Cumpliendo con la primera actividad de este año 2012, Jóvenes Revisionistas reivindicó y desagravió la figura de Juan Manuel de Rosas en el mismo sitio donde, luego de la batalla de Caseros, redactó su renuncia, siendo ese gesto el comienzo de nuestra debacle como nación, que ahora se dejaba deslumbrar por las ideas foráneas.
Al pie de un mástil, un grupo que se hizo presente en el lugar, depositó una ofrenda floral (corona de laureles con una cinta color rojo punzó) y un retrato del Restaurador de las Leyes acompañado con un cintillo punzó. Hubo integrantes del Instituto Rosas de General San Martín, como la señora Lucía Sambataro de D’Aurizio, y también del Instituto Rosas de Lanús. A ellos, nuestro más sincero agradecimiento por haber asistido al acto, que se hizo en un lugar prácticamente desconocido y olvidado y en un horario semanal que, a muchos, resultaba complicado.
A continuación, se transcriben las palabras pronunciadas en plaza Garay (ex Hueco de los Sauces) por el presidente de Jóvenes Revisionistas, Gabriel O. Turone, a 160 años del escarnio, del triunfo de los traidores a la patria:
“Camaradas, compañeros, señoras y señores:
En este sitio convertido hoy en plaza pública, hace 160 años se produjo un hecho que marcó, definitivamente, los destinos nacionales. Un gaucho con prendas de brigadier general, abandonado y agotado, daba su último galope en la patria que ayudó a engrandecer y que, esa misma tarde, sucumbía merced a los intereses de malos argentinos que entregaban su honor, su historia y sus tradiciones a la vorágine extranjera.
Llamado entonces como “Hueco de los Sauces”, este espacio agreste fue testigo imperturbable de
La historia dirigida celebra hoy, 3 de febrero, el supuesto inicio de nuestra “organización nacional”, y por eso sus personeros desarrollan actos y homenajes a la figura de Justo José de Urquiza, protagonista principal de nuestro ocaso como nación. Pero nosotros, Jóvenes Revisionistas, estamos aquí no para celebrar a los traidores que vencieron a la patria, sino para desagraviar al Restaurador de las Leyes y para objetar los logros de la llamada “organización nacional” que no organizó nada y que tampoco fue siquiera nacional.
La renuncia de Rosas no fue simplemente la caída de un hombre, sino el extravío de nuestro destino como país. Una patria de raigambre criolla daba lugar a otra que miraba al exterior en busca de valores postizos, en donde, como luego se comprobó históricamente, era menester la eliminación del negro, del mestizo, del gaucho y del indio, amigos todos de Juan Manuel de Rosas. Socialmente,
Así fue como, en los años posteriores a
El gauchaje debió hacerse matrero en medio de una guerra jurada por los elementos de la “civilización” unitaria triunfante. Así, las tropas de línea porteñas, pronto desparramaron sus batallones y fusiles para enfrentar a las montoneras de lanza y tacuara, en una lucha desigual que, a la larga, tuvo un claro vencedor. El drama del “Martín Fierro” tiene su origen a partir de la renuncia de Rosas, lo mismo la derrota de Santos Vega ante Mandinga, en aquella payada última y definitiva en que vence el progreso.
Después de Rosas, las administraciones subsiguientes tendrán un comportamiento que hoy ya es moneda corriente, pues pusieron en práctica la corrupción como método para gobernar. Y ni hablar de las confiscaciones que también utilizaron con saña sin igual, práctica que Rosas había abolido por un decreto del 20 de mayo de 1835. Declarados enemigos del Restaurador, harán con posterioridad elogios por la corrección y mesura con que fueron manejados los fondos del erario público cuando gobernaba. Por ejemplo, José María Ramos Mejía dirá: “…no me hubiera animado en otro tiempo a llamar las cosas por su nombre, es decir en alta voz, que en el manejo de los dineros públicos y a la luz de la documentación, Rosas no fue un ladrón vulgar como afirmaron sus enemigos (…) en el manejo de los dineros públicos, Rosas no tocó jamás un peso en provecho propio, vivió sobrio y modesto y murió en la miseria”. De las acusaciones que pesaron sobre el Rosas renunciante, exiliado y pobre, de que fue “ladrón” o “corrupto”, jamás se ha presentado una prueba de ello, ni siquiera en el juicio-espectáculo que le endilgaron, en ausencia, los unitarios liberales.
Los funcionarios de Rosas proponían soluciones autóctonas y eminentemente criollas. Es que los federales fueron una garantía para la tradición, y una custodia fiel del territorio, al punto de ser Rosas el primer mandatario que se ocupó por bregar, año tras año, por los derechos argentinos sobre las islas Malvinas. Los federales suponían fidelidad al orden constituido y abogaban por un sistema nacional y evolutivo de economía política, como la famosa Ley de Aduanas, cuyos tempranos contenidos preceden al desafío de la economía cosmopolita de Adam Smith, puesta en práctica en 1840 por Federico List con su Sistema Nacional de Economía Política.
Recetas telúricas, carentes de abstracciones filosóficas, evitaron por décadas que nos veamos postrados a la innoble condición de “colonia próspera”, como caímos ya entrado el siglo XX, o de perpetuo subdesarrollo como nos ha catalogado el mundo desde entonces. Ya sin el sello argentino que a su obra de gobierno le impregnaron los dirigentes federales, obra que buscaba nutrirse de sus propias realidades históricas y sin echar mano a programas ideales o exóticos con desarraigo popular, el rumbo de
Con la caída del hombre que “Cultivó su campo y Defendió la patria”,
Aquí, en este sitio del sur de
Muchas gracias.”
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