Toda la juventud que ayer rindió tributo al Tigre de los Llanos. Todavía existen sectores que no dejan perecer el recuerdo de los grandes que hicieron la Patria.
Marcelo Sarli, de ASIMM, dirigiéndose al público presente.
Otro momento de las alocuciones en la mañana de ayer. En la imagen, Gabriel Turone, presidente de Jóvenes Revisionistas.
Estatua de la Virgen La Dolorosa en la bóveda de Juan Facundo Quiroga. Su ataúd está en posición vertical, para ver de frente a Nuestro Señor Jesucristo. En primer plano, la corona de laureles depositada por Jóvenes Revisionistas y ASIMM.
En el día de ayer, al cumplirse el 176 aniversario del cobarde crimen perpetrado contra la vida del brigadier general Juan Facundo Quiroga, dos entidades amigas, Jóvenes Revisionistas (que representó al Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”) y los compañeros trabajadores de ASIMM (Asociación Sindical de Motociclistas Mensajeros y Servicios), rindieron un homenaje frente a la bóveda que contiene sus despojos en el cementerio de La Recoleta. Se hizo con todo el colorido y la parafernalia a cuestas: cintillos federales, remeras alusivas, cascos y chalecos de motoqueros a la vista de todo el mundo.
La cita de honor tuvo lugar en horas de la mañana, de acuerdo a lo estipulado previamente, y se desarrolló del modo siguiente: en primer lugar, se entonaron las estrofas del Himno Nacional Argentino, para luego acercar una ofrenda floral que fue depositada por un miembro de cada una de las entidades, representándonos a nosotros el compañero Sebastián Okada. Acto seguido, vinieron los discursos y palabras alusivas.
Quien primero habló a los compañeros agolpados fue Marcelo Sarli, en representación de ASIMM, el cual hilvanó algunas coincidencias ideológicas y fácticas entre Quiroga, José de San Martín, Juan Manuel de Rosas y, ya en el siglo XX, Juan Domingo Perón, quienes, en mayor o menor medida, apostaron a engrandecer la patria y sus valores autóctonos ante las agresiones y soberbias foráneas.
Luego, esbozó algunas palabras el secretario adjunto de ASIMM, Maximiliano Arranz, quien hizo hincapié en la importancia no solamente de la figura de Juan Facundo, sino también en su ejemplo como hombre que luchó del único bando existente para nuestros próceres: el de la patria.
La cita de honor tuvo lugar en horas de la mañana, de acuerdo a lo estipulado previamente, y se desarrolló del modo siguiente: en primer lugar, se entonaron las estrofas del Himno Nacional Argentino, para luego acercar una ofrenda floral que fue depositada por un miembro de cada una de las entidades, representándonos a nosotros el compañero Sebastián Okada. Acto seguido, vinieron los discursos y palabras alusivas.
Quien primero habló a los compañeros agolpados fue Marcelo Sarli, en representación de ASIMM, el cual hilvanó algunas coincidencias ideológicas y fácticas entre Quiroga, José de San Martín, Juan Manuel de Rosas y, ya en el siglo XX, Juan Domingo Perón, quienes, en mayor o menor medida, apostaron a engrandecer la patria y sus valores autóctonos ante las agresiones y soberbias foráneas.
Luego, esbozó algunas palabras el secretario adjunto de ASIMM, Maximiliano Arranz, quien hizo hincapié en la importancia no solamente de la figura de Juan Facundo, sino también en su ejemplo como hombre que luchó del único bando existente para nuestros próceres: el de la patria.
Marcelo Sarli, de ASIMM, dirigiéndose al público presente.
Enfatizó también que las categorías izquierdas y derechas son terminologías extranjeras, y que la única dicotomía existente es la que puja entre los que están con la Patria y en contra de ella.
Por último, habló el presidente de Jóvenes Revisionistas, Gabriel O. Turone; este fue su discurso:
“Camaradas, compañeros, señoras y señores:
Pudo haber sido Juan Facundo Quiroga el gran protagonista de la historia argentina, de no haberse cruzado la infausta jornada en que el capitán Santos Pérez junto a una partida de forajidos truncó su vida en los parajes de Barranca Yaco, un día como hoy pero de 1835.
Sirvió este valiente con temple de acero en el Regimiento de Granaderos a Caballo del general San Martín, siendo muy joven, en épocas en que ya tenía amplios conocimientos sobre el manejo de las tropas de su provincia, herencia guerrera y varonil que le dejó su padre, el capitán de Milicias don José Prudencio Quiroga.
Después, las vicisitudes argentinas lo llevaron a enrolarse en luchas ya no solamente militares sino también políticas, y así se vio envuelto en difíciles “malambos” contra los poderosos ejércitos unitarios de Lamadrid y de José María Paz. Mientras que al primero lo venció en las acciones de El Tala y el Rincón, provocando la caída de Bernardino Rivadavia como presidente, al general Paz nunca pudo derrotarlo en el campo del honor, debido, fundamentalmente, por el tiro de boleadoras que le propinó el soldado gaucho Zeballos en 1831 en la provincia de Córdoba. En la victoria o en la derrota, Juan Facundo Quiroga fue un valiente sin par, dispuesto siempre a jugarse por la sagrada causa de la Federación.
Durante su andariega vida militar, que alternó momentos triunfales y derrotas estruendosas, Quiroga se comportó con un grado tal de caballerosidad que en nada se le parecen a las siniestras versiones escritas por los historiadores de signo liberal. Al “Tigre de los Llanos” le disgustaba el cruel derramamiento de sangre que manchaba el suelo patrio, y por eso, con agudo raciocinio le mandó decir a su enemigo “el manco” Paz, en carta del 10 de enero de 1830, que la sangre “se verterá acaso infinito, pero el mundo imparcial y la severa historia dará la justicia al que la tenga entre los que intentan dominar, y los que pelean por no ser esclavos”. También en la misma nota señalaba Quiroga en que solamente la sanción de una Constitución para el país podía ofrecer “una paz segura”, lo cual, al término de las refriegas, obliguen “al desgraciado a enterrar sus armas para siempre”. Estas sentencias, que fueron pronunciadas hace ya 180 años, son tan actuales que conmueven, al tiempo que nos permiten la licencia de pensar en un Quiroga con visión de estadista y como apóstol de la paz.
Bajo estas características, y en momentos en que había sido enviado al norte para pacificar un conflicto fogoneado por el mariscal Andrés Santa Cruz, presidente de la Confederación Perú-Boliviana, es que el caudillo riojano Juan Facundo Quiroga encuentra la muerte el 16 de febrero de 1835.
Por último, habló el presidente de Jóvenes Revisionistas, Gabriel O. Turone; este fue su discurso:
“Camaradas, compañeros, señoras y señores:
Pudo haber sido Juan Facundo Quiroga el gran protagonista de la historia argentina, de no haberse cruzado la infausta jornada en que el capitán Santos Pérez junto a una partida de forajidos truncó su vida en los parajes de Barranca Yaco, un día como hoy pero de 1835.
Sirvió este valiente con temple de acero en el Regimiento de Granaderos a Caballo del general San Martín, siendo muy joven, en épocas en que ya tenía amplios conocimientos sobre el manejo de las tropas de su provincia, herencia guerrera y varonil que le dejó su padre, el capitán de Milicias don José Prudencio Quiroga.
Después, las vicisitudes argentinas lo llevaron a enrolarse en luchas ya no solamente militares sino también políticas, y así se vio envuelto en difíciles “malambos” contra los poderosos ejércitos unitarios de Lamadrid y de José María Paz. Mientras que al primero lo venció en las acciones de El Tala y el Rincón, provocando la caída de Bernardino Rivadavia como presidente, al general Paz nunca pudo derrotarlo en el campo del honor, debido, fundamentalmente, por el tiro de boleadoras que le propinó el soldado gaucho Zeballos en 1831 en la provincia de Córdoba. En la victoria o en la derrota, Juan Facundo Quiroga fue un valiente sin par, dispuesto siempre a jugarse por la sagrada causa de la Federación.
Durante su andariega vida militar, que alternó momentos triunfales y derrotas estruendosas, Quiroga se comportó con un grado tal de caballerosidad que en nada se le parecen a las siniestras versiones escritas por los historiadores de signo liberal. Al “Tigre de los Llanos” le disgustaba el cruel derramamiento de sangre que manchaba el suelo patrio, y por eso, con agudo raciocinio le mandó decir a su enemigo “el manco” Paz, en carta del 10 de enero de 1830, que la sangre “se verterá acaso infinito, pero el mundo imparcial y la severa historia dará la justicia al que la tenga entre los que intentan dominar, y los que pelean por no ser esclavos”. También en la misma nota señalaba Quiroga en que solamente la sanción de una Constitución para el país podía ofrecer “una paz segura”, lo cual, al término de las refriegas, obliguen “al desgraciado a enterrar sus armas para siempre”. Estas sentencias, que fueron pronunciadas hace ya 180 años, son tan actuales que conmueven, al tiempo que nos permiten la licencia de pensar en un Quiroga con visión de estadista y como apóstol de la paz.
Bajo estas características, y en momentos en que había sido enviado al norte para pacificar un conflicto fogoneado por el mariscal Andrés Santa Cruz, presidente de la Confederación Perú-Boliviana, es que el caudillo riojano Juan Facundo Quiroga encuentra la muerte el 16 de febrero de 1835.
Otro momento de las alocuciones en la mañana de ayer. En la imagen, Gabriel Turone, presidente de Jóvenes Revisionistas.
Queda en el recuerdo permanente su figura mítica y popular, el de ser el dueño del caballo “Moro”, del cual dijo Quiroga que “pasarán muchos siglos de años para que salga en la República otro igual”, y que le costará, dicho sea de paso, una pelea insalvable contra el gobernador santafecino y federal Estanislao López. A su vez, se le adjudicó a sus milicianos el convertirse sobrehumanamente en ‘tigres capiangos’, ferocísimas alimañas capaces de ganar por sí solas una batalla, mito profundo que motivó la deserción de 120 soldados del comandante unitario Camilo Isleño, horas antes de la batalla de La Tablada, según lo rememora el general Paz en sus Memorias.
Inclusive, su descanso eterno tiene reminiscencias míticas y gloriosas: su ataúd, que yace en la humilde bóveda que está detrás de nosotros, y que está coronada con la estatua de la Virgen La Dolorosa, está puesto de forma vertical, pues, como último deseo, Quiroga muere de pie, mirando de frente a Nuestro Señor Jesucristo, a quien le teme y respeta.
Jóvenes Revisionistas y quienes aquí se agolpan quieren rescatar no solamente las luchas del Tigre de los Llanos en pos del olvidado federalismo del interior, sino, también, las leyendas que sobre su persona aún hoy se cuentan, leyendas que nos hablan de un “hombre de la tierra”, de un hombre del pueblo, de un hombre que todavía sigue causando respeto, emoción y admiración.
Es cierto que no aparecen muy seguido los valientes como él, que muere pidiendo explicaciones a los criminales que alcanzan su galera en Barranca Yaco y que, sin mediar palabra alguna, le descerrajan un tiro en el ojo para darle muerte. Es cierto que no aparecen los amigos de los derrotados, como cuando Quiroga le brindó asilo al cordobés Juan Bautista Bustos luego que a éste lo venciera “el manco” Paz, en Córdoba, en 1829. Y tampoco aparecen seguido los hombres que ayudan desinteresadamente a sus futuros enemigos, como lo hiciera el Tigre de los Llanos cuando le dio un cheque en blanco al joven Juan Bautista Alberdi, recomendado por el gobernador tucumano Heredia, para que vaya a profundizar sus estudios a los Estados Unidos.
De Quiroga debemos tomar todo esto. Solamente así, un día las plazas, las calles, los monumentos y los edificios públicos lucirán su postergado nombre. Mientras tanto, es el pueblo, somos nosotros, argentinos comunes y corrientes, los que sostenemos su recuerdo y reivindicamos el aporte que hizo para la Argentina de la primera mitad del siglo XIX.
Para finalizar, vale decir que fue un hijo suyo, el teniente de Caballería don Facundo Quiroga, quien, honrando la herencia de su padre, luchó por la soberanía nacional y Juan Manuel de Rosas en la batalla de Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845, contra los ingleses y los franceses.
Muchas gracias.”
Inclusive, su descanso eterno tiene reminiscencias míticas y gloriosas: su ataúd, que yace en la humilde bóveda que está detrás de nosotros, y que está coronada con la estatua de la Virgen La Dolorosa, está puesto de forma vertical, pues, como último deseo, Quiroga muere de pie, mirando de frente a Nuestro Señor Jesucristo, a quien le teme y respeta.
Jóvenes Revisionistas y quienes aquí se agolpan quieren rescatar no solamente las luchas del Tigre de los Llanos en pos del olvidado federalismo del interior, sino, también, las leyendas que sobre su persona aún hoy se cuentan, leyendas que nos hablan de un “hombre de la tierra”, de un hombre del pueblo, de un hombre que todavía sigue causando respeto, emoción y admiración.
Es cierto que no aparecen muy seguido los valientes como él, que muere pidiendo explicaciones a los criminales que alcanzan su galera en Barranca Yaco y que, sin mediar palabra alguna, le descerrajan un tiro en el ojo para darle muerte. Es cierto que no aparecen los amigos de los derrotados, como cuando Quiroga le brindó asilo al cordobés Juan Bautista Bustos luego que a éste lo venciera “el manco” Paz, en Córdoba, en 1829. Y tampoco aparecen seguido los hombres que ayudan desinteresadamente a sus futuros enemigos, como lo hiciera el Tigre de los Llanos cuando le dio un cheque en blanco al joven Juan Bautista Alberdi, recomendado por el gobernador tucumano Heredia, para que vaya a profundizar sus estudios a los Estados Unidos.
De Quiroga debemos tomar todo esto. Solamente así, un día las plazas, las calles, los monumentos y los edificios públicos lucirán su postergado nombre. Mientras tanto, es el pueblo, somos nosotros, argentinos comunes y corrientes, los que sostenemos su recuerdo y reivindicamos el aporte que hizo para la Argentina de la primera mitad del siglo XIX.
Para finalizar, vale decir que fue un hijo suyo, el teniente de Caballería don Facundo Quiroga, quien, honrando la herencia de su padre, luchó por la soberanía nacional y Juan Manuel de Rosas en la batalla de Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845, contra los ingleses y los franceses.
Muchas gracias.”
Estatua de la Virgen La Dolorosa en la bóveda de Juan Facundo Quiroga. Su ataúd está en posición vertical, para ver de frente a Nuestro Señor Jesucristo. En primer plano, la corona de laureles depositada por Jóvenes Revisionistas y ASIMM.
A viva voz, se gritaron tres loas para Juan Facundo Quiroga, dando por concluido el emotivo acto en su memoria. Una tranquila caminata por diferentes bóvedas y monumentos dispersó a todos los presentes. Seguramente, otros relatos y otros tiempos verían a cada paso que daban por los pasillos estrechos de aquel museo de la historia argentina que es el cementerio de La Recoleta.
1 comentario:
Muy buena la reseña compañeros. Fue un honor y un orgullo formar parte de esto.
Me queda la frase grabada "Aramburu, los motokeros no te vamos a dejar descansar en paz"
Saludos y hasta la proxima.
Publicar un comentario