24 de diciembre de 2011

SEMEJANZA ENTRE ROSAS Y WASHINGTON, SEGUN PEDRO DE ANGELIS (1843)


El napolitano y, considerado por muchos, ‘proto-revisionista’ de nuestra historia patria, hablamos de don Pedro De Angelis, redactó unas raras consideraciones en el periódico que editaba, “El Archivo Americano”, del 8 de julio de 1843, en donde se encargó de trazar algunas semejanzas entre Juan Manuel de Roass y el prócer máximo de los Estados Unidos, George Washington.

Bajo el simple título de “Washington y Rosas”, esto dejaba consignado De Angelis en la fecha referida:

“Mr. De Chateaubriand, entre los incidentes de su primera peregrinación, cuando los desmanes de la revolución francesa lo obligaron a abandonar sus hogares, se complace en recordar su entrevista con el General Washington en su propia morada. “Cuando fui a llevarle mi carta de recomendación, dice el elocuente autor de los Mártires, encontré la simplicidad de un viejo Romano. Una casita a la moda inglesa, semejante a las adyacentes, era el palacio del Presidente de los Estados Unidos. No había guardias, ni aún criados. Toqué la puerta, una sirvienta la abrió. Le pregunté si el general estaba en casa. Me contestó que sí. Le dije que tenía que entregarle una carta. Me preguntó mi nombre: era difícil pronunciarlo en inglés, y no pudo efectuarlo. Entonces me dijo con dulzura: Walk in, Sir (entre Ud.), etc.”

“Cualquiera que haya visitado al General Rosas lo reconocerá en estos rasgos de la vida doméstica del ilustre fundador de la Confederación Norte Americana. En la cumbre del poder, rodeado de un pueblo agradecido y ansioso de tributarle homenaje, el Gobernador de Buenos Aires los ha siempre desechado con el mismo tesón que otros ponían en solicitarlos. Sin guardias, como Washington, sin ninguna insignia del mando, en traje sencillo de miliciano: afable y cortés para todos, lo hemos visto algunas veces presidir la mesa de su quinta, y ofrecer indistintamente asiento a los que iban a visitarle. La etiqueta de esas reuniones era una completa libertad, y la más íntima confianza. Los ciudadanos, los extranjeros, los empleados de la administración, los de sus propias oficinas, podían hasta comer con el sombrero puesto delante de él, si les agradaba. El hombre poderoso, el gran ciudadano, el Jefe Supremo de la República, se despojaba de toda autoridad, sin conservar mas que su prestigio, lo único que no le era posible abdicar, y que bastaba a granjearle veneración y respeto.

“Estos hábitos son característicos en el General Rosas, para quién lo más violento no es bajar al nivel de los conciudadanos, sino permanecer en la altura a que lo han elevado.

“Vino al mando, arrastrado por los reclamos de la opinión pública, y la fuerza de los acontecimientos. Solicitó varias veces, y con empeño, su dimisión; y si no insistió más, fue porque ya no era permitido abandonar el timón del Estado en los días de tormenta.

“Pero si se ha resignado a continuar al frente de los negocios, se ha desprendido de todas las distinciones que le habían sido tributadas, sin excluir siquiera el renombre de Restaurador de las Leyes, único galardón de tantos esclarecidos servicios, y que en las lances gloriosos de la Patria, los enemigos oían invocar con terror, y los amigos vitoreaban con entusiasmo.

“En su larga carrera pública, el General Rosas en un solo punto ha estado en disidencia con el voto de sus compatriotas: cuando mayor ha sido el empeño que se ha puesto en elevarlo, tanto más tenaz ha sido su resistencia en no salir de las condiciones comunes a los demás Argentinos. Lo que más halaga a los hombres, lo que más solicitan aún los que no están poseídos de pasiones sórdidas, ni de sentimientos ambiciosos, todo ha sido resistido por el General Rosas. Grados, empleos, títulos, honores, presentes, nada ha querido, para no faltar (según él mismo expresa) a los principios republicanos que ha profesado en toda su vida pública! Así hablaban los Cantones y los Cincinatos, y hay que retrogradar hasta los tiempos antiguos para hallar ejemplos análogos de tan heroico desprendimiento.

“Nos falta agregar un rasgo más. El General Rosas tuvo la desgracia de perder en el lapso de pocos meses a su anciano y respetable padre, y a su muy querida y apreciable esposa Doña Encarnación Ezcurra de Rosas. La H. Sala de la Providencia ordenó que los restos de ambos fuesen llevados con pompa a su última morada. Esta vez faltó el ánimo del General Rosas para oponerse a las lisonjeras demostraciones de aprecio. El sentimiento de piedad filial, y el recuerdo de la felicidad doméstica de que por tantos años había disfrutado en el consorcio de su virtuosa y amable compañera, acallaron los gritos de su corazón republicano, y penetrado del más profundo agradecimiento, admitió los honores que la benevolencia pública le había decretado a los objetos de su cariño y respeto.”


Fuente:

- De Angelis, Pedro. "Acusación y Defensa de Rosas", Editorial "La Facultad", Buenos Aires, 1946.

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