Pintura alegórica a la batalla de Ituzaingó (1827)
Viñeta del coronel Federico Brandsen, de 1827, el mismo año de su muerte en la batalla de Ituzaingó. En la imagen se observa la misma vestimenta que tenía puesta al momento de caer por la munición brasileña: uniforme de gala, con sus condecoraciones e insignias.
Librada el 20 de febrero de 1827, se dice que Ituzaingó fue la última gran batalla que libró nuestro ejército nacional antes del largo período de guerras civiles que le aguardaba a nuestra patria, y que incluso alcanza el status de último combate por la consolidación de nuestra independencia. Nosotros, sin embargo, como revisionistas también sostenemos que las batallas ganadas por los ejércitos patrios de la Santa Federación rosista continuaron con ese legado de Ituzaingó.
Como quiera que sea, en las acciones se lucieron los nombres de varios militares que, unos pocos años más tarde, se alistarían en el bando federal o en el unitario. Veamos el siguiente listado:
Futuros salvajes unitarios: José María Paz, Juan Galo de Lavalle, Félix de Olazábal (federal ‘lomonegro’, luego abiertamente unitario exiliado), Manuel Correa, Tomás de Iriarte, etc.
Futuros federales: Martiniano Chilavert, Manuel Oribe, Lucio Norberto Mansilla, Ángel Pacheco, Juan Antonio Lavalleja, etc.
Tal vez pocos conozcan el Parte de Guerra del combate, el cual fue suscrito por el brigadier general Carlos Alvear en el cuartel del poblado de Saõ Gabriel poco más de una semana más tarde de ocurridos los acontecimientos. Vale la pena su trascripción, pues revela el documento uno de los momentos más importantes y brillantes de las fuerzas armadas criollas después de la Guerra de la Independencia. Hay detalles de la heroica muerte del coronel Carlos Luis Federico Brandesn. Dice así:
“Cuartel General en San Gabriel, Feb°. 28-827.
El General en Jefe del Ejército Republicano se dirige al Exmo. Sor. Min° de la Guerra para poner en su conocimiento el detal de la jornada del 20 en que fue batido todo el ejército Imperial.
El Sol asomaba sobre el horizonte cuando se encontraron los dos ejércitos contendientes. El Imperial que ignoraba la contramarcha del Republicano fue sorprendido a su vista, y tomado en infraganti delito; marchando por su flanco izquierdo al paso del Rosario en Santa María, donde creía encontrarlo campado. Entonces el General que suscribe proclamó a los cuerpos del Ejército con la vehemencia de sus sentimientos, animado por la gran solemnidad de aquel día, y destinó al General Lavalleja, para que con los valientes del primer cuerpo cargase sable en mano sobre la izquierda del enemigo para envolverla y desbaratarla. La división Zufriategui, compuesta por los regimientos 8 y 16, lanceros mandados por el bizarro Coronel Olavarría, y del Escuadrón de coraceros con su bravo Comandante Medina, iba en segunda línea para sostener el ataque del primer cuerpo. El tercero a las órdenes del General Soler, se formó sobre unas alturas que se ligaban a la posición del primero: las divisiones Brandsen y Paz, quedaron en reserva un poco a retaguardia entre el primero y 3er. cuerpo, y la división Lavalle fue destinada a la izquierda de éste.
En tal disposición, y a pesar del vivo ataque del primer cuerpo, el enemigo se dirigió de un modo formidable sobre el 3°: tres batallones de infantería sostenidos por dos mil caballos y seis piezas, eran los que iban sobre él. Un fuerte cañoneo se hizo sentir en toda la línea y el combate se empeñó por ambas partes, con tenacidad y viveza, a la derecha y a la izquierda. Las cargas de caballería fueron rápidas, bien sostenidas y con alternados sucesos. Entretanto el Coronel Lavalle con su división había arrollado toda la caballería que estaba a su frente sableándola y arrojándola a legua y media del campo de batalla.
A pesar de este suceso brillante la acción no estaba decidida: las fuerzas principales del enemigo cargaban sobre nuestra derecha y el centro, y en tales circunstancias, fue necesario dejar sólo en reserva el tres de caballería y echar mano de las divisiones Paz y Brandsen. Esta fuerza en acción, ya el todo de ambos ejércitos estaba empeñado en el combate: entonces el intrépido Coronel Brandsen, destinado a romper una masa de infantería, quedó gloriosamente en el campo de batalla.
El batallón 5°, al mando del Coronel Olazábal, había roto sus fuegos sobre el enemigo: el 2, del Coronel Alegre, atacado por una fuerza de caballería, que traía a su frente los lanceros alemanes, los abrazó y la obligó a abandonar el campo. El Coronel Olivera con la división de Maldonado y el primero de caballería acuchillaron esta fuerza en su retirada, y fue dispersa y puesta fuera de combate.
En la derecha se disputaban la victoria los comandantes Gómez y Medina –cargaron una columna fuerte de caballería, la acuchillaron y obligaron a refugiarse bajo los fuegos de un batallón que estaba parapetado en unos árboles: el ardor de los Jefes llevó hasta allí la tropa que un fuego abrazador hizo retroceder algún tanto: la masa de caballería se lanzó entonces sobre ellos: en el instante, el regimiento 16, recibió orden de sostener a sus compañeros de armas: los coraceros y dragones se corrieron por derecha e izquierda poniéndose a sus flancos; y los bravos lanceros maniobrando como en un día de parada sobre un campo cubierto ya de cadáveres, cargaron, rompieron al enemigo; lo lancearon y persiguieron hasta una batería de tres piezas que también tomaron. El regimiento ocho sostenía esta carga: fue decisiva. El Coronel Olavarría sostuvo en ella la reputación que adquirió en Junín y Ayacucho.
La caballería enemiga, por el centro, había sido obligada a ceder terreno, siguiéndola su infantería perseguida por nuestros cuatro batallones. Tres posiciones intentó tomar, y fue arrojado al instante de todas.
Los Generales Soler, Lavalleja y Laguna, por el acierto de sus disposiciones y su bravura en esta jornada se han cubierto de una gloria inmortal. El General Mansilla ha llenado noblemente el cargo que desempeñaba: el Coronel Paz a la cabeza de su división, después de haber prestado servicios distinguidos desde el principio de la batalla, dio la última carga a la caballería del enemigo que se presentaba sobre el campo y obligó al Ejército Imperial a precipitar su retirada.
El Coronel Iriarte, con su regimiento de artillería ligera, ha merecido los elogios, no sólo del General en Jefe, sino de todo el ejército republicano: la serenidad de los artilleros y el acierto de sus punterías ha sido el terror del enemigo-Todos los Jefes de este cuerpo y los capitanes Chilavert, Atigren y Pirán se han distinguidos de un modo especial.
Los Coroneles Olazábal, Oribe, Garzón y Correa, y los Comandantes Oribe, Arenas y Medina del 4, han sostenido la reputación bien adquirida en otras batallas, igualmente que el 2° Jefe del E. M. Coronel Deheza. Los Ayudantes de campo del Gral. en Jefe han respondido satisfactoriamente a la confianza que se depositó en ellos: el cuerpo de ingenieros, con su Comandante Trolle, se ha desempeñado de igual modo.
Como quiera que sea, en las acciones se lucieron los nombres de varios militares que, unos pocos años más tarde, se alistarían en el bando federal o en el unitario. Veamos el siguiente listado:
Futuros salvajes unitarios: José María Paz, Juan Galo de Lavalle, Félix de Olazábal (federal ‘lomonegro’, luego abiertamente unitario exiliado), Manuel Correa, Tomás de Iriarte, etc.
Futuros federales: Martiniano Chilavert, Manuel Oribe, Lucio Norberto Mansilla, Ángel Pacheco, Juan Antonio Lavalleja, etc.
Tal vez pocos conozcan el Parte de Guerra del combate, el cual fue suscrito por el brigadier general Carlos Alvear en el cuartel del poblado de Saõ Gabriel poco más de una semana más tarde de ocurridos los acontecimientos. Vale la pena su trascripción, pues revela el documento uno de los momentos más importantes y brillantes de las fuerzas armadas criollas después de la Guerra de la Independencia. Hay detalles de la heroica muerte del coronel Carlos Luis Federico Brandesn. Dice así:
“Cuartel General en San Gabriel, Feb°. 28-827.
El General en Jefe del Ejército Republicano se dirige al Exmo. Sor. Min° de la Guerra para poner en su conocimiento el detal de la jornada del 20 en que fue batido todo el ejército Imperial.
El Sol asomaba sobre el horizonte cuando se encontraron los dos ejércitos contendientes. El Imperial que ignoraba la contramarcha del Republicano fue sorprendido a su vista, y tomado en infraganti delito; marchando por su flanco izquierdo al paso del Rosario en Santa María, donde creía encontrarlo campado. Entonces el General que suscribe proclamó a los cuerpos del Ejército con la vehemencia de sus sentimientos, animado por la gran solemnidad de aquel día, y destinó al General Lavalleja, para que con los valientes del primer cuerpo cargase sable en mano sobre la izquierda del enemigo para envolverla y desbaratarla. La división Zufriategui, compuesta por los regimientos 8 y 16, lanceros mandados por el bizarro Coronel Olavarría, y del Escuadrón de coraceros con su bravo Comandante Medina, iba en segunda línea para sostener el ataque del primer cuerpo. El tercero a las órdenes del General Soler, se formó sobre unas alturas que se ligaban a la posición del primero: las divisiones Brandsen y Paz, quedaron en reserva un poco a retaguardia entre el primero y 3er. cuerpo, y la división Lavalle fue destinada a la izquierda de éste.
En tal disposición, y a pesar del vivo ataque del primer cuerpo, el enemigo se dirigió de un modo formidable sobre el 3°: tres batallones de infantería sostenidos por dos mil caballos y seis piezas, eran los que iban sobre él. Un fuerte cañoneo se hizo sentir en toda la línea y el combate se empeñó por ambas partes, con tenacidad y viveza, a la derecha y a la izquierda. Las cargas de caballería fueron rápidas, bien sostenidas y con alternados sucesos. Entretanto el Coronel Lavalle con su división había arrollado toda la caballería que estaba a su frente sableándola y arrojándola a legua y media del campo de batalla.
A pesar de este suceso brillante la acción no estaba decidida: las fuerzas principales del enemigo cargaban sobre nuestra derecha y el centro, y en tales circunstancias, fue necesario dejar sólo en reserva el tres de caballería y echar mano de las divisiones Paz y Brandsen. Esta fuerza en acción, ya el todo de ambos ejércitos estaba empeñado en el combate: entonces el intrépido Coronel Brandsen, destinado a romper una masa de infantería, quedó gloriosamente en el campo de batalla.
El batallón 5°, al mando del Coronel Olazábal, había roto sus fuegos sobre el enemigo: el 2, del Coronel Alegre, atacado por una fuerza de caballería, que traía a su frente los lanceros alemanes, los abrazó y la obligó a abandonar el campo. El Coronel Olivera con la división de Maldonado y el primero de caballería acuchillaron esta fuerza en su retirada, y fue dispersa y puesta fuera de combate.
En la derecha se disputaban la victoria los comandantes Gómez y Medina –cargaron una columna fuerte de caballería, la acuchillaron y obligaron a refugiarse bajo los fuegos de un batallón que estaba parapetado en unos árboles: el ardor de los Jefes llevó hasta allí la tropa que un fuego abrazador hizo retroceder algún tanto: la masa de caballería se lanzó entonces sobre ellos: en el instante, el regimiento 16, recibió orden de sostener a sus compañeros de armas: los coraceros y dragones se corrieron por derecha e izquierda poniéndose a sus flancos; y los bravos lanceros maniobrando como en un día de parada sobre un campo cubierto ya de cadáveres, cargaron, rompieron al enemigo; lo lancearon y persiguieron hasta una batería de tres piezas que también tomaron. El regimiento ocho sostenía esta carga: fue decisiva. El Coronel Olavarría sostuvo en ella la reputación que adquirió en Junín y Ayacucho.
La caballería enemiga, por el centro, había sido obligada a ceder terreno, siguiéndola su infantería perseguida por nuestros cuatro batallones. Tres posiciones intentó tomar, y fue arrojado al instante de todas.
Los Generales Soler, Lavalleja y Laguna, por el acierto de sus disposiciones y su bravura en esta jornada se han cubierto de una gloria inmortal. El General Mansilla ha llenado noblemente el cargo que desempeñaba: el Coronel Paz a la cabeza de su división, después de haber prestado servicios distinguidos desde el principio de la batalla, dio la última carga a la caballería del enemigo que se presentaba sobre el campo y obligó al Ejército Imperial a precipitar su retirada.
El Coronel Iriarte, con su regimiento de artillería ligera, ha merecido los elogios, no sólo del General en Jefe, sino de todo el ejército republicano: la serenidad de los artilleros y el acierto de sus punterías ha sido el terror del enemigo-Todos los Jefes de este cuerpo y los capitanes Chilavert, Atigren y Pirán se han distinguidos de un modo especial.
Los Coroneles Olazábal, Oribe, Garzón y Correa, y los Comandantes Oribe, Arenas y Medina del 4, han sostenido la reputación bien adquirida en otras batallas, igualmente que el 2° Jefe del E. M. Coronel Deheza. Los Ayudantes de campo del Gral. en Jefe han respondido satisfactoriamente a la confianza que se depositó en ellos: el cuerpo de ingenieros, con su Comandante Trolle, se ha desempeñado de igual modo.
Viñeta del coronel Federico Brandsen, de 1827, el mismo año de su muerte en la batalla de Ituzaingó. En la imagen se observa la misma vestimenta que tenía puesta al momento de caer por la munición brasileña: uniforme de gala, con sus condecoraciones e insignias.
Por último, el ejército enemigo abandonó el campo de batalla, dejando sobre él mil y doscientos cadáveres, entre ellos varios Jefes, oficiales y el Gral. Abreu. Un gran número de prisioneros y armamentos; todo su parque y bagajes, dos banderas, diez piezas de artillería y la Imprenta son los trofeos que ofrece a la República el ejército. Su pérdida alcanza a cerca de quinientos hombres entre heridos y muertos, siendo de estos el Comandante Besares del 2° regimiento.
Todos los Jefes, oficiales y tropa se han desempeñado con el valor que siempre ha distinguido a los soldados argentinos: el General se complace en ponerlo en conocimiento del Exmo. Sor. Min°. de la Guerra.
Carlos de Alvear.”
LA VENGANZA DE CASEROS
El revisionista José María Rosa dirá que en la guerra internacional de Caseros, ejecutada contra el Restaurador de las Leyes Juan Manuel de Rosas, el general Urquiza le devolverá las banderas que los argentinos les habíamos arrebatado a los brasileños en la batalla de Ituzaingó de 1827, dos de ellas, según el Parte de Carlos de Alvear. Además, les dejó “el pleno dominio económico, comercial, financiero, político y militar sobre la República Oriental”, de acuerdo a los cinco tratados pactados el 12 de octubre de 1851 entre el Imperio del Brasil y Urquiza.
Un diplomático del entrerriano, Luis José de la Peña, reconoce en nombre de nuestro vencido país, el 15 de mayo de 1852, los “derechos adquiridos” por Brasil a las Misiones Orientales Argentinas.
El cancionero recuerda la vergüenza de la traición que acababa de consumar Justo José de Urquiza y sus capitanejos unitarios cuando se pronunciaron contra la soberanía de la Confederación Argentina el 1° de mayo de 1851:
“¡Al arma, argentinos!/ cartucho al cañón;/ que el Brasil regenta/ la negra traición./ Por la callejuela,/ por el callejón,/ que a Urquiza compraron/ por un patacón.
¡El sable a la mano/ al brazo el fusil!/ Sangre quiere Urquiza/ balas el Brasil./ Por la callejuela,/ por el callejón,/ que a Urquiza compraron/ por un patacón.”
El soborno era cierto. ¡Si hasta el masón Domingo Faustino Sarmiento así lo reconoció! En la famosa y lamentable carta de la Quinta de Yungay, fechada el 13 de octubre de 1852, aquél le escribía al general Justo José de Urquiza la verdad de su proceder, o sea, que se había vendido por dinero al Imperio del Brasil y, más en el fondo, a los designios del Imperio Británico:
“Tanta aberración he visto en estos años, como si dijeran que el emperador ha sentado plaza en el ejército de S. E. para corresponderle el servicio que le hizo S. E. conservándole la corona que lleva en la cabeza, como tuvo S. E. la petulancia de decirlo en las barbas del Sr. Carneiro Leaõ, Enviado Extraordinario del emperador.
Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado referir la irritante escena y los comentarios: ¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo (a Urquiza) para derrocar a Rosas! Todavía, después de entrar en Buenos Aires, quería que le diese cien mil duros mensuales.”
Así se perdió el honor de Ituzaingó un cuarto de siglo más tarde…por un patacón.
Autor
Todos los Jefes, oficiales y tropa se han desempeñado con el valor que siempre ha distinguido a los soldados argentinos: el General se complace en ponerlo en conocimiento del Exmo. Sor. Min°. de la Guerra.
Carlos de Alvear.”
LA VENGANZA DE CASEROS
El revisionista José María Rosa dirá que en la guerra internacional de Caseros, ejecutada contra el Restaurador de las Leyes Juan Manuel de Rosas, el general Urquiza le devolverá las banderas que los argentinos les habíamos arrebatado a los brasileños en la batalla de Ituzaingó de 1827, dos de ellas, según el Parte de Carlos de Alvear. Además, les dejó “el pleno dominio económico, comercial, financiero, político y militar sobre la República Oriental”, de acuerdo a los cinco tratados pactados el 12 de octubre de 1851 entre el Imperio del Brasil y Urquiza.
Un diplomático del entrerriano, Luis José de la Peña, reconoce en nombre de nuestro vencido país, el 15 de mayo de 1852, los “derechos adquiridos” por Brasil a las Misiones Orientales Argentinas.
El cancionero recuerda la vergüenza de la traición que acababa de consumar Justo José de Urquiza y sus capitanejos unitarios cuando se pronunciaron contra la soberanía de la Confederación Argentina el 1° de mayo de 1851:
“¡Al arma, argentinos!/ cartucho al cañón;/ que el Brasil regenta/ la negra traición./ Por la callejuela,/ por el callejón,/ que a Urquiza compraron/ por un patacón.
¡El sable a la mano/ al brazo el fusil!/ Sangre quiere Urquiza/ balas el Brasil./ Por la callejuela,/ por el callejón,/ que a Urquiza compraron/ por un patacón.”
El soborno era cierto. ¡Si hasta el masón Domingo Faustino Sarmiento así lo reconoció! En la famosa y lamentable carta de la Quinta de Yungay, fechada el 13 de octubre de 1852, aquél le escribía al general Justo José de Urquiza la verdad de su proceder, o sea, que se había vendido por dinero al Imperio del Brasil y, más en el fondo, a los designios del Imperio Británico:
“Tanta aberración he visto en estos años, como si dijeran que el emperador ha sentado plaza en el ejército de S. E. para corresponderle el servicio que le hizo S. E. conservándole la corona que lleva en la cabeza, como tuvo S. E. la petulancia de decirlo en las barbas del Sr. Carneiro Leaõ, Enviado Extraordinario del emperador.
Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado referir la irritante escena y los comentarios: ¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo (a Urquiza) para derrocar a Rosas! Todavía, después de entrar en Buenos Aires, quería que le diese cien mil duros mensuales.”
Así se perdió el honor de Ituzaingó un cuarto de siglo más tarde…por un patacón.
Autor
Gabriel O. Turone
Bibliografía
- Correa Luna, Carlos. “La campaña del Brasil y la batalla de Ituzaingó”, Comisión de Homenaje a la batalla de Ituzaingó en su primer centenario. 1827 – 20 de Febrero – 1927, Talleres Gráficos del Instituto Geográfico Militar, Buenos Aires 1927.
Bibliografía
- Correa Luna, Carlos. “La campaña del Brasil y la batalla de Ituzaingó”, Comisión de Homenaje a la batalla de Ituzaingó en su primer centenario. 1827 – 20 de Febrero – 1927, Talleres Gráficos del Instituto Geográfico Militar, Buenos Aires 1927.
- Rosa, José María. “El Pronunciamiento de Urquiza”, Editorial Peña Lillo, Buenos Aires, Diciembre de 1977.
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