5 de noviembre de 2011

CONFERENCIA DE JOVENES REVISIONISTAS: "LUIS ALBERTO DE HERRERA Y SU ACTUACION EN HISPANOAMERICA" (4 DE NOVIEMBRE DE 2011)



Ignacio Pérez Borgarelli, Vocal Titular de Jóvenes Revisionistas, en plena disertación.


El 4 de noviembre de 2011, Jóvenes Revisionistas organizó la conferencia “Luis Alberto de Herrera y su actuación en Hispanoamérica”, dada en el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas” a través del Sr. Ignacio Pérez Borgarelli, integrante (Vocal Titular) de nuestra Comisión Directiva y joven promesa de la República Oriental del Uruguay.

La disertación era largamente esperada, pues iba a brindarse en el mes de agosto del corriente año y luego en octubre. Por fortuna, pudimos escuchar a Pérez Borgarelli ahora, en noviembre, ¡y vaya si valió la pena tal espera! Nunca se ha expuesto la vida y obra del eminente revisionista uruguayo Luis Alberto de Herrera en nuestro país, pese a las amistades que aquí cosechó, sea en la historia o en la política. Esto enorgullece a Jóvenes Revisionistas, como cuando en septiembre también sacamos a la luz la obra política de Gaspar Rodríguez de Francia, otra figura de la que tampoco se había hablado anteriormente.

LA CONFERENCIA

El disertante centró básicamente su plática en tres ejes: Formación y evolución ideológica de Luis Alberto de Herrera; Escenario en el que vivió Herrera; y Actuación de Herrera en su vejez.

El Partido Blanco “tiene 5 grandes figuras: Manuel Oribe, Leandro Gómez, Aparicio Saravia, Luis Alberto de Herrera y Wilson Ferreira Aldunate”, comenzó diciendo Ignacio Pérez Borgarelli, poniendo énfasis en que los tres primeros formaron parte del Partido Blanco “histórico”, mientras que los últimos dos –entre ellos, Herrera- lo fueron del Partido Blanco “moderno”. Considerando que Luis Alberto de Herrera empezó a militar en dicho partido en 1904, empuñando las armas junto a Saravia en Masoller, y que falleció en 1959, diremos, entonces, que cincuenta y cinco años de su vida los dedicó a la militancia en el Partido Blanco. Y siempre con honestidad y humildad.

Los blancos uruguayos han sido los nacionalistas en ese país, pero tanto Herrera como Methol Ferré van a decir que en Uruguay no hubo un nacionalismo acentuado como en Argentina, y ello porque el imperialismo fue en cierta medida “benevolente”. En Argentina, el imperialismo expolió nuestra economía y deformó nuestra cultura: fue violento. En la ex Banda Oriental, en cambio, si bien persistía un estado de semicolonia, “se respetaba la legislación laboral, la incipiente industria uruguaya, etc., etc.”, agregó Pérez Borgarelli. De allí el poco arraigo nacionalista del uruguayo promedio, y de allí también las dificultades de implementar políticas nacionalistas desde el gobierno.

Una instántanea que muestra parte del público que presenció la conferencia.


En lo personal, Luis Alberto de Herrera “no era un gran orador pero tenía llegada a la gente. Le hablaba a su pueblo sin adulaciones y con la verdad”, sostuvo el disertante. Aquél era votado por el sentimiento paternalista que impregnaba en el alma del pueblerino. Esa cualidad le permitió granjearse la amistad de hombres de la izquierda y de la derecha. “Conoció a Ernesto “Che” Guevara –agregó- en un mitin por 1950, en donde le expresó que Herrera y Aparicio Saravia le parecían ‘guerrilleros de alma’. Y Francisco Franco, desde una posición de derecha, también hablará bien de él”.

Un escritor sueco que estuvo en Uruguay cuando la época del battlismo, se quedó admirado de Herrera porque “podía mezclar lo literato con lo gauchesco”. Otro forastero de Suecia, más profundo, expuso que el uruguayo no se enriqueció con la militancia y que era complejo políticamente hablando. Quizás, esto último se refería a la formación educativa que tuvo Herrera en su infancia y adolescencia, libresca e impregnada de anglofilia. De hecho, su madre era inglesa.

ETAPAS E IDEAS

De 1904 a 1928, Luis Alberto de Herrera “tiene una etapa ligada al cipayismo”, esbozó Pérez Borgarelli, dado que “era partidario de la Doctrina Monroe, a la cual invocó en 1914 cuando fue invadido México”. El año 1928 va a ser clave en la vida de Herrera. Ese año publica su obra “Sin Nombre”, volviéndose antiimperialista y denostador de los Estados Unidos por sus frecuentes intervenciones contra las soberanías de los países hispanoamericanos. Para la misma época, simpatiza con el Sandinismo –Herrera expresará que Sandino era un “héroe y continuador de los libertadores de América”-.

Sin dudas, Herrera fue un hombre contradictorio. Por ejemplo, tenía diversas opiniones respecto del divorcio, unas a favor y otras adversas. En los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial también fue dual. Por un lado, “mostraba admiración por Benito Mussolini, pero ante la invasión de los nazis a Francia (1940) se va a poner a favor de los franceses”, manifestó Ignacio Pérez Borgarelli. Y así en varios temas más.

Sobre los dos partidos más importantes del Uruguay, el orador sostenía que “para Herrera lo telúrico, lo tradicional o apegado al suelo correspondía al Partido Blanco, mientras que el partido de la Defensa, el que sólo se quedaba con Montevideo y que miraba a Europa era el Partido Colorado”. En esa misma tesitura, Herrera tenía una frase que sintetizaba lo antedicho: “Miro hacia la tierra y veo la filosofía que no está escrita”.

Asimismo, empleaba el concepto de “raza” no en términos racistas o biológicos sino como “el de unión humana, sentimental, hacia el caudillo, que trasciende las ideologías”. Entre sus admirados, solía evocar Luis Alberto de Herrera a caudillos tales como Juan Manuel de Rosas, el doctor Francia, etc., etc.

Herrera ponía especial atención en la formación política de los caudillos rioplatenses. Decía que eran los europeos, y no los hispanoamericanos, quienes imprimían libros sobre doctrinas políticas, y que nutrirse de ellos implicaba, sí o sí, copiar ideas provenientes del Viejo Mundo. Por el contrario, los caudillos nuestros elaboraban fórmulas propias, para nada librescas, que luego ponían en práctica en sus regiones o países. Rescataba la originalidad y el criollismo de los caudillos, y en tal sentido la poca o nula predisposición que mostraban de apropiarse de las ideas vanguardistas europeizantes. “Rosas fue antimoderno”, decía Luis Alberto de Herrera. Aborrecía de la democracia, “a la que consideraba dogmática, y los dogmas emanaban de los libros de origen e ideas europeas”, decía Pérez Borgarelli.


Muy bueno fue el tratamiento dado por Pérez Borgarelli sobre la figura de Luis Alberto de Herrera.


Herrera fue adquiriendo una real dimensión e importancia del americanismo. Actuó casi por inercia, por instinto, al atropello que los norteamericanos cometieron en la Nicaragua de Sandino (1928), a quien salió rápidamente a apoyar. El ataque al terruño permite la aparición espontánea de la reacción, casi siempre proveniente del pueblo sin erudiciones ni academicismos fantásticos, el cual comprende el daño terrible que eso significa para la dignidad de los pueblos y las naciones. Pérez Borgarelli esbozó que “al gaucho le jodía cuando le atacaban su terruño, y no era necesario hacer teorizaciones al respecto para entender que eso era alevoso y que había que salir a defenderlo”. En tal sentido, el americanismo para Herrera es un sentimiento que nace del instinto del hombre de pueblo.

FUSIONISMO

El “fusionismo” fue una política surgida luego de la Guerra Grande (1839-1851), donde el Partido Blanco quería unirse al Partido Colorado con la idea de dejar a un lado las guerras intestinas, que tantas muertes y postergaciones había provocado al país. No por nada, a Uruguay lo llamaron “el país púrpura o purpúreo”, que es el color que toma la sangre vertida y expuesta a las condiciones del clima ambiental. A esta nueva corriente de concordia adhirió Luis Alberto de Herrera.

Hubo quienes vieron en el “fusionismo” una política rayana al cipayismo que, a grandes rasgos, implicaba un abandono de los cintillos, de los lemas y los estandartes. Esta definición es apresurada, si se comprende que fue “Manuel Oribe el que impulso el ‘fusionismo’ en Uruguay tres años antes de su muerte”, advierte Pérez Borgarelli. El objetivo principal del “fusionismo” consistió en “aunar las facciones en pugna, hacer un Gran Partido Nacional”, siguió diciendo. Esto era una copia de lo que en Estados Unidos fue el republicanismo, concepción que ya estaba en la mente de Oribe. Además, el “fusionismo” era “una política que salvaguardaba los derechos de los ciudadanos”, de acuerdo a lo que expresaba un autor citado por el disertante.

Resulta interesante saber que el título “Defensor de las Leyes” que le fue otorgado a Manuel Oribe antes de 1851, guarda relación con la naturaleza que se le quiso impregnar al “fusionismo”. Aquí, la libertad se encontraba garantizada en las leyes, por lo tanto éstas no la debían ni podían avasallar a aquélla, como sí lo hacían los liberales –cuyas ideas emanaban de la Revolución Francesa-.

Luis Alberto de Herrera veía bastardeado el término “democracia”, por eso prefería el de “republicanismo”. Por otro lado, Herrera se declaraba nacionalista y antiimperialista, en ese orden. Abogaba por la concordia con los uruguayos colorados (sean battlistas o riveristas) para que no haya un solo oriental más que muera a manos de otro coterráneo. Tan grande fue su llamado a la “fusión”, que al ser derrotado en las elecciones de 1926 a través de un fraude electoral, Herrera manifestó que “es preferible que se lleven todo menos la paz de la República Oriental del Uruguay”. O sea, en lugar de evitar desbordes y protestas violentas por el fraude que le hicieron, lo más trascendente para él es instar a la paz social entre los uruguayos y dejar todo como está. “Luis Alberto de Herrera en esta etapa era conciliatorio, fusionista”, remata Pérez Borgarelli.

REALIDAD CIRCUNDANTE

Ya en 1907 “Herrera había presentado un proyecto para que haya 8 horas laborales, pero el mismo fue tapado por los colorados”, describe el orador. Este dato es relevante, dado que un proyecto similar se aprobará recién en 1913 en Uruguay, y dos años más tarde hará lo propio Inglaterra.

Herrera estuvo solo en su lucha política, si bien el pueblo lo quería. En la Segunda Guerra Mundial se manifestó neutralista, partidario de que su país se mantuviera neutral en el conflicto. “No tenemos que pedir permiso en nuestros pensamientos y posturas”, solía vocear.

La soledad de la prédica y la lucha de Herrera tenía un por qué: durante 93 años, es decir, entre 1865 y 1958, dominó la escena política uruguaya el Partido Colorado, y contra todo ese sistema consolidado se tuvo que enfrentar. Tarea para nada fácil, por cierto. Sin embargo, el pueblo no era adepto a las directivas emanadas de los colorados. ¿Por qué? “El Partido Colorado –dice Pérez Borgarelli- aplicaba retenciones al campo y las distribuía en las metrópolis (políticas “urbistas”) con la excusa de permitir la industrialización del país que se aglutinaba en 4 o 5 industrias, nada más. Entonces, teníamos ruralistas empobrecidos y ciudades enriquecidas, lo que enardecía a los primeros”.

Otra característica que envilecía al campo uruguayo y las clases más populares fue la práctica del ‘dumping’. Mientras que un par de zapatos en Uruguay se vendía a $ 8.-, la producción en masa de Estados Unidos colocaba ese mismo par de zapatos en el mercado uruguayo a $ 5.-. Si a esto se le suman las políticas de retenciones o detracciones, los sectores sociales más pobres, como el campo, llevaban todas las de perder.

En esta coyuntura político-social, Luis Alberto de Herrera fue “ruralista”, y “hubo quienes dicen que pensaba en un nacionalismo agrario”, dice Pérez Borgarelli, y agrega: “Herrera comprendía la situación de los más necesitados; recorría rancho por rancho y visitaba a los campesinos más desilusionados. Los visitaba por medio de un “tren-relámpago””. En sus recorridos, también aceptaba adentrarse en jineteadas y festividades camperas.

En sus últimos años, Herrera mantuvo una insobornable solidaridad con distintos presidentes de Hispanoamérica. Le brindó ayuda a Jacobo Arbenz, presidente de Guatemala que fuera depuesto del gobierno en 1954, y acompañó a Juan Domingo Perón al asistir, hacia 1952, a los funerales llevados a cabo en honor de Eva Duarte de Perón en Buenos Aires.


Al final de la charla, algunos de los presentes le hicieron interesantes preguntas al orador. Todos salieron satisfechos.



Tras un último intento por ver restablecido al Partido Blanco en el poder –cuya última experiencia había sido en la antesala de la Guerra de la Triple Alianza-, Luis Alberto de Herrera teje una alianza con Benito Nardone (alias “Chicotazo”) el cual va a traicionar todas las promesas de prosperidad que tenía pensado poner en práctica una vez hecho con el Consejo Nacional de Gobierno.

Herrera muere el 8 de octubre de 1959 traicionado por “Chicotazo”, en pleno gobierno ‘blanco’ que, pese a todo, no hizo la reforma agraria y dejó morir al campo. Otros síntomas fueron la pauperización de la clase media, la juventud sin fe y los partidos tradicionales e históricos arrastrados al más aberrante desprestigio. La realidad actual del Uruguay valida buena parte de ese legado macabro que fuera obra del incumplimiento de la palabra empeñada.

Por Jóvenes Revisionistas

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