27 de enero de 2012

ENRIQUE YATEMAN: VENCEDOR DE PAVON Y VERDUGO DE LA CONFEDERACION ARGENTINA

Cartel que identifica el lugar donde se produjeron las dos batallas de Pavón, la de 1820 y la de 1861.


“Después de la larga noche de la tiranía rosista, la Masonería, que vivió oculta o semioculta, reabre sus ‘trabajos’; para replegarse luego en el silencio de sus ‘talleres’ al terminar el período de la organización nacional.”

(“Símbolo”, publicación de la Gran Logia de la Masonería Argentina, Septiembre de 1948, Buenos Aires)


Todo, al parecer, se habría iniciado la noche del 21 de julio de 1860. Ese día, tuvo lugar la celebración de una Gran Asamblea del Gran Oriente de la Gran Logia de la Argentina en el templo masónico de su sucursal metropolitana, el Oriente de Buenos Aires. Reunidas allí las principales autoridades políticas del momento (Justo José de Urquiza, Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Santiago Derqui), bajo los principios lúgubres de la Masonería se daba el puntapié inicial para la “organización nacional”.

Eran tiempos aún de la Confederación Argentina, si bien no era efectiva su integración total dado que el interior y Buenos Aires no habían llegado a un regio acuerdo para imponer un único sistema político. En aquel tiempo, la capital de la Confederación era la ciudad de Paraná, Entre Ríos, y fue el período en que con cierta relatividad los futuros caudillos federales alzados vivieron calmos y seguros. El coronel Felipe Varela venía de ser edecán del general Urquiza; Juan “Lanza Seca” Saá era gobernador de San Luis; Ángel Vicente Peñaloza era, a la sazón, lugarteniente de Urquiza en La Rioja, siendo ascendido por éste al grado de general de la Confederación; y Ricardo López Jordán, ya con el generalato encima, estaba como ministro de Urquiza, viviendo tranquilamente en su estancia de Arroyo Grande que había adquirido por ese entonces.

Los logiados, sin embargo, deseaban el ingreso del país a la división internacional del trabajo impuesta por Gran Bretaña, con la condición de que dicha nefasta alianza se hiciera con hombres imbuidos bajo los principios del liberalismo en auge. Cuando se celebró la ‘tenida’ masónica, hacía casi tres meses que Urquiza había vuelto a ocupar la Gobernación de Entre Ríos (asumió el 1° de mayo de 1860), y la presidencia de la República Argentina estaba a cargo de Santiago Derqui. Bartolomé Mitre se erigía como gobernador de la provincia de Buenos Aires, y el sanjuanino Sarmiento era su ministro de Gobierno. Esa noche, tomó la palabra un Grado 33: José Roque Pérez (primer Gran Maestre de la Gran Logia de la Argentina en su historia), quien se dirigió a los “Grande Dignatarios de la Orden; Soberanos Príncipes Rosa Cruces; Ilustres Venerables; Masones todos que asistís a esta grande Asamblea”. Y a renglón seguido, espetó el lineamiento que le aguardaba a la patria como un camino del cual ya no era posible apartarse: “La lucha de la libertad aun no está terminada: estaralo (sic) cuando se haya cimentado la verdadera libertad civil, política y religiosa…”. ¡Quién lo diría! Esa lucha por la “verdadera libertad”, en poco años más, tendría como símbolo supremo el cepo colombiano, la decapitación y el martirio de nuestros mejores criollos.

Como tutores encargados de responder fielmente a los dictámenes del nuevo orden mundial que se avecinaba, ese mismo 21 de julio la Gran Logia de la Argentina ungió, con el Grado 33 de Gran Maestre, a Urquiza, Mitre, Sarmiento y Derqui. Ahora sí, estaban en condiciones de ser los nuevos popes de la Argentina postiza.

LA CONFEDERACION ANTES DE PAVON

Varios aspectos habían cambiado desde la caída de Rosas el 3 de febrero de 1852, algo que se lo hizo saber el propio Urquiza al darse cuenta del grave error que cometió al dejarse comprar para derrotar a la Santa Federación. El remordimiento que pesaba sobre las espaldas del entrerriano lo padecerá hasta el día en que fue asesinado en su lujoso palacio. “Toda la vida –dirá después de Caseros en correspondencia al ministro inglés Gore- me atormentará constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometí al cooperar, en el modo que lo hice, a la caída del general Rosas. Temo siempre ser medido con la misma vara, y muerto con el mismo cuchillo, por los mismos que por mis esfuerzos y gravísimos errores he colocado en el poder”.

Si las fracturas en el seno mismo de los vencedores de Rosas ya evidenciaban disidencias insuperables, casi una década más tarde las mismas traían consigo la artera declaración de muerte, unida a la venganza y a las ansias de poder. En el interregno Caseros-Pavón, todo será realmente confuso, porque muchos viejos federales rosistas ahora eran urquicistas, a la vez que muchos federales del interior simpatizaban con el liberalismo porteño. En esa década, se había diluido el fundamental combate contra los masones, a cuyos miembros se los identificaba, claramente, con el bando unitario (de allí, el común denominador de logias unitarias con que se designaban a estas sociedades y sus ‘talleres’ en tiempos de Rosas). E incluso, tras el derrocamiento del Restaurador muchos de sus funcionarios abrazaron los postulados del Gran Arquitecto del Universo: Bernardo de Irigoyen, Álvaro José de Alzogaray, Juan Moreno, Francisco Javier Muñiz, etc.

Santiago Derqui fue un hombre tibio, aunque no tan dual y falso como el general Urquiza. De acuerdo al autor que se tome, Derqui fue “unitario” o “federal”, cuando lo cierto es que nunca tomó verdadera posición al respecto, si bien vivió su momento de gloria cuando fue impuesto como presidente de la Confederación Argentina en 1860. Nos dice el autor Alfredo Terzaga: “En los días oscuros que siguieron a la tragedia de Barranca Yaco (1835), Derqui, como presidente de la Legislatura local, trató de embotar la ofensiva de Rosas contra Córdoba y propuso, sin éxito, la candidatura de don Mariano Lozano que era amigo del gobernador porteño. Detenido con muchos otros cuando asumió Manuel López fue llevado a Santa Fe, desde donde logró pasar a Corrientes (don Estanislao, pese a su larga luna de miel con Buenos Aires, se reservaba siempre alguna carta del mazo…)”.

Se dice que en Corrientes, Derqui trabó amistad con Pedro Ferré y con su comprovinciano, el general José María Paz, y que después “estuvo en Montevideo en la época del sitio, sin participar en los círculos de los emigrados porteños”. Más tarde, viajó con Paz a Río de Janeiro, y en 1845 regresa a los pagos correntinos, donde casa con Modesta García de Cossio, descendiente de uno de los protagonistas de los días de Mayo de 1810, don Agustín García de Cossio. Parece que en su juventud, Santiago Derqui era enemigo de José María Paz, sin conocerlo personalmente todavía, y todo porque en sus años mozos Derqui fue periodista de cuño federal. Peor aún: cronista que alentaba el accionar de las fuerzas federales que fueron a quitar del gobierno de Córdoba al “Manco” Paz, del que se había apropiado ilegalmente en 1829. Al ocurrir la batalla de Caseros, Paz y Derqui tomarían distintos caminos. El primero, quería que los destinos del país se rijan desde Buenos Aires, mientras que Derqui se fue al lado de Urquiza, de quien llegó a ser su Ministro del Interior.

Con mucha probabilidad, el anteúltimo presidente de la Confederación Argentina ha sido mirado desconfiadamente por la casta porteña más recalcitrante, de allí las complicaciones que tuvo que padecer Derqui para dirigir el rumbo de un sistema que perdía dinero desde el puerto y la aduana, y que constantemente era amenazado por la avalancha unitaria de Buenos Aires. Hasta la derrota confederada de Pavón, Santiago Derqui vivió en carne propia las acciones subversivas de los grupos liberales que estaban desparramados en todas las provincias del interior, prestos para encender la rebelión. La batalla de Cepeda (1859) –triunfo urquicista sobre los batallones porteños- es, a esta altura de las circunstancias, un hecho de armas sin mucha resonancia como podrá apreciarse.

Así lo grafica Terzaga: “Buenos Aires, mientras tanto, aprovechaba su condición de “hermana reincorporada” para buscar acceso libre hacia el Interior, tratando de vigorizar la acción de los grupos que actuaban bajo la divisa liberal, aunque declarando aceptar la causa de la Confederación”. ¿Quiénes eran los máximos representantes de esos agrupamientos? En la provincia de Tucumán, el doctor Marcos Paz. En Córdoba, su gobernador, Mariano Fragueiro, Justiniano Posse (futuro mandatario provincial) y Antonio del Viso, entre otros. Aberastain hacía lo propio en San Juan. Los Taboada en Santiago del Estero. Y así en todo el territorio nacional.

YATEMAN: EL FINAL DEL CRIOLLAJE

Varias lecturas surgen de la ‘tenida’ masónica del 21 de julio de 1860: la más promovida, que desde allí se consolidó el cimiento de la Argentina “organizada” y “civilizada”. Otra: que ya no habría más lugar para ningún conflicto interno entre los ‘hermanos’ liberales. Y una tercera, que en el banquete se preparaba el sistemático aniquilamiento del federalismo como expresión política y social, es decir, la ultimación de la patria religiosa, hispánica y criolla. Pero tendría que transcurrir un año más –y una batalla decisiva todavía- para que esos puntos tomen un cariz realista. Para llegar a la meta, Derqui ya no contaba y la Confederación Argentina tenía que desaparecer.

Quizás por eso, nadie ignoraba ya el comienzo inminente del plan anunciado. Bartolomé Mitre tamizó sus ambiciones políticas invitando a Santiago Derqui y Urquiza a Buenos Aires, para la celebración de su asunción como nuevo gobernador bonaerense… Era una invitación final, de vida o muerte, de aceptación o cadalso. La ‘tenida’ de julio de 1860 tuvo, como las demás reuniones de carácter festivo, “la oportunidad para negociaciones entre las partes, pero su brillo no logró imponer el convencimiento de que la unión nacional fuera efectiva. La “hermandad” masónica no impediría a Mitre seguir trabajando contra el presidente de la Nación (Derqui)”. Más claro, echarle agua.

La batalla de Pavón iba a exponer con crudeza el ocaso que se iba a cernir sobre la patria gaucha. En ese sentido, sí debemos apuntar a la masonería, por cuanto evitó un mayor baño de sangre entre los jefes logiados pero, no así, entre el milicaje pobre y corajudo que nada entiende de ‘tenidas’ ni maquinaciones a oscuras. Un Gran Maestre Grado 33 como Urquiza no mató, porque así lo disponía la Masonería, al también Gran Maestre Grado 33 Mitre. Tuvo mil oportunidades para hacerlo en el campo del honor, para entronar al federalismo y destrozar, de una buena vez y para siempre, al cancerígeno liberalismo unitario. No lo hizo. Un personaje, Enrique Itman (o Enrique Yateman), será el responsable de la metástasis.

Esta nota no pretende ser una narración de los hechos militares sucedidos en los campos de Pavón, el 17 de septiembre de 1861, porque el foco de atención está puesto en lo verdaderamente sutil que ha sido mucho más efectivo que lo disparado por la artillería o la infantería juntas. Ningún fusil apuntó contra la humanidad de Enrique Itman. Ni un solo cañón confederado le voló la tapa de los sesos a ese sujeto al que nadie había visto con anterioridad. Los grandes acontecimientos suelen tener, a menudo, ejecutores discretos y de muy bajo perfil. Pasan a la historia como ‘grises’, y su memoria apenas suele tener perturbaciones póstumas, cuando ya todo ha transcurrido, cuando todo es irreversible.

Quien más se ha ocupado por desenmascarar a Enrique Itman fue el revisionista Pedro de Paoli, infatigable investigador que le ha puesto singular atención a la influencia de la Masonería en el devenir de la historia nacional. En 1949, sacó una obra maravillosa: Los Motivos de Martín Fierro en la vida de José Hernández. En sus páginas, nos brinda una precisa descripción de este hombre ‘gris’ que fue, ni más ni menos, que quien puso punto final a las aspiraciones de la patria auténtica, telúrica. Dice así de Paoli:

“El doce de septiembre, medio desorientado (José Hernández, teniente ayudante federal) por la profusión de regimientos que ocupan el campo, llega al ejército de la Confederación, en demanda del general Urquiza, el caballero norteamericano y sobrino político de Mitre, míster Yateman. Es un hombre joven, elegante, distinguido y delicado. Viste a la inglesa y se defiende del fuerte sol con un sombrero Panamá de anchas alas, rodeado de un pañuelo blanco de seda.

“¿Qué busca este extranjero en las filas del ejército de la Confederación? ¿Qué quiere este extranjero en vísperas de una batalla entre dos fuerzas argentinas? ¿A quién representa, quién lo manda?

“Si es representante de Mitre, sorprende que éste no tenga un argentino para enviar ante el general enemigo. Míster Yateman muestra un salvoconducto firmado por Mitre, y los soldados lo conducen a la tienda del general Urquiza. Entra con toda confianza y saluda con particular afecto al general. Luego de dos horas míster Yateman, escoltado por un edecán de Urquiza y cuatro soldados, sale llevando una carta del general en la que solicita a Mitre una entrevista, que no sabe si se realizó o no. Los soldados ven pasar a ese hombre extraño para ellos, escoltado con tantos miramientos y se quedan intrigados. Mientras, amable y cortés, míster Yateman, prohombre de la masonería porteña, satisfecho del buen éxito de su misión, da rienda a su caballo y sale al trote inglés hacia el campamento de Mitre. No se ha alejado una cuadra, cuando alguien en un fogón, mirando fijamente al extranjero, dice como al descuido: “Ese gringo se lleva el parte de la victoria”[1]. Al rato regresa el edecán y la escolta, a los que los soldados miran como emisarios de mal agüero. Poco después, el campamento vuelve a tener el aspecto de costumbre. Pero la suerte de las armas ya está decidida. Al día siguiente el ejército retrocede y acampa sobre el Arroyo Pavón.”

Es de este modo, y no de otra manera, que se dan las circunstancias por las que Bartolomé Mitre vence en la batalla de Pavón, cuando Urquiza ya había diezmado buena parte de sus fuerzas. Al entrerriano le faltaba solamente que su caballería e infantería siguieran abriendo, con feroces estocadas, las filas desordenadas de los batallones porteños. Hernández, Arnold, Leandro Nicéforo Alem, Saá, Peñaloza y López Jordán eran testigos privilegiados de la entrega de Urquiza y el final del criollaje como pauta cultural nativa.

DATOS FILIATORIOS DE YATEMAN

¿Quién era Enrique Yateman, el hombre que determinó la caída de la Confederación Argentina y el extravío de los destinos nacionales? Hay varios datos dispersos que necesitan un ordenamiento claro para mejor entender al personaje en cuestión.

En primer lugar, el verdadero nombre no era Yateman sino Enrique Itman, “que en idish –agrega Pedro de Paoli- quiere decir “hombre judío”, y se descompone así: “It”, judío, y “man”, hombre”. Había nacido en Estados Unidos hacia el año 1809 como Enrique Esteban Itman Collins (llamándosele, en nuestro país, Enrique Yateman a secas), siendo prestamista y corredor de bolsa. También se lo sindica como sobrino político de Bartolomé Mitre, aunque no he podido corroborar tan relevante prueba, si bien ambos tenían membresía masónica. ¿Habrá estado Yateman en la ‘tenida’ del 21 de julio de 1860? Es muy probable, más sabiendo cómo se dieron las cosas cuando Pavón.

No se sabe el año de llegada de Yateman a nuestro país, pero sí la fecha de su casamiento: contrajo nupcias en Buenos Aires el 19 de diciembre de 1852 con Edelmira Carranza Viamonte, nieta por parte de madre del general Juan José Viamonte –ex gobernador de la provincia de Buenos Aires y luego salvaje unitario en su vejez-. Del matrimonio Yateman-Carranza Viamonte nacieron 4 hijos: Mercedes Yateman (1858-¿?), Enrique Yateman (1860-¿?), Virginia Yateman (1862-¿?) y Clara Yateman (nacida en 1864 y dueña en Costa Rica de uno de los latifundios más grandes de dicho país, llamado “La Palma”. Como se sabe, la familia Viamonte fue de ferviente extracción unitaria, por lo que varios de sus integrantes debieron exiliarse en Montevideo durante la Santa Federación.

Esta relación de Yateman (o Itman) con la familia Carranza Viamonte, da por tierra con una de las hipótesis barajadas en su momento por de Paoli, quien afirmaba, basado en Adolfo Saldías, que el masón hebreo Yateman había casado con “una señorita Gorostiaga”.

Existe una nutrida correspondencia que verifica de modo inobjetable la relación Urquiza-Yateman antes, durante y luego de Pavón. Por añadidura, esta sociedad también tuvo lazos firmes con los Mitre, Gelly y Obes y otros más, indudablemente. E incluso, con otros apellidos del mismo origen: el Barón de Mauá (financista en el Plata de la Banca Rothschild) y José de Buschental. Por eso, Enrique Yateman actúa “como agente financiero y prestamista de fuertes sumas a ambos grupos”, tanto unitarios como confederados.

En el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires, existe una carta fechada el 9 de enero de 1863 (casi un año y medio después de la batalla de Pavón), en la que el general Justo José de Urquiza “le escribe a Adolfo E. Carranza diciéndole que espera que haya recibido el giro para pagar el documento de Yateman”, afirma de Paoli en su obra ya citada. Es el Documento N° 3676 – O. 1.p N° 971.

Parece que, según se desprende de otra carta de febrero de 1863, los servicios masónicos prestados por Yateman le retribuyeron, como contraparte, una enorme cantidad de dinero, la suficiente como para adquirir un predio cerca de lo que hoy es el Parque Nacional “El Palmar de Colón”, en la provincia de Entre Ríos.

La espeluznante y sorprendente derrota del provincialismo fue motivo de asombro por parte del, hasta entonces, vicepresidente de la Confederación Argentina, general Juan Esteban Pedernera, quien anotó en sus Memorias: “Puedo afirmar que el Sr. Capitán General (Urquiza), nuestro jefe y amigo, conforme a sus variantes políticas, muy naturales dada su idiosincrasia, no fue ajeno a la forma como se desarrollaron los hechos que terminaron en forma tan indefinida, como triste, en Pavón”.

Uno de los primeros pasos dados por las “sorprendidas” tropas triunfales de Mitre fue abordar y tomar la ciudad de Rosario, centro financiero más importante del interior. Era menester hacerlo, porque una vez deshecho el sistema confederado (que tuvo lugar el 12 de diciembre de 1861, con la firma del ya presidente Juan Esteban Pedernera), sobrevendría el despliegue absoluto del poder financiero extranjero, rapaz, abrumador, insensible. Era el mismísimo final del oasis argentino. Un genocidio brutal todavía impune se levantaba, soberbio, en el horizonte de las llanuras nuestras, en las comarcas montoneras, en la última payada de Mandinga contra Santos Vega, bajo la sombra del último ombú campero, adyacente a la última tapera envilecida. Sólo así, bajo estas condiciones, se implementaría la autoproclamada “organización nacional”.


Gabriel O. Turone


Bibliografía

- De Paoli, Pedro. “Los Motivos de Martín Fierro en la Vida de José Hernández”, Librería Huemul, 1968.

- Funes, Juan María. “¿Línea Mayo-Caseros ó Línea Mayo-Pavón?”, Librería y Editorial Castellví S.A., Santa Fe, 1963.

- Gálvez, Jaime. “Rosas y la Libre Navegación de Nuestros Ríos”, Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires 1944.

- Lappas, Alcibíades. “La Masonería en la Argentina a través de sus hombres”, Primera Edición, Argentina, Octubre de 1958.

- Rivanera Carlés, Raúl. “Rosas”, Editorial Liding S.A., Buenos Aires, Noviembre de 1979.

- Terzaga, Alfredo. “Mitre en Pavón: los días nefastos de la Confederación”, Revista “Todo es Historia”, N° 50, Año V, Junio 1971.


[1] Esta frase se la oyó decir el coronel Prudencio Arnold al ayudante José Hernández (el creador del “Martín Fierro”) en el campamento urquicista, previo a las acciones de Pavón. Así lo consigna Arnold –quien fuera un leal oficial de Rosas- en sus Memorias.

No hay comentarios: