28 de febrero de 2012

CUESTIONES RELATIVAS A LA PENA DE MUERTE EN 1823

Ejecución en el siglo XIX.



La aplicación de la pena capital ya lleva varios siglos desvelando a los humanos. Su existencia tuvo intermitencias a lo largo y ancho de la historia argentina, variando su intensidad acorde se presentaban períodos de paz o de anarquía.

Revisando el devenir de nuestro país, todos han echado mano de este recurso de ultimación: San Martín y Manuel Belgrano, lo han utilizado en sus campañas en el Alto Perú, Paraguay, Chile y Uruguay –el creador del Pabellón Nacional, hasta mandó fusilar en Santiago del Estero al general federal Borges, en 1817-; Lavalle hizo otro tanto, al punto de quitarle la vida al gobernador Manuel Dorrego; Rosas también pidió ejecuciones contra los salvajes unitarios; Bartolomé Mitre tuvo una pléyade de oficiales que, desperdigados por todo el país, mataban sumariamente a cualquier gaucho que simpatizara con la tendencia federalista; Artigas tampoco dudaba en hacer cumplir fusilamientos a la hora de poner orden en sus propias filas o para batir a enemigos importantes; y así podríamos seguir con un listado interminable.

En Argentina, la última aplicación de la pena capital contra un civil se llevó a cabo a mediados de la década de 1910, casi al mismo tiempo en que los máximos jefes anarquistas habían sido ya pasados por las armas, y recién en 2007 se abolió esa sentencia para los militares, al derogarse lo dispuesto por el Código de Justicia Militar de 1951, lo que derivó en el final de los tribunales castrenses. No obstante, la pena de muerte no siempre fue una cuestión que se encarara a plena luz del día: hubo ejecuciones subterráneas y en épocas que, al quedar al descubierto, marcaron a fuego la memoria colectiva. Seguramente hoy en día siga habiendo ejecuciones pero cuyo descubrimiento tardará varios años en conocerse.

UNA CRONICA DE 1823

En 1823, gobernaba la provincia de Buenos Aires el brigadier general Martín Rodríguez, personalidad cuya vida política giró en torno a la ciudad portuaria y a las mejoras que la misma pudiera obtener de los sucesos que lo embargaron. Fue jefe de unas muy penosamente olvidadas campañas al Desierto entre 1820 y 1824, en donde logró fundar algunos pueblos tales como Tandil y a aproximarse no muy lejos de la actual Bahía Blanca.

Como habrá de ocurrir hasta la llegada de Juan Manuel de Rosas al gobierno bonaerense en 1835, su período quedó signado por la aparición de un sinfín de diarios de corta duración que, sin embargo, fueron algo así como la etapa fundacional de la prensa gráfica argentina. Se rescatan los siguientes nombres de publicaciones: la Gazeta de Buenos-Ayres, el Redactor del Congreso Nacional, El Imparcial, la Legión del Orden o Voz del Pueblo, el Desengañador Gauchi-Político (del Fray Francisco Castañeda), el Defensor Teofilantrópico Místico-Político, El Restaurador Tucumano, La Matrona Comentadora de los Cuatro Periodistas, El Correo de las Provincias, El Precio Corriente, etc., etc.

Lo que aquí traemos a colación es, justamente, una nota periodística que salió en El Correo de las Provincias, N° 9, en su edición del 13 de Febrero de 1823, que apunta algunas consideraciones sobre la conveniencia o no de la aplicación de la pena de muerte o capital. Acaso, una duda que todavía hoy, a la luz de nuevos acontecimientos y de nuevas épocas, sigue dando qué hablar:

“BUENOS AIRES.

Hace algunos días que se ha pasado por las armas a un individuo acusado de asesinato. La justicia de la sentencia ha dado que decir mucho en el público, y éste es acreedor a una satisfacción, que la reclamamos. Esta idea de hacer desaparecer a un hombre de todo es horrible; con justicia apenas se tolera, ¿qué será sin ella? Esto nos ha recordado un bello trozo que se halla en el Constitucional de 13 de agosto del año pasado. Examinando la nueva obra dada a luz por Mr. Guizot sobre la pena de muerte en materias políticas; dice así el editor:-

“La sociedad debe y tiene derecho de existir. Puede y debe hacer todo lo posible para su conservación. Si no puede vivir sin la muerte de uno o muchos de sus miembros, puede exigir su aniquilamiento para existir ella. En virtud de este derecho se encierra una ciudad infectada de un contagio, y se obliga a los que aun están sanos a perecer en medio de la infección: en virtud de este derecho los que naufragan, no pudiendo salvarse todos en un mismo esquife, condenan a algunos a ser arrojados al mar, u hostigados del hambre devoran al que designó la suerte.

“Son terribles estas necesidades; pero cuando son constantes no se las puede resistir. Este es un cálculo de humanidad el más sencillo, porque así se sacrifica el menor número posible de vidas; pero esta necesidad es menester que esté muy bien probada. De este modo la sociedad tiene derecho de destruir a un asesino; mas ¿este sacrificio es indispensable a su conservación? He aquí el eje sobre que gira la famosa cuestión de la pena de muerte. Los que niegan el derecho de aplicarla han caído en semejante error por excesivo respeto al individuo, y porque creían que de este modo hacían consistir el derecho del número; cuando en realidad hacían superior el derecho de uno sólo al de todos. El derecho de destruir al culpable existe, siempre que la sociedad se vea en la precisión de hacerlo so pena de perecer; pero este es precisamente el hecho que es necesario establecer. Atentar contra la vida y la propiedad de los ciudadanos, es atentar al orden, esto es, contra la sociedad, que existe sólo por el orden; que debe restablecer en el momento. Si un apestado traspasa los límites prescriptos, se hace fuego sin trepidar; porque la seguridad general es infaliblemente comprometida: si un asesino levanta un brazo culpable contra su semejante, los corazones se indignan y piden su muerte. Mas en este caso ¿es el grito de la prudencia el que habla o el de la venganza? Es preciso, se dice, poner al culpable en la imposibilidad de dañar en lo futuro, y atemorizar a sus semejantes con el ejemplo de un castigo terrible, pero ¿si fuera dado ponerlo en la impotencia de hacer el mal, e inspirar horror a su crimen sin quitarle la vida no sería mejor?

“Un hombre cuyas pasiones se hallan desordenadas hasta el punto de cometer un asesinato, es un ser cuya educación ha sido mala, y la sociedad, en cierto modo puede echarse la culpa; pues que la educación es de su deber. Pero, si pudiese corregir una educación mala; si por la privación de la libertad; si por un trabajo duro y continuo, por un régimen severo y regular, pudiese domar sus pasiones y cambiar sus hábitos ¿no debería probar este medio? ¿Tiene derecho de destruir a las criaturas cuando puede mudarlas y hacerlas mejores? Por lo que hace al ejemplo, si el bandido fogoso teme más la cautividad con costumbres regulares que la muerte; si por otra parte, la gradación de los castigos produce en la imaginación más efecto que su severidad ¿qué razones de ventajas restan a favor de la pena de muerte? ¿No expira el derecho con su inutilidad?

“La cuestión es al presente una materia de experiencia y cuando vemos los efectos producidos por el establecimiento de las cárceles de corrección, adonde el hombre malvado de una antigua sociedad se hace bueno en la nueva; cuando vemos los resultados obtenidos en Filadelfia, en Florencia, en algunos pequeños estados de la Alemania y aun en la misma Francia, por la abolición de la rueda, y por la disminución de los crímenes capitales, es permitido creer bastante la experiencia, y puede uno razonablemente admitir, que la severidad de los castigos no es indispensable a su represión. Ahora mismo nos parece inconcebible no quitar la vida al que ha hecho una muerte; y este no es más que un sentimiento de venganza, fortificado por el hábito: per nuestras costumbres podrían dulcificarse; podría llegar un día que mirásemos el fusilar a los hombres, con el mismo horror con que hoy veríamos ahorcarlos o enrodarlos, y no creeríamos justo el inmolar un asesino.-Dar la muerte por la muerte no es justicia, es venganza, y la sociedad no debe vengarse sino restablecer el orden; no puede ni debe nada, más allá de las necesidades que él demanda.”



Comisión Directiva
JOVENES REVISIONISTAS


Bibliografía:


- Biblioteca de Mayo, Tomo X – Periodismo. Edición Especial en Homenaje al 150 Aniversario de la Revolución de Mayo de 1810, Senado de la Nación.

20 de febrero de 2012

UNIVERSIDADES DE LA CONQUISTA: EDUCACION Y CULTURA PARA EL NUEVO MUNDO

Vista de la Universidad de San Carlos de Borromeo, Guatamela (1681)


Es un tema no muy recurrente este de escribir sobre la educación superior –o universitaria- en los tiempos de la Conquista española en América, tal vez porque todavía hoy somos víctimas de la Leyenda Negra que sobre dicho período recayó luego del triunfo del racionalismo, el positivismo y el librecambio. Cuesta bastante hallar manuscritos o notas añejas que versen sobre esta asignatura que, a más de uno, podría esclarecerlo para no incurrir ni caer en la diatriba más espantosa que jamás se haya visto.

De acuerdo a lo dicho por el profesor Jorge Sulé, “la propaganda de desprestigio antiespañol (fue) echada a rodar por Gran Bretaña desde el siglo XVII”, iniciada con el propósito de “despojar a la España de los Austrias de su protagonismo mundial desencadenando una acción psicológica de descrédito como forma de socavarla”. Al parecer, sigue enseñándonos Sulé, el comienzo de la Leyenda Negra tuvo como epicentro “la traducción al inglés del libro de Bartolomé de las Casas en que el clérigo español que llegó a ser Obispo de Chiapa, denunció los excesos de los encomenderos españoles. Por supuesto, estos acontecimientos ocurrieron, pero fueron exagerados por el sacerdote para llamar la atención de la corona, efecto logrado con la redacción de leyes protectoras y la venida de varios “visitadores” inspectores reales para morigerar los excesos denunciados”. Afirma, a su vez, que Bartolomé de las Casas jamás imaginó “quiénes y para qué irían a utilizar sus escritos”, esto es, políticamente para el descrédito de la España monárquica.

De la vengativa Leyenda Negra se sirvieron, ya promediando el siglo XIX, los más conspicuos serviles de la masonería liberal, tales como Domingo Faustino Sarmiento, para quienes los federales encarnaban la cosmovisión española heredada de la Conquista del siglo XV y eran, por ende, “bárbaros” y “déspotas”. Muy bien lo ilustra Jaime Gálvez, una vez consumada la derrota de Juan Manuel de Rosas en 1852: “Todo se organizaba renunciando a “la mala herencia del régimen colonial español”, como decía Alberdi. Se destruían las antiguas instituciones políticas, privadas, económicas, etc. Todo se liquidaba con la conciencia del poco valer de lo español, de nuestro pasado, del que se avergonzaban y que querían tapar apresuradamente con leyes importadas y bien frescas”. “La nueva generación –agrega- quiere escaparse de sí misma, de su pasado, de su propio yo”.

LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

Previo al desembarco de Cristóbal Colón, España ya había definido con claridad qué modelo universitario estaba dispuesto a implementar en América. En la Europa del siglo XII al XV, sobresalió como la mejor casa de altos estudios la Universidad de Salamanca, que llegó a contar con el asombroso número de 4 mil estudiantes sobre un total de 8000 miembros de esa comunidad del saber (incluyendo profesores, catedráticos y administrativos). Se dice, por ejemplo, que Salamanca fue pionera en la concreción efectiva de un gobierno universitario que hermanó a maestros y discípulos.

Al decir de Gabriel del Mazo, la Universidad de Salamanca ha sido el prototipo de las por entonces novedosas universidades medievales europeas, la cual tomaba las bases culturales venidas del mundo romano y el legado de la civilización griega. Este origen, es el que citó Juan Perón cuando afirmó, en junio de 1948, qué tipo de universidad debía tener la Argentina: “Queremos una universidad con alma argentina, que llevando en su seno toda la civilización greco-latina y la cultura que heredamos de España, transforme nuestra Patria de asimiladora de cultura en creadora de cultura”. Sin lugar a dudas, el conductor justicialista hacía referencia a ese extraordinario polo educativo superior que fue Salamanca (Castilla y León).

La universidad de la Edad Media “espiritualmente fue creación de una filosofía, la escolástica”, asevera del Mazo, y la dialéctica que manejaba tuvo dos etapas: primero, entre la fe y la razón, luego entre la fe y la ciencia. De esta conjunción armoniosa, nacieron los estudios avanzados del Derecho, la Medicina, las Ciencias Matemáticas y las Ciencias Geográficas. La Universidad de Salamanca, antecesora directa de las casas que la Conquista erigió en América, tuvo en su Facultad de Filosofía y Letras la perfecta continuidad de los viejos estudios de “artes” procedentes de la cultura griega. No por nada, en la etapa Renacentista las artes serán “el corazón mismo de la enseñanza superior”.

La composición comunitaria de las universidades como la de Salamanca era internacional; desde todos los países del resto de Europa, las personas venían a capacitarse y graduarse en ella por la excelente calidad de sus programas. Asimismo, tenían validez internacional los títulos que otorgaba, como bien lo prueba el hecho de que muchos educadores que vinieron a América validaban su conocimiento con el diploma que tenían de Salamanca y de otras universidades más, como la de Bolonia o París. Claro, esta validez universal se truncó cuando sobrevino la masónica Revolución Francesa que dividió los reinos y los convirtió en territorios nacionales, quebrando, al mismo tiempo, “la unidad general del catolicismo”.

UNIVERSIDADES ESPAÑOLAS EN AMERICA

La Iglesia puso el máximo empeño posible para dirigir las universidades y las escuelas que se iban creando en América. Dos típicos casos de lo que aquí se comenta son, en nuestro país, el Colegio Monserrat, de Buenos Aires, y la Universidad de Córdoba, ambas creadas y sostenidas por la orden jesuítica. Recordemos, a su vez, que muchas de las primitivas entidades educativas quedaban en los conventos religiosos, lo que nos da una idea genérica de lo expuesto en este sentido.

El triunfo de la Revolución Francesa en 1789, dio los bríos necesarios y definitivos para la imposición de la teoría falsa de la Leyenda Negra, ocultando los logros educacionales de la España Conquistadora que, con muchísima anticipación, erigió universidades por América antes que lo hicieran los ingleses o franceses en lo que hoy es Estados Unidos o Canadá.

El ya citado Gabriel del Mazo, uno de los protagonistas de la Reforma Universitaria de 1918 y miembro activo de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) de 1935 a 1940, escribió elogiosas líneas al tocar el tema de las universidades creadas por los españoles en el Nuevo Mundo desde 1538 hasta 1815. Explica, al mismo tiempo, que los Conquistadores se anticiparon unos 98 años a la fundación de la primera universidad de la América anglosajona. Veamos:

“Las trece primeras fueron fundadas a partir de 1538 en el transcurso de casi un siglo, antes que la primera del Norte, la de Harvard, se estableciera (1636). Fueron las siguientes: la de Santo Tomás en Santo Domingo (1538) donde por tres siglos concurrieron los estudiantes de Cuba, Puerto Rico y Venezuela, y la segunda de Santo Domingo (1540-1558) llamada Santiago de la Paz; las gemelas de San Marcos de Lima y de México (1551) que fueron por excelencia las universidades hispanoamericanas, como en ese tiempo la de París fuera para Europa; las dos de Bogotá, una la dominicana de Santo Tomás (1580-1625) y otra la jesuítica Javeriana (1622); tres de las de Quito: la de San Fernando, la de San Fulgencio (1586) y definitiva de San Gregorio (1620); las dos del futuro virreynato del Plata: la de Córdoba (1613-14) y la de San Javier en Charcas (1624); la primera de las de Cuzco, la de San Ignacio (1622); la jesuítica de Santiago de Chile (1621-25); la de Mérida de Yucatán (1624). Más tarde se agregaron: la de San Carlos en la ciudad de Guatemala (1681); la de San Cristóbal de Huamanga en Perú (hacia 1685) y la segunda del Cuzco, San Antonio Abad (1692). Llegado el siglo XVIII, la de San Jerónimo en La Habana (1721-25); la de San Felipe en Santiago de Chile (1738-47); la jesuítica de Panamá (hacia 1750); y la de Santo Tomás (1791) en Quito, erigida sobre la primitiva de San Fernando. En los comienzos del siglo XIX alcanzaron a estar fundadas al tiempo de la Independencia, la nueva de Córdoba llamada San Carlos y Nuestra Señora de Monserrat (1800-1808); la de Mérida en Venezuela (1807) y la de Nicaragua en León (1815).”

Se observa con nitidez, la importancia fundamental que implicó para los hidalgos españoles y los miembros de la Iglesia Católica el tema educativo en el Nuevo Mundo. Tres siglos fundando universidades, de las que salieron no pocos dirigentes que luego, en las postrimerías del poderío español, serán los protagonistas de las revueltas independentistas. Un caso emblemático, para comprender la cultura hispanoamericana que se impartía en estas casas de altos estudios, lo representa Gaspar Rodríguez de Francia. Egresó de la Universidad de Córdoba del Tucumán con “el grado de maestro de Filosofía y Doctor en Sagrada Teología”, de acuerdo a lo expuesto por los jóvenes revisionistas Luciano Schwindt y Gustavo Salomón. Levantó una próspera nación, la paraguaya, con recetas caseras y merced al altísimo bagaje que le impartieron en una de esas universidades de la Conquista.

Frente de la Universidad de Salamanca, en Castilla y León, España. Próxima a cumplir 800 años de existencia, es la madre de todas las casas de altos estudios creadas por la Conquista en América, de 1538 a 1815.



Aparecen como genuinos impulsores de la educación universitaria americana, los reyes Fernando III “el Santo” (1201-1252) y Alfonso X “el Sabio” (1221-1284). Este último fue el creador del Código de las Siete Partidas que se lo consideró como el “primer estatuto de educación superior en Europa y primera legislación universitaria de Estado”, o sea, “es la carta que inspira y rige la vida de las universidades españolas en la península y en esta América hasta las reformas de Carlos III en la segunda mitad del siglo XVIII”, esgrime Gabriel del Mazo.

Bajo este marco constitutivo, es que tienen su origen las universidades medievales en América, en contraposición a las universidades napoleónicas que llegaron tras los sucesos de 1789.

MEDIEVALES Y NAPOLEONICAS

Hubo notables diferencias entre aquella universidad medieval de cepa española que trajo la Conquista, de aquella otra universidad surgida a la luz de los principios de la Revolución Francesa, la cual se consolidó con el advenimiento del Imperio y de su mentor, Napoleón Bonaparte. La educación superior americana contempló y vivió dos etapas bien definidas respecto de sus casas de altos estudios: universidades medievales y napoleónicas se disputaron la formación intelectual y práctica de los habitantes de nuestro continente.

Digamos que a partir de 1789, se consolidan los Estados Nacionales y el endiosamiento de la razón como nueva pauta para entender al mundo y la naturaleza que interactuaban con el hombre…hasta los misterios sobrenaturales se intentaron explicar con razonamientos que no siempre hallaron respuestas satisfactorias. Era el Estado, ahora, aquella estructura a la que había que servir y defender, y con este pensamiento se prepararon a los estudiantes de las universidades napoleónicas, las que se convirtieron en meras “escuelas profesionales del Estado, sin el espíritu cultural científico que fue relegado a las academias”. Es decir, la masonería implementó, no sólo en América sino en el mundo, un retraso cualitativo bastante profundo en la materia.

En los nuevos tiempos, la educación no se tomaba para alcanzar el bienestar social o colectivo; ahora los conocimientos servían para emprendimientos de esfuerzo individualista, de allí el paulatino abandono que hubo del antiguo rigor impuesto por las universidades medievales en los altos estudios literarios o científicos que entonces se impartían. Ahora, la meta de la preparación consistía en generar personas capaces de sostener un estamento socio-político (el Estado), no ya a la comunidad entera.

Luego de 1789, se volvió casi una obligación, en las universidades napoleónicas, el surgimiento de ciudadanos profesionales del Estado desapegados de las tradiciones culturales de su tierra, lo que trajo un alejamiento paulatino pero constante de los hombres para servir, con sensibilidad y realismo, a su pueblo y patria. Profesionalismo versus Realismo.

No obstante, no es que las universidades de la Conquista no consideraron la preparación de los estudiantes para que, en el futuro, manejen las cuestiones administrativas de las Gobernaciones o Virreinatos. Al contrario, a este punto lo comprendieron y muy bien, dado que “la monarquía había creado con sentido defensivo una clase de funcionarios entre los hombres capaces, cualquiera fuese su origen, y consolidó sus relaciones con la clase media al exigir “competencia” a los aspirantes administrativos (…) Nace entonces el concepto de que el único título para los cargos públicos es la aptitud para desempeñarlos, es decir, la “idoneidad””, afirma del Mazo. Por lo tanto, se sobreentiende que la mecánica formación profesional de los ciudadanos en las universidades napoleónicas no tenía en cuenta la “competencia” y la “idoneidad” de los mismos, como sí lo estaban bajo las universidades medievales.

En esta cuestión de lo idóneo y lo competente, surge un tema delicado que hoy ya devino en trampa. “La idoneidad –sostiene Gabriel del Mazo- nació contra el concepto de lo hereditario o arbitrario en la provisión de los cargos del Estado”, pero esto tampoco interesa en el nuevo modelo de universidad post 1789. Durante el jacobinismo y el Imperio, la Universidad de París “trae así el ideal “ciudadano”, cívico, de la instrucción universal, de la escuela primaria generalizada, como condición para el encuentro de toda idoneidad”, con lo cual, la educación adhirió a una pedagogía de la utilidad y la centralización de los cánones formativos.

En nuestro país, la Revolución de Mayo de 1810 tomó la herencia deformante de las universidades napoleónicas que estaban ya en boga. Y que no nos extrañe, por ende, que también aquí, en el aspecto educativo, tuvo su germen la ideología unitaria centralista. De hecho, quienes tomaron las riendas de la educación fueron los más adinerados, que vivían en Buenos Aires, los cuales estaban empapados de las pautas utilitarias y centralizadas de la nueva pedagogía revolucionaria, y que, por otra parte, no tardarían en expandir hacia las provincias del interior. Con los nuevos vientos políticos, lo central era más fuerte y más poderoso que lo periférico, también en materia educativa. Además, tómese en cuenta que el Estado Nacional se originó, en nuestro país, desde y a partir de Buenos Aires, territorio en el que prevalecieron los ideales unitarios posteriores.

Por último, con el desplazamiento de las universidades medievales, “la Universidad se propuso lograr un ciudadano útil para determinadas instituciones del Estado, instituciones que a la vez fueron de adopción, es decir, no surgidas del propio ser de las nuevas naciones”. No se tuvo en cuenta al educando ni a su personalidad, como tampoco se buscó la personalidad de la Nación. Para el modelo formativo de la universidad napoleónica, antes que la patria (que es permanente) estaban las instituciones (que sufren modificaciones en el tiempo), todo lo cual provocó “una ruptura vital con la tradición cultural formadora del carácter y de la mentalidad de los pueblos de las nuevas naciones, cuyos efectos se despliegan hasta nuestros días, pues frustró posibilidades sociales”.

Por todo lo expuesto, antes de hablar acerca de la “brutalidad” de la Conquista Española en América, es menester detenerse, al menos, en el aspecto universitario-educativo que la misma nos heredó, para luego recién compararlo con el que vino más tarde, de la mano de la masonería y la mentada “época de las luces”.


Por Gabriel O. Turone



Bibliografía:

- Assadourian, C. S.; Beato, C. y Chiaramonte, J. C. “Argentina: de la Conquista a la Independencia”, Hyspamérica, Noviembre de 1986.

- Del Mazo, Gabriel. “Reforma Universitaria y Cultura Nacional”, Editorial Raigal, Buenos Aires, Noviembre de 1955.

- Gálvez, Jaime. “Rosas y la Libre Navegación de Nuestros Ríos”, Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, 1944.

- Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación. “Habla Perón”, Año del Libertador General San Martín, 1950.

- Sulé, Jorge Oscar. “Iberoamérica y el Indigenismo”, Ediciones Fabro, Buenos Aires, 2011.

9 de febrero de 2012

MANUEL GALVEZ Y GABRIEL GARCÍA MORENO, POR FRANCISCO NÚÑEZ PROAÑO

Portada de: Recuerdos de la vida literaria. IV. En el mundo de los seres reales, de Manuel Gálvez.


“Mejor que escribir la historia es hacerla”.

-Gabriel García Moreno.

En los últimos años del siglo XIX, dos corrientes de opinión se formaron sobre García Moreno; la primera, cuyo vocero principal es Roberto Andrade y en al que están la masonería y el sectarismo anticatólico, le considera asesino, tirano, uxoricida, degenerado, mentiroso, farsante, ateo y traidor; la otra, en la que están los liberales auténticos, los católicos y muchos serenos espíritus que no son ni lo uno ni lo otro, exaltan su obra y genio”.

-Manuel Gálvez.

El aparecimiento de un libro es siempre un acontecimiento. Publicar en el Ecuador es una obra titánica. Vida de don Gabriel García Moreno del genial biógrafo argentino Manuel Gálvez ha tenido que esperar 70 años desde su primera edición en Argentina -1942-, para finalmente ser publicada en el Ecuador este año -2012-. Después de algún tiempo -5 años para ser exacto- de tratativas de mi parte con editoriales y dueños de los derechos de autor, finalmente gracias al apoyo de colaboradores y amigos argentinos y ecuatorianos, he podido cerrar el trato editorial para sacar adelante esta necesaria biografía. Pagando así una deuda histórica que tenía el Ecuador con Manuel Gálvez y consigo mismo como país. El entusiasta y joven historiador argentino, Andrés Mac Lean, experto en el trabajo de Manuel Gálvez, me ha proporcionado un abreboca de lo que se viene en pocos meses más para el público ecuatoriano y del mundo; a continuación posteo un informativo y atrayente capítulo -de hecho solo su primera parte- de Recuerdos de vida literaria, la autobiografía de Gálvez, donde este explica los motivos de haber dedicado su pluma a la vida de uno de los más grandes americanos. Además de servir como prueba de los históricos lazos de amistad y hermandad entre Argentina y Ecuador, este relato ilustra la importancia internacional de García Moreno, la repercusión de la obra de Gálvez y como la figura capital de Gabriel García Moreno ha sido siempre centinela de los hombres de acción ecuatorianos y americanos, de los hombres que pensaron e hicieron la patria en su andar:

V

DOS GRANDES AMERICANOS: GARCÍA MORENO Y APARICIO SARAVIA

Mientras concluía el Rosas pensaba en escribir las biografías, en dos gruesos volúmenes, de dictadores hispanoamericanos: el chileno Diego Portales, el boliviano Santa Cruz, el ecuatoriano García Moreno, el uruguayo Latorre, el venezolano Páez, el mejicano Iturbide, el paraguayo Francia, el dominicano Ulises Heureaux, que era negro o muy mulato, y tal vez el brasileño Peixoto. Me apasionaba este proyecto, mas no por simpatizar con las dictaduras, sino porque el dictador, lo mismo que el hereje y el rebelde, es siempre un individuo interesante: dominador de los hombres, sujeto de mucha garra, espíritu que vive un drama interior, y, a veces, también exterior. Además, el gobernante fuerte actúa, sobre todo en nuestra América, dentro de un ambiente original y característico.

Había empezado a documentarme cuando una circunstancia, en cierto modo casual, me hizo cambiar el proyecto por otro. Había invitado a almorzar en un restaurante al doctor José María Velasco Ibarra, ex presidente del Ecuador y que, echado abajo por una revolución, vivía aquí en el destierro. Escuchó mi proyecto y me dijo:

- La biografía que usted debe escribir, dedicándole un volumen es la de García Moreno.

Me quedé sorprendido de que un liberal como Velasco Ibarra me diera ese consejo. Porque este ex presidente ecuatoriano es liberal de veras, tan sincero como ferviente en su liberalismo. Es el único liberal auténtico que conozco, pues en su amor a la libertad no hay sombra de fanatismo, ni de intransigencia, ni de incomprensión de las ideas diferentes o contrarias, como suele encontrarse entre los liberales.

Yo sabía poco de García Moreno. En el colegio del Salvador nos leyeron a los chicos, durante el almuerzo, un resumen de la vida del muy católico personaje, pero yo de nada me acordaba.

- García Moreno – afirmó Velasco Ibarra – ha sido el más grande gobernante de América.

Me lo demostró recordando las estupendas carreteras, la creación de institutos de enseñanza. Hasta una escuela normal para indios había fundado. Me habló Velasco del abogado que enseñara química enla Universidadde Quito, de su descenso al volcán del Pichincha, de su ascensión a la cumbre del Sangay.

- Pero ¿cómo consigo desde aquí los datos necesarios?

Prometió ayudarme enviándome algo de lo que él poseía y escribiendo a sus amigos del Ecuador.

***

Ente nosotros se tenía una idea grotesca de García Moreno. José María Ramos Mejía, historiador de talento y enterado de lo que decía – pero muy mal enterado en este caso –, considera a García Moreno casi como un analfabeto… Carlos Ibarguren, también historiador de talento y honrado, lo llama “sanguinario tirano”. Estos ejemplos prueban la opinión errónea que existía entre nosotros sobre el gobernante del Ecuador. Su desconocimiento significa que aquí no había libros verídicos acerca de su persona y de su obra.

Temía no poder llevar a cabo el proyecto, pero, felizmente, Velasco Ibarra cumplió. Por su intermedio conseguí algo de lo que necesitaba. No recuerdo si él me puso en contacto epistolar con el escritor ecuatoriano Isaac J. Barrera, por cuyo intermedio compré libros agotados desde años atrás, sin contar con los que él me obsequió.

Igualmente me ayudó el doctor Julio Tobar Donoso, ilustre miembro del Partido Conservador, católico ferviente y por entonces ministro de Relaciones Exteriores del Ecuador. Tobar Donoso quitaba tiempo a sus tareas ministeriales para cartearse conmigo y enviarme libros. Entre sus envíos, debo señalar la copia de las cartas privadas de García Moreno a su segunda mujer, Marianita del Alcázar, pues nada conozco mejor para penetrar en la intimidad espiritual del gran hombre.

Tuve muchísima suerte, lo que me permitió escribir mi libro con rapidez. Nadie me negó su ayuda, y – hecho inaudito – una biblioteca oficial, la del a Municipalidad de Guayaquil, me envió, en préstamo, una obra de gran valor para mí y que estaba totalmente agotada desde muchos años atrás.

Aquí enla Argentina algo había que pudiera serme útil. Se me ocurrió que en La Plata, en la colección Farini, en poder de la Biblioteca de la Universidad, acaso encontrara periódicos del Ecuador. Así fue. Allí pude consultar – o mejor dicho, leer íntegramente – números sueltos, pues no había ninguna colección completa de diarios ecuatorianos. Leí, para empaparme del espíritu de la época y conocer a fondo el Ecuador, hasta los avisos.

Porque mi libro no podría tratar solamente de García Moreno. Yo necesitaba conocer su patria, el paisaje de Ecuador, la historia del Ecuador, las biografías de todos aquellos hombres que estuvieron al lado o en contra de García Moreno. Y necesitaba, también, conocer, en la parte que me interesaba, la historia de Colombia y del Perú, naciones vecinas al Ecuador, país con el cual habían estado en guerra.

En la Biblioteca Nacional encontré libros preciosos para mí, como las obras de Juan Montalvo – personaje que me fue indispensable estudiar a fondo –, La compañía de Jesús en América, del padre Rafael Pérez, una Historia del Ecuador, de Juan M. Murillo, la Galería Histórica de Henry de Lauzac, el Albúm biográfico ecuatoriano, de Camilo Destruge, la Historia del Ecuador, de González Suárez. Acaso lo más interesante que utilicé en la Biblioteca fueron libros extranjeros: Journal of a Residence, de Charles Stuart Cochrane, Four years among Spanish Americans, de F. Hassaurek, una trabajo de Richard Pattee, en portugués, sobre García Moreno e sua contribução cientifica no Ecuador.

También encontré cosas interesantes en la Biblioteca Mitre: el libro sobre Julio Arboleda y Gabriel García Moreno, de Gonzalo Arboleda; L’Equater, de Alexandre Holinski; El congreso americano, artículos de El Tiempo, de Bogotá; una biografía del general Ramón Castilla, presidente del Perú.

Comenzada el 20 de diciembre de 1940, la Vida de don Gabriel García Moreno quedó terminada el 27 de septiembre del siguiente año. Pero no apareció hasta mediados de 1942, publicada por la editorial católica Difusión. La tirada fue excepcional, de 14.500 ejemplares, y se vendió con relativa rapidez. Como puede suponerse, la mayor parte fue consumida por el Ecuador y otros países de Hispanoamérica. Esta edición llevaba en la cubierta un bello retrato de don Gabriel, que era un hermoso tipo de hombre. Tres años después, en 1945, la editorial española Escelicer publicó otra edición.

En ambas tiradas figura esta dedicatoria, que considero de algún interés reproducir:

Dedico este libro a dos ecuatorianos tan distinguidos como de diferente posición política y a quienes les une la admiración a García Moreno: al doctor José María Velasco Ibarra, ex presidente del Ecuador y fervoroso liberal, que me dio la idea de escribirlo, me alentó con entusiasmo para que lo llevara a cabo y me auxilió con sus opiniones interesantes y algunos libros que pudo proporcionarme en el destierro; y al doctor Julio Tobar Donoso, conservador y católico, actual ministro de Relaciones Exteriores del Ecuador, a quien debo no sólo el envío de muchas obras esenciales para mi trabajo y de buen número de cartas privadas del prócer, sino principalmente la valiosa y exacta información de su propios notables libros, realizados con alto e imparcial criterio histórico.

***

Conservo poquísimos artículos de diarios argentinos. Sospecho que en nuestro país, donde la imparcialidad y serenidad para juzgar casi no existen, se consideró a mi libro con criterio político. También ocurre que don Gabriel no es simpático, y por esto a ciertos lectores no les gusta mi trabajo… Pero puedo asegurar que ninguna de mis biografías ha despertado tanto entusiasmo. Amigos míos de talento la consideran la más apasionante y valiosa entre ellas. En general, se opina que es la mejor construida y escrita, acaso la de mayor vuelo.

No me trató muy bien La Nación, aunque me hizo algunos buenos elogios:

Su labor informativa ha sido paciente y copiosa; la integración del momento histórico y la del personaje, plenas de materia vital y de congruencia osmótica. La absorbente personalidad de García Moreno surge como un triunfo y una glorificación de aquel medio lento en las corrientes profundas y tumultuosas en la superficie.

Ramón Doll afirma que es un libro completo, en el que realizó la vindicación del personaje con paciente búsqueda de datos y documentos, y termina:

Hay en estas obras de Gálvez, cuando estudia a nuestros héroes, un fervor civil, una pasión de los tiempos y una comprensión de lo actual respecto a la Historia, que lo coloca en la línea de los grandes servidores de la Nueva causa contra los intereses bien conocidos de los que quisieran seguir oyendo declamaciones remanidas contra los tiranos y los esbirros.

En El Pampero, diario nacionalista y católico publicóse un hermoso artículo. Por ahí dice:

Pero García Moreno, en pleno siglo judaico como es el siglo XIX, sale al medio, lucha, protesta contra lo de Porta Pía (el único gobierno que se atrevió a defender al papa). Manuel Gálvez desarrolla la epopeya con mano maestra. El affaire de los jesuitas lo coloca a García Moreno al lado de los grandes iluminados porla Providencia. La tenacidad y la discreción (no es un fanático García Moreno, y cuando hay que hacer azotar a un fraile bigardón, lo hace con todas las de la ley) son reveladas en impresionante estilo por el autor.

En Atlántida, Sylvina Bullrich terminaba así su artículo: “Toda esta vida rica en acontecimientos, nos narra Gálvez con erudición, con talento, con colorido y con soltura de conversador”.

***

En el Ecuador se publicó mucho acerca de mi libro. Pero de los artículos extranjeros sólo recordaré el de Alone (Hernán Díaz Arrieta), crítico chileno de renombre en su patria. Observa dos cosas que yo dije: la diferencia entre García Moreno y el Ecuador, y la diferencia del personaje con los demás caudillos y gobernantes de América. Pero también dice que yo no era el biógrafo que le convenía… Aunque me llama “escritor eminente”, opina que el espíritu no sopló sobre mí. A juicio de Alone, mi obra no corresponde a la altura moral e intelectual del Presidente ecuatoriano. Agrega:

Carece de nobleza (sic) y aliento. La frase corta, premiosa, casi jadeante, corre como improvisada y cae en vulgaridad de expresión y juegos de palabras banales (“triviales” debió decir Alone, que, por lo visto, no conoce bien nuestro idioma), periodísticos. El relato se pierde a menudo en pequeños detalles minuciosos, o se enreda en peripecias de cuarto orden, entre personajes indefinidos. No hay visión grande, no hay valorización justa, no hay perspectiva ni panorama que den las proporciones o desproporciones del héroe y su medio, del actor y su teatro.

Alone, hay que repetirlo, no conoce bien el idioma. Si la frase es premiosa no puede correr, pues premioso es lo “tan ajustado o apretado que difícilmente se puede mover”, y también es lo “rígido, estricto” y lo “tardo, falto de soltura”.

Ya veremos cómo opinan otros ecuatorianos e hispanoamericanos.

Por ahora seguiré con los palos que me dieron, todos procedentes del campo liberal.

En El Mundo, de La Habana, me cayeron Raimundo Lazo y Roberto Agramonte. Dejo a un lado al profesor Agramonte, que respiró por la herida. Yo lo traté muy mal en el prólogo de mi libro, y era natural y humano que él me tratara de igual modo. Sólo diré que no puede hacérsele mucho caso a un señor que cree que Genève es Génova, y que considera poriómano, o sea enfermo de manía ambulatoria al padre de García Moreno porque viajó de su pueblo a Cadiz, de allí a El Callao y luego a Guayaquil, de donde no se movió jamás…

El señor Lazo me acusa de mezclar la religión con las cosas de la política y del gobierno y de defender, justificar, explicar y exaltar a García Moreno a pesar de las cosas que yo mismo digo del personaje. Poca comprensión y conocimiento de la Historia demuestra el señor Lazo. Su hubiese leído a Plutarco habría visto cómo los más grandes hombres de la antigüedad griega y romana cometieron toda clase de crímenes, sin perder, por ello, su grandeza. Entre los modernos, ahí está Napoleón. García Moreno incurrió en graves errores y en abusos de autoridad; era despótico y entremetido; pero todo eso no le impide ser el más grande hombre del Ecuador y, como opina el liberal Velasco Ibarra, el primer gobernante de la América Española. Hay algo gracioso en el artículo de Lazo. A propósito del intento de García Moreno – el más grave de sus errores, como lo digo en mi libro – de entregar su patria al protectorado de Francia, escribí:

García Moreno es un precursor de los que, ochenta años más tarde, por temor a un vago peligro de parte de Alemania, quieren entregar la América Española a los yanquis.

Estas palabras constituyen una acusación tremenda para García Moreno, y demuestran mi imparcialidad; y no hay en ellas nada favorable a Alemania. No obstante, el señor Lazo las comenta de este modo:

Y así quedan ratificadas las sospechas del lector avisado, las que lo asaltan desde las primeras páginas y se convierten justificadamente en el juicio definitivo de todo el libro: la materia histórica, García Moreno, es aquí solamente un símbolo, es el pretexto para exaltar las dictaduras y para difundir su política despótica y materialista disimulada bajo el impresionante camouflage de motivos religiosos y nacionalistas. La obra del novelista argentino es, en efecto, un pretexto más del quinta-columnismo ideológico internacional de las dictaduras de Hitler, de Mussolini y de Franco, en su lucha multiforme e implacable contra la civilización democrática y liberal y contra la cultura auténticamente cristiana, fundadas sobre el concepto imprescindible de la libertad y de la dignidad del hombre.

Esto de que yo, espiritualista de toda la vida, cristiano, católico ferviente, haya querido exaltar las dictaduras “materialistas”, es como para hacer reír a carcajadas a un hipopótamo. ¡Y yo que en El Pueblo le pegué por esos años a Hitler y a Mussolini! Y pensar que había escrito mi biografía de García Moreno por sugerencia de un liberal verdadero, de Velasco Ibarra, a quien algo le tocaría de ser ciertas las cosas que dijo el señor Lazo…

***

Veamos ahora algunas cartas. Velasco Ibarra juzga que mi biografía es la mejor que se ha escrito. Encuentra en ella “precisión, claridad, ninguna repetición inútil, ninguna difusión innceseria”. Hay en mi libro, según él, “páginas, escenas, descripciones, de un color vivísimo, de un relieve magnífico”. Dice también:

Admiro la cantidad de información y documentos que usted ha nutrido eficientemente en uno o dos años. Ha consumado usted todo un milagro de síntesis. Sin vivir en el Ecuador, haberse informado de tantas cosas grandes y pequeñas es un esfuerzo de intelección y sacrificios verdaderamente admirable.

Agrega que si alguna vez él volviese a tener influencia en el Ecuador,

Se comprarían muchos centenares de su obra para repartirlos por los pueblos de América y los colegios y escuelas ecuatorianos. Su libro demuestra lo que mi país encierra de posibilidades. Bastaría la escena del Congreso de 1867, tan al vivo descrita por usted, para ennoblecer a un pueblo por su valor.

Tobar Donoso califica a mi libro de “admirable y gigantesco trabajo”. Dice más adelante:

He quedado sorprendido de la gran copia de documentación que ha llegado a reunir; de la manera certera con que se abre camino en medio de los más enmarañados sucesos, como los de 1859 y 60, y de la habilidad y discreción con que descubre la verdad, a pesar de las sombras que ha acumulado el odio en derredor del primero de nuestros estadistas. El libro es tan a ameno, tan brillante y sugestivo el relato, tan hermoso el estilo, tan profunda la penetración en la entraña de los sucesos y de la psicología del personaje, que no es posible dejar la lectura una vez comenzada. He tenido intenso goce espiritual, goce viril y fuerte, de esos que sólo se alcanzan cuando un libro corresponde a una necesidad fundamental y profunda. La vida de García Moreno es una lección, y usted la ha dado con arte eximio y enérgico desenfado.

Gonzalo Zaldumbide es uno de los escritores de nuestra América de mayor autoridad literaria y de los más artistas y es hijo de un distinguido literato que actuó en tiempos de García Moreno. Embajador de su patria en Río de Janeiro, vino de paseo a Buenos Aires, compró mi libro, lo leyó con pasión y me escribió:

…He avanzado así, aunque a trompicones, en la lectura de su gran libro. No lo he terminado aún; pero los dos tercios leídos ya me hablan del final glorioso que usted va preparando con arte y ciencia de gran compositor. Se ha ganado usted, entre nosotros, el título del más ilustre de nuestros (el subrayado es de Zaldumbide) escritores, pues nuestro es quien de lo nuestro habla como el mejor de los ecuatorianos.

Esta carta es de 1943. Cuatro años después, otra vez de paso en Buenos Aires, volvió a escribirme. Díceme:

Cómo no expresarle, no sólo mi admiración, que por consabida pudiera sobreentenderse, sino mi gratitud por su magnífico, su penetrante, su irresistible García Moreno – insuperable, acaso – y también mi agradecimiento de hijo de Julio Zaldumbide a quien se refiere usted con miramiento en las pocas pero expresivas líneas que hacían al caso.

Habla ahora Alcides Arguedas, historiador y novelista eminente y tal vez el primer escritor contemporáneo de Bolivia:

Inmediatamente me fui al texto, luego de buscar el nombre de una persona que me interesaba, Montalvo, y tropecé con datos y detalles que ignoraba y una espléndida e inolvidable pintura del hombre. Luego busqué otro tipo, Urbina, y también me gustó. Ni qué decir que el tipo central llena todo el libro, y que aparece grande, atrayente y respetable a pesar de sus errores, sus faltas y aun de sus crímenes.

Un ilustre dominicano, Tulio M. Cestero, novelista y biógrafo de valer, me escribió desde un barco, el Aconcagua, que se dirigía de Valparaíso hacia el Norte:

Acabo de terminar su Vida de García Moreno, que ha tenido la complacencia de prestarme el doctor Héctor Ghiraldo, ministro en el Ecuador, compañero de viaje. He leído su libro de un tirón: es sincero, fuerte, hermoso y su último capítulo, realmente emotivo. Me dirijo a mi patria por unos meses, y como quiero releer y conservar su libro, mucho le agradeceré que también esta vez me cuente entre sus entusiastas lectores y me lo envíe.

Y, en fin, terminaré con las palabras que me escribió un historiador argentino, uno de los pocos honrados, sinceros y sabios de nuestros historiadores: Rómulo Carbia. Decíame:

…Su notoriamente magnífica Vida de don Gabriel García Moreno y le dice, con sinceridad absoluta, que se trata de un libro de mérito singular: por lo sensato del criterio que lo informa, por lo plácido y atrayente de la narración, por el caudal informativo que acusa y por la robusta prosa en que ha sido construido.

Como se ve, por estas transcripciones y otras que pudiera hacer, Alone, en medio del coro de alabanzas a mi libro, se queda realmente alone – solitario, en inglés –, ya que no cuentan Agramonte, mal tratado por mí, ni su amigo Lazo.

En fin, para dar una idea de lo que en el Ecuador significa mi libro, referiré lo que un embajador de ese país dijo a Miguel Ángel Martínez Gálvez: “¿Es usted pariente del escritor Manuel Gálvez?” preguntó el diplomático. “Somos primos hermanos”, le respondió Miguel Ángel. Oído esto, declaró el embajador: “Pues sepa usted que, en mi patria, Manuel Gálvez es una especie de prócer”.

***

Terminado el García Moreno, en septiembre de 1941, empecé el 1º de Noviembre la biografía del caudillo uruguayo Aparicio Saravia.(…)

Fuente: Gálvez, Manuel: Recuerdos de la vida litearia. IV En el mundo de los seres reales, Hachette, Bs. As., 1965, p.p. 59-67.


Por Francisco Núñez Proaño

(Miembro Correspondiente de Jóvenes Revisionistas en Ecuador)

5 de febrero de 2012

JOVENES REVISIONISTAS DESAGRAVIO A ROSAS EN EL "HUECO DE LOS SAUCES" (3 DE FEBRERO DE 2012)

Imagen del momento en que Gabriel Turone, presidente de Jóvenes Revisionistas, se dirigía al público presente en ocasión de reivindicarse a Juan Manuel de Rosas en el mismo sitio donde, luego de las acciones de Caseros, redactó su renuncia tras ser derrotado por brasileños, uruguayos, entrerrianos, correntinos y mercenarios alemanes.

Cumpliendo con la primera actividad de este año 2012, Jóvenes Revisionistas reivindicó y desagravió la figura de Juan Manuel de Rosas en el mismo sitio donde, luego de la batalla de Caseros, redactó su renuncia, siendo ese gesto el comienzo de nuestra debacle como nación, que ahora se dejaba deslumbrar por las ideas foráneas.

Al pie de un mástil, un grupo que se hizo presente en el lugar, depositó una ofrenda floral (corona de laureles con una cinta color rojo punzó) y un retrato del Restaurador de las Leyes acompañado con un cintillo punzó. Hubo integrantes del Instituto Rosas de General San Martín, como la señora Lucía Sambataro de D’Aurizio, y también del Instituto Rosas de Lanús. A ellos, nuestro más sincero agradecimiento por haber asistido al acto, que se hizo en un lugar prácticamente desconocido y olvidado y en un horario semanal que, a muchos, resultaba complicado.

A continuación, se transcriben las palabras pronunciadas en plaza Garay (ex Hueco de los Sauces) por el presidente de Jóvenes Revisionistas, Gabriel O. Turone, a 160 años del escarnio, del triunfo de los traidores a la patria:

“Camaradas, compañeros, señoras y señores:

En este sitio convertido hoy en plaza pública, hace 160 años se produjo un hecho que marcó, definitivamente, los destinos nacionales. Un gaucho con prendas de brigadier general, abandonado y agotado, daba su último galope en la patria que ayudó a engrandecer y que, esa misma tarde, sucumbía merced a los intereses de malos argentinos que entregaban su honor, su historia y sus tradiciones a la vorágine extranjera.

Llamado entonces como “Hueco de los Sauces”, este espacio agreste fue testigo imperturbable de la Renuncia de la Patria, del hombre que había batallado sin descanso por el mantenimiento de una dignidad que nunca más, desde el 3 de febrero de 1852, volvió a presentarse por estos pagos de la América sureña. Ese hombre era Juan Manuel de Rosas quien, clandestino pero viril, intentó que hasta sus últimos instantes como gobernador guardasen el decoro y la investidura. Por eso, debajo de un gran ombú hoy desaparecido, pidió un lápiz y una hoja no muy prolija para atestiguar ante su ayudante, Lorenzo López, que daba por concluida su obra de gobierno y diciendo, con un magnífico realismo, que “si más no hemos hecho, es porque más no hemos podido”. Con suma caballerosidad hasta pidió disculpas por la defectuosa letra que dejó sentada en ese papel que apoyaba sobre el lomo de su caballo, al tiempo que deseaba que las nuevas autoridades tengan, a partir de allí, la mejor de las venturas. ¡Vaya modo de comportarse la de este gaucho que así se despedía para siempre de su patria, la Confederación Argentina!

La historia dirigida celebra hoy, 3 de febrero, el supuesto inicio de nuestra “organización nacional”, y por eso sus personeros desarrollan actos y homenajes a la figura de Justo José de Urquiza, protagonista principal de nuestro ocaso como nación. Pero nosotros, Jóvenes Revisionistas, estamos aquí no para celebrar a los traidores que vencieron a la patria, sino para desagraviar al Restaurador de las Leyes y para objetar los logros de la llamada “organización nacional” que no organizó nada y que tampoco fue siquiera nacional.

La renuncia de Rosas no fue simplemente la caída de un hombre, sino el extravío de nuestro destino como país. Una patria de raigambre criolla daba lugar a otra que miraba al exterior en busca de valores postizos, en donde, como luego se comprobó históricamente, era menester la eliminación del negro, del mestizo, del gaucho y del indio, amigos todos de Juan Manuel de Rosas. Socialmente, la Argentina que se iba daba espacio a otra que importaba capital humano extraño, ocurriendo el desplazamiento sangriento y genocida de los grupos sociales nativos, método racista que la “civilización” acometió sin piedad contra lo que ellos, los vencedores de Rosas, llamaban la “barbarie”.

Así fue como, en los años posteriores a la Federación, los malones acudieron a ensombrecer los pueblos fronterizos, hechos que habían prácticamente desaparecido cuando el rosismo, y todo en razón de las injusticias que ahora se sucedían contra sus tribus. La población negra fue ‘carne de cañón’ para las batallas intestinas que durante el régimen de Rosas habían mermado sensiblemente luego de 1841, y por eso hoy nuestro país ha sepultado los bailes y costumbres de los negros que, justamente, efectuaban memorables candombes en lugares como éste en donde hoy nos encontramos. No por nada, en los censos bonaerenses de 1854, 1882 y 1890 no se dan a conocer datos sobre la población negra en nuestro país, y en pleno auge de la “organización”, año 1895, a los negros se los da por “desaparecidos”.

El gauchaje debió hacerse matrero en medio de una guerra jurada por los elementos de la “civilización” unitaria triunfante. Así, las tropas de línea porteñas, pronto desparramaron sus batallones y fusiles para enfrentar a las montoneras de lanza y tacuara, en una lucha desigual que, a la larga, tuvo un claro vencedor. El drama del “Martín Fierro” tiene su origen a partir de la renuncia de Rosas, lo mismo la derrota de Santos Vega ante Mandinga, en aquella payada última y definitiva en que vence el progreso.

Después de Rosas, las administraciones subsiguientes tendrán un comportamiento que hoy ya es moneda corriente, pues pusieron en práctica la corrupción como método para gobernar. Y ni hablar de las confiscaciones que también utilizaron con saña sin igual, práctica que Rosas había abolido por un decreto del 20 de mayo de 1835. Declarados enemigos del Restaurador, harán con posterioridad elogios por la corrección y mesura con que fueron manejados los fondos del erario público cuando gobernaba. Por ejemplo, José María Ramos Mejía dirá: “…no me hubiera animado en otro tiempo a llamar las cosas por su nombre, es decir en alta voz, que en el manejo de los dineros públicos y a la luz de la documentación, Rosas no fue un ladrón vulgar como afirmaron sus enemigos (…) en el manejo de los dineros públicos, Rosas no tocó jamás un peso en provecho propio, vivió sobrio y modesto y murió en la miseria”. De las acusaciones que pesaron sobre el Rosas renunciante, exiliado y pobre, de que fue “ladrón” o “corrupto”, jamás se ha presentado una prueba de ello, ni siquiera en el juicio-espectáculo que le endilgaron, en ausencia, los unitarios liberales.

Los funcionarios de Rosas proponían soluciones autóctonas y eminentemente criollas. Es que los federales fueron una garantía para la tradición, y una custodia fiel del territorio, al punto de ser Rosas el primer mandatario que se ocupó por bregar, año tras año, por los derechos argentinos sobre las islas Malvinas. Los federales suponían fidelidad al orden constituido y abogaban por un sistema nacional y evolutivo de economía política, como la famosa Ley de Aduanas, cuyos tempranos contenidos preceden al desafío de la economía cosmopolita de Adam Smith, puesta en práctica en 1840 por Federico List con su Sistema Nacional de Economía Política.

Recetas telúricas, carentes de abstracciones filosóficas, evitaron por décadas que nos veamos postrados a la innoble condición de “colonia próspera”, como caímos ya entrado el siglo XX, o de perpetuo subdesarrollo como nos ha catalogado el mundo desde entonces. Ya sin el sello argentino que a su obra de gobierno le impregnaron los dirigentes federales, obra que buscaba nutrirse de sus propias realidades históricas y sin echar mano a programas ideales o exóticos con desarraigo popular, el rumbo de la Patria ha sido insignificante y bochornosamente confundido en el concierto de los demás países. Y todo pese a que Rosas había derrotado el flagelo de la anarquía, germen con el que se había vivido desde 1810 hasta su arribo a la gobernación de la provincia de Buenos Aires en 1829, todo lo cual dejó el camino libre para la sanción de una Constitución Nacional.

Con la caída del hombre que “Cultivó su campo y Defendió la patria”, la Confederación Argentina vivió escarnecida y monopolizada por el insensible poder financiero británico y la oleada cultural afrancesada. Estos anclajes, que todavía subsisten en nuestro presente, vienen merodeando desde hace 160 años en la vida nacional, y como todavía insuficiente contrapeso a tanta barbarie, se alzó el revisionismo histórico para dar una batalla cultural que aún le es adversa.

Aquí, en este sitio del sur de la Capital Federal, inhóspito para muchos pero sufriente para el pueblo argentino, cuelga el pendón ennegrecido de nuestra desdicha más profunda. ¡Aquí renunció la patria, señores! Por eso estamos en este sitio, porque como buenos y leales federales que somos, Jóvenes Revisionistas pretende, una vez más, estar en las buenas y en las malas del lado de los que como Juan Manuel de Rosas dieron todo de sí, hasta la muerte y el exilio, por un preciado bien que todavía es una deuda pendiente.

Muchas gracias.”