20 de febrero de 2012

UNIVERSIDADES DE LA CONQUISTA: EDUCACION Y CULTURA PARA EL NUEVO MUNDO

Vista de la Universidad de San Carlos de Borromeo, Guatamela (1681)


Es un tema no muy recurrente este de escribir sobre la educación superior –o universitaria- en los tiempos de la Conquista española en América, tal vez porque todavía hoy somos víctimas de la Leyenda Negra que sobre dicho período recayó luego del triunfo del racionalismo, el positivismo y el librecambio. Cuesta bastante hallar manuscritos o notas añejas que versen sobre esta asignatura que, a más de uno, podría esclarecerlo para no incurrir ni caer en la diatriba más espantosa que jamás se haya visto.

De acuerdo a lo dicho por el profesor Jorge Sulé, “la propaganda de desprestigio antiespañol (fue) echada a rodar por Gran Bretaña desde el siglo XVII”, iniciada con el propósito de “despojar a la España de los Austrias de su protagonismo mundial desencadenando una acción psicológica de descrédito como forma de socavarla”. Al parecer, sigue enseñándonos Sulé, el comienzo de la Leyenda Negra tuvo como epicentro “la traducción al inglés del libro de Bartolomé de las Casas en que el clérigo español que llegó a ser Obispo de Chiapa, denunció los excesos de los encomenderos españoles. Por supuesto, estos acontecimientos ocurrieron, pero fueron exagerados por el sacerdote para llamar la atención de la corona, efecto logrado con la redacción de leyes protectoras y la venida de varios “visitadores” inspectores reales para morigerar los excesos denunciados”. Afirma, a su vez, que Bartolomé de las Casas jamás imaginó “quiénes y para qué irían a utilizar sus escritos”, esto es, políticamente para el descrédito de la España monárquica.

De la vengativa Leyenda Negra se sirvieron, ya promediando el siglo XIX, los más conspicuos serviles de la masonería liberal, tales como Domingo Faustino Sarmiento, para quienes los federales encarnaban la cosmovisión española heredada de la Conquista del siglo XV y eran, por ende, “bárbaros” y “déspotas”. Muy bien lo ilustra Jaime Gálvez, una vez consumada la derrota de Juan Manuel de Rosas en 1852: “Todo se organizaba renunciando a “la mala herencia del régimen colonial español”, como decía Alberdi. Se destruían las antiguas instituciones políticas, privadas, económicas, etc. Todo se liquidaba con la conciencia del poco valer de lo español, de nuestro pasado, del que se avergonzaban y que querían tapar apresuradamente con leyes importadas y bien frescas”. “La nueva generación –agrega- quiere escaparse de sí misma, de su pasado, de su propio yo”.

LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

Previo al desembarco de Cristóbal Colón, España ya había definido con claridad qué modelo universitario estaba dispuesto a implementar en América. En la Europa del siglo XII al XV, sobresalió como la mejor casa de altos estudios la Universidad de Salamanca, que llegó a contar con el asombroso número de 4 mil estudiantes sobre un total de 8000 miembros de esa comunidad del saber (incluyendo profesores, catedráticos y administrativos). Se dice, por ejemplo, que Salamanca fue pionera en la concreción efectiva de un gobierno universitario que hermanó a maestros y discípulos.

Al decir de Gabriel del Mazo, la Universidad de Salamanca ha sido el prototipo de las por entonces novedosas universidades medievales europeas, la cual tomaba las bases culturales venidas del mundo romano y el legado de la civilización griega. Este origen, es el que citó Juan Perón cuando afirmó, en junio de 1948, qué tipo de universidad debía tener la Argentina: “Queremos una universidad con alma argentina, que llevando en su seno toda la civilización greco-latina y la cultura que heredamos de España, transforme nuestra Patria de asimiladora de cultura en creadora de cultura”. Sin lugar a dudas, el conductor justicialista hacía referencia a ese extraordinario polo educativo superior que fue Salamanca (Castilla y León).

La universidad de la Edad Media “espiritualmente fue creación de una filosofía, la escolástica”, asevera del Mazo, y la dialéctica que manejaba tuvo dos etapas: primero, entre la fe y la razón, luego entre la fe y la ciencia. De esta conjunción armoniosa, nacieron los estudios avanzados del Derecho, la Medicina, las Ciencias Matemáticas y las Ciencias Geográficas. La Universidad de Salamanca, antecesora directa de las casas que la Conquista erigió en América, tuvo en su Facultad de Filosofía y Letras la perfecta continuidad de los viejos estudios de “artes” procedentes de la cultura griega. No por nada, en la etapa Renacentista las artes serán “el corazón mismo de la enseñanza superior”.

La composición comunitaria de las universidades como la de Salamanca era internacional; desde todos los países del resto de Europa, las personas venían a capacitarse y graduarse en ella por la excelente calidad de sus programas. Asimismo, tenían validez internacional los títulos que otorgaba, como bien lo prueba el hecho de que muchos educadores que vinieron a América validaban su conocimiento con el diploma que tenían de Salamanca y de otras universidades más, como la de Bolonia o París. Claro, esta validez universal se truncó cuando sobrevino la masónica Revolución Francesa que dividió los reinos y los convirtió en territorios nacionales, quebrando, al mismo tiempo, “la unidad general del catolicismo”.

UNIVERSIDADES ESPAÑOLAS EN AMERICA

La Iglesia puso el máximo empeño posible para dirigir las universidades y las escuelas que se iban creando en América. Dos típicos casos de lo que aquí se comenta son, en nuestro país, el Colegio Monserrat, de Buenos Aires, y la Universidad de Córdoba, ambas creadas y sostenidas por la orden jesuítica. Recordemos, a su vez, que muchas de las primitivas entidades educativas quedaban en los conventos religiosos, lo que nos da una idea genérica de lo expuesto en este sentido.

El triunfo de la Revolución Francesa en 1789, dio los bríos necesarios y definitivos para la imposición de la teoría falsa de la Leyenda Negra, ocultando los logros educacionales de la España Conquistadora que, con muchísima anticipación, erigió universidades por América antes que lo hicieran los ingleses o franceses en lo que hoy es Estados Unidos o Canadá.

El ya citado Gabriel del Mazo, uno de los protagonistas de la Reforma Universitaria de 1918 y miembro activo de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) de 1935 a 1940, escribió elogiosas líneas al tocar el tema de las universidades creadas por los españoles en el Nuevo Mundo desde 1538 hasta 1815. Explica, al mismo tiempo, que los Conquistadores se anticiparon unos 98 años a la fundación de la primera universidad de la América anglosajona. Veamos:

“Las trece primeras fueron fundadas a partir de 1538 en el transcurso de casi un siglo, antes que la primera del Norte, la de Harvard, se estableciera (1636). Fueron las siguientes: la de Santo Tomás en Santo Domingo (1538) donde por tres siglos concurrieron los estudiantes de Cuba, Puerto Rico y Venezuela, y la segunda de Santo Domingo (1540-1558) llamada Santiago de la Paz; las gemelas de San Marcos de Lima y de México (1551) que fueron por excelencia las universidades hispanoamericanas, como en ese tiempo la de París fuera para Europa; las dos de Bogotá, una la dominicana de Santo Tomás (1580-1625) y otra la jesuítica Javeriana (1622); tres de las de Quito: la de San Fernando, la de San Fulgencio (1586) y definitiva de San Gregorio (1620); las dos del futuro virreynato del Plata: la de Córdoba (1613-14) y la de San Javier en Charcas (1624); la primera de las de Cuzco, la de San Ignacio (1622); la jesuítica de Santiago de Chile (1621-25); la de Mérida de Yucatán (1624). Más tarde se agregaron: la de San Carlos en la ciudad de Guatemala (1681); la de San Cristóbal de Huamanga en Perú (hacia 1685) y la segunda del Cuzco, San Antonio Abad (1692). Llegado el siglo XVIII, la de San Jerónimo en La Habana (1721-25); la de San Felipe en Santiago de Chile (1738-47); la jesuítica de Panamá (hacia 1750); y la de Santo Tomás (1791) en Quito, erigida sobre la primitiva de San Fernando. En los comienzos del siglo XIX alcanzaron a estar fundadas al tiempo de la Independencia, la nueva de Córdoba llamada San Carlos y Nuestra Señora de Monserrat (1800-1808); la de Mérida en Venezuela (1807) y la de Nicaragua en León (1815).”

Se observa con nitidez, la importancia fundamental que implicó para los hidalgos españoles y los miembros de la Iglesia Católica el tema educativo en el Nuevo Mundo. Tres siglos fundando universidades, de las que salieron no pocos dirigentes que luego, en las postrimerías del poderío español, serán los protagonistas de las revueltas independentistas. Un caso emblemático, para comprender la cultura hispanoamericana que se impartía en estas casas de altos estudios, lo representa Gaspar Rodríguez de Francia. Egresó de la Universidad de Córdoba del Tucumán con “el grado de maestro de Filosofía y Doctor en Sagrada Teología”, de acuerdo a lo expuesto por los jóvenes revisionistas Luciano Schwindt y Gustavo Salomón. Levantó una próspera nación, la paraguaya, con recetas caseras y merced al altísimo bagaje que le impartieron en una de esas universidades de la Conquista.

Frente de la Universidad de Salamanca, en Castilla y León, España. Próxima a cumplir 800 años de existencia, es la madre de todas las casas de altos estudios creadas por la Conquista en América, de 1538 a 1815.



Aparecen como genuinos impulsores de la educación universitaria americana, los reyes Fernando III “el Santo” (1201-1252) y Alfonso X “el Sabio” (1221-1284). Este último fue el creador del Código de las Siete Partidas que se lo consideró como el “primer estatuto de educación superior en Europa y primera legislación universitaria de Estado”, o sea, “es la carta que inspira y rige la vida de las universidades españolas en la península y en esta América hasta las reformas de Carlos III en la segunda mitad del siglo XVIII”, esgrime Gabriel del Mazo.

Bajo este marco constitutivo, es que tienen su origen las universidades medievales en América, en contraposición a las universidades napoleónicas que llegaron tras los sucesos de 1789.

MEDIEVALES Y NAPOLEONICAS

Hubo notables diferencias entre aquella universidad medieval de cepa española que trajo la Conquista, de aquella otra universidad surgida a la luz de los principios de la Revolución Francesa, la cual se consolidó con el advenimiento del Imperio y de su mentor, Napoleón Bonaparte. La educación superior americana contempló y vivió dos etapas bien definidas respecto de sus casas de altos estudios: universidades medievales y napoleónicas se disputaron la formación intelectual y práctica de los habitantes de nuestro continente.

Digamos que a partir de 1789, se consolidan los Estados Nacionales y el endiosamiento de la razón como nueva pauta para entender al mundo y la naturaleza que interactuaban con el hombre…hasta los misterios sobrenaturales se intentaron explicar con razonamientos que no siempre hallaron respuestas satisfactorias. Era el Estado, ahora, aquella estructura a la que había que servir y defender, y con este pensamiento se prepararon a los estudiantes de las universidades napoleónicas, las que se convirtieron en meras “escuelas profesionales del Estado, sin el espíritu cultural científico que fue relegado a las academias”. Es decir, la masonería implementó, no sólo en América sino en el mundo, un retraso cualitativo bastante profundo en la materia.

En los nuevos tiempos, la educación no se tomaba para alcanzar el bienestar social o colectivo; ahora los conocimientos servían para emprendimientos de esfuerzo individualista, de allí el paulatino abandono que hubo del antiguo rigor impuesto por las universidades medievales en los altos estudios literarios o científicos que entonces se impartían. Ahora, la meta de la preparación consistía en generar personas capaces de sostener un estamento socio-político (el Estado), no ya a la comunidad entera.

Luego de 1789, se volvió casi una obligación, en las universidades napoleónicas, el surgimiento de ciudadanos profesionales del Estado desapegados de las tradiciones culturales de su tierra, lo que trajo un alejamiento paulatino pero constante de los hombres para servir, con sensibilidad y realismo, a su pueblo y patria. Profesionalismo versus Realismo.

No obstante, no es que las universidades de la Conquista no consideraron la preparación de los estudiantes para que, en el futuro, manejen las cuestiones administrativas de las Gobernaciones o Virreinatos. Al contrario, a este punto lo comprendieron y muy bien, dado que “la monarquía había creado con sentido defensivo una clase de funcionarios entre los hombres capaces, cualquiera fuese su origen, y consolidó sus relaciones con la clase media al exigir “competencia” a los aspirantes administrativos (…) Nace entonces el concepto de que el único título para los cargos públicos es la aptitud para desempeñarlos, es decir, la “idoneidad””, afirma del Mazo. Por lo tanto, se sobreentiende que la mecánica formación profesional de los ciudadanos en las universidades napoleónicas no tenía en cuenta la “competencia” y la “idoneidad” de los mismos, como sí lo estaban bajo las universidades medievales.

En esta cuestión de lo idóneo y lo competente, surge un tema delicado que hoy ya devino en trampa. “La idoneidad –sostiene Gabriel del Mazo- nació contra el concepto de lo hereditario o arbitrario en la provisión de los cargos del Estado”, pero esto tampoco interesa en el nuevo modelo de universidad post 1789. Durante el jacobinismo y el Imperio, la Universidad de París “trae así el ideal “ciudadano”, cívico, de la instrucción universal, de la escuela primaria generalizada, como condición para el encuentro de toda idoneidad”, con lo cual, la educación adhirió a una pedagogía de la utilidad y la centralización de los cánones formativos.

En nuestro país, la Revolución de Mayo de 1810 tomó la herencia deformante de las universidades napoleónicas que estaban ya en boga. Y que no nos extrañe, por ende, que también aquí, en el aspecto educativo, tuvo su germen la ideología unitaria centralista. De hecho, quienes tomaron las riendas de la educación fueron los más adinerados, que vivían en Buenos Aires, los cuales estaban empapados de las pautas utilitarias y centralizadas de la nueva pedagogía revolucionaria, y que, por otra parte, no tardarían en expandir hacia las provincias del interior. Con los nuevos vientos políticos, lo central era más fuerte y más poderoso que lo periférico, también en materia educativa. Además, tómese en cuenta que el Estado Nacional se originó, en nuestro país, desde y a partir de Buenos Aires, territorio en el que prevalecieron los ideales unitarios posteriores.

Por último, con el desplazamiento de las universidades medievales, “la Universidad se propuso lograr un ciudadano útil para determinadas instituciones del Estado, instituciones que a la vez fueron de adopción, es decir, no surgidas del propio ser de las nuevas naciones”. No se tuvo en cuenta al educando ni a su personalidad, como tampoco se buscó la personalidad de la Nación. Para el modelo formativo de la universidad napoleónica, antes que la patria (que es permanente) estaban las instituciones (que sufren modificaciones en el tiempo), todo lo cual provocó “una ruptura vital con la tradición cultural formadora del carácter y de la mentalidad de los pueblos de las nuevas naciones, cuyos efectos se despliegan hasta nuestros días, pues frustró posibilidades sociales”.

Por todo lo expuesto, antes de hablar acerca de la “brutalidad” de la Conquista Española en América, es menester detenerse, al menos, en el aspecto universitario-educativo que la misma nos heredó, para luego recién compararlo con el que vino más tarde, de la mano de la masonería y la mentada “época de las luces”.


Por Gabriel O. Turone



Bibliografía:

- Assadourian, C. S.; Beato, C. y Chiaramonte, J. C. “Argentina: de la Conquista a la Independencia”, Hyspamérica, Noviembre de 1986.

- Del Mazo, Gabriel. “Reforma Universitaria y Cultura Nacional”, Editorial Raigal, Buenos Aires, Noviembre de 1955.

- Gálvez, Jaime. “Rosas y la Libre Navegación de Nuestros Ríos”, Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, 1944.

- Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación. “Habla Perón”, Año del Libertador General San Martín, 1950.

- Sulé, Jorge Oscar. “Iberoamérica y el Indigenismo”, Ediciones Fabro, Buenos Aires, 2011.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Que buen articulo! Totalmente identificados con su razonamiento.

¡Felicitamos al amigo Gabriel Turone!

Instituto de Investigaciones Historicas Juan Manuel de Rosas de San Martin.