Un grupo de nacionalistas armados celebra el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, urdido contra Hipólito Yrigoyen. Al igual que Rodolfo Irazusta, los nacionalistas de elite, preferentemente católicos, conspiraron sin descanso para derrocar al líder radical. Luego, muchos se arrepentirían.
El nacionalismo argentino ha tenido exponentes de diversa índole y procedencia, y esto se debió, en buena medida, a lo difícil que ha resultado homogeneizarlo dentro del estudio de las ideologías y doctrinas políticas. Para algunos, el nacionalismo es una expresión meramente cultural, y para otros el auge de una determinada forma de hacer política. También se discute sobre su alcance, es decir, sí se trata de un ‘nacionalismo de elite’ o de un ‘nacionalismo popular’.
Dentro de los ‘nacionalismo de elite’, encontramos a agrupaciones u organizaciones tales como la Legión Cívica o los hombres que con el tiempo fueron parte de La Nueva República. Ahora bien, predicadores de un ‘nacionalismo popular’ han sido Manuel Gálvez y, con pequeñas diferencias, el general Enrique Mosconi, el creador de YPF, quien no mostraba mayores simpatías, a diferencia de Gálvez, respecto de la figura de Juan Manuel de Rosas, por ejemplo. En esta muy breve catalogación de lo que entendemos por nacionalismo, no podemos obviar a los dos movimientos populares argentinos del siglo XX: el radicalismo y el peronismo.
El radicalismo puede estar entroncado dentro de un ‘nacionalismo popular’, si bien no fueron sus medidas del todo patrióticas. Se puede rescatar la voluntad de fundar YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales) en junio de 1922 y, para 1927, la formulación de una nueva Ley de Minería que estableció, en una de sus cláusulas, la expropiación de todas las concesiones de explotación minera que hasta entonces estaban en manos privadas. Hipólito Yrigoyen, y en menos medida Marcelo Torcuato de Alvear, inaugurarían el ‘nacionalismo económico’ del siglo XX, acaso otra forma de expresar el amor por la patria y sus recursos.
Finalmente, el peronismo también puso en práctica varias de las ideas-fuerza del nacionalismo. Aquí tenemos que hablar de un ‘nacionalismo popular’ que fue cristiano y humanista en su concepción, y que estuvo encarnado por un movimiento político y no por los estrechos márgenes de un partido. Sin embargo, persiste para muchos una duda acerca de si Juan Perón fue o no nacionalista, dado que hubo quienes despotricaron –y despotrican- contra su ideología porque ven en ella una “avanzada hacia el comunismo”, y esto tiene que ver con una cosmovisión elitista y sesgada del nacionalismo que terminó reducido a pequeños grupos de intelectuales o pensadores.
Perón, no obstante, reafirma el carácter nacionalista de su doctrina e ideología cuando escribe en “La Hora de los Pueblos” (Editorial Pleamar, Página 100, Diciembre 1973) la siguiente afirmación: “En 1950, cuando el Justicialismo estaba en auge en la Argentina, fuimos invitados por algunos simpatizantes de diversos países latinoamericanos para realizar una “Internacional Justicialista” con la idea de extender nuestra ideología hacia otros países del Continente.
“Nuestra respuesta fue negativa porque consideramos entonces inapropiado que una doctrina nacionalista se transformara en ideario internacional. Seguimos pensando lo mismo, pero ofrecemos a los hermanos de América del Sur nuestra experiencia, nuestras ideas por si, de alguna manera, pudieran serle útiles en sus casos y situaciones particulares”.
DE CHARLES MAURRAS Y ALEJADO DEL PUEBLO
Aunque mucho no se ha divulgado la vida y obra de Rodolfo Irazusta, sí podemos pergeñar algunos esbozos que nos lleven a comprender que se trató de un argentino nacionalista con ideas que, a más de uno, pueden resultarle contrarias o paradójicas al sentimiento auténtico que se le debe demostrar a un pueblo y a una nación.
Había nacido este exponente del nacionalismo argentino en 1897 en la provincia de Entre Ríos, y era dos años mayor que su hermano Julio Irazusta. Se lo recuerda en su más pueril existencia como simpatizante radical no yrigoyenista, seguramente influenciado por su padre quien, de hecho, había sido dirigente de esa fuerza política en su provincia natal.
De familia respetada, tanto Rodolfo como Julio Irazusta no demostraron interés en las tareas rurales, aunque sí demostraban ser más permeables al mundo de las ideas políticas. En 1923, y tras abandonar la carrera de Derecho, Rodolfo Irazusta adoptó rápidamente el ideario del intelectual francés Charles Maurras, que tenía tendencias monárquicas. Un periódico que circulaba solamente en los ámbitos más cultos de la sociedad, “L’Action Française”, le proporcionó las lecturas necesarias para hacerse “maurrasiano”. Charles Maurras colaboraba escribiendo una columna en el mencionado periódico galo.
Juan Emiliano Carulla, un nacionalista que conoció a Rodolfo en los días de “La Nueva República”, le encontraba algunos defectos a su personalidad. Así lo describió Carulla en su obra “Al filo del medio siglo” (1964): “En cambio, [Rodolfo Irazusta] carecía de otras (condiciones), tales como perseverancia en el esfuerzo, diplomacia y ductilidad en el trato, modestia en sus aspiraciones”. Le reconocía, por otro lado, “condiciones excepcionales de dirigente: visión política, arrojo, conocimiento a fondo de la doctrina constitucional y republicana, y singular versación en materia de historia y filosofía de los regímenes de gobierno”.
Fue un fuerte opositor y enemigo de Hipólito Yrigoyen, al que atacó sistemáticamente desde las páginas de “La Nueva República”. Desconfiaba de la democracia y, por sobre todo, del “populacho” o “vulgo” que empezaba a tener participación, de manera tímida, en las decisiones gubernamentales, más que nada luego de la sanción de la Ley Sáenz Peña de 1912 que consagraba el voto secreto y obligatorio para todos los hombres.
Al caer Yrigoyen en 1930, y viendo el rumbo que había tomado el nuevo presidente de facto, general José Félix Uriburu, Rodolfo Irazusta se mostró arrepentido por haber conspirado contra el viejo caudillo radical. Sentía horror por las secuelas que la crisis económico-financiera de aquel año estaba provocando en la sociedad argentina.
Esto le provocó “una revalorización del pueblo y la democracia y del rol que habían jugado en la historia argentina (…) Sin embargo, este rescate de una tradición popular en el pasado que lo impulsó a un reacercamiento al radicalismo y a establecer vínculos amistosos con Raúl Scalabrini Ortiz y el grupo FORJA, se interrumpió ante la reaparición “en acto” de la “horda” con el surgimiento del peronismo, al cual se opondrá”, nos dicen Barbero y Devoto en la obra “Los Nacionalistas”.
Omitiremos referirnos en esta nota al libro que escribió en 1933 junto a su hermano Julio, y que llevó por nombre “La Argentina y el imperialismo británico”, de gran repercusión dentro de la corriente historiográfica del revisionismo. Rodolfo Irazusta falleció en 1967.
Omitiremos referirnos en esta nota al libro que escribió en 1933 junto a su hermano Julio, y que llevó por nombre “La Argentina y el imperialismo británico”, de gran repercusión dentro de la corriente historiográfica del revisionismo. Rodolfo Irazusta falleció en 1967.
“LA NUEVA REPUBLICA”, UN DIARIO OLVIDADO
Siendo muy joven, en 1927 comenzó a juntarse con algunos hombres de letras que, más adelante, formarían el periódico “La Nueva República”, de la que fue su director. Julio, su hermano, dirá que ese grupo era heterogéneo y estaba compuesto por “católicos tradicionales, o conversos recientes, maurrasianos, conservadores, antipersonalistas y empíricos puros”.
Veamos algunos nombres de los que integraron “La Nueva República”: Ernesto Palacio (que fue designado Jefe de Redacción), Juan E. Carulla (redactor permanente), Julio Irazusta (redactor permanente), Mario Lassaga (redactor permanente), y César Pico y Tomás Casares como colaboradores especiales. Como ya hemos observado, su Director era Rodolfo Irazusta.
El nacionalismo que pregonaban sus páginas era un tanto confuso por varios motivos: en primer lugar, el lema que tenía el periódico pertenecía a una frase extractada del liberal Juan Bautista Alberdi, que decía lo siguiente: “La República, tan fecunda en formas, reconoce muchos grados y se presta a todas las exigencias de la edad y del espacio. Saber acomodarla a nuestra edad es todo el arte de constituirse entre nosotros”.
En segundo término, “La Nueva República” tomaba algunos postulados de intelectuales y pensadores de la llamada “Generación del 80”, aunque se hacían distinciones. Los jóvenes se quedaron solamente con aquellos intelectuales que habían sido liberales pero no democráticos, y con estas particularidades cuestionaban “un régimen y un sistema por democráticos pero no por liberales”, señalan Barbero y Devoto en la obra ya citada. Es decir que adoptaban una especie de “nacionalismo liberal” de difícil cuadratura.
CONCEPTOS SOBRE ROSAS Y EL FEDERALISMO
Veamos, para finalizar, algunos fragmentos en los que Rodolfo Irazusta habla sobre lo que para él fue el federalismo (como sistema y como ideología política) y la figura de Juan Manuel de Rosas. La primera cita corresponde al diario “La Nueva República” del 28 de abril de 1928. Dice así:
“…el federalismo y la democracia son sencillamente incompatibles. Ya vimos que la delegación de poder que significa la democracia es absoluta, y el absolutismo del sufragio es mucho más efectivo que el de los monarcas llamados absolutos, porque éstos se apoyan siempre sobre otras instituciones permanentes, como la Iglesia, la cual tiene grandes fueros y empieza por consagrar los reyes o emperadores. Cuando el Estado proceda del sufragio universal, no respeta nada porque ninguna limitación tradicional puede valer su soberanía. Esto se ha visto con la primera presidencia democrática, la de Yrigoyen, que arrolló las autonomías provinciales al mismo tiempo que los gobiernos provinciales atropellaban los municipios (…).
“El federalismo es por naturaleza tradicionalista y por ello constituye una valla para el poder político. Por eso o hay federalismo o hay democracia; los dos juntos no pueden vivir”.
Esta segunda cita pertenece a otro diario nacionalista de la época, “El Baluarte”, del 25 de diciembre de 1929, en donde Rodolfo Irazusta era un habitué colaborador:
“El proceso histórico argentino de la primera mitad del siglo diez y nueve no es más que una lucha de excesos entre el liberalismo político de importación y el sentimiento patriótico naciente, exacerbado por la lucha de la independencia. Primero el jacobinismo abiertamente antijerárquico de Moreno, ante el sentido tradicional y culto de Don Gregorio Funes, a continuación el principismo exótico de Rivadavia, cuyo desarrollo provocó la reacción nacional de Rosas. (…) Rivadavia significó la introducción en el país de la lucha de principios ideológicos y la consiguiente aparición de las banderías políticas, origen de la guerra civil. Rosas encarna la reacción del espíritu nacional, (ya nacional) en forma banderiza, la primacía del interés supremo del Estado y la absorción por éste de todos los intereses y derechos individuales.
“(…) La segunda mitad del mismo siglo nos muestra el liberalismo triunfante en Caseros y a la República definitivamente derrotada, desmedrada, amputada. El liberalismo prefirió la prosperidad a la gloria, sin sospechar que detrás de esta última también está la riqueza, una prosperidad pacífica más duradera…”.
Rodolfo Irazusta. Polemista incansable y cultor de un nacionalismo de elite con el que se puede o no estar de acuerdo. Varias décadas después de muerto, su nombre sigue abriendo debates interminables que sirven, en definitiva, para encontrar de forma concreta y entendible el real significado de lo que es el nacionalismo argentino.
Por Gabriel O. Turone
Por Gabriel O. Turone
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