9 de octubre de 2007

HOMENAJE A DOÑA ENCARNACION EZCURRA



(25 de marzo de 1795 - 20 de octubre de 1838).





Durante la campaña al desierto, Juan Manuel de Rosas se informaba, desde su campamento en el Río Colorado, de los esfuerzos de los federales “cismáticos” aliados a los unitarios emigrados y amparados por el gobierno de Balcarce para anular su influencia y prestigio popular.
El Restaurador tenía los ojos puestos en dos personas que en ese momento le eran indispensables en su juego político: su esposa, Doña Encarnación Ezcurra, para maniobrar en la ciudad, y el general Juan Facundo Quiroga para que le apoyara en las provincias del interior y no se uniera con sus enemigos.
Doña Encarnación desempeñaba, en ese momento, las funciones de gestor financiero del general Quiroga y de agente político de Rosas.
La arrebatada franqueza, el proceder instintivo, la verba candente y la impetuosa lealtad de esta mujer dispuesta siempre a servir hasta el sacrificio a su marido la convirtieron en la mejor colaboradora de la causa federal. Ella, que era saludada por las masas como “La heroína de la Federación”, mantenía el entusiasmo entre las filas “apostólicas”, los federales auténticos, a quienes animaba en su oposición al gobierno de Balcarce y daba la palabra definitiva para llevar a cabo las acciones y lograr así la revolución.
Efectivamente, Doña Encarnación estaba en constante comunicación no sólo con los paisanos, sino con los jefes y oficiales de la guarnición que en su mayoría le eran leales y estaban pendientes de sus órdenes. Al mismo tiempo mantenía entrevistas con los caudillos de las campañas, de las cuales informaba a su marido al instante y aprovechaba cualquier ocasión para enviarle emisarios.
Rosas, lejos de la escena política de Buenos Aires, hacia encargos, recomendaba y daba recados, siempre señalando el camino a seguir. Todas sus órdenes eran llevadas a cabo en forma incondicional y sin ninguna alteración por la valiente esposa del Restaurador.
En los primeros días de octubre de 1833 la exaltación pública, las tramas y traiciones que se cruzaban en la agitada política porteña y entre los propios bandos federales, llegó a tal grado que se anunciaba el estallido revolucionario.
Con motivo de informar a Rosas sobre las traiciones y desprestigios que cometía el gobierno de Balcarce con los federales apostólicos, Doña Encarnación en una de sus cartas le escribía lo siguiente: “¡Esta pobre ciudad no es ya sino un laberinto, las reputaciones son el juguete de estos facinerosos, (…) más a mí nada me intimida, yo me sabré hacer superior a la perfidia de estos malvados, y ellos pagaran bien caros sus crímenes! Todo, todo se lo lleva el diablo, ya no hay paciencia para sufrir a estos malvados…”. Y los restauradores apostólicos, animados por la Heroína Federal, salieron a las calles para hacer la revolución.
El 11 de octubre, día en el cual iba a sesionar un tribunal para enjuiciar al propietario de "El Restaurador de las Leyes", órgano de prensa de los apostólicos se produjo el levantamiento. La ciudad amaneció empapelada de afiches que en enormes letras coloradas anunciaban: "Hoy juzgan al Restaurador de las Leyes". Una multitud se congregó en el Cabildo, sede de la administración de justicia, ocupando las galerías y el patio. El griterío y las consignas determinaron que el tribunal no pudiera sesionar. La ciudad quedó totalmente sitiada por la campaña que se movilizó a favor de la causa restauradora. Los caudillos que habían sido apalabrados por Doña Encarnación respondieron decididos así como los jefes y oficiales de la guarnición urbana.
Ante la magnitud popular y militar del levantamiento restaurador el gobierno quedó perplejo y tambaleante. A medida que la revolución se fortalecía, Balcarce se debilitaba y se debatía en el vacío.
Fue necesario hacer oír el clamor de las armas. Los soldados se organizaron en distintos puntos estratégicos de la ciudad. Mientras tanto los porteños, con indignación pero callados, veían desembarcar con el pretexto de brindar cierta protección, a los yanquis de la Corbeta de guerra Lexington que era la misma que había invadido las Islas Malvinas ofendiendo el pabellón argentino y se ubicaron frente al alojamiento del comodoro Woolsey, donde flameaba la bandera norteamericana.
El fuego de las guerrillas que combatían en los suburbios era cada vez más denso y los restauradores avanzaban hacia el centro, donde se encontraba el poder político de la ciudad.
Al mismo tiempo la legislatura se había reunido y no sabía que medidas tomar frente a tales acontecimientos. Finalmente se pidió un armisticio al jefe de los restauradores, general Pinedo, y éste exigió la exoneración de Balcarce. La legislatura no tuvo más alternativa que cumplir con tal pedido y eligió como reemplazante del cargo de gobernador al general Viamonte.
Doña Encarnación era la propulsora y el alma de la revolución restauradora. Jamás cejó un instante en la concreción de los hechos. Esta revolución fue el alzamiento de las huestes de la ciudad y los gauchos de las campañas, instigados y apoyados secretamente por Rosas, contra la clase dirigente porteña que cada vez más ignoraba el mal anárquico que padecía la nación. Fue por esta justa razón que Rosas se apartó por primera vez de su norma de sostener el orden, para fomentar la rebelión.
Mientras tanto, Doña Encarnación pedía a sus amigos que se comunicaran con Juan Manuel, ya que ella en ese momento estaba muy vigilada por la policía del gobernador.
Frente a quienes desde la ciudad le pedían a Rosas que acuda para garantizar el orden ante la ocupación de las montoneras federales, él les respondía que lo ocurrido no había sido sino el ejercicio del derecho para que se restaurase la ley y el orden, derecho que fue usado por el pueblo. Además, Rosas declaraba que respetaba la opinión pública y, por ende, no tomaría las armas en su oposición.
Al mismo tiempo, el Restaurador le escribía a su mujer pidiendo que haga llegar sus felicitaciones a quienes se distinguieron en la revolución restauradora. Estas congratulaciones Doña Encarnación no sólo las comunicó entre los generales y demás altos mandos leales a la causa, sino que también demostró su agradecimiento para con los sectores más humildes que participaron con obediencia y dieron todo por su caudillo. Sin dudas, este afianzamiento entre las masas y las fuerzas armadas federales no habría podido concretarse sin la intervención de Doña Encarnación, ella fue quien reforzó la imagen de Rosas y, por su puesto, fue una ayuda elemental en la lucha nacional por el federalismo que abrió el camino a uno de los más grandes períodos de nuestra historia criolla y popular.

Maximiliano D. Dorio

Bibliografía:
- SALDÍAS, Adolfo. Historia de la Confederación Argentina, Tomo I, El Ateneo, Bs As, 1951.
- IBARGUREN, Carlos. Juan Manuel de Rosas. Su Vida, Su Drama, Su Tiempo, Theoría, Bs As, 1972.
- Revista Todo es Historia. "Encarnación y los Restauradores", Año III, Nº 34 - Febrero de 1970.

1 comentario:

estandarte.federal@homail.com dijo...

una completa informacion,que anden bien,mis saludos.


FEDERACION O MUERTE