Por Vicente D. Sierra
ESPAÑA, como América, logró “saltar” el siglo XVIII; existió más que vivió el XIX, pero aguardando su hora, sin caer en la irreligión fuera de sus masas urbanas, y ésta es la hora en que ella es el único país europeo donde se asiste a un renacimiento cultural efectivo y sorprendente. Hacemos la afirmación seguros de provocar sonrisas, sobre todo en los burgueses que siguen esperando el milagro de París; los intelectuales que lo esperan de Moscú; o los infelices que lo esperan de New York o de Hollywood. La historia es siempre un camino matizado con sonrisas similares. Decimos que el meridano de la verdadera cultura vuelve a lo hispano, y a quienes ahora no lo ven lo deplorarán mañana; lo que afirmamos ante el desarrollo que en su seno han adquirido los estudios religiosos, en un afán extraordinario para proseguir el diálogo interrumpido en el siglo XVII, con la teología.
Toda civilización es una transvaloración de los valores; no crea nada; se limita a modificar la interpretación de los elementos creados por la cultura. SANTO TOMÁS es la cultura, CARLOS MARX la civilización. Para los pueblos de América, en los cuales lo civilizado es mera circunstancia histórica, consecuencia de una imitación forzada por las minorías dirigente de las grandes urbes, volver a la verdadera línea de la cultura cristiana no es ni un sacrificio ni un esfuerzo, es, simplemente volver a ser, reencontrarse. La encrucijada debe terminar. La importancia de la composición doctrinaria del general PERÓN es, justamente, un retorno conscientemente concebido para volver a las bases espirituales en que deben descansar las verdaderas ideas sobre el progreso y la humanidad. En la acción de gobierno del general PERÓN hay, sin embargo, una dualidad. Si por una parte no busca expresiones furtivas ni ilegítimas, basadas en teorías científicas o política social, a la que da un sentido de justicia que tiene tono religioso, y los fines humanitarios prácticos de esa acción se apoyan en principios basados en una tradición religiosa positiva y, en tal sentido es un acierto indiscutible, cuya vigencia está asegurada en la mentalidad argentina; a la vez, el general PERÓN, como gobernante, debe actuar en una comunidad atada por la oligarquía a la civilización occidental, es decir, a formas sociales, económicas, religiosas, científicas, políticas y espirituales extrañas a toda tradición religiosa, consecuencia de una verdadera desviación espiritual que condujo a valorar exclusivamente los éxitos materiales. No se puede pedir que la doctrina y la obra del peronismo sea, por consiguiente, parejas en grado sumo, pues no basta un simple período de gobierno para que la doctrina se trueque en ideal de perfeccionamiento humano y no en oportunidad simple de mejoras económicas, consideradas hasta con criterio individualistas. Esta dualidad es la encrucijada que dificulta la acción integral del gobierno del general PERÓN, pero se trata de un hecho inevitable.
El mayor mal que aqueja a la Argentina es su desarrollo desparejo, o sea, un campo prácticamente despoblado rodeando a una de las urbes más pobladas del mundo: Buenos Aires. Este desarrollo urbano es, además, un signo de decadencia. La acción de gobierno del general PERÓN ha determinado un desarrollo urbano que debe ser contenido, y lo será por la fuerza de los hechos, pero mediante un proceso lento que debe correr con el progreso que alcance la difusión de los principios del movimiento “peronista”. Que por su fondo religioso tiende a que el hombre se adapte a él, sin pretender obligarlo a que así proceda. Pero en esta primera etapa el “peronismo” no puede dejar de seguir las tendencias generales de la civilización que el país ha asimilado, idealizando el trabajo como aspecto esencial de la acción, de una acción que, por cierto, nada tiene que ver con el aspecto llamado cristiano del problema social. No es fácil salir de las ideas adquiridas y habrá de costarle un esfuerzo continuado al país para lograrlo, hasta el punto de encontrarse casi desprendido de las tendencias mecanicistas, del predominio de los hechos materiales, del absolutismo estatal, que constituyen la esencia de la civilización a que fue unido poco menos que forzadamente, aunque sin destruir nunca del todo los núcleos de resistencia, más vitales en el interior del país que en los grandes ciudades. Cabe la fe en que se logrará el triunfo de los fines buscados, porque son verdaderos y porque hasta el espectáculo de la Europa en crisis contribuirá a ello. La endeblez de las expresiones argentinas es un fenómeno que comienza a llamar la atención de los mejor dotados, para quienes no es un secreto que una exposición nacional de pintura, por ejemplo, no pasa de ser la exposición concreta de una dispersión mental y espiritual alarmante. No se puede hablar de una literatura argentina, aunque si de literatos argentinos. Estas típicas señales de decadencia angustian al observador que advierte la urgencia de incidir sobre la escuela argentina, cuya base, carente de todo sentido religioso – cosa que no se puede enseñar – procurando así espiritualizarla – denuncia u divorcio de toda manifestación concreta de cultura, porque, y lo repetimos con OSWALD SPENGLER: “LA ESENCIA DE TODA CULTURA ES RELIGIÓN: POR CONSIGUIENTE, LA ESENCIA DE TODA CIVILIZACUÓN ES IRRELIGIÓN”.
Miremos como una enorme esperanza, por consiguiente, que un hombre de gobierno, en Argentina, el general PERÓN, haya dicho palabras salvadoras, como las siguientes:
“La riqueza espiritual que, con la cruz y la espada, España nos legó – esta cruz y esta espada tan vilipendiadas por nuestros enemigos y tan encarnecida por los que con su falsa advocación medraron – fue marchitándose hasta convertirse en informe montón irreconocible hecho presa después del fuego de los odios y de las envidas que habían concitado con su legendario esplendor. Pero antes de convertirse definitivamente en cenizas, las pavesas del incendio aún nos bastarán para que en nuestras manos se convierta en antorchas que, remozando el “alma mater” de la universidad argentina, traspase las fronteras, despierte la vacilante fe de los tibios y semidormidos pueblos que aún creen más en las taumaturgias del oro que en los veneros que encierran el espíritu y la voluntad del trabajar y ennoblecerse y tenga aún fuerzas suficientes para llegar al corazón de Castilla y decir con acento criollo y fe cristiana: “¡ España, Madre Nuestra, Hija eterna de la inmortal Roma, heredera dilecta de Atenas la grácil y de Esparta la fuerte, somos Tus Hijos de claro nombre; somos argentinos, de la tierra con tintineos de plata, que poseemos tu corazón de oro! ¡Cómo bien nacidos hijos salidos de su seno te veneramos, te recordamos y vives con nosotros! Precisamente porque somos hijos tuyos, sabemos que nosotros somos nosotros. Por esto, sobre lo mucho que tú nos legaste, hemos puesto nuestra voluntad de seguir hacia arriba hasta escalar nuevas cumbres y conquistar nuevos laureles que se sumen a las viejas arcas que guardan los restos de la cultura que esparciste por el mundo a la sombra de banderas flameantes defendidas por espadas invencibles. Tus filósofos, poetas, y artistas, y tus juristas, místicos y teólogos, cuando vieron que las antorchas de la revolución espiritual y el vaho del materialismo hacían peligrar el tesoro secular que acumulaste, decidieron ponerlo a buen recaudo, que evitara su profanación”.
“Pasaron los siglos del olvido y las horas de ingratitud, NOSOTROS, los ARGENTINOS, tus hijos predilectos, hemos labrado en el frontispicio de nuestras universidades una leyenda de imperial resonancia, una leyenda de filial gratitud y de solar hogareño, una leyenda que dice: “¡NO SE PONDRÁ JAMAS EL SOL DE NUESTRA CULTURA HISPÁNICA!”
En la noche de Navidad de 1949-2009. LAUS DEO.
Cátedra de la Argentinidad: Doctor JOSE MARÍA ROSA (h) de Santa Fe de la Veracruz para toda la Argentina: numen del revisionismo histórico argentino.
Gentileza: Diario Pampero.
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