Brigadier General Manuel Oribe.
Oribe, que descendia nada más y nada menos que del gran Cid Campeador, tenia un trato era muy afable, sus modales de una cultura exquisita parecía como decía el ilustre Carlos Villademoros, que el General estuviera siempre agitándose en un medio aristocrático, a pesar de ser un apasionadísimo republicano.
Sus ratos de ocio los pasaba en su quinta del Miguelete, arrullado en una hamaca incrustada en un marco de verdor perfumado que matizaba los jazmines del país y las deliciosas madreselvas.
El General Lavalleja, que iba a menudo a su quinta cuando no lo encontraba en sus habitaciones, se dirigía a la “selva poética”, pues ese nombre le había puesto su morador, y allí lo veía rodeado de diario y libros, estos últimos los recibía muy a menudo de su primo hermano que ocupaba altos puestos en España.
Su inteligencia era amplia y despejada, y rápida en la concepción; sus juicios breves y sentenciosos, observador por naturaleza y muy dado a la meditación. Cuantas veces se le veía de noche pasearse por su quinta, con la cabeza baja, ensimismado, como resolviendo algo grave para su existencia. La gente de los alrededores en seguida sabían que era el, pues era conocida su vestimenta. En verano su traje consistía en una especie de uniforme blanco como toda su persona, y en invierno un amplio robe de chambre de paño azul con alamares de cordón de oro. Era muy lujoso en vestir. El prestigioso ciudadano don Juan María Pérez, decía: “el general Oribe debe tener Dios aparte, pues sus oficiales contaban que en los campos de batalla brillaba tanto su uniforme como el sol.” Y esto lo prueba aquel estribillo popular de la época que decía:
Con lo que Oribe gastó
En uniformes para pelear,
Se podría comprar tabaco
Para el ejército fumar.
En uniformes para pelear,
Se podría comprar tabaco
Para el ejército fumar.
Como decía el ilustrado y caballeresco Coronel Lasala, cuando vestía uniforme. El General don José María Reyes decía “cuando Oribe monta a caballo, con su gran uniforme de gala, venían ímpetus de gritar ¡Viva el Emperador!”.
Su temperamento, en general, se caracterizaba por una placidez halagadora en la paz. Le agradaba la vida de sociedad y el trato con el bello sexo.
Era un católico consciente y un fiel cumplidor del deber, pues en esto, decía el, consistía la religión. Los templos de la Unión, Paso Molino, Reducto, Pando, Nueva Palmira, Miguelete, fueron mandados construir por él.
El desayuno, que era la tradicional taza de chocolate lo tomaba en familia, aprovechando esa hora para emplearla en la educación practica de sus hijos, hablándoles de todo aquello que enseña la experiencia y que podía estar al alcance de la comprensión de ellos.
Sus conocimientos militares eran vastos, pues fue después de San Martín el segundo general americano que uso infantería como arma predilecta para el combate. Su arma favorita era la artillería, y esto lo prueba no solo, en las compañías que tenia de esa arma en el Cerrito, sino que hasta en los batallones de infantería había piezas de artillería. Su ejército lo tenía siempre ordenado por batallones y regimientos, con las numeraciones tácticas correspondientes, y su organización era estrictamente militar, realizándose en el hasta ejercicios de maniobras. Los días de fechas patrias (como el 25 de Mayo) eran festejados en el ejército en la forma que permitía su situación. En Barcelona, se lució mandando unas maniobras militares y fue el que introdujo la táctica del General Concha. Las obras militares de su biblioteca,. Andan algunas todavía peregrinando por las librerías que se ocupan de obras antiguas.
En la guerra se puede decir, que desdoblaba su personalidad. La imaginación que serenamente desempeñaba su papel natural en la paz, era grande en los campos de batalla. Era fiel cumplidor de las leyes y servidor de las autoridades legalmente constituidas, como lo prueba su persecución a Rivera en 1828, por orden del gobierno de la época. Estallada la revolución lavallejista de 1832, don Santiago Vázquez, como medio de inutilizar aquel movimiento, se puso al habla de don Manuel Oribe, obteniendo la respuesta de que “su espada estaba al servicio de las instituciones”.
(…)
El General don Juan Barrios, su íntimo amigo, recibió de sus labios esta confesión pocos días antes de fallecer. “Muero con el sentimiento de que no queda nadie que me remplace”. Y sus últimas palabras al partido fueron: “que todos mis amigos respeten al gobierno y que no desmientan la autoridad constituida”.
Por Ignacio Pérez Borgarelli
1 comentario:
Todo un hidalgo hispanico fue don Manuel, como Don Juan Manuel y otros grandes de estos pagos. Sus adversarios fueron, en general, sujetos de dudoso origen que trajeron ideas contrarias a nuestra Fe y a nuestra Tradicion. Que siguen siendo los que nos gobiernan ahora.
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