15 de octubre de 2011

JORNADA DE CINE-DEBATE DE JOVENES REVISIONISTAS: PROYECCION DE "EL CID" (14 DE OCTUBRE)



Afiche promocionado por Jóvenes Revisionistas para la proyección del film "El Cid", en su primera Jornada de Cine-Debate.


Cumpliendo con uno de los puntos hablados durante el Plenario del 26 de Agosto de 2011, Jóvenes Revisionistas desarrolló exitosamente su Primera Jornada de Cine-Debate en lo que va del presente año. La misma tuvo lugar el viernes 14 de Octubre en la sala de conferencias del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”, a cuyas autoridades agradecemos de corazón el habernos facilitado no solamente las instalaciones en sí, sino también el cañón proyector que el mismo dispone para este tipo de eventos.

Entre el público presente, debemos destacar la presencia del Dr. Carlos Manuel Torreira, actual Pro-Secretario de la Asociación Cooperadora del Museo Regional “Juan Manuel de Rosas”, de General San Martín (ex Comandancia de los Santos Lugares de Rosas), y miembro del Instituto Nacional “Juan Manuel de Rosas” de Buenos Aires, quien ha asistido con su señora esposa. Tan digna presencia, nos llena de orgullo y nos incita a continuar con la batalla cultural para levantar a nuestra querida patria de su letargo.

Antes de pasar la película “El Cid”, que cuenta con las destacadas actuaciones de Sofía Loren y Charlton Heston, el presidente de Jóvenes Revisionistas, Gabriel Turone, explicó sucintamente cuál es la modalidad que guía los pasos de las Jornadas de Cine-Debate. Se exhibirá 1 película por mes y, de acuerdo a la efemérides patria más cercana, la temática de aquélla será afín. Considerando, pues, que Octubre es el Mes de la Hispanidad, qué mejor idea que proyectar algún film donde se hable sobre la legendaria figura del Cid Campeador. Para el mes de Noviembre, Mes de la Tradición, está contemplado proyectar una película que verse sobre el Martín Fierro. Y así, hasta cubrir los doce meses del calendario.

Luego, Turone leyó algunas líneas que había preparado para la ocasión, con la idea de introducir al público presente sobre lo que se iba a mostrar:

“En un periódico de 1910 (que hace una extensa referencia a la Argentina en sus primeros 100 años de vida), leemos de Ricardo Rojas lo que sigue:

“Tres fuerzas del alma, realizaron en las Indias la fusión de las dos razas progenitoras: el amor, la religión y la muerte (…) La daga y el arcabuz castellanos trajeron al servicio de la conquista más indios que el número de los heridos por ellos. (…) La sugestión evangélica fue otra fuerza eficaz de acercamiento entre esos pueblos hostiles, ya sonara hecha música en el rústico rabelillo de Francisco Solano, o llevara virtud de proselitismo en la voz del jesuita Ruiz Montoya. Los apóstoles de Indias abrían en la conciencia del aborigen idólatra y del soldado supersticioso, la senda celeste de la fraternidad y del amor. Desde el padre Bartolomé de las Casas, protector de los indios, hasta el último misionero, podían hablar al más rico feudatario en nombre de las ordenanzas de Valladolid que garantizaban la vida de los naturales o del Evangelio que aconsejaba la caridad. Asimismo los predicadores que buscaban analogías entre los mitos indianos y los dogmas católicos, aprendían el quichua o el guaraní para enseñar en esas lenguas la doctrina y se aparecían en las tribus, pacíficos, misteriosos, taumaturgos, como una transfiguración de sus hechiceros”. Nada obscurece “la gloria del cristianismo en América, donde al mediar entre ambas razas, acercábalas dignificando la conciencia del indio y suavizando la voluntad del soldado”.

“Si trazamos un paralelismo del Conquistador Español y el Cid Campeador “la tierra no se acordaba de hombre alguno que se hubiese aventurado a poseerla con tan mágica fuerza en los ademanes, con ensueño más alto en el propósito, con avidez mayor en el deseo. (…) De tal modo la proeza le engrandecía, que perseguido quizás en Sevilla por los justicias y verdugos del rey, llegó a ser en las Indias, justicia y verdugo de reyes. Sujeto de abandonar la patria y lanzarse por ella a lo desconocido, en frágiles naves, fue capaz de quemarlas, cerrando a sus espaldas todo camino, pues su arrojo no conocía sino dos: el del triunfo y el de la muerte, los dos adelante”. Y sigue diciendo Rojas: “Las proezas de Granada contra el moro, los abordajes de Lepanto contra el turco, los degüellos de Flandes contra el hereje, no fueron sino tanteos de su expansión, ensayos de su heroísmo, iniciaciones de su fe. Su raza era la elegida de Dios para misión más preclara; y él era el elegido de su raza, flor y compendio de virtudes guerreras”. El Conquistador trajo a América “el verbo y el credo de una civilización más extensa y más alta. Por ellos nos acercó a la armonía y la felicidad de los hombres”.

“Al decir del profesor Jorge Oscar Sulé, “El hecho más importante del Renacimiento es el descubrimiento de América”. Y “DESCUBRIR es hacer patente (…) algo que era desconocido, es destapar lo que está cubierto, es dar a luz a lo que está en la sombra…”. Del descubrimiento nace “una nueva cultura, la HISPANOAMERICANA (…) que NO ES una SUPERPOSICION. Es una INTEGRACION de los elementos que se encuentran, aunque la fusión integradora reposa sobre los guiones culturales españoles” (religión, lengua, derecho, etc., etc.).”


LA PELICULA

El film “El Cid” es del año 1961 y fue un largometraje de algo más de 3 horas de duración. De acuerdo a la selección hecha para el Cine-Debate, representa la mejor película del género retratado, bastante bien lograda en cuanto a escenas, personajes y relatos.

Parte de la escenografía puesta para la ocasión.


Díaz de Vivar aparece como la encarnación del héroe español que, en lucha contra la dominación de los Moros, se coloca al servicio, primero, del rey Sancho II (de Castilla y de León), y luego, con variadas intermitencias, bajo el monarca Alfonso VI (sucesor de Sancho II tras su muerte en 1072).

La primera desavenencia del Cid Campeador (Díaz de Vivar) deviene por su carácter caballeresco en el buen combate, al perdonarle la vida a unos jefes musulmanes que había capturado y que los presentó, encadenados y todo, en Castilla. Bajo la promesa de que los moros (o una facción de ellos, al menos) no volviera a atacar nunca más a los cristianos, el Cid los dejó en libertad. Una actitud semejante, fue tomada en su tiempo como una “traición”, si bien primó en el héroe épico la caridad cristiana ante el vencido o derrotado. La situación empeoró para el Cid cuando, en duelo judicial, dio muerte a un caballero navarro, Don Jimeno Garcés, padre de quien fuera esposa de Díaz de Vivar en 1074, doña Jimena Garcés.

Contratados sus servicios por el rey de Zaragoza, al-Muqadir, moros amigos ya de los cristianos a los que juraron no atacar jamás, el Cid Campeador (Cid en lengua árabe quiere decir Señor, y Campeador probablemente derive de campi doctor, instructor de reclutas) volvió, al mismo tiempo, a hacer las paces con el rey Alfonso VI. De allí en más, y hasta su destierro definitivo, Rodrigo Díaz de Vivar logrará reunir en sus incontables batallas por los reinos cristianos a españoles que le siguieron y a moros por igual. Combatió, y derrotó, a aquellos musulmanes levantiscos que prometían llevar adelante una ‘guerra santa’ en nombre de Alá hasta acabar con todo cristiano.

Mientras tanto, su familia (compuesta por su esposa Jimena y dos hijas) se plegaron a las aventuras épicas del Cid, quien, como dijimos, sufrió exilios y el peligro inminente de la muerte en los campos de batalla por los reinos de Castilla y León. Sin importar las consecuencias de una vida en constante peligro de muerte, la actitud compañera de Jimena nos recuerda a la que tuvo, por citar sólo un caso, doña Victoria Romero cuando lo acompañó, hasta el martirio, al caudillo federal Ángel Vicente Peñaloza en Olta, o cuando recibió en una batalla un hachazo certero que, al decir de los cronistas, le desfiguró su rostro en momentos en que su amado “Chacho” yacía rodeado de tropas enemigas. Ese espíritu, que viene allende los siglos, es el que legaron nuestros gauchos, y en el cual se forjaron sus familias.

El Dr. Carlos Manuel Torreira junto a su señora esposa nos acompañaron en la Jornada de Cine-Debate. El Instituto Rosas de Gral. San Martín estuvo presente en su honrosa persona.


El rol de doña Jimena, que recibe como última misión de un ya moribundo Cid Campeador (tras las acciones contra los moros levantiscos que querían reocupar el reino de Valencia, ganado por el Cid a España en 1089) para que forme la educación y encamine a sus dos hijas, nos habla de un compromiso que trasciende la muerte del hombre protector, padre y guerrero a la vez, y de la mujer en su cabal sentido de madre igualmente protectora que no dejará de cumplir su más tierno y sincero desempeño en la sociedad, como lo es la crianza de sus hijos. Rol, acaso, que la modernidad globalizada ha desdeñado para que la fémina rinda mejores ganancias al sistema capitalista y, en cambio, afeminó el porte del hombre o varón. Roles invertidos, si se quiere, devenidos de una dialéctica que acusa y condena -con enormes trágicas consecuencias- el papel de la familia cristiana.

La reiteración de escenas en las que Rodrigo Díaz de Vivar monta a caballo, y galopa por las mesetas españolas en busca de la gloria de la raza, también tiene una gran similitud con el gauchaje de nuestras pampas, luchador infatigable al que sólo le bastaba el empeño de la palabra para saber obrar con dignidad y honor. Lo mismo que el Cid, nuestro hombre de tierra adentro fue jinete sin par, hombre de la tierra, guerrero indómito.

La película “El Cid” merece ser vista más de una vez, pues de ella se pueden sacar mayores conclusiones, al tiempo que comprender cómo es que Occidente, en general, ha dejado de lado un legado que supo ser majestuoso y trascendental.



Comisión Directiva

JOVENES REVISIONISTAS

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