“LA RECONQUISTA” Año 2. N. 13
En el Año de Homenaje a Raúl Scalabrini Ortiz.
DECRETOS Y USO DE LA DIVISA PUNZÓ
Denominada divisa punzó o cintillo federal, fue durante varios años el símbolo de la lealtad al sistema federal de gobierno, con la curiosidad de que su empleo trascendió los días de la Confederación Argentina, que era donde se había originado.
Adolfo Saldías expresa que “cintillo punzó usaron las fuerzas que sitiaron á Buenos Aires en 1853; y las que al mando de Urquiza, se vinieron hasta San José de Flores el año de 1859. En la campaña de Pavón en 1861, muchos jefes y oficiales de Urquiza, y por consiguiente los soldados, usaron el mismo cintillo; bien que este uso no fuera impuesto”. Para 1880, cuando tiene lugar el enfrentamiento entre los que querían y no querían federalizar la ciudad de Buenos Aires, los soldados del presidente Nicolás Avellaneda –proclives a la federalización- lucían “divisas encarnadas”, en especial las tropas venidas desde Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos.
Quien mejor patentizó el poder que tenía en sí misma la divisa punzó fue el propio Justo José de Urquiza. Luego de haber traicionado a la patria con su triunfo internacionalista en Caseros (1852), el entrerriano prohibió el uso del cintillo federal al día siguiente de la batalla, el 4 de febrero, pero como el remordimiento carcomía su intranquila conciencia, el 21 de febrero de 1852 volvió a restablecerlo. Más aún: con él marchó frente al pueblo de Buenos Aires el día 20, apurando el paso antes de que lo hagan las tropas imperiales del Brasil, con rumbo al Fuerte.
Aunque los anteriores puedan parecer datos menores, no lo son en realidad, pues reflejan que la divisa punzó era la identificación plena de un modo de vivir y de una genuina definición política. Y sino, veamos lo que sucedía en 1880, veintiocho años después de derrocado el Restaurador de las Leyes, cuando los milicianos y soldados del interior llevaban el cintillo federal con orgullo. ¡Qué “déspota” habrá sido Juan Manuel de Rosas que los paisanos, una vez derrocado, no quisieron utilizarlo jamás al cintillo!...
El color de la Santa Federación y las divisas
Fue entre 1829 y 1831 que los caudillos federales derrotaron los intentos del unitarismo salvaje por afianzarse en el país. Juan Manuel de Rosas derrotaba categóricamente a Juan Lavalle en Puente Márquez, en abril de 1829. El general José María Paz había sido capturado tras un certero tiro de boleadoras que le dio el soldado gaucho Zevallos, hombre de Estanislao López, en 1831. En el combate de La Ciudadela (4 de noviembre de 1831), Facundo Quiroga destroza las tropas del general Gregorio Aráoz de Lamadrid, el cual fuga hacia Bolivia. Luego dos años de campañas interminables y fatigosas, los auténticos representantes del sistema federal dominaban el país, tras el caos y la anarquía originada por el fusilamiento de Manuel Dorrego en diciembre de 1828.
De algún modo había que celebrar la nueva realidad que vivía la patria. Para cuando la divisa punzó apareció en escena, el color rojo aumentaba exponencialmente al punto de introducirse en las calles, las viviendas y en las mismas personas. Los uniformes de los escolares, los moños que lucían las damas porteñas y el chaleco de los hombres –el “chaleco federal”- eran todos de aquél color. También los carros fúnebres, la mayoría de los uniformes de los regimientos y las plumas de los caballos que trotaban por las calles.
Buenos Aires festejaba los triunfos federales con un Tedeum en la Catedral el 27 de enero de 1832, con la curiosidad de que parte de los asistentes lucían una cinta color punzó en el pecho y hacia el lado izquierdo: nacía la “divisa punzó”.
Los decretos para el uso
El primero de los decretos que consagraba oficialmente el uso de la divisa punzó era del 3 de febrero de 1832, el cual fue promulgado por el Gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas. En él se estimaba conveniente “consagrar del mismo modo que los colores nacionales el distintivo federal de esta provincia y constituirlo, no en una señal de división y de odio, sinó de fidelidad a la causa del orden y de paz y unión entre sus hijos bajo el sistema federal”. El artículo 1°, por ejemplo, establecía quienes debían usarlo: “todos los empleados civiles y militares, incluso los jefes y oficiales de milicia”, mientras que los “seculares y eclesiásticos” lo usarían siempre y cuando “gocen de sueldo, pensión o asignación del tesoro público”.
En el artículo segundo, se decía que el cintillo lo “usarán los profesores de derecho con estudio abierto, los de medicina y cirugía que estuviesen admitidos y recibidos, los practicantes y cursantes de las predichas facultades, los procuradores de número, los corredores de comercio y en suma todos los que, aun cuando no reciban sueldo del estado, se consideren como empleados públicos, bien por la naturaleza de su ejercicio o profesión, bien por haber obtenido nombramiento del Gobierno”.
Más adelante, el decreto indicaba que los militares y milicianos deberán llevar la inscripción “Federación o Muerte”, mientras que el resto solamente la palabra “Federación” en sus divisas. Si no se cumplían las disposiciones de los artículos del edicto, había que proceder a la suspensión “inmediata de sus empleos por sus respectivos jefes o magistrados de quienes dependan”.
Una segunda ley sobre el asunto fue dictada el 27 de mayo de 1835, en pleno segundo gobierno de Rosas. La misma decía que, “convencido S. E. que cuando desde la infancia se acostumbra a los niños a la observancia de las leyes de su país, y por ello al respeto debido a las autoridades, esta impresión quedándoles grabada de un modo indeleble, la patria puede contar con ciudadanos útiles y celosos defensores de sus derechos”. Por lo tanto, se disponía que “con esta fecha se manifieste al Inspector General de Escuelas, que siendo la divisa punzó una señal de fidelidad a la causa del orden, de la tranquilidad y del bienestar de los hijos de la tierra, bajo el Sistema Federal, y un testimonio y confesión pública del triunfo de esta sagrada causa en toda la extensión de la República,, y un signo de Confraternidad entre los Argentinos, ordene lo que corresponda, a fin de que todos los Preceptores, empleados y niños de las escuelas, así particulares como del Estado en esta Provincia, usen la divisa Federal, según las disposiciones vigentes”.
Estos reglamentos también regían entre los unitarios salvajes, pues ellos se prendían un cintillo celeste y blanco en el pecho. Por ende, los federales y sus enemigos abordaban una lucha a muerte en la que las divisas cumplían, sin lugar a dudas, un rol fundamental para identificar ambos bandos en pugna. O se estaba con la patria o se servía al extranjero.
El cancionero federal le ha dedicado innumerables versos a la divisa punzó, sea por su significado o por su permanencia en el tiempo. Si fuera posible retroceder los almanaques de la historia hasta la etapa federal, para adentrarse en algún fogón gauchesco como los que solían tener lugar en la campaña o en las orillas de Buenos Aires, la mención del distintivo sería súbita y natural. En “Reciba mi don…”, leemos: “Reciba mi don…/ cinta colorada y fuerte,/ tiene el letrero que dice:/ Federal hasta la muerte”.
Y como decíamos al principio, que la divisa trascendió a don Juan Manuel de Rosas, retengamos los versos de un canto de los tiempos del caudillo Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza (“Es buena la sementera”), en los que es clara y patente la mención del cintillo:
Es buena la sementera
cuando el terreno es ladera
Es fiero para querer
cuando la gente es autera.
¡Viva Dios, Viva la Virgen!
¡Viva la cinta punzó!
¡Muera la celeste y blanca!
¡Viva la Federación!
¡Viva Dios, Viva la Virgen!
¡Viva la estrella mayor!
¡Viva Peñaloza y Puebla
con todo su batallón!
¡Viva Dios, Viva la Virgen!
¡Viva la flor del peral!
¡Viva la mujer que tenga
trato con un federal!.
Otras líneas serán necesarias para hablar sobre las leyendas que tenían los cintillos federales y sobre la variedad de sus formas y gráficos. Esto que se ha descrito fue la parte legal que originó su utilización.
Gabriel O. Turone
Bibliografía:
- Cancionero Federal. Cuadernos de Crisis 26, Buenos Aires 1976.
- Juan Manuel de Rosas. Su Iconografía, Tomo I, Editorial Oriente, 1970.
- Revista “Todo es Historia”, N° 156, Mayo 1980.
- Saldías, Adolfo. “Historia de la Confederación Argentina”, Biblioteca El Ateneo, Buenos Aires, 1951.
HALPERÍN Y SU VISIÓN DECADENTISTA DE
Luego de haber digerido con esfuerzo los tres artículos de Tulio Halperín Donghi reunidos bajo el título El revisionismo histórico como visión decadentista de la historia nacional (cuyo primer artículo data del año 1970, y al cual le siguen otros dos: uno del año 1976 y el otro de 1997), decidimos encarar esta crítica debido a las inconsistencias observadas, el carácter “profesional” del mismo y la vigencia de esta obra en nuestra educación universitaria.
Ya que no creemos, como sí lo hace Halperín, que una obra caiga necesariamente en “un curioso arcaísmo metodológico” como lo sostiene acerca de obras: una de Julio Irazusta y otra de Ernesto Palacio.
Sobre la primera [1] objeta que “toma por modelo la que Carlyle dedicó a Cromwell, vieja ya entonces de un siglo y que aún en su momento había estado lejos de ser un modelo de método histórico”, y sobre la segunda [2] “se inspira casi abiertamente en
Damos por sentado que Halperín, para mantener esta postura, leyó ambas obras, las analizó y comparó entre sí con las de los pensadores europeos Carlyle y Bainville. Ahora bien, si Halperín leyó en su totalidad la obra de Irazusta, no puede sostener como así lo hace, que Juan Manuel de Rosas no nos haya dejado ningún texto exponiendo su pensamiento político. [4]
Si bien es verdad que Rosas no fue un teórico, no por falta de aptitudes que las tenía sino, mas bien, por su falta de tiempo para tal emprendimiento - al estar a cargo de todos los asuntos del país - , sí nos dejó en diversos documentos que él rescató diferentes cartas y escritos donde explicaba tales temas cuando era necesario. Entonces, ¿Qué hacer con la sumamente conocida carta de
En cuanto a lo que Halperín llama “arcaísmo ideológico”, simplemente transcribiremos unas palabras harto esclarecedoras de Antonio Caponnetto, quien ha tratado este “caso” con altura y ha minimizado a este “profesional” de tanto reconocimiento:
“En la interpretación de Halperín - y aquí viene el nuevo apriorismo – lo ideológico esconde o disminuye lo social reducido a su vez a un puro clasicismo, y por lo tanto, aunque nunca se sabrá porqué, está mal que los revisionistas crean que “las ideas gobiernan la historia”, o que rechacen a la oligarquía en tanto condición mental y moral antes que como “capa social” o “grupo de intereses”. La apodíctica de cuño marxista se hace sentir nuevamente. Lucha de clases, sí; explicaciones económicas también; enfrentamientos de ideas o de ethos contrapuestos, ya no. Y como se ve, no se requieren explicaciones para estas preferencias tan humanas, porque todo indica que pertenecen categóricamente al mensaje revelado del sociologismo de la izquierda”[5]
Una constante en estos autores integrantes de la inteligentzia es el factor materialista encarnado, por ejemplo, en la visión clasista. En este opúsculo que estamos tratando, se asoma entre la maleza de su pluma pseudo-proustiana, y de suave manera, la confusión entre los orígenes de algunos exponentes del revisionismo y la postura de los mismos ante la indagación histórica. Para nuestro Profesor que ha practicado la docencia en las universidades de Berkeley y San Andrés (Estados Unidos), también Juan Manuel de Rosas se impuso en nombre del “grupo terrateniente”. [6] Cabe preguntarse quienes fueron exactamente aquellos hombres que intentaron desbaratar el gobierno de la provincia de Buenos Aires en la fallida Revolución autoproclamada de los “Libres del Sur”.
Es que, a veces, el odio de clase se hace notar y confunde hasta a los mejor intencionados. Pero una cosa es Oligarquía y otra, muy diferente, es Aristocracia. Para distinguir bien estos dos conceptos “recetamos” la obra de Ernesto Palacio Teoría del Estado [7]. Si bien trata en varios lugares de su obra los significados de “Clase Dirigente”, “Aristocracia” y “Oligarquía”, transcribiremos únicamente lo siguiente:
“Lo primero que salta a la vista es que cualquier régimen real de gobierno está constituído por una minoría de personas que ejerce la función dirigente sobre el resto de la comunidad. Aunque el uso del poder se le atribuya a un monarca absoluto o al pueblo soberano, esa realidad domina y se impone sobre la ficción legal, según lo hemos explicado abundantemente en el curso de estas páginas. Es lo que el sociólogo alemán Roberto Michels llama “la ley de bronce de la oligarquía” (…) Todo gobierno humano sería, pues, una oligarquía, despojada esta palabra de sus implicaciones peyorativas y reducida a su significado etimológico de gobierno de unos pocos.”
Y seguido, clasifica los tipos de clases oligárquicas que pueden encontrarse: “las que gobiernan en nombre propio y las que atribuyen el origen de su poder al príncipe” o “al pueblo”. Después nombra otro tipo de oligarquías, las “disimuladas”, en las que algunas “acentúan el carácter personal del gobierno” y las que “mantienen una cohesión colectiva que les impide ceder a la tentación de los caudillos”. Llamadas las primeras “de tipo monárquico” y las segundas “de tipo liberal”.
Así, la diferencia real en los distintos regímenes de gobierno se encuentra en
Allí dijo: “El aristócrata, el verdadero aristócrata, es un hombre que vive identificado con su pueblo, es la cabeza visible de un agrupamiento que él sabe comprender e interpretar. No hay orgullo de clase: hay conciencia, que es cosa bien distinta.
En el Plata faltó una clase dirigente, una minoría capacitada por su patriotismo y su comprensión del medio para asumir el gobierno y desempeñarlo con corrección. La hubo, sí, en otros países de América: Brasil o Chile. Por eso tal vez se engrandecieron después de la independencia, y nosotros, sometidos a gobernantes que carecían de espíritu nacional, nos achicamos.”
En la segunda entrega seguiremos aclarando los puntos restantes.
Andrés Mac Lean
Bibliografía:
[1] Irazusta, Julio: Vida Política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia,
[2] Palacio, Ernesto: Historia de
[3] Halperín Donghi, Tulio: El Revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional, Siglo XXI Editores Argentina, Buenos Aires, 2006, p.31-2
[4] Halperín Donghi, Tulio: El Revisionismo histórico…, p. 54
[5] Caponnetto, Antonio: “Los críticos del revisionismo histórico”, tomo I, Buenos Aires, 1998, p.143
[6] Halperín Donghi, Tulio: El Revisionismo histórico…, p. 55
[7] Palacio, Ernesto: “Teoría del Estado”, Editorial Guillermo Kraft limitada, Buenos Aires, 1962, p.80
[8] Halperín Donghi, Tulio: El Revisionismo histórico…, p. 24-5
[9] Rosa, José María: “Estudios Revisionistas”, Editorial Sudestada, Buenos Aires, 1967, p.24-7
LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1829)
México pasaba por una guerra civil, después de la caída de Agustín I. El propio Agustín de Iturbide cuando retornó de su exilio había dicho que volvía a su patria para defenderla de un ataque español que se venía preparando. El Congreso mexicano no le creyó y lo mandó fusilar en 1824. Sólo un hombre había en el gobierno de México con capacidad para oponerse a la política expansionista norteamericana: Lucas Alamán, con una visión hispanoamericanista. A su caída del ministerio, la política exterior mexicana quedó subordinada a los Estados Unidos. Tan notoria era la intervención del cónsul estadounidense Joel Poinsett en los asuntos nacionales que en diciembre de 1827 hubo un pronunciamiento en Otumba, encabezado por el general Juan Maule Montaño, y exigía la expulsión de este diplomático y la disolución de las sociedades secretas: “Es necesario curar el mal en su origen, arrancando de raíz las sociedades secretas que lo causan”. Este movimiento patriótico fue secundado por Nicolás Bravo. La política interior dominada por Poinsett impulsó la creación de logias que ya no respondían a la influencia inglesa y francesa, sino directamente a Estados Unidos. Tal fue el objeto del rito yorkino cuya matriz estuvo siempre en Nueva York.La elección del mulato Vicente Guerrero como presidente de México significó el triunfo de los “americanos”.
El plan de Poinsett fue implementado por el gobierno mexicano. Con pretexto de que corría peligro la independencia, se expulsó a muchos españoles prominentes el 20 de diciembre de 1827, y esto duraría hasta que España reconociera la libertad mexicana. Había entonces aproximadamente 33000 españoles radicados en México y a todos se los expulsaba sin tener en cuenta que la mayoría eran padres de criollos mexicanos. El número de expulsados fue de doce a quince mil, incluso muchos criollos o mestizos mexicanos siguieron forzosamente a sus padres al exilio. También se desterraron las 32 misiones franciscanas de la Alta y Baja California, con el natural resultado de que sus bienes fueron confiscados y su acción evangelizadora con los aborígenes fue eliminada. José Vasconcelos afirmó: “La guerra a lo español sería propósito secreto del partido extranjerista…Nos habíamos separado de la idea imperial española, el más noble tipo de cruzada humana universal y generosa que jamás haya existido, y nos veíamos englobados en el imperialismo comercial de los anglosajones, cuyo triste epílogo contemplamos hoy en el capitalismo decadente de la actualidad”. El gobierno mexicano estaba en la más completa miseria. No tenía almacenes militares, ni víveres, ni provisiones y el ejército estaba casi en la ruina. Los españoles residentes en México y los criollos borbonistas habían bombardeado por años las oficinas del gabinete hispano presentando la situación del nuevo país como caótica y favorable a su reincorporación a la metrópoli europea. Fernando VII vio en esto, una gran oportunidad para emprender la reconquista de México, desde Cuba, planeando el envío de tres ejércitos, que en total constituirían 16.000 hombres. El 27 de julio de 1829, una flota compuesta por 21 navíos de la real armada española a cargo del almirante Ángel Laborde, desembarcó en Cabo Rojo (Veracruz) el primer contingente, llamado “Ejército de Vanguardia”.
Este ejército, el primero que se enviaba en este intento de reconquista, estaba formado por 3.100 soldados veteranos con el armamento más moderno de la época y eran comandados por el brigadier Isidro Barradas.
Además integraban la expedición el franciscano fray Diego Miguel Bringas y ocho misioneros que habían estado en Querétaro y Orizaba. El mar fue enemigo de las flotas de España. Así como destruyó la “Invencible” quiso destruir “La Vanguardia de la Reconquista”. Un temporal dispersó los barcos en la costa de Campeche. Una fragata, con quinientos soldados, se extravía y va a dar a Nueva Orleáns.
Barradas se puso de tan mal humor, que durante una comida arrojó platos a la cabeza del almirante Laborde. Desembarcaron en Cabo Rojo como se dijo anteriormente y la infantería tuvo que caminar quinientos metros con el agua a la cintura.Perdió morriones, armas, paquetes de víveres, cartucheras, cantimploras llenas de vino. Barradas lloró, sentado sobre un tronco. “Me han engañado”, dijo a su secretario, el astuto e intrigante Eugenio Avinareta. “Este es un país desierto”. Barradas era fanfarrón y crédulo. Tomó al pie de la letra los informes enviados de México, en el sentido de que el país entero estaba suspirando por la dominación española. En La Habana, dijo a su secretario: “En el momento en que pise las playas, con la infantería que voy a llevar y con la bandera de España en la mano, marcharé sin obstáculos hasta la capital del reino”. En otra ocasión agregó: “Los españoles residentes de La Habana me han asegurado que cuando desembarque, la mayoría de las tropas y el pueblo, movidos por el clero, se pasarán a las banderas del rey”. No valía la pena, pues, de llevar cañones en la expedición: “bastará con los que se tomen al enemigo”, y con la distribución de dos mil proclamas del capitán general. La reconquista se realizaría con un paseo. Barradas se internó en el país. Pequeñas fuerzas de Veracruz y Tamaulipas intentaron detener su camino sobre Tampico, en “La Aguada”, "Los Corchos" y en el fortín veracruzano de "La Barra”, luchando y replegándose. En una lancha que llevaba bandera de parlamento, Barradas se presentó frente a Tampico. Subió a verlo el comandante de las fuerzas mexicanas, general Felipe de la Garza, a quien dijo el brigadier español: “Vengo de parte del rey de España y con la vanguardia del ejército real a tranquilizar al país, que vive en la mayor anarquía”. Ofreció un indulto y ascensos a los jefes y oficiales que se le unieran. Barradas presenta a de la Garza una caja de condecoraciones de las grandes cruces de Carlos III y de Isabel la Católica, diciéndole que iban a servir para adornar su pecho, e iba a entregarle la caja y un mazo de proclamas, cuando el general mexicano dio un paso atrás y respondió en alta voz: “Vive usted muy equivocado si ha creído quebrantar mi fidelidad y el juramento que he prestado a la república, después de haberme batido contra las armas españolas en la guerra de la independencia. No tengo más que hablar con el jefe de las tropas que han invadido a la república, y me retiro a mi campamento”. Gracias a la superioridad de sus efectivos y de armamentos, los españoles pudieron tomar las poblaciones de Tampico Alto y Pueblo Viejo, en el norte de Veracruz. Evacuada por la reducida guarnición y los pobladores, Tampico (Tamaulipas), cayó en manos españolas el 7 de agosto, pero la encontraron desierta, sin alimentos ni agua potable, en una estrategia de “tierra arrasada”, ya que los habitantes de la zona, patrióticamente, no colaboraron con los invasores. El 2 de agosto el presidente Guerrero fue notificado del desembarco de las tropas españolas. Consciente de la gravedad de la situación, lanzó una proclama a todos los mexicanos llamándolos a unirse en defensa de la patria y dispuso la integración del “Ejército de Operaciones Mexicano”, al mando del brigadier Antonio López de Santa Anna, gobernador de Veracruz.
El 16 de agosto, debido a la falta de alimentos, los españoles avanzaron sobre Villerías, (en la actualidad Altamira), Tamaulipas, realizándose una heroica defensa del camino por las fuerzas mexicanas al mando de los brigadieres De la Garza y Manuel de Mier y Terán, los que volvieron a seguir la estrategia de combatir y retirarse, ocupando los españoles Villerías, pero encontrándose nuevamente con las manos vacías. En la madrugada del 21 de agosto, mientras el grueso del ejército realista se encontraba en Altamira, los mexicanos, con las pocas tropas que habían llegado de Veracruz y los soldados y milicianos de la zona, en medio de la noche y en silencio, cruzaron el caudaloso río Pánuco, de 400 metros, en pequeñas lanchas y piraguas. En lo que hoy es la Plaza de La Libertad y las calles del centro histórico, se llevó a cabo la batalla de Tampico. Este combate duró más de 12 horas seguidas donde el ejército mexicano "abatió el orgullo español", quienes por lo aguerrido de la batalla, tuvieron que solicitar un “alto al fuego” para capitular y se estaba dando trámite a dichos acuerdos, cuando retornó el ejército realista a Tampico. Después de un duelo de astucia entre los generales Santa Anna y Barradas, pactaron que sus ejércitos regresaran a sus respectivas líneas, lo que permitió la liberación de Altamira. Los mexicanos salieron de Tampico con honores, banderas desplegadas y a tambor batiente y volvieron a cruzar el río Pánuco, en medio de una fuerza española superior. Desde ese día, la plaza donde se encontraba el cuartel general de los españoles en Tampico, fue bombardeada por la artillería mexicana desde el paso de El Humo en Veracruz, al otro lado del río Pánuco. Mientras se esperaban refuerzos del centro de la república, se dieron acciones heroicas por parte de los soldados mexicanos, como lo fue la captura de la balandra Española, en el río Pánuco, ya que en medio de la noche y la lluvia, la abordaron frente al fortín de La Barra (Tamaulipas) que los atacaba con sus cañones, remolcándola río arriba, hasta el reducto de Las Piedras. En una estrategia de tenaza, el ejército mexicano construyó fortificaciones y reductos sobre la rivera veracruzana del río Pánuco que cercaron e inmovilizaron al invasor, el cual empezó a sufrir por la falta de alimentos, agua y por la fiebre amarilla. El día 9 de septiembre, cayó un fuerte ciclón, que provocó una inundación en toda la zona, destruyendo el campamento mexicano, obligándolos a entrar en acción o esperar el tiempo de secas, lo que hubiese permitido la llegada de los otros dos contingentes del ejercito hispano, que ya se esperaban desde Cuba. Ante la adversidad del clima, los mexicanos al mando de los generales Santa Anna y Manuel de Mier y Terán, así como de los coroneles Lemus, Andreis, Acosta y De Paula Tamariz, se decidieron a dar la batalla final, en medio del lodo y la inundación, en la noche del 10 al 11 de septiembre, iniciándose la toma del fortín español de La Barra. Los soldados realistas protegidos por las empalizadas y sus cañones, se defendieron con tenacidad y desesperación. La encarnizada lucha se desarrolló a la bayoneta. En estas acciones se distinguió el capitán de granaderos Juan Andonaegui, al que se le ha honrado desde entonces con el nombre de un cerro característico entre Tampico y Ciudad Madero. Este sangriento enfrentamiento, heroico para ambas partes, obligó al ejército español a rendirse ante las tropas mexicanas que se desempeñaron con valor y audacia pocas veces vista en la historia militar mexicana.
La Capitulación de los españoles fue redactada y firmada por el Ejército de Operaciones Mexicano en Pueblo Viejo, Veracruz y ratificada por Barradas en la Casa Fuerte de Castilla, en la plaza de la Libertad de Tampico el 11 de septiembre de 1829. El ejército español entregó armas y banderas el día 12 de septiembre de 1829. Los prisioneros realistas serían posteriormente remitidos a La Habana, en tanto que Barradas se embarcó con rumbo a Nueva Orleáns. La victoria fue celebrada jubilosamente en todo el país, especialmente en la capital de la república, donde llegaron las banderas rendidas por los españoles, realizándose grandes desfiles frente al palacio nacional. Posteriormente éstas fueron entregadas como trofeos ante Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe, patrona de todos los mexicanos, siendo el momento más significativo de la presidencia de Vicente Guerrero.
Proclama de Barradas al desembarcar en territorio mexicano “Después de ocho años de ausencia, volvéis por fin a ver a vuestros compañeros, a cuyo lado peleasteis con tanto valor para sostener los legítimos derechos de vuestro augusto y antiguo soberano el Sr. D. Fernando VII. S. M. Sabe que vosotros no tenéis la culpa de cuanto ha pasado en ese reino, y se acuerda que le fuisteis fieles y constantes. La traición os vendió a vosotros y a vuestros compañeros. El rey nuestro señor manda que se olvide todo cuanto ha pasado, y que no se persiga a nadie. Vuestros compañeros de armas vienen animados de tan nobles deseos y resueltos a no disparar un tiro siempre que no les obligue la necesidad.Cuando servíais al rey nuestro señor, estabais bien uniformados, bien pagados y mejor alimentados; ese que llaman vuestro gobierno os tiene desnudo, sin rancho ni paga. Antes servíais bajo el imperio del orden para sostener vuestros hogares, la tranquilidad y la religión; ahora sois el juguete de unos cuantos jefes de partido, que mueven las pasiones y amotinan a los pueblos para ensalzar a un general, derribar un presidente y sostener los asquerosos templos de los francmasones yorkinos y escoceses. Las cajas de vuestro llamado gobierno están vacías y saqueadas por cuatro ambiciosos, enriquecidos con los empréstitos que han hecho con los extranjeros, para comprar buques podridos y otros efectos inútiles. Servir bajo el imperio de esa anarquía, es servir contra vuestro país y contra la religión santa de Jesucristo. Estáis sosteniendo, sin saberlo, las herejías y la impiedad, para derribar poco a poco la religión católica. Oficiales, sargentos, cabos y soldados mexicanos: abandonad el bando de la usurpación: venid a las filas y a las banderas del ejército real, al lado de vuestros antiguos compañeros de armas, que desean como buenos compañeros daros un abrazo. Seréis bien recibidos, admitidos en las filas: a los oficiales, sargentos y cabos se les conservarán los empleos que actualmente tengan, y a los soldados se les abonará todo el tiempo que tengan de servicio, y además se le gratificará con media onza de oro al que se presente con su fusil. Cuartel general, 1829. — El comandante general de la división de vanguardia.— Isidro Barradas.”
COMENTARIO BIBLIOGRAFICO
- MARTINI, Oscar Salvador (Coord.), 1949 Rumbos de justicia, Buenos Aires, Fondo Editorial Carlos Martínez, 2009.
Esta obra colectiva sobre la Constitución de 1949, fue coordinada por Oscar Salvador Martini y contó con la colaboración de Mónica Eva Monti, Laura Mercedes Venecia, Alberto González Arzac, Francisco José Pestanha, Néstor Gorojovsky, Ernesto Adolfo Ríos y H. Marcelo Baumann. Su enfoque no es un estudio más histórico-constitucional de la reforma impulsada por el gobierno del presidente Juan Domingo Perón. Sino que en su Presentación se lo define como un acto militante, como un aporte al pensamiento nacional. En este año donde se cumple el 60 aniversario de la sanción de la carta magna reformada por el Justicialismo, se ha visto llevada a cabo la idea que tuvo en 2008 el profesor Ernesto Ríos, quien hace poco ha dejado este mundo. “El pensamiento nacional brota de nuestra propia historia, de nuestro propio ser. Contrariamente, las ideas importadas que han sido norte y dogma en la educación y la cultura oficial argentina, parten de un universalismo sin arraigo”, destaca H. Marcelo Baumann. En “La problemática constitucional argentina”, Oscar Salvador Martín destaca que casi en su centenario la Constitución de 1853 “requería un amplio tratamiento modernizante”. Su estructura liberal concebida en tiempos decimonónicos quedaba anacrónica en cierta temática como lo fueron los derechos sociales, nacidos de la concepción cristiano-humanista. Menciona las críticas a la reforma como un capricho del gobierno peronista, pero habría que preguntarse –afirma- “por qué razones se promovió la reforma de 1957 y por qué fue disuelta por su mayoría circunstancial”. Néstor Gorojovsky precalifica uno de los artículos de la Constitución y bautiza a su aporte como “El infame artículo 40”. Este artículo se refiere a la función social de la propiedad, el capital y la actividad económica, y según el profesor Gorojovsky “esto suena a un texto redactado por León Trotzky y Vladimir Lenin en el año 1917 en la URSS”. El jurista, docente y pensador nacional Francisco José Pestanha en “La Constitución de la realidad justa” relata la necesidad de la reforma en esa época y la critica a los “maestros del derecho” que sostenían los contenidos pétreos en el texto constitucional. Cabe agregar que uno de los constitucionalistas que sostuvo esa postura en sus manuales y tratados, fue uno de los juristas que asesoraron a la dictadura militar que en 1972 intentó un engendro constitucional
By sanciona cláusulas como Derechos especiales de la Educación y de la Cultura”. Ello era una cultura accesible a todos y no como en otros tiempos donde se edificaban grandes palacios, había estancias de varias leguas con hermosos cascos, peones y obreros analfabetos, y universidades para una minoría. El malogrado Ríos en su “Suite constitucional (incompleta)” –dedicada a Mario “Pacho” O´Donnell nos guía por Buenos Aires, llevándonos a “la avenida del coimero”, en alusión a Bernardino González Rivadavia. “Don Bernardino jamás tuvo pruritos éticos al pedir o recibir las coimas del capital inglés”, señala Ríos. Con su ironía que lo caracterizaba, Ríos menciona el episodio del “cuadernito de la siesta santiagueña”, cuando un infatuado y elegante enviado del gobierno porteño intentaba convencer al general y gobernador de Santiago del Estero –calor extenuante por medio- Juan Felipe Ibarra de las bondades de la Constitución de 1826. Fue otro de los fracasos de la historia constitucional argentina. Esta obra contiene un interesante y didáctico apéndice documental legislativo.
† Tanto el autor como todo el equipo de La Reconquista dedican este artículo a la memoria de Ernesto Ríos, quien nos dejó el 10-09-09.
SANDRO OLAZA PALLERO
†† Este número de la Reconquista va especialmente dedicado al Coronel Seineldín quien nos dejó
el pasado 2-09-09. (QEPD)
EQUIPO DE LA RECONQUISTA:
Federico Gastón Addisi, Andrés Berazategui, Sandro Olaza Pallero, Andrés Mac Lean, Gabriel Turone, Damián Oviedo, Camilo Bottino, Germán Neudeck, Diego Mazzela, Matías Falagán, Patricio Mircovich, Natalia Jaureguizahar, Hernán Adamo, Web: http://www.jovenesrevisionistas.blogspot.com/ Agradecimientos: Profesor Jorge Sulé, Ediciones Fabro, Agrupación Arturo Jauretche, Juan Cruz Castiñeiras, Emilio Nazar Reuniones: Miércoles a las 18 hs. en la sede del Instituto (Montevideo 641) Actividades: 7 de octubre, Pablo Vásquez, sobre Vicente Sierra; 21 de octubre, Conferencia sobre A. Olmos (Inst. Rosas Montevideo 641); Sábado 7 noviembre en Inst. Perón (Sarmiento 1469, 3º “A”) Andrea Prodan "Defensa y FFAA en la actualidad"; Sábado 14 de noviembre en Inst. Perón (Sarmiento 1469, 3 A), Emilio Nazar "Política de Género e Informe Kissinger".
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