13 de octubre de 2011

BAJO QUE SIGNOS NACE UNA SOCIEDAD INVESTIGADORA, POR RAMON DOLL (1939)

Ramón Doll

Cuando el contralmirante Leblanc a principios del año 1838 da orden de bloquear el Río de la Plata, puede decirse que comienza una década, la más peligrosa, la más llena de riesgos que hay podido vivir nuestra nacionalidad. Una vacilación, cualquier maniobra equivocada hubiera terminado con nuestra soberanía para siempre dando ventajas a las aventuras imperialistas de una potencia que en esos momentos andaba por el mundo provocando a los países débiles con ánimo de recuperar su poderío colonial. Y el riesgo fué doblemente grave en cuanto a la intervención francesa del primer momento, se acopló luego la inglesa, acaso con la manifiesta intención de vigilar a su aliada y exigir su parte en el botín de una de las zonas más ricas de ambos continentes. Estratégica y diplomáticamente, a pesar de los enemigos de adentro y de afuera, el triunfo mantuvo nuestra soberanía, nuestra dignidad y nuestra emancipación nominal y real. La Providencia nos deparó al hombre del destino que no era un Bey de Argelia y el país fue salvado de milagro.

Coincidencia de épocas. También a principios de 1938, en el escenario de la década que abarca la invasión anglofrancesa detenida por Rosas, el país empieza a sentir el peso brutal de la opresión extranjera, esta vez en forma de enfeudamiento económico y de enajenación espiritual. El proceso de recolonización y descastamiento aconsejado y realizado por la generación de los proscriptos llega a un período agudo, decisivo, de inminente crisis, y que si se abandona al solo juego y gravitación natural de las fuerzas económicas terminará, no ya con las briznas de libertad y emancipación real que aún nos queda, sino con la independencia nominal y simbólica que nos concede el Himno y la Bandera.

Espíritus argentinos muy avisados, nos dicen que sólo queda la oportunidad de los diez años que ahora han comenzado para realizar la obra de resurgimiento nacional que detenga aquella solución calamitosa de la crisis en que el proceso colonizante de 1853, ha colocado al país. Si no se empieza a trabajar ahora mismo con fe, la última capa, la definitiva costra geológica de extranjería, de babélica confusión, de campo de concentración internacional, aplastará para siempre los últimos conatos de reacción y las reservas nacionales ya no podrán, ni estarán en condiciones de ser y resistir más...

Antes de pasar adelante conviene advertir que si el signo ostensible de la iniciación de la peligrosa década 1838-1848, fué el bloqueo francés, ahora el signo inicial no es menos ostensible y debe llamar crudamente la atención de los argentinos. Ha comenzado, efectivamente nuestra Metrópoli financiera y económica, a abandonar los métodos liberales de colonización, que consistían en exigir al Estado argentino para los capitales y empresas particulares extranjeros, una rigurosa neutralidad. Un ferrocarril, una empresa petrolera, un teléfono se conformaban con que el Estado argentino le asegurara una buena justicia, sencillamente porque en el libre juego de la economía mundial nuestros amos tenían el control de los resortes no sólo financieros, sino psicológicos.

Pero las cosas han cambiado fundamentalmente y ahora la complejidad internacional, resaba los cuadros y fuerza hasta hacerlos saltar, esos resortes de la economía liberal. He aquí que el capitalismo extranjero se presenta ante el Estado argentino y después de 85 años de desdeñosa indiferencia por él, le pide que adquiera sus concesiones, sus artefactos y sus monopolios.

Y el Estado argentino ha empezado a comprar, asegurándole a su vendedor una renta vitalicia, con la garantía del tesoro nacional. Es decir, el Estado argentino nacionaliza los ferrocarriles o las instalaciones petroleras pero no para el país, sino para los extranjeros, ahorrándoles el trabajo de explotación y los riesgos del negocio.

Esta conversión de relaciones del derecho privado como eran las que mantenía el capital extranjero con el Estado, en un vínculo que puede afectar nuestra soberanía, pues desde ahora está comprometida la solvencia de la Nación soberana y su incumplimiento afectaría a todo el país, esa conversión de una economía libre en una economía dirigida e instrumentada a favor de los mismos amos, nos coloca frente al mismo abismo de 1838.

Este signo es igual a la orden del Contralmirante Leblanc. Y ambos a un siglo justo de distancia.

Ya puede advertirse por qué sin consignas previas un grupo de ciudadanos se encontró de pronto reunido, constituído y organizado en una Sociedad tendiente a investigar la época de Rosas. El espectáculo de la Nación amenazada por el enemigo de hoy, hizo volver las cabezas hacia el pasado en busca del ejemplo inspirador; el temor, la patriótica indignación, la santa ira provocada por los que quieren destruirnos siempre, nos devolvió a la Historia Nacional, a la verdadera, a la que refiere cuáles fueron nuestras dignidades; no a la otra, a la Historia oficial, que sólo habla de nuestras humillaciones y nuestros baldones.

En presencia del peligro, la Historia deja de ser una cháchara insulza de académicos papeleros que se reúnen para contar chistes de alcoba de los personajes y sus queridas; ni es un mero regodeo estético de intelectuales; ni siquiera una ilustración coloreada de propaganda doctrinaria para justificar la Tiranía o para cohonestar la Democracia. En presencia del peligro, la Historia es un recurso para sortearlo, es un elemento vital, es una manera de vivir para salvarse. El hombre escudriña y luego intuye el pasado, reviviéndolo con su propio patetismo y no reverencia sino lo que le sirva como inspiración para protegerse de los enemigos presentes.

Nadie puede asegurar que Rosas corporice tal o cual sistema político.

La derecha rosista puede decir que Rosas es un argumento para la instalación de un gobierno fuerte; sin embargo, podría contestársele que el argumento extraído de las mismas afirmaciones interesadas de los enemigos de Rosas, puede tener su misma inconsistencia y además, su misma falta de probanzas.

La izquierda rosista, puede afirmar que Rosas era una encarnación del sistema democrático, jefe de las masas federales y taumaturgo demagógico de la negrada y el gauchage; ¿qué valdría todo esto, si efectivamente es cierto, para informar un credo político con el ejemplo de aquél César? ¿Acaso un jefe de masas o un grupo oligárquico no pueden igualmente salvar o vender a la Nación en un momento determinado?

Si nos quedáramos en ese punto de vista, todo lo que podríamos afirmar es que siendo Rosas un verdadero estadista, no se pagó de sistema alguno y se sirvió de todos los elementos sociales, simultánea o consecutivamente, cuando con ellos podía realizar los grandes fines del Estado. Apoyado en una oligarquía de hacendados o en las masas populares, su obra está ahí, defendiendo el país contra la destrucción, la muerte o la anarquía.

He aquí las únicas “vivencias” que en la historia rosista pueden encontrar todos los argentinos: déspota o no, Rosas es el auténtico y esforzado defensor de los intereses argentinos.

Y bien; esas “vivencias”, ese motivo inspirador de la defensa nacional, ha aflorado justo a un siglo de la invasión anglo-francesa con una unificación muy honda, porque el anhelo de un resurgimiento nacional y de reincorporar la argentinidad interesa a órganos y tejidos vitales para la superviviencia del país.

Algo debe haber comprendido la trama antinacional que nos aherroja porque también, justo a un siglo del comienzo de la defensa de nuestra soberanía, aquélla decidió organizar un plan de aturdimiento y de estrépito alrededor de la figura de quien había sido más traidor. Se quiso distraer la atención de un pueblo que podía, quizás, ante la efemérides, ante la indicación de un almanaque, resolverse e investigar como era eso de que los argentinos en Martín García, en Vuelta de Obligado, morían defendiendo al país, dirigidos por un Jefe de Estado que los condujo en definitiva a grandes triunfos...Y se hizo ruido, mucho ruido con el nombre del que en esos momentos o después renegó de la ciudadanía argentina, en Chile, se hizo ruido con el apónimo de la traición.

Esa bullanga es el otro signo bajo el cual nació una sociedad justiciera.

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