8 de abril de 2011

SOBRE "ROSAS EN LOS ALTARES", DE ALBERTO EZCURRA MEDRANO (1959)





Hace un cuarto de siglo era un lugar común la afirmación de que en la época de Rosas, el retrato del Restaurador había sido colocado en los altares. Después de un detenido estudio del asunto, basado en la tradición, gravado y crónicas de la época, publiqué en "Crisol" el 1° de enero de 1935 un artículo titulado "Rosas en los altares", donde documentaba concluyentemente lo contrario. En ese artículo, reproducido en el número 4 de la Revista del Instituto Juan Manuel de Rosas, llegaba a la conclusión de que "el retrato de Rosas no se colocaba en el altar, sino, por lo general, en un asiento, en el prebisterio, cerca del altar, del lado del Evangelio", y que ello "no constituyó profanación ni sacrilegio".




El impacto fue tan profundo que el antirrevisionismo ha tardado 25 años en reaccionar. Y lo ha hecho en "La Prensa" del 1° de noviembre del corriente año, mediante el artículo de Enrique J. Fitte titulado "Acotaciones sobre la efigie de Rosas en las funciones religiosas".




Demás está decir que el autor no refuta ni lo pretende siquiera, la afirmación de que el retrato se colocó en el prebisterio y no en el altar. Por el contrario, manifiesta no hacer cuestión de lugar, a pesar de que esta cuestión es de fundamental importancia. Sus "acotaciones" se reducen a argumentos, que creo poder sintetizar bien en la siguiente forma: 1) No fue sólo en las funciones parroquiales de 1839 cuando el retrato aparece en los templos, sino también antes y después; 2) No es valedera la explicación de la imposibilidad en que se encontraba Rosas de concurrir personalmente a todas las ceremonias, sino que había en ello un móvil político.




Respecto del primer punto debo manifestar que si me concerté especialmente a las funciones parroquiales de 1839, fue porque precisamente a ellas se refieren las acusaciones más estridentes de idolatría. No obstante mencioné también el óleo de Boneo -el mismo que reproduce el señor Fitte- aclarando que "representa una ceremonia religiosa en la iglesia de la Piedad", y sin identificarlo, por consiguiente, con las "funciones parroquiales". En realidad la fecha y la oportunidad en que aparece el retrato en el templo es de muy relativa importancia con relación al hecho en sí.




En cuanto a la explicación del hecho, me atuve a la versión tradicional, de fuente eclesiástica, a que aludí en mi artículo. Posteriormente fue rectificado por un historiador revisionista, Julio Irazusta, quien consideró una falla de mi hermenéutica al haber atribuído exclusivamente a esa causa el origen de la ceremonia, creyendo por su parte en la concurrencia de un móvil de mística política. No hay inconveniente en aceptar esa rectificación. Pero no creo que pueda rechazarse en absoluta la hipótesis de la asistencia simbólica de Rosas. No se trata de que haya mediado invitación previa ni de imposibilidad de concurrir por inconveniente de último momento, como dice el señor Fitte. Se deseaba contar con la presencia de Rosas y cada una de las ceremonias, se le representaba con el retrato. Luego esto se hizo costumbre y así se explica que haya ocurrido hasta en la misma casa de Rosas, aunque tampoco con su presencia física, según parece deducirse del relato del almirante Ferragut, ya que después de nombrar varias vees a Rosas como "el gobernador", no lo incluye entre los concurrentes.




En el mencionado relato hay algo que puede dar lugar a confusiones. Ve Ferragut "un altar para el servicio divino" y a la izquierda "otro más pequeño", destinado al retrato. Altar, para los católicos, es el "ara consagrado sobre la cual celebra el sacerdote el santo sacrificio de la misa" y por extensión, "el hogar levantado y en forma de mesa, más largo que ancho, donde se coloca dicha ara" (Espasa). Lo que al almirante pareció altar, no lo era, porque no tenía ara ni en él se celebraba misa. Por mucha forma de altar que haya tenido, si es que la tuvo, fue simplemente el asiento bajo docel preparado para el retrato.




En lo que decididamente no estoy de acuerdo con el señor Fitte es en la conclusión a que llega: "Esto es incurrir en pecado de idolatría y en delito de profanación". El privilegio de ocupar un lugar prominente en el presbiterio o sea en las proximidades del altar, había sido concedido a las autoridades seglares por la Iglesia, y en especial a los reyes de España. Que se haya colocado en su lugar un retrato, cualquiera sean los motivos de ello, podrá parecer inconveniente, de mal gusto, pero no encuadra dentro de la idolatría ni de la profanación, porque dicho retrato no estaba allí para recibir culto, sino más bien para tributarlo a Dios, custodiando su altar. Hoy, en tiempos menos personalistas, se coloca junto al altar mayor la bandera nacional y nadie ve en ello profanación ni idolatría a pesar de que desde el punto de vista estrictamente religioso, nada tiene que hacer en ese lugar.




La acusación de idolatría; por parte, más que a Rosas, afecta al ilustre clero argentino de esa época, presidida por el obispo Mariano Medrano, enérgico defensor de la ortodoxia católica frente a la reforam rivadaviana, y compuesta de sacerdotes de la virtud e ilustración de los canónigos Zavaleta, García, Segurola, Pereda Zavaleta, Elortondo y Palacio, Argerich y otros. Es absurdo suponer que la iglesia argentina prevaricó en masa, incurriendo en el grosero pecado de idolatría.




La verdad, no rebatida hasta ahora, e imposible de rebatir, porque la verdad es que el retrato de Rosas nunca se colocó en los altares y por consiguiente, jamás fue objeto de adoración ni de culto, por lo que no pudo haber profanación ni sacrilegio.






Fuente: Revista de Cultura "Revisión", Año 1, N° 4, Buenos Aires, diciembre de 1959, página 8.


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