciendo en su posición social, aunque se vuelve un gaucho gringo. Adquiere terrenos sobre la costa del río Samborombón, partido de Chascomús, y allí se casará con doña María de los Santos Vázquez, con quien tiene quince críos. La estancia donde la investigación histórica ha dicho que se colocó el primer alambre (en su huerta, solamente), hablamos de la “Santa María”, Newton la adquirió el 19 de septiembre de 1834. El nombre se lo puso él en honor a su señora esposa.

Se dice que en 1844, Richard Newton “no olvida la educación de sus hijos. En mayo de 1844 viaja a Inglaterra con dos de ellos, Ricardo y Enrique, a fin de ponerlos pupilos en un colegio”, afirma Sbarra en su obra Historia del alambrado en Argentina. Iban los tres, una tarde, caminando por el condado de Yorkshire cuando Richard Newton “observa en el parque del conde de Fitzwilliams un espacio cercado de grueso alambre de hierro donde pacen varios ciervos. Iluminado –prosigue Sbarra-, piensa en los enormes beneficios que el sistema reportaría en un país como la Argentina, cuya principal industria era la ganadería y cuyos ganados erraban en libertad por los campos dificultando su crianza e invadiendo sembrados y plantaciones”. Así fue como el inglés decide traer a la Confederación Argentina esta innovación, “iniciando una experiencia trascendental para la economía argentina”.

A partir de entonces se desata el éxtasis del alambrado en el Río de la Plata…y el final irremediable del gaucho argentino. Surgen instituciones siempre colocadas fuera de los intereses nacionales, como la Sociedad Rural Argentina, que en 1891, y ante la presencia de Ricardo Newton –hijo mayor del introductor del alambre-, rindió un homenaje póstumo a su padre, Richard Blake.

Hasta 1969, se sabía de la existencia de la estancia “Santa María”, añeja construcción que hospedó hasta su muerte, y por varios lustros, a Richard Newton. Especificaba don Lorenzo Larralde, antiguo dueño del lugar –lo adquirió en 1913-, que por muchos años Newton estuvo enterrado en el parque de la estancia, pues allí había fallecido en 1868. Luego, sus restos fueron trasladados a Buenos Aires, conservándose, no obstante, el espacio donde reposó su cadáver: rodeado el lugar de una sencilla reja y cubierto por una lápida de mármol.

HALBACH, DESPUES DE LA ETAPA ROSISTA

La historia de Richard Blake Newton quedó entronizada como la primera experiencia del uso del alambrado que tuvo la Argentina, sin embargo parece que el primero fue don Francisco Halbach.


Todavía hoy se discute si no fue Francisco Halbach el verdadero introductor y pionero del alambrado en la Argentina, a pesar de que él lo impuso en 1855, es decir, 10 años después que Newton.



Halbach era oriundo de Remscheid, Alemania, y su año de nacimiento había sido 1801. Al igual que Newton, puso pie en las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1819, corrido por la quiebra de los negocios de su padre. Francisco Halbach casaría en 1830 con doña Gregoria Bolaños y Alagón, primogénita del coronel José Bonifacio Bolaños, héroe de la Guerra de la Independencia nacional. A partir de 1845, presentó sus credenciales a Juan Manuel de Rosas para ser Cónsul de Prusia en Buenos Aires, cargo que mantuvo hasta su muerte.

En las postrimerías de la Santa Federación (1850), Francisco Halbach adquiere la estancia “Los Remedios”, en Cañuelas. Los campos donde se levantó “Los Remedios” pertenecían, hacia 1758, a la Hermandad de la Santa Caridad, obra fundada por el bisabuelo del general Belgrano, el presbítero Juan Alonso González.

La firma importadora Zimermann, Frazier y Cía., donde había trabajado Francisco Halbach en algún tiempo, compra el lugar en 1825. “Al año siguiente –agrega Noel Sbarra-, Zimermann compra a sus socios la totalidad del establecimiento y, finalmente, en 1850 lo enajena a su cuñado Halbach”.

El tema es que “Don Francisco (Halbach), que en 1854 viaja a Europa, estudia la posibilidad de cercar su estancia, adquiriendo el alambre indispensable; y en 1855 rodea “Los Remedios” –excepto, por supuesto, la parte que da al río- con cuatro hilos de alambre de los números 5 y 6, sujetos con grampas a los “principales” de ñandubay (postes enteros) plantados cada 50 varas y con medios postes cada cinco varas”, afirma Sbarra.

Para ese entonces, Halbach había logrado lo que Richard Newton no pretendió hacer: en lugar de alambrar solamente una parte de la estancia (la huerta), Halbach lo había hecho a gran escala, enteramente. De allí una polémica que tuvo lugar, a partir del cercado de “Los Remedios”, en cuanto a quién pertenece, en verdad, la implementación masiva del alambrado en la República Argentina, si a Newton o a Halbach.

En una tertulia de 1855, un rico hacendado, de la alcurnia de los Terrero, dejó entrever que Juan Manuel de Rosas, “que entre los muchos aciertos que no pueden negarle sus enemigos más acérrimos, está el de haber sido el más práctico estanciero, empezó a cerrar con tapiales una estancia de cuatro leguas”. ¿Pudo haber sido el Restaurador el primer hombre que ideó la forma de cerrar los campos? Este pensamiento puede parecer exagerado, más teniendo en cuenta que Rosas no iba a dejar sin libertad al gauchaje o a sus amigos los indios.

Después de caído el régimen rosista, el alambre figura por primera vez como artículo de importación. En la aduana de Buenos Aires, “es corriente ver ahora entre las cargas de los barcos de ultramar los rollos de alambres consignados a distintas casas, mezclados con pipas de vino, cajones de ginebra, latas de sardinas, cajas de pañuelos pintados, etc.”. El gaucho Fierro huye, y se vuelve matrero. Ya no hay lugar para los hombres de a caballo.


Por Gabriel O. Turone


Bibliografía:

- Benarós, León. “El Desván del Clío” (Richard Blake Newton: el primer alambrado en nuestro país. Alambres del grosor de un dedo), Revista “Todo es Historia”, Año III, N° 29, Septiembre de 1969.
- Pedroni, José. “Gaucho”, poema de su autoría.
- Sbarra, Noel H. “Historia del alambrado en Argentina”, Editorial Raigal, Buenos Aires, julio de 1955.

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