29 de agosto de 2007

LA DEFENSA DE BUENOS AIRES (1807)

LA DEFENSA DE BUENOS AIRES


Desde septiembre de 1806 los oficiales ingleses, entre ellos Beresford y el teniente coronel Denis Pack, jefe del 71, estaban confinados en el cabildo de Luján. Los mismos no tenían mas obligación que presentarse por las noches en su alojamiento.
Ante el peligro cierto de una segunda invasión, por disposición de Alzaga se dispuso a internarlos en Catamarca. Al producirse su traslado; con la colaboración de los criollos Saturnino Rodriguez Peña y Manuel Padilla, dichos oficiales ingleses se fugaron a Montevideo.
La participación de estos traidores en la fuga de los ingleses quedó demostrada ampliamente, desde el momento en que, como retribución a sus servicios, los mencionados recibieron luego de la capitulación de 1807, en Río de Janeiro, una pensión vitalicia otorgada por el gobierno inglés de 1500 pesos anuales cada uno.
El 11 de junio, se reunían en Colonia la totalidad de las fuerzas inglesas que operarían contra Buenos Aires. El conjunto de las tropas inglesas superaba los 12000 hombres.
El 28 de junio las fuerzas piratas volvían a pisar suelo patrio desembarcando en la Ensenada de Barragán. Allí no encontraron más obstáculo que la lluvia y lo anegadizo del terreno.
En la altura llamada Las Lomas, situada una legua adentro de la Ensenada (hoy ciudad de La Plata) se reunieron las tropas inglesas la noche del 28 al 29. Desde allí, divididos en tres columnas marcharon los ingleses hasta la Reducción de Quilmes donde se encontraron el 1 de julio. Su camino no resultó libre de obstáculos. Los invasores fueron permanentemente hostigados por las montoneras irregulares que jamás se acercaban a tiro de los fusiles británicos y los hostilizaban hasta el punto de hacer prisionero a un oficial agregado al estado mayor de Gower.
Mientras todo esto ocurría, Liniers pasaba revista a las tropas el 24 de junio. Estas alcanzaban a unos 7000 hombres.
El 1 de julio, teniendo la noticia de la presencia de los ingleses en Quilmes,
Liniers decidió marchar a enfrentarlos con todas las tropas al puente de Gálvez. Se suponía que los ingleses llegarían por ese lugar, tal cual había sucedido el año anterior.
Sin embargo, el riesgo tomado por Liniers al efectuar esta maniobra era enorme, ya que el número de efectivos que quedaban en la ciudad era tan pequeño que en caso de que el caudillo resultara derrotado, Bs As quedaría en manos del enemigo. Frente a lo difícil de la situación, fue en ese momento cuando apareció en toda su dimensión la figura clave de la Defensa; Martín de Alzaga.
Si la primera invasión y la Reconquista habían tenido como héroe indiscutido a Don Santiago de Liniers, en la Defensa el papel fundamental le tocaría desempeñarlo a Don Martín.
Alzaga pasó a los hechos y se apresuró a reunir al Cabildo en sesión permanente hasta que el curso de las acciones se decidiera a favor o en contra de los patriotas. Allí alzó su voz de protesta por el virtual estado de indefensión en que había quedado la ciudad. Pero no era cuestión sólo de lamentos, ya que enseguida procedió a ordenar que se repartiesen espadas a los pardos y morenos; además reunió gran cantidad de candiles para iluminar la Fortaleza y la plaza y dispuso servicios auxiliares para que nada faltara al ejército. Parecía que cualquier contingencia estaba prevista en la mente de Alzaga. Entre sus instrucciones no faltó la orden de amasar a los panaderos e introducir ganado en la ciudad para estar preparados frente a la eventualidad de tener que afrontar el sitio de la ciudad.
Entre tanto, caído el anochecer de aquella jornada, Liniers cruzó el Riachuelo con sus tropas y las desplegó en orden de batalla. El inglés Levenson Gower, que marchaba a la vanguardia de los invasores buscaba vadear el Riachuelo porque suponía que el puente de Gálvez había sido quemado. Al visualizar a las fuerzas criollas decidió flanquear el Riachuelo y buscó tomar a Liniers por la retaguardia, llegando al mediodía del 2 de julio a los corrales de Miserere (hoy plaza Once) y deteniendo su marcha a la espera de órdenes.
Por las inclemencias del tiempo, Liniers perdió contacto con parte de sus fuerzas y fue sorprendido por los ingleses. Gower desplegó a los suyos en batalla y cortando la retirada de los criollos ordenó la carga a bayoneta. La dispersión de los patriotas fue total. Se trató de un verdadero desastre. Gracias a la Providencia, la llegada de la noche impidió la aniquilación total de los defensores; sin embargo, se perdieron la totalidad de los cañones y cayeron a manos inglesas más de 200 prisioneros. Liniers, apenas logró escapar refugiándose en la Chacrita de los Colegiales (barrio de Chacarita-Colegiales). Mientras Gower y Craufurd derrotaban a Liniers en Miserere, el grueso de los británicos conducidos por Whitelocke marchaba retrasado por la lluvia pudiéndose reunir con la totalidad de sus hombres en la tarde del 3.
Con el correr de las horas, llegaban a Bs As algunos fugitivos del combate de Miserere y la brigada que había perdido contacto con Liniers, al mando de Elío. Se desconocía que había sucedido con Liniers, y se lo daba por muerto o prisionero. El desaliento cundía en las tropas y la población.
El cuadro de situación se tornaba cada vez más crítico pero Don Martín de Alzaga no perdía la calma. Además de las disposiciones que ya había ordenado, instruyó al Cabildo para que se levantaran las piedras de las calles y se las suba a las azoteas para usarlas como proyectiles. Planificó la defensa de la ciudad, constituyéndola en una fortaleza, con un foso exterior, alrededor de todo el perímetro, que consistía en una zanja llamada “exterior” con parapetos de tierra. A su vez, mandó cavar trincheras de seis varas de ancho y cuatro de profundidad alrededor de la plaza. También dispuso que los patricios se posicionen en improvisados cantones en las azoteas, hizo traer los carros y municiones del Retiro y colocó la artillería pesada que se encontraba en el puente de Gálvez en los sitios estratégicamente más convenientes. Esa noche nadie durmió en Bs As. Todos trabajaban por igual, sin importar edades, sexos o clases sociales. Allí estaban hermanados en la defensa de la Patria los esclavos y libres, los blancos y los negros y mulatos, hombres y mujeres, ancianos y niños. Era la nación en armas. De la noche a la mañana se convirtió el centro en una fortaleza guarnecida.
En la mañana del 3 se recibieron por fin, noticias de Liniers desde Chacarita. El Cabildo le informó las medidas tomadas y le hizo saber la satisfacción de saberlo con vida. Liniers aprobó todo lo actuado y se puso en marcha con todos los dispersos que pudo reunir y llegó al mediodía entre las aclamaciones del pueblo. La confianza y la moral de los defensores estaban altas e intactas.
Mientras todo esto ocurría, los ingleses se encontraban en un consejo de oficiales, discutiendo los pasos a seguir. Un plan de ataque, propuesto por Whitelocke sostenía que era una imprudencia el ataque sobre la ciudad, siendo lo aconsejable seguir hasta la ribera norte hasta tomar contacto con los buques y allí amenazar a los sitiados con un bombardeo y asalto sobre el Fuerte. Por el contrario, Leveson Gower proponía dividir el ejército en trece columnas y deslizarse por las calles de la ciudad sin entrar en combate hasta conseguir apoderarse de los edificios próximos a la ribera y desde allí converger en un ataque final contra el Fuerte. Ante el asentimiento de jefes y oficiales, Whitelocke se dejó convencer por el plan de su segundo.
El 4 por la tarde, se envió a los patriotas una intimación a la rendición de la plaza. La misma fue rechazada altivamente por los defensores.
Lo que quedaba del día fue empleado por unos y otros, ajustando el plan de ataque por las calles de la ciudad; y completando la estrategia de defensa.
Las instrucciones de los defensores eran las de resistir en la primera línea de trincheras mientras sea posible, y luego replegarse sobre la segunda.
Los vecinos se preparaban colocando piedras y todo tipo de objetos pesados en sus azoteas, así como agua caliente para arrojar a los invasores; mientras las azoteas inmediatas a la plaza eran ocupadas por las tropas con armas, municiones y granadas.
Al fin, el día 5 de julio por la mañana los agresores se aprontaron para iniciar el ataque. Las tres brigadas de infantería que componían el ejército invasor, al mando de Auchmuty, Lumley y Craunfurd debían subdividirse en trece columnas de acuerdo a lo estipulado. A las 6 de la mañana se dio la orden de avance. Los jefes de columnas sabían que no debían trabar combate, debiendo, si encontraban obstáculos eludirlos hasta llegar a la ribera; punto desde el cual convergerían todos sobre la Fortaleza.
Las columnas de los extremos cumplieron con lo planeado pero las del centro fracasaron. El avance por las calles se hacía combatiendo, intentando tomar casa por casa con un alto costo en vidas y materiales por parte de los ingleses. La defensa de los vecinos estaba acabando con los ímpetus de conquista de la Pérfida Albión.
El Regimiento 88, después de haber cruzado la primer trinchera defensiva, totalmente diezmado, se rinde a los arribeños. La situación no era mejor para las columnas de los flancos, porque si bien alcanzaron sus objetivos no podían acercarse a la Plaza Mayor fuertemente custodiada. Ante esta situación los criollos salieron de las trincheras y azoteas y pusieron sitio a los invasores que se hallaban en Santo Domingo, en la casa de la Virreina Vieja o en los edificios de la ribera. Comprometidos, los ingleses empeñaron su reserva inútilmente, quedando acantonada esta en una quinta cerca de la calle larga de Barracas (Montes de Oca).
Al llegar la noche, cesó el fuego por ambas partes.
Los invasores habían perdido, entre muertos, heridos y prisioneros, casi la mitad de sus efectivos. Los criollos tenían 4694 bajas, entre heridos y prisioneros, más 1404 muertos. Pero habían triunfado.
Liniers, que dirigía la batalla pensaba ofrecerle a los ingleses una capitulación bajo las condiciones del reembarque y devolución de los prisioneros. Ocurre que tal proposición, extremadamente blanda, era fruto de la desconfianza de Liniers de haberse alzado finalmente con el triunfo. Alzaga, mas convencido, se opuso a la idea del héroe de la Reconquista, dado que la victoria le parecía total, y sugirió pedir, además de la rendición, el retiro y reembarque, la devolución de Montevideo y la Banda Oriental ocupados. La redacción del documento corrió por cuenta del propio Alzaga bajo intimación de “no responder del enardecimiento de las tropas, que harán experimentar a las suyas todo el ardor de la guerra”.
Los ingleses recibieron la intimación pero la rechazaron y propusieron, en cambio, una tregua. Ante eso, Liniers y Alzaga, se negaron rotundamente y mandaron a decir que en un cuarto de hora se reiniciarían los combates. Transcurrido el plazo se reanudaron los cañoneos, frente a lo cual Gower personalmente accedió a la capitulación, aceptando la propuesta anteriormente efectuada por Alzaga.
En la mañana siguiente, y ya con la capitulación en su poder conferenciaron Whitelocke y Murray, quienes estuvieron también de acuerdo en la rendición, llegando a decir Whitelocke que era inútil continuar con la empresa “porque América del Sur nunca sería conquistada por Inglaterra.”
Era el mediodía del martes 7 de julio de 1807, y los ingleses se habían rendido. Conocida la noticia, las campanas de la ciudad se hicieron sonar como nunca antes, los criollos se abrazaban emocionados en las calles y las tropas descargaban sus fusiles al aire. El carácter de Bs As había sido nuevamente probado y salía airoso, más la algarabía no impidió la generosidad para con el vencido. Se recogieron los heridos del enemigo y se los llevó al hospital, los conventos y hasta a casa de familias que actuaban de improvisados sanatorios. A los muertos se les dio sepultura.
Los ingleses desalojaron la ciudad el día 13 por la tarde, y el 7 de septiembre lo hicieron de Montevideo.
La conducta de la soldadesca inglesa dejó bastante que desear. Los asaltos a las quintas y casas de las orillas fueron abundantes y constantes entre el 3 y 4 de julio. Durante la entrada a la ciudad hubo saqueos con muerte de niños y violación de mujeres, profanaciones y muertes en Santo Domingo y Las Catalinas, donde las monjas fueron sacadas de la clausura. Era la rapiña habitual propia de la piratería para la cual habían empleado 14.273 hombres y 30 buques de guerra.
El saldo total que causaron las dos invasiones inglesas fue de 6503 bajas patriotas, de las cuales 1488 eran muertos. Buenos Aires había ofrecido la vida de sus mejores hijos en aras de la libertad y su soberanía.


FEDERICO GASTON ADDISI.-


Bibliografía:

- ROBERTS, Carlos, Las invasiones inglesas, Bs. As, Emecé, 2000.
- GRAHAM-YOOLL, Andrew, Ocupación y reconquista, 1806-1807. A 200 años de las invasiones inglesas, Bs. As, Lumiere, 2006.
- Rosa, José María, Historia Argentina, Tomo II, Bs. As, Oriente, 1992.

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